¿Restaurar la Iglesia primitiva?

¿la judeocristiana de Jerusalén o la paulina de Antioquía?


Por Emilio Lospitao

Apología sobre los cristianismos fundantes en el siglo primero.

Esta publicación, basada en una lectura no-crítica de los textos bíblicos (que es como leen la Escritura), responde al enunciado que caracteriza a las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración que dicen constituir la única Iglesia restaurada del Nuevo Testamento. 

I. LA IGLESIA QUE NACIÓ EN PENTECOSTÉS

Una cuestión de vital importancia es identificar la naturaleza de la iglesia que surgió en el día de Pentecostés tal como relata el libro de Hechos. Según el autor de este libro, el Espíritu Santo se manifestó sobre el grupo de discípulos que se hallaba reunido en el aposento alto en Jerusalén, unos 120 en total (Hechos 1:12-26). Corría el año 33 aproximadamente de la era cristiana. Este suceso fue el punto de partida para la proclamación del evangelio. Como respuesta al primer sermón predicado por el apóstol Pedro, se convirtieron “como tres mil personas”. Durante aquellos días, varios miles de personas más creyeron en la buena nueva (Hechos 4:4). Todas estas personas eran judías, unas locales y otras procedentes de la diáspora, que habían venido de peregrinación con motivo de la fiesta de Pentecostés (Hechos 2). De hecho, como veremos enseguida, durante los primeros años, todas las personas convertidas al evangelio procedían del judaísmo. 

Es decir, la iglesia “primitiva” la componían exclusivamente personas judías. Contrario a lo que nos pueda parecer, el primer sermón de Pedro no solo fue dirigido a judíos: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel…”, sino exclusivamente a los judíos: “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos…” (Hechos 2:36-39).

No sabemos qué hubiera ocurrido sin la persecución que desató el discurso de Esteban (Hechos 7). Pero sabemos que los judeocristianos que salieron de Jerusalén por causa de esta persecución “pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie sino solo a los judíos” (Hechos 11:19). No obstante, unos cristianos chipriotas y cireneos (helenistas), que iban entre ellos, “hablaron también a los griegos, y creyó gran número” (Hechos 11:20-21).

Hechos 10:1–11:18 es un relato significativo y vital para entender la naturaleza del cristianismo primitivo. De este texto se deduce que los líderes fundadores de la Iglesia no tuvieron al principio ninguna predisposición para predicar el evangelio a los gentiles. Para anunciar el evangelio a un gentil (¿el primero?), Pedro tuvo que ser previamente aleccionado tanto teológica como psicológicamente. Cuando el príncipe de los Apóstoles se halló en presencia del primer gentil a quien le iba a predicar, hizo esta confesión: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28). ¿Cuánto tiempo había pasado desde el día de Pentecostés hasta este acontecimiento? No lo sabemos exactamente, pero tuvieron que ocurrir algunas cosas antes de predicar por primera vez a un gentil.

Cuando Pedro, finalmente, aceptó visitar al centurión romano, y esta noticia llegó a Jerusalén, los líderes de esta iglesia le reprocharon que “[hubiera] entrado en casa de hombres incircuncisos, y [hubiera] comido con ellos” (Hechos 11:1-3). Sólo después de que Pedro les explicara cómo sucedieron las cosas, exclamaron: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18). Esta situación que acabamos de relatar indica al menos tres cosas: 

Primera, que ningún líder cristiano se había acercado a un gentil para predicarle el evangelio antes.

Segunda, que la causa de no acercarse se basaba en las impurezas, lo que implica que estos cristianos “primitivos” seguían guardando las reglas de dichas impurezas, y

Tercera, aunque nos parezca increíble, estos líderes creían que las promesas eran solo para los judíos. 

II. PERFIL RELIGIOSO DE LA IGLESIA DE JERUSALÉN

Visto lo de más arriba, resulta coherente el resto de información que hallamos en el libro de Hechos. 

Los “millares de judíos” que habían creído en Jerusalén “todos eran celosos por la ley” y este celo significaba “andar ordenadamente” (Hechos 21:20-24). La expresión “millares” indica que los “fieles de la circuncisión” no fueron algunos cristianos judíos excéntricos y aislados, sino la multitud de creyentes, la iglesia toda, incluidos los líderes, es decir, Jacobo y los ancianos (Hechos 21:17-20). Esto ocurría al final del tercer viaje misionero de Pablo, sobre el año 58 ó 59 d.C., unos 25 años después de Pentecostés. 

Es perfectamente normal que esto fuera así puesto que la totalidad de las personas que formaban la “iglesia primitiva” eran exclusivamente judías, y no dejaron de sentirse como tales en todos los aspectos: familiar, social y religioso. Aparte de los sacrificios cruentos del templo, que el cristianismo dejó de ofrecer, la iglesia de Jerusalén continuó guardando las costumbres que tenían que ver con la piedad religiosa, así como las fiestas judías. 

