¿Predicador o Pastor?


(Escrito originalmente para los líderes de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Renovación)

El nombre “Pastor” es característico de las iglesias surgidas de la Reforma protestante para referirse a sus ministros de culto. Esto es debido, quizás, a que el término “sacerdote” de la Iglesia Católica Romana se rescató con un sentido universal para todos los creyentes. El término “Pastor”, como título, se suele usar no sólo entre las iglesias protestantes históricas, sino entre las iglesias evangélicas en general. El Pastor es el ministro de culto oficialmente reconocido por una iglesia local en la mayoría de las denominaciones, aunque en algunas se conserva el título de Obispo.

Sin embargo, “Predicador” es el nombre por el cual, normalmente, se suele conocer a la persona que expone las enseñanzas de la Biblia, bien a través de estudios o disertaciones temáticas (sermones), en las Iglesias de Cristo. En la mayoría de los casos, el “Predicador” es el “ministro de culto” equivalente al “Pastor” de las iglesias aludidas anteriormente. No obstante, se rehúsa el título de “Pastor”, en singular, toda vez que la organización de la Iglesia de Cristo está constituida por una pluralidad de Ancianos. Es decir, en las Iglesias de Cristo no hay un Pastor, sino una pluralidad de Pastores, usualmente llamados “Ancianos” (rara vez Obispos). Aun así, la persona que monopoliza el púlpito, casi institucionalmente, para predicar y enseñar, es el “Predicador”, que no es necesariamente Anciano, aunque puede serlo.

¿Tiene algún fundamento bíblico la figura del “Predicador”, tal como está institucionalizado en las Iglesias de Cristo? ¿Se le puede llamar “Pastor”, si reúne los requisitos y lleva a cabo las funciones propias de éste? ¿Usurpa el título de Pastor el “Predicador” que cumple con los requisitos del Anciano, pero no ha sido designado como tal? ¿Tiene responsabilidades pastorales el “Predicador”? ¿Quién designa o elige al “Predicador” en la iglesia? ¿Qué requisitos debe reunir un candidato para ser reconocido como “Predicador”? ¿Necesita los mismos, más o menos requisitos el “Predicador” que el Anciano para ser designado como tal? ¿Dónde está establecido en el Nuevo Testamento la forma de elegir al “Predicador”? ¿…?

ACLARANDO TÉRMINOS

En el Nuevo Testamento encontramos una variedad de nombres (Anciano, Obispo y Pastor) para referirse a las personas que tienen la responsabilidad de gobernar la iglesia local.

Anciano

El término griego para anciano es “presbíteros”, un adjetivo comparativo que significa “el más viejo”. La elección de personas mayores en edad para dirigir una comunidad, ya fuera ésta grande o pequeña, de carácter sagrado o profano, era usual en todas las culturas de la antigüedad. El Senado de la antigua Roma tenía como precedente este ancestral “consejo de Ancianos”. En Egipto, por ejemplo, existía esta institución (Génesis 50:7), y parece ser que los israelitas imitaron esta costumbre egipcia mientras aun estaban en esclavitud (Éxodo 3:16). Después, constituido como pueblo, mantuvieron esta mínima organización civil de carácter local (Deuteronomio 19:12; 21:2; 25:7). Finalmente, quedaría como norma en número de 70 ancianos con autoridad jurídica, que desembocaría en el histórico Sanedrín (Número 11:16-17; Jueces 8:14).
En la época del Nuevo Testamento, aparte del Sanedrín, la sinagoga estaba gobernada por un consejo de Ancianos a quienes Marcos llama “principales de la sinagoga” (Marcos 5:22). Estos no tenían títulos eclesiásticos, la sinagoga era una institución laica. La iglesia se organizó siguiendo el modelo de la sinagoga: se establecieron Ancianos para su gobierno local (Hechos 14:23). Al comparar la organización de la iglesia apostólica con el precedente judaico de la sinagoga y la organización secular social de su entorno, hallamos una no casual coincidencia. Lo contrario nos hubiera llamado la atención por su singularidad. Al considerar el convencionalismo, aunque atávico y sabio, de este consejo de Ancianos, que la iglesia se apropió para establecer su estructura organizativa, nos preguntamos si esta forma de gobierno “debe ser” la única para la iglesia, independientemente de cualquier circunstancia.