Además, era tan importante para esta “iglesia primitiva” guardar estas costumbres, que “impuso” a los gentiles guardar “ciertos” preceptos de la Ley en el “concilio” llevado a cabo en Jerusalén en el año 49 (Hechos 15:28-29). ¡Unos 20 años después de Pentecostés! 

En este contexto de cosas hemos de entender las visitas que Pedro y Juan hacían al templo (Hechos 3:1) y las costumbres judías que Pablo siguió guardando (Hechos 18:18, 21; 20:16). Pues bien, este sintético esbozo nos muestra perfectamente cuál era el perfil religioso de la “iglesia primitiva” fundada en el año 33 d.C. La pregunta pertinente es: ¿Queremos “restaurar” esta iglesia? 

III. ANTIOQUÍA DE SIRIA: PRIMERA IGLESIA GENTIL

Aun cuando el primer boom misionero fue sin duda el ocurrido en el día de Pentecostés en Jerusalén, con tres mil almas convertidas al evangelio, no obstante, la primera misión entre los gentiles (aparte del centurión romano – Hechos 10) fue llevada a cabo por discípulos “de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (Hechos 11:19-20). Estos “evangelistas” habían salido de Jerusalén huyendo de la persecución que hubo con motivo del discurso de Esteban (Hechos 8:4; 11:19). Sin duda, el hecho de ser judíos de la diáspora (helenistas), con una mentalidad más abierta, facilitó el acceso a los gentiles para hablarles del evangelio.

El resultado de hablar la palabra también a los griegos fue que: “la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hechos 11:21). Lucas resume este evento misionero diciendo: “Y una gran multitud fue agregada al Señor” (Hechos 11:24b). 

Si la iglesia de Jerusalén había sido la iglesia “madre” para los judíos, la iglesia de Antioquía se convirtió en la iglesia “madre” para los gentiles. Pero la iglesia “primitiva” propiamente dicha fue la iglesia de Jerusalén, cuna del movimiento cristiano, que, como hemos visto, siguió guardando las costumbres judías.

IV. PABLO Y LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA

La noticia del nacimiento de la iglesia entre los griegos llegó pronto a Jerusalén, cuyos líderes (los Apóstoles – Hechos 8:1) enviaron a Bernabé a Antioquía, el cual percibió la importancia de lo que estaba ocurriendo en la tercera ciudad del Imperio. Así pues, sin demora, Bernabé se dirigió a Tarso en busca de Pablo (por carretera hoy, 228 km), y vueltos ambos a Antioquía “permanecieron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” (Hechos 11:22-26). Pablo no fundó esta iglesia (tampoco Pedro), pero fue un hito fundamental para su crecimiento y su visión misionera (Hechos 13:1-3). Después de su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé “continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos” (Hechos 15:35). Después del segundo viaje misionero, el Apóstol todavía pasó en esta ciudad “algún tiempo” (Hechos 18:23). Este “algún tiempo” fue la última vez que Pablo estuvo en Antioquía, pues finalizando el tercero y último viaje misionero, y deseando ir directamente a Jerusalén para estar allí en la fiesta de Pentecostés (Hechos 20:16), se cumplieron las advertencias proféticas que durante su viaje se le fue anunciando: su apresamiento en Jerusalén (Hechos 21:4, 10-11). Desde Jerusalén (y tras dos años de cautividad en Cesarea –Hechos 23:23-35; 24:27), Pablo fue llevado a Roma para comparecer ante César, a quien el Apóstol había apelado (Hechos 25:10-12).

V. PERFIL RELIGIOSO DE LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA

La iglesia de Antioquía de Siria, primera iglesia entre los gentiles, se convirtió en el “cuartel general” de los tres viajes misioneros del apóstol Pablo (Hechos 13:1-3; 15:35-36; 18:22-23). Es decir, no fue en la iglesia de Jerusalén donde surgió la iniciativa de llevar la palabra “hasta lo último de la Tierra” (Hechos 1:8), sino en la iglesia de Antioquía. Un líder de la segunda generación en esta iglesia, y posible discípulo directo de Pablo, fue Ignacio de Antioquía (40-107 [113?] d.C.), obispo a la sazón hasta su martirio en tiempo del emperador Trajano. Se conocen 13 cartas atribuidas a él dirigidas a las iglesias, entre otras, de Roma, de Filipos, de Éfeso…; una literatura de gran valor histórico y exegético.