Obispo

El término, literalmente, significa supervisar, mirar, vigilar. Aparte del significado del término griego, la idea está recogida en las palabras de Pablo a los Ancianos de la iglesia de Éfeso: “Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (Hechos 20:28). Obviamente, estas personas, a las cuales el Apóstol les exhorta y les llama obispos, son las mismas que antes Lucas ha llamado Ancianos (Hechos 20:17). Es decir, los nombres Anciano y Obispo se intercambian. El término Obispo se halla además en Filipenses 1:1; 1 Timoteo 3:2; Tito 1:7 y 1 Pedro 2:25.

Pastor

En principio, el término se refiere a la persona que guarda y cuida un rebaño de ovejas. Metafóricamente, se aplica a las personas que cuidan de la vida moral y espiritual de la iglesia. Una buena definición la hallamos en el texto de Lucas: “para apacentar la iglesia del Señor” (Hechos 20:28) y en estas palabras de Pedro: “apacentad la grey de Dios que está entre vosotros” (1 Pedro 5:2). En este sentido metafórico la usa el profeta hablando en nombre de Dios: “y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia” (Jeremías 3:15). Y usando el mismo lenguaje metafórico, Jesús se definió a sí mismo como “el buen pastor” (Juan 10:11). En el Nuevo Testamento, para referirse al Anciano, el término Pastor aparece una sola vez, en una lista de dones y ministerios, entre los cuales figuran además los apóstoles, los profetas, los evangelistas y los maestros (Efesios 4:11). El término “apacentar” comunica el mismo concepto, pues es sinónimo de “pastorear” (Juan 21:15 sig; Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2, 4). E implícitamente lo hallamos en esta expresión de Pedro: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores..” (1 Pedro 5:4). Pedro dice esto referido a los Ancianos entre los cuales él mismo se cuenta (1 Pedro 5:1). Como podemos observar, los términos Anciano y Pastor son intercambiables de la misma manera que los términos Anciano y Obispo (ver Hechos 20:17, 28).

¿PASTOR O PASTORES?

Como ya hemos dicho más arriba, la iglesia tomó como referencia la organización que ya estaba establecida en la sinagoga: un consejo de Ancianos. Este mimetismo organizativo de la sinagoga nos parece totalmente lógico toda vez que la iglesia se originó en un entorno social y religioso judío. Y ocurre que en el mundo gentil, gobernado por el imperio romano, también encontraba parangón con su organización secular, cuyas ciudades contaban con un consejo de Ancianos constituido por hombres mayores, respetados y elegidos por la comunidad. Pablo, de profundo arraigo rabínico, estableció Ancianos en las iglesias surgidas durante su primer viaje misionero, al estilo de la sinagoga (Hechos 14:23), y dio instrucciones a Timoteo y a Tito para que hicieran lo propio en la iglesia de Éfeso y en las iglesias de la isla de Creta, respectivamente (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:5-9). No sabemos cómo ni cuándo se nombraron, pero en la iglesia de Jerusalén ya había Ancianos en la fecha cuando se llevó a cabo el Concilio en el cual participaron juntamente con los Apóstoles (49 AD) (Hechos 15:2, 4, 22). Una cosa parece evidente: el término Anciano u Obispo aparece siempre en plural respecto a una iglesia local (Hechos 14:23; 20:17, 28; Filipenses 1:1).