Tres elementos significativos sugieren que la iglesia surgida en esta ciudad (como en todas las demás en el mundo gentil) sería muy diferente a la de Jerusalén: 

•La composición multicultural de su población: griegos, romanos, sirios y judíos [la diáspora judía estaba presente en todas las ciudades importantes del Imperio. [Ver Hechos 13:14; 14:1; 17:1; 18:4; 19:8; etc.]; 

•La naturaleza socio-religiosa de los “evangelistas” que predicaron la palabra allí: judíos de Chipre y de Cirene; o sea, helenistas; y 

•Las personas que lideraron la iglesia durante el primer año: Bernabé y Pablo (Pablo y Bernabé). 

Las diferencias socio-religiosas entre los discípulos judíos y los discípulos gentiles devino en un choque religioso-cultural. Iniciado el movimiento cristiano en el mundo gentil, este recibió la visita de líderes cristianos procedente de Judea que llevaban sus costumbres judías, las cuales quisieron imponer: “si no se circuncidaban conforme al rito de Moisés, no podían ser salvos” (Hechos 15:1). Fue tal la discusión de Pablo y Bernabé con estos misioneros de Judea, que dispusieron subir a Jerusalén para tratar esta cuestión “con los Apóstoles y los ancianos” (Hechos 15:2). Este encuentro en Jerusalén, y la dura discusión que se llevó a cabo acerca de observar o no la ley, marcó un antes y un después en el cristianismo primitivo. En principio con este resultado: El cristianismo judío seguiría observando la ley, mientras que el gentil sólo observaría “algunas cosas necesarias de la ley” (Hech. 15:28-29; 21:25). Se sobreentiende que en las iglesias netamente griegas los cristianos no necesitaban observar dichas “cosas necesarias de la ley”, que tenían como fin la fraternidad entre judíos y gentiles cristianos. 

VI. “LOS DE LA CIRCUNCISIÓN” (Hechos 10:45)

Lucas escribe el libro de Hechos allá por los años 70-75 dC. Gran parte de este libro lo escribió a partir de informaciones ajenas, que fue armonizando como mejor pudo. No obstante, conocía de primera mano las secuelas de la tensión histórica entre judíos y gentiles en la Iglesia. De hecho, él pertenecía cultural e históricamente al grupo “del evangelio de la incircuncisión”. Desde esta perspectiva en el tiempo, Lucas se está refiriendo a la Iglesia primitiva judeocristiana, como “los de la circuncisión” en contraste con la Iglesia gentil, “los de la incircuncisión” (cof. Gál. 2:7-8). Un detalle muy importante a tener en cuenta: Cuando Lucas escribe Hechos, los “fieles de la circuncisión” (los judeocristianos) son bien considerados, ¡constituían la iglesia madre! Esta referencia de Lucas a “los de la circuncisión” nos obliga, no obstante, a hacer un análisis más detallado. Según a qué momento histórico pertenece el escrito bíblico, esta expresión tiene un sentido diferente. No tiene el mismo sentido en el libro de Hechos y en las primeras cartas de Pablo que en las Pastorales, por ejemplo. Así, la expresión “los de la circuncisión”, tiene al menos estas tres connotaciones:

1. “Los de la circuncisión” como grupo fundante del cristianismo

Lucas se refiere a los creyentes de Judea (la iglesia judeocristiana) como “los de la circuncisión” o “los fieles de la circuncisión” (Hechos 10:45; 11:2). En Hechos, esta denominación tiene siempre un carácter socio-religioso para distinguir los dos grandes grupos que constituía el cristianismo primitivo: el judío y el gentil. Pablo, por su parte, usa esta misma expresión en contextos y con sentidos diferentes. La usa para distinguir a los judíos de los gentiles en general (Romanos 3:30; 4:9). Con un sentido parecido, la usa para referirse a los campos de misión a los que han sido enviados él y el apóstol Pedro, con el nombre de “el evangelio de la circuncisión” y “el evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7-8). Pablo usa también esta expresión con el mismo sentido socio-religioso que Lucas, para referirse a los judeocristianos (Gálatas 2:12).

Que “los de la circuncisión” no formaban un grupo disidente del cristianismo oficial lo muestran dos hechos notables:

Los “fieles de la circuncisión” que fueron a Antioquía eran uña y carne con Santiago, una columna de la iglesia de Jerusalén, pues fueron allí a instancia de él. Además, debieron gozar de una reputación social y religiosa bastante importante dentro de la Iglesia de Jerusalén, pues estos “fieles” influenciaron a Pedro (y a los demás judíos e incluso a Bernabé) hasta el punto de que se abstuvieron de confraternizar con los gentiles, actuando hipócritamente, actitud que Pablo reprochó públicamente después (Gálatas 2:11-14).

Los discípulos judíos de Hope que acompañaron a Pedro hasta Cesarea, a casa de Cornelio, pertenecían a este grupo de “fieles de la circuncisión”. El apelativo “fieles” que usa Lucas para referirse a estos discípulos judíos significa que eran “cristianos fieles” que, no obstante, seguían observando los preceptos de la ley (Hechos 10:45).

2. “Los de la circuncisión” como cuerpo eclesial dominante del cristianismo palestinense

El hecho de que se diga que eran “millares” los judíos que habían creído, y, además, todos eran “celosos por la ley” (Hechos 21:20) quiere decir que esa era la naturaleza de la iglesia en Jerusalén. Es decir, cuando Pablo llegó a Jerusalén, al final de su tercer viaje misionero (año 58 ó 59 d.C.), el grupo de “los de la circuncisión” representaba la totalidad de la iglesia. La declaración de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén al Apóstol, “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”, indica suficientemente que la iglesia primitiva era fiel observadora de la ley de Moisés. 

3. “Los contumaces… de la circuncisión”

No obstante, pasado el tiempo (en la época de las Pastorales), la Iglesia gentil, que ya era mayoritaria, y se estaba institucionalizando en el mundo greco-romano, ya no tenía la misma consideración hacia aquellos “fieles de la circuncisión”. Ahora el epíteto se ha convertido en “[los] contumaces y engañadores… de la circuncisión” (Tito 1:10). Esta consideración tan diferente del autor de la Pastoral hacia los judeocristianos (¡la iglesia primitiva!) indica que ha pasado mucho tiempo desde los escritos de Pablo y de Lucas (evadimos aquí el tema de la autoría y la datación de las Pastorales por salirse del propósito de este trabajo). 

VII. EL CONCILIO DE JERUSALÉN, UNA MIRADA RETROSPECTIVA

Según la conclusión del “concilio” llevado a cabo en Jerusalén sobre el año 49 dC sabemos que la obligatoriedad o no de la circuncisión para los gentiles no fue el único tema que se discutió, pues en el consenso que devino de la reunión se “impuso” a los discípulos gentiles algunos preceptos de la ley (excepto la circuncisión). Un estudio más profundo nos mostraría que esta imposición tenía un fin pastoral: la fraternidad entre judíos y gentiles en las iglesias mixtas. Los preceptos impuestos a los gentiles facilitaba la fraternidad con los judeocristianos. En las iglesias netamente gentiles, como ya hemos dicho más arriba, dichos preceptos no serían necesarios. 

¿Qué implica que los apóstoles y los ancianos tuvieran que dirimir en un “concilio” si los gentiles tenían o no que observar la ley? 

En primer lugar, implica que alguno de los grupos contendientes estaba guardando la ley, y este grupo obviamente era el formado por los judeocristianos de Jerusalén (¡la “iglesia primitiva”!). El hecho de que a esos “misioneros” de Judea no se les hubiera “dado orden” en Jerusalén (Hech. 15:24) para que los gentiles guardaran la ley, no significa que la iglesia de Jerusalén no estuviera guardándola, y que estuviera presionando para que los gentiles la guardaran, ¿a qué, si no, la celebración de un “concilio” para debatir si los gentiles debían observar la ley o no? 

En segundo lugar, este “concilio” pone de relieve que, si bien los gentiles estaban exentos de observar cualquier precepto de la ley, los judíos que habían creído no pensaban igual. Fue la reflexión teológica (“mucha discusión” – 15:7) en este “concilio” lo que aportó luz para comprender que era posible el evangelio “sin” la observancia de la ley. Para ello fue necesario interpretar lo que había ocurrido en casa de Cornelio (según el relato de Lucas): “Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros…” (Hechos 15:7-12). 

En tercer lugar, este “concilio” pone en evidencia también que los gentiles de Antioquía que habían creído en el evangelio no quisieron “parecerse” a la iglesia “madre” de Jerusalén, nacida en el día de Pentecostés el año 33 d.C. ¡Qué diferencia con la obsesión de algunos líderes de las Iglesias de Cristo, que quieren a toda costa “parecerse” a la iglesia primitiva de Jerusalén!. En realidad, dicho “concilio” fue una protesta en toda regla de los cristianos gentiles porque no querían ser “como” la Iglesia “madre” originaria.

VIII. EL APOSTOLADO DE LA CIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

El término “judeocristiano” no aparece en el Nuevo Testamento; aquí se les conoce como «los de la circuncisión». El término judeocristiano es una creación de la ciencia moderna acuñado en el siglo XIX para designar a los discípulos de Jesús que, a sabiendas, habrían querido permanecer cercanos al judaísmo. Estos judeocristianos se dividen en dos grupos, según su lengua materna: el arameo-hebreo, por un lado, y el griego, por otro (Hechos 6:1), que se corresponden a los judeocristianos de Judea y a los de la diáspora respectivamente. El término judaizante, igualmente, es una referencia más marcada de aquellos discípulos judíos que, además de guardar la ley de Moisés, querían imponerla a los gentiles (“Judeocristianos, los discípulos olvidados”, Jean-Pierre Lémonon).