No obstante, es muy interesante saber que ya a principios del siglo II esta institución eclesiástica evolucionó y diversificó las funciones o rangos entre el Obispo, en singular, y los “Presbíteros” (Ancianos), en plural. Es decir, lo que en la época apostólica parecía ser una diversidad terminológica (Anciano, Obispo o Pastor), posteriormente se constituyó en dos instituciones diferenciadas: el Obispo (Pastor), como la autoridad máxima en la iglesia local, y el “Presbiterio”, una pluralidad de “Presbíteros” (Ancianos) auxiliares del Obispo, como queda atestiguado en estas citas patrísticas:
“Justo es, pues, que en todas maneras glorifiquéis a Jesucristo, que tanto os ha glorificado, para que, ajustados bajo una misma disciplina, en todo viváis santificados, siempre sumisos al Obispo y al Presbiterio” (Carta de Ignacio de Antioquia a los efesios)[1]
“Yo que he tenido la dicha de veros a todos en la persona de Damas vuestro Obispo digno de Dios, y en la de los dignos presbíteros Baso y Apolonio, y en la de mi consiervo el diácono Zoción..” (Carta de Ignacio de Antioquia a los magnesios)[2]
¿Por qué evolucionó esta institución eclesiástica? ¿Evolucionó porque la eminencia de uno de los Obispos hizo sombra al resto del “Presbiterio”?[3] ¿Fue el abandono progresivo de una doctrina eclesiástica? ¿Quizás, en la práctica, dejó de funcionar bien el consejo de Ancianos? ¿Se debió al relajamiento de las responsabilidades que recaía en el Presbiterio primitivo y tomó el “timón” uno de ellos? No lo sabemos. Sí sabemos que, posteriormente, la autoridad del Obispo se ampliaría más allá del ámbito local, acaparando una provincia o una “diócesis” en las grandes ciudades. También sabemos que el siguiente paso fue la institución de los “patriarcados”, cuya autoridad abarcaba grandes regiones geográficas (Roma, Constantinopla, Alejandría, etc.). Y sabemos también que, finalmente, la institución del papado sucedió a la del patriarcado.

¿ANCIANO, PASTOR U OBISPO?

¿Por qué le llamamos Anciano, en las Iglesias de Cristo, y no Pastor u Obispo, que son nombres intercambiables? Que no le llamemos Obispo es comprensible por las connotaciones que evoca al Obispo de la Iglesia Católica Romana, ¿huimos también de llamarle Pastor por las connotaciones que evoca al Pastor protestante? Si esto es así, tendremos que reconocer que no somos todo lo bíblicamente libres que decimos ser toda vez que la historia y los prejuicios nos condiciona. Dicho de otra manera: echamos por tierra nuestros propios argumentos en el sentido de que enseñamos que los términos Anciano, Obispo y Pastor son intercambiables. Si son intercambiables, ¿por qué no intercambiamos y usamos indistintamente dichos nombres?

¿PREDICADOR O EVANGELISTA?

El término “predicador”

El significado del término “predicador”, ya sea como sustantivo o como adjetivo, tenemos que buscarlo en el DRAE[4] [Orador sagrado], ya que en los Diccionarios Bíblicos y en la Enciclopedia de la Biblia que consultamos ni siquiera consta. Vine[5] incluye una nota al término Kerux (heraldo) y dice que “indica al predicador dando una proclamación”. Obviando el significado de la raíz griega para “predicador”, sus sinónimos pueden ser: “heraldo”, “pregonero”, “evangelista”, “misionero” etc. No obstante, de las tres veces que aparece el término “predicador” en el Nuevo Testamento, en la Versión Reina-Valera, una se refiere al comentario que hicieron los atenienses respecto a Pablo [«predicador de nuevos dioses»] (Hechos 17:18), aunque la raíz griega es distinta. Las otras dos son atribuciones personales de Pablo: “fui constituido predicador y apóstol” (1 Timoteo 2:7; 2 Timoteo 1:11). Aparte de estos textos, como nombre o título no aparece más en el Nuevo Testamento. En 2 Pedro 2:5, cuya raíz gramatical es también kerux, se traduce como “pregonero”.