Todas las personas que formaban la iglesia “primitiva” eran de origen judío y siguieron guardando las “costumbres” de la ley (Hechos 15; 21: 17-25). Esto es comprensible si pensamos que las personas de Jerusalén que creyeron en Jesús no dejaron de ser judías, tanto las residentes en Palestina como las que residían en la diáspora. Tras de sí había siglos de tradiciones sociales y religiosas que marcaban un estilo de vida desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Por qué tendrían que romper, de un día para otro, con toda esa carga emocional, psicológica, familiar, social y religiosa? ¿Por qué tendrían que abandonar la señal del pacto de Dios con Abraham: la circuncisión (Génesis 17); la fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud egipcia: la pascua (Éxodo 12); y las reglas alimentarias… (Levítico 11-sigs.)? 

Guardar estas costumbres, en la nueva dispensación de la gracia, no era necesario para ser salvo, pero guardarlas era compatible con la fe que salva, al menos para los judíos que creyeron –y creen– en el evangelio. Otra cosa diferente eran los judaizantes; es decir, aquellos judeocristianos que además de guardar la ley querían imponerla a los gentiles. Pablo, con la definición de “el apostolado de la circuncisión” estaba reconociendo el estilo de vida religioso de los discípulos judíos que seguían guardando la ley (Gálatas 2:7-8). 

1. Guardar la ley: identidad de la iglesia “primitiva”

Nuestra educación religiosa (de las Iglesias de Cristo) nos impide asumir que la “iglesia primitiva” seguía apegada a la ley, incluso después del “concilio” de la concordia (Hechos 15).

Esta iglesia primitiva, apostólica, fundada en el día de Pentecostés (que seguía observando la ley), fue la iglesia a través de la cual el Espíritu Santo se hizo presente: con dones de lenguas (Hechos 2), con milagros (Hechos 3:1 sigs.; 5:12 sigs.; 9:40 sigs.), en la oración (Hechos 4:31), en la imposición de manos (Hechos 8:14-19), fortaleciendo las iglesias (Hechos 9:31)… Fue tal su condición, que enfrentó un “concilio” para discutir la necesidad o no de que los gentiles guardaran la ley. La conclusión a la que llegaron fue que los gentiles solo deberían cumplir algunos preceptos de la ley (¡para poder fraternizar con ellos!). Los líderes presentes en dicho “concilio” no fueron subalternos, sino los apóstoles y los ancianos de la iglesia de Jerusalén (Hechos 15:2). Además, para estos líderes de la iglesia primitiva, guardar la ley era “andar ordenadamente” (Hechos 21:24).

2. Pedro y Pablo: dos ámbitos misioneros 

Pablo, tras su conversión, se destacó como un líder excepcional en el campo gentil, para cuyo apostolado había sido llamado (Hechos 26:16-18). Después de una carrera misionera productiva fuera de Palestina, quiso compartir con los que eran considerados «columnas» de la iglesia de Jerusalén (Pedro, Jacobo y Juan) lo que había estado enseñando entre los gentiles. Es obvio que en este encuentro también Pedro, como líder prominente entre los otros apóstoles, compartiera qué enseñaban ellos entre los judíos. Ambos, Pedro y Pablo, eran conscientes de las diferencias de sus ministerios por causa de los campos distintos de misión; por ello, y por mutuo acuerdo, demarcaron dos ámbitos culturales de trabajo: Pedro (y los demás de la circuncisión) seguiría desarrollando su ministerio entre los judíos, y Pablo haría lo propio entre los gentiles, como había venido haciendo: “pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en [Pablo] para con los gentiles” (Gálatas 2:6-9). 

El concepto que subyace en la reflexión de Pablo en Gálatas 2:7-8 es nada más y nada menos que el telón de fondo sobre el que se desarrolla la historia del cristianismo primitivo, con una Iglesia judía que seguía guardando la ley y una Iglesia gentil exenta de guardar dicha ley (salvo algunos preceptos de la misma para la fraternidad entre gentiles y judíos). El concilio de Jerusalén pone en evidencia la existencia de estas dos iglesias sincrónicas: la judía y la gentil. Hechos 15 y 21:17-25 refleja sólo la punta del iceberg de esta realidad. En nuestros estudios bíblicos, pasamos de puntillas por este cuadro histórico que nos muestra el libro de los Hechos.