Adelantamos que nos es indiferente el nombre que usemos para referirnos a la persona que “predica”, “evangeliza” o “enseña” mediante la oratoria, ya sea desde un púlpito o desde el suelo llano, ya sea en el local donde se reúne la iglesia o en un lugar de tránsito público. Al que proclama el evangelio en público podemos llamarle “orador”, “conferenciante”, “disertador”, “evangelista”, “predicador”, “misionero” etc. Todos estos nombres pueden ser válidos, según en qué contexto. Pero qué duda cabe que las palabras (un nombre es una palabra) tienen lugar propio según sea la comunidad lingüística donde se usa (en España, por ejemplo, no usamos el verbo “platicar”, sino hablar, disertar, conversar, charlar, etc.). ¿Por qué, entonces, se ha acuñado el término “Predicador” casi de ámbito universal en la Iglesia de Cristo? ¿Quién acuñó este nombre? ¿Por qué se acuñó? Lo que queremos decir es esto: ¡Usamos conceptos e ideas (¿también doctrinas?) por simple inercia, sin razonarlos ni analizarlos! Si hay que llamar al que usa el púlpito “Predicador”, lo llamaremos así, pero no le demos categoría doctrinaria: hacemos el ridículo.

El término “evangelista”

El nombre de Evangelista (“mensajero de lo bueno”), como sinónimo de Predicador, aparece en la lista de dones de Efesios 4:11. Ahora bien, en el contexto misionero del Nuevo Testamento, el ministerio del Evangelista solía ser itinerante. Normalmente, no estaba afincado en una misma iglesia. A Felipe se le llama “el evangelista” (Hechos 21:8) y es comprensible por qué: ¡Salía a predicar! (Hechos 8:4-5, 26). Timoteo es exhortado a hacer “obra de evangelista” (2 Timoteo 4:5), es decir, a salir y anunciar el evangelio para ganar almas para Cristo. La afinidad más próxima del Evangelista, en cuanto a su cometido, sería el Apóstol (“enviado” a predicar). Pero sabemos que el término “apóstol” adquirió matices muy concretos aparte de su significación general (1 Corintios 9:1; Efesios 2:20; etc.).

Si queremos ser neotestamentarios, ¿por qué usamos un nombre que sólo aparece indirectamente en el Nuevo Testamento, como es el de “Predicador”, y no el de Evangelista, que aparece como un don y un ministerio específico (Efesios 4:11)?

REQUISITOS DE LOS ANCIANOS (OBISPOS O PASTORES)

Los requisitos o condiciones para ser elegido Anciano (Pastor u Obispo) se encuentran expresamente en 1 Timoteo 3:1-7 y en Tito 1:5-9. Una cuestión muy importante a este respecto es si dichos requisitos, uno por uno, son necesarios e inexcusables que los candidatos reúnan, o son orientaciones para elegir lo mejor entre lo mejor. Sea como sea, las condiciones que deben reunir los candidatos para aspirar a ser Anciano (Obispo, Pastor) tienen que ver con áreas concretas de su vida: personal, familiar y social.

Área personal

El Obispo NO DEBE ser:
Soberbio, iracundo, dado al vino, pendenciero, codicioso de ganancias deshonestas, neófito [en la fe].

Por el contrario, DEBE ser:
hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, amable, apacible, apto para enseñar, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza (Tito 1:6-9; 1 Timoteo 3:2-3).

Área familiar
El Obispo DEBE tener solvencia de que gobierna bien su casa, que tiene a sus hijos en sujeción con toda honestidad y que éstos no estén acusados de disolución ni de rebeldía.