3. Exclusión progresiva de la Iglesia “primitiva”

Ya hemos dicho que en el cristianismo primitivo fue compatible la coexistencia de una iglesia judía y otra gentil (Gálatas 2:7-9). En el “concilio” de Jerusalén se selló la concordia entre ambas Iglesias (Hechos 15:1-35; 21:17-25). No obstante de que esto fue así, el tiempo fue mostrando que esa fraternidad, en cuyo consenso fue partícipe el Espíritu Santo (Hechos 15:28), se fue viciando y, finalmente, degradando hasta casi el odio en la medida que la Iglesia helenista fue adquiriendo protagonismo, reconocimiento y mayoría (¡al precio de ir perdiendo el vínculo con sus raíces naturales! – ver Romanos 11:11-24). Todo parece indicar que del rechazo a lo “judaizante” se pasó al rechazo de lo “judeocristiano” y de esto al rechazo total a todo lo que olía a “judío”. Las Pastorales ya dan muestras de esta tensión que terminó en un fiasco histórico.

En efecto, a finales de la “época apostólica” ya se perfila cierta intransigencia con «los de la circuncisión” (¡la Iglesia “primitiva”!); el autor de la Pastoral habla de ellos como los “contumaces, habladores de vanidades y engañadores” (Tito 1:10). 

Más tarde (año 110), Ignacio de Antioquía escribía a los magnesios: “Es absurdo apelar al nombre de Jesucristo y después vivir a lo judío; no es el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo el que creyó en el cristianismo, donde se han reunido cuantos creen en Dios” (“El primer siglo cristiano”, Ignacio Errandonea S.J. – Escelicer, S.L.). No es el momento ahora para discutir la declaración de este mártir de Jesucristo, pero sus palabras nos acercan al sentir que la Iglesia helenizada iba asumiendo acerca de los judeocristianos. ¡El espíritu del “concilio” de Jerusalén se estaba olvidando! Tenemos que esperar un poco más, a mediado del siglo II, para escuchar al obispo de Asia Menor, Melitón de Sardes, el pernicioso dicho que llegaría a demostrarse en la historia posterior como muy nefasto: “Oídlo todas las estirpes de los pueblos, y vedlo: Un asesinato jamás sucedido antes tuvo lugar en Jerusalén […]. Dios fue asesinado, el Rey de Israel fue eliminado mediante la diestra de Israel”.[1]

Nacía así el reproche de que los judíos son asesinos de Dios. Aquí no se apuntaba ya a convertir a los judíos, ni a los judeocristianos, sino a combatirlos (“El Cristianismo”, Hans Küng). Todos conocemos la historia del antisemitismo en Europa que llegó a su clímax con el Holocausto. Antisemitismo del cual el cristianismo de occidente no fue ajeno (Judeofobia, Gustavo D. Perednik). Según los estudiosos, no existe mucha información directa sobre la “Iglesia judeocristiana” tras la guerra del año 70; y la información que hay procede de reseñas de apologistas cristianos de los siglos II, III y IV, como Justino, Tertuliano, Ireneo, Eusebio, etc. Reseñas que pertenecen a la historia que escribió la Iglesia triunfante (Los judeocristianos: testigos olvidados, Jean-Pierre Lémonon). 

IX. EL APOSTOLADO DE LA INCIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

Si de entre los judeocristianos, los judaizantes no se hubieran empeñado en imponer la ley a los gentiles, probablemente hubiera ocurrido estas tres cosas: 

a) La iglesia judeocristiana habría tenido más posibilidades de subsistir en el tiempo y en el espacio, al menos en el entorno judío, que era su especial horizonte misionero (Gálatas 2:9);

b) El cristianismo habría sido más plural. Se habría evitado, por un lado, la persecución a los judíos, y, por otro, las guerras religiosas entre cristianos.

c) Como contrapartida, las cartas de Pablo habrían tenido otro calado, incluso la nomenclatura del Nuevo Testamento habría sido diferente. Pero esto solo es una especulación.

Según las cartas de Pablo, especialmente la dirigida a las iglesias de Galacia, los judaizantes fueron “misioneros” muy activos, no solo en el entorno judeocristiano, donde se sentirían como peces en el agua, sino también en el campo de misión gentil: aquí como intrusos (ver Gálatas 3:1 ss.; 5:1-12). Esta polémica, que a nosotros nos ha llegado de forma literaria, debió de haber sido una enconada, viva y persistente lucha apologética entre las comunidades gentiles, evangelizadas y adoctrinadas por Pablo y sus discípulos, y las comunidades judaizantes con sus maestros a la cabeza. Con el tiempo, esta encarnizada apología se fue convirtiendo en una inevitable enemistad más allá de la simple dialéctica, según vemos en la literatura patrística (Ignacio de Antioquía, Justino…).