Además, debe ser marido de una sola mujer. ¿Qué significa “marido de una sola mujer”? Se ha deducido de esta frase que el Obispo debe ser casado, ¿pero quiere decir el texto que el Obispo debe estar casado, o que si está casado sea marido de una sola mujer? ¿Haría falta especificar que debe estar casado con una mujer? ¿Cuál es el contexto? ¿La poliginia lícita en aquella sociedad, tanto en la judía como en la grecorromana, o los matrimonios homosexuales actuales? El contexto parece ser la poliginia. Entre los convertidos al evangelio había hombres que tenían varias mujeres, pero la enseñanza evangélica introdujo la monogamia, como “era en el principio” [dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer] (Génesis 2:24; Efesios 5:31). La exégesis más correcta, a la luz de su contexto, es que en el caso de que el aspirante sea casado, éste sea marido de una sola mujer. Pero ni siquiera el requisito de tener hijos creyentes implica que debe estar casado; sino que aquellos que tienen hijos, que éstos muestren ser frutos de un hogar cristiano digno de ser imitado. Es cierto que el hombre casado y con hijos, cuyo hogar refleja esas virtudes (fe y respeto), ofrece más garantías de gobernar bien la iglesia que otro que desconoce la experiencia de gobernar un hogar y de educar unos hijos. Así pues, entre aspirantes casados y con hijos, se requiere que sean elegidos aquellos que tienen hijos creyentes lo cual indicaría que el candidato ha sabido guiar a sus propios hijos hacia la fe. Aun cuando la fe es individual e intransferible, es un buen indicador para el candidato que sus hijos hayan abrazado la fe siguiendo los pasos fieles de su progenitor. Aun así, no sería justo, hoy, desechar a un candidato, padre de familia numerosa, porque uno o algunos de sus hijos hayan elegido el camino del mal o el de la incredulidad [no es de todos la fe] (2 Tesalonicenses 3:2). Ni sería justo elegir a un candidato que carece de los requisitos personales, simplemente porque tiene hijos creyentes, y descalificar al candidato que supera aquellos requisitos personales porque simplemente no tiene hijos.

Área social

El Obispo DEBE tener “un buen testimonio de los de fuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:7). Es decir, que en sus relaciones sociales sea irreprensible, que nadie pueda decir con verdad algo malo de él.

¿PERO EXISTEN PERSONAS ASÍ?

Si todos estos requisitos bíblicos son indispensables, uno por uno, para elegir a los Ancianos, nos queda la duda si existen personas con esa perfección moral, preparación teológica e intelectual y con ese hogar “paradisíaco”, sobre todo cuando algunas de esas condiciones no dependen de él personalmente. No obstante lo dicho, en ninguna manera estamos subestimando estos requisitos del Anciano (Pastor, Obispo). Al contrario, creemos que la vida de la iglesia, su crecimiento espiritual y, por lo tanto, numérico dependerá mucho de la clase de Ancianos y Evangelistas que tiene la iglesia.

¿SON DIFERENTES LOS REQUISITOS PARA SER “PREDICADOR” QUE PARA SER ANCIANO?

Como la figura del “Predicador”, como tal, no aparece en el Nuevo Testamento, no disponemos de los requisitos o condiciones que deben reunir para ser “elegido” o “nombrado” en la iglesia. Se supone que lo menos que se puede exigir del talante del “Predicador”, aparte del don de la oratoria y la preparación teológica, es el mismo que se exige del Anciano (¿excepto ser casado?), toda vez que el ministerio del “Predicador” es público y más visible aún que el del Anciano (al menos en las Iglesias de Cristo). Y si los requisitos personales que se exigen al “Predicador” son los mismos que a los Ancianos, ¿por qué no se puede llamar Pastor al “Predicador”? ¿Qué es más importante, el título que se otorga o los requisitos y, por lo tanto, la función o funciones que desempeña la persona que ministra desde el púlpito? ¿O es sólo el estado de estar casado lo que diferencia al “Predicador” del Anciano?