El vocablo “incircuncisión” nos lleva mentalmente al principal artífice de la teología cristiana y autor literario de la mayor parte del Nuevo Testamento: Saulo de Tarso (Pablo). 

Desde su experiencia en el camino hacia Damasco, el Apóstol de los gentiles había adquirido la noción de que la buena nueva (el evangelio) era un don gratuito, de ámbito universal y al margen e independiente de la ley judía (Gálatas 1:11-12). Su vocación era especialmente hacia los gentiles (Hechos 26:16-18). Con mucho orgullo Pablo se autodefinía como “apóstol de los gentiles” y, por lo tanto, “honraba su ministerio” (Romanos 11:13). Y aquello que fue tan difícil de entender al principio para los judeocristianos –judaizantes o no (ver Hechos 11:1-2, 18)–, Pablo dice que era un misterio escondido que le fue revelado a él: “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:1-6). Pedro, después de su experiencia con la conversión de Cornelio (Hechos 10), llegó a la misma conclusión (Hechos 15:7-11), al menos así lo refiere el autor de Hechos.

En la epístola a los Gálatas tenemos una exhaustiva exposición teológica del evangelio (de la gracia); su objetivo: además de exponer cuál era el mensaje que Pablo predicaba entre los gentiles, ilustrar tanto a gentiles como a judaizantes, especialmente a estos, la suficiencia y la superioridad de la fe sobre las obras de la ley en orden a la salvación:

“sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado… pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:16-21).

Por ello, imponer la ley como requisito para ser salvo suponía “volver a lo que era figura y sombra de los bienes venideros” (Colosenses 2:16-17; Hebreos 10:1). Distanciarse de los judaizantes, por lo tanto, no sólo era una necesidad teológica, sino un camino sin retorno; el evangelio de la incircuncisión tenía como vocación y meta primeramente a los incircuncisos sin excluir a los circuncisos (Gálatas 5:6). 

X. DE LA GRACIA HABÉIS CAÍDO

Ahora bien, ¿cómo entendemos la polémica con los judaizantes? ¿Está Pablo condenando a “todos” los que observan la ley “cualquiera” que sea el motivo? ¿Pervertían el evangelio por el hecho de observar la ley como estilo religioso de vida? Veamos:

a) “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis” (Gálatas 5:4). 

Pablo no está diciendo que “todos” los que observaban la ley estaban “desligados de Cristo”, sino “aquellos que” buscaban justificarse por las obras de la ley (“los que por la ley os justificáis”). Esta obviedad, además de la gramatical, es evidente por estas dos razones: 

Primera: en el concilio de Jerusalén dejaron claro que, aun cuando los gentiles no necesitaban observar la ley, los judeocristianos sí la guardarían: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley […] Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto…» (Hechos 21:20, 24-25). Los judeocristianos no guardaban “esto” (la ley) para salvarse; luego ellos no estaban desligados de Cristo ni «caídos de la gracia». 

Segunda: Pablo observaba la ley de manera ordinaria (Hechos 18:18, 21; 20:16); y en casos puntuales, con un propósito (1 Corintios 9:20). Pero Pablo tampoco estaba desligado de Cristo. Se supone que tampoco estaba contradiciéndose. 

1. “Quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-10).

Este texto es la introducción mediante la cual Pablo va a exponer teológicamente su evangelio de la gracia, cuyo contexto es la labor proselitista de los judaizantes que habían llegado a las iglesias fundadas por el Apóstol (Gálatas 3:1-5). Como deducción coherente con el punto anterior, los judeocristianos no podían ser los que estaban pervirtiendo el evangelio, pues Pablo, además de observar también la ley, siempre tuvo una buena conexión con ellos (Hechos 21:21-24; Gálatas 2:7-9), sino los que iban imponiendo la ley “como requisito” para ser salvos. Es decir, practicar la circuncisión, como rito de la señal del pacto con Abraham; observar las fiestas judías que celebraban la relación de Dios con el pueblo judío; seguir las reglas alimentarias, etc., como estilo de vida religioso, no suponía competir con la gracia ni adherirse a otra alternativa diferente de ella. La observancia de la ley, en este sentido, es una expresión piadosa ancestral de los israelitas, «de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4).

XI. A MODO DE CONCLUSIÓN

Todo cuanto antecede es un breve repaso de los inicios del cristianismo primitivo relacionado con el tema que aquí discutimos, y que evocamos sintéticamente:

a) La iglesia nació en Jerusalén sobre el año 33 d.C. Esta iglesia estaba formada por personas judías en su totalidad. 

b) Esta iglesia nacida en Jerusalén continuó observando las costumbres judías inscritas en el Antiguo Testamento (la Ley).

c) La aceptación de la buena nueva por parte de los gentiles originó una tensión entre estos y los judeocristianos, los cuales, además de seguir observando las costumbres judías, algunos quisieron imponerlas a los gentiles.

d) La solución de este problema surgido se dirimió en el llamado “concilio” de Jerusalén sobre el año 49 dC. 

e) Es notoria –¡y sorprendente!– la perplejidad de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén porque los gentiles también estuvieran incluidos en la promesa de salvación.

f) Es también notorio –¡y no menos sorprendente!– que Pedro no hubiera predicado el evangelio a un gentil hasta la ocasión del centurión romano.

g) El “concilio” en Jerusalén pone en evidencia que la iglesia gentil (de Antioquía) no quiso “parecerse” a la iglesia de Jerusalén, precisamente porque no aceptaron la imposición de la ley de Moisés, salvo algunos preceptos de ella (Por cuestiones pastorales).

Si todo cuanto hemos expuesto en estas notas es correcto, ¿qué implicaciones puede tener en un análisis crítico respecto a la antítesis «Nuevo Testamento versus Viejo Testamento»? Pero sobre todo, la cuestión que justifica este análisis (para los líderes de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración), ¿Qué iglesia deseamos “restaurar”, la de Jerusalén o la de Antioquía?

Obviamente, el Nuevo Testamento habla de “una” Iglesia, que es el Cuerpo “uno” de Cristo, etc. Pero esta Iglesia de la cual escriben los hagiógrafos, especialmente el autor de las Pastorales, es una Iglesia “teologizada”, teórica, abstracta, pero diferente de las iglesias históricas, plurales y diversas, que dieron origen al cristianismo primitivo, que fue heterogéneo, y de cuya heterogeneidad da cuenta el Nuevo Testamento.♦︎

Notas:

  1. Sobre la Pascua (96), Melitón de Sardis: 

https://ccjr.us/dialogika-resources/primary-texts-from-the-history-of-the-relationship/melito-of-sardis (visto 24/04/2023 – inglés).

Ver: Revista Renovación nº 98 y “12 tópicos revisados de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración”.

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lucas 24:5).


El lector curioso de los relatos evangélicos sobre la resurrección de Jesús se queda algo sorprendido cuando coteja la narrativa de los cuatro evangelistas. ¿Cuándo resucitó Jesús? ¿A quién se apareció primero y dónde? ¿Tuvo a los discípulos de acá para allá, de Judea a Galilea, para reencontrarse con ellos? ¿Durante cuarenta días? ¿Desde dónde exactamente fue “ascendido al cielo”? ¿Qué clase de resurrección fue la de Jesús? ¿Fue importante la tumba vacía como nota apologética en la predicación posterior?…

Estas preguntas han hecho gastar mucha tinta durante los dos últimos siglos… y la que hará gastar todavía. Aquí no vamos a responderlas. No tenemos los recursos para hacerlo. En el fondo, tampoco es necesario. ¿Qué hubiera aportado a la fe cristiana las respuestas correctas a dichas preguntas? Visto desde otro punto de vista, ¿no hubiera resultado sospechoso un exceso de coherencia y exactitud en los relatos? En última instancia, tenemos lo que tenemos. Y lo que tenemos fue el resultado de la fe, no el objeto de ella. Es decir, cualquier cosa que impulsó a los discípulos a predicar al “Resucitado” estaba más allá de la concordancia de los testimonios en sí, o incluso de la tumba vacía, de la cual nunca hablaron en sus predicaciones para afirma su fe. 

La fe de la Iglesia, desde su mismo origen, se fundamentó en la vivencia personal, consciente, indubitable de los testigos: que el Jesús que habían crucificado y enterrado en una tumba, estaba vivo. Que el “Resucitado” pudiera comer y beber, aparecer y desaparecer, atravesar paredes… son formas de comunicar sus vivencias que estaban por encima de la comprensión de los testigos. ¿Qué lenguaje, símbolos, metáforas, podrían utilizar? ¿La tumba vacía? ¿Es que hacía falta que estuviera vacía? ¿Ascendido al cielo? ¿Qué cielo? ¿Hacia qué dirección? ¿A la derecha del Padre? ¿Y dónde está el Padre y cuál es Su derecha?… 

La mejor pregunta fue la que formuló el “ángel” en la puerta del sepulcro donde habían enterrado a Jesús: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. Eso es, ¿por qué buscamos vida, la vida, donde no hay vida? La religión, cualquier religión –incluso la adjetivada como “cristiana”- no ofrece, no puede ofrecer vida. Ofrece eso: religión, dormidera… sólo Aquel que resucitó al “Crucificado”, el Dios vivo, el Dios de la Vida, es el único que puede darnos vida. Vida aquí y ahora, cierta calidad de vida.

Emilio Lospitao