LA ELECCIÓN DE LOS ANCIANOS EN LA IGLESIA

Pablo instituyó ancianos en las iglesias de Listra, Iconio y Antioquia de Pisidia, a la vuelta de su primer viaje misionero (47-49 AD?) (Hechos 14:21-23) ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que las personas de estas iglesias se convirtieron al evangelio? ¿Un año? ¿Un año y medio? ¿Dos años? En el mejor de los casos (dos años), ¿no eran todavía unos neófitos? ¿Tanto habían madurado espiritualmente? ¿Habían aprendido toda la sana doctrina? ¿Habían convertido a sus hijos a la fe? ¿….? No lo sabemos. Quizás sí, quizás no. La Escritura no lo dice. Pero el sentido común, y la experiencia, nos ofrece mucha información respecto a las personas. El hombre no ha cambiado desde entonces.
Muy probablemente, los requisitos y las condiciones que Pablo enumera para elegir a los Ancianos era el fruto de las malas experiencias, pues de ellas se aprende. También de la sabiduría y del sentido común. Por un lado, los muchos años de convertido al evangelio no garantiza la concurrencia de todos esos requisitos en una misma persona. Hay creyentes que serán toda la vida “neófitos” en la fe. Pablo los retrata cuando dice: “que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles” (1 Tesalonicenses 5:14). Por otro lado, tampoco el hecho de ser mayores en edad, “viejos”, significa que sean las personas adecuadas para ejercer dicho ministerio. Así pues, la presencia continuada del “Predicador”, ejerciendo como Pastor en la iglesia, puede ser anómalo desde un punto de vista bíblico, pero siempre será menos nocivo que instituir Ancianos que no reúnen los mínimos requisitos para dicho ministerio. Y en este punto llamamos la atención a la irresponsabilidad, que se observa en algunas iglesias, de nombrar como Ancianos a personas inadecuadas para el ejercicio de dicho cargo. No pocas veces se nombran Ancianos simplemente porque se cree que la iglesia “debe tenerlos” o por la presión de quienes, desde lejos, pagan el salario de los “Predicadores”. Pero cuando esto es así (se cede a la presión o se nombran porque hay que nombrarlo) el resultado es pésimo y las consecuencias desastrosas.

¿Cuándo hay que elegir Ancianos?

Tenemos que ser bíblicos, pero también tenemos que ser prácticos. Es decir, tenemos que ser coherentes y usar el sentido común y la responsabilidad. Si una iglesia tiene necesidad de Ancianos para ser apacentada, y hay personas que tienen esa vocación, debemos permitir que lo ejerzan y lo cultiven para edificación de la iglesia. La pastoral no empieza y acaba en la idea de “gobernar” la iglesia. No, la pastoral es tan amplia que ofrece un campo de actividad sin la obtención previa de un título. La valía personal del individuo y el desenvolvimiento de su ministerio le legitimará para el mismo. Pero será la necesidad de la congregación la que reclame dicho don, y éste satisfará la necesidad (¿No es Dios quien reparte dones en la iglesia?). Después, la iglesia, más que “nombrar”, reconocerá y legitimará dicho don en las personas afectas. Esta dinámica está acreditada en la cláusula añadida en los requisitos para elegir Obispos y Diáconos: “Y éstos [los Diáconos] TAMBIEN sean sometidos a prueba primero” (1 Timoteo 3:10). El precedente de “éstos” son los Obispos, quienes debían ser sometidos a prueba primero. Mientras que surjan esas personas con vocación en el pastorado, y dicha vocación sea reconocida por la iglesia, es preferible que el “Predicador”, quien recibió la vocación y la visión de servir al Señor, continúe su ministerio pastoral y evangelístico con el respaldo de la iglesia.

¿Cuántos Ancianos hay que elegir?

Ni más ni menos que los que la necesidad de la iglesia requiera. Dependerá del número de personas que forman la congregación, de sus características e idiosincrasia, de la homogeneidad social, de la proximidad geográfica de las personas que la forman, etc.

FUNCIONES DE LOS ANCIANOS

En la iglesia apostólica, los Ancianos tenían como cometido, además de gobernar la iglesia, visitar a los enfermos (Santiago 5:14), predicar y enseñar la Palabra (1 Timoteo 5:17). Todo esto respaldado por sus cualidades personales, familiares y sociales antes expuestas. Los Ancianos deben estar formados para enseñar y predicar en la iglesia: “Porque es necesario que el obispo sea… retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen…” (Tito 1:7-9). “Porque es necesario que el obispo sea… apto para enseñar” (1 Timoteo 3:2). Mirando hacia dentro, los Ancianos deben estar capacitados para cubrir todas las necesidades de la iglesia, ya sea en el gobierno de la misma, la enseñanza o la predicación mediante la cual se edifica y se exhorta a la congregación: ¡es la tarea de los Ancianos en la iglesia!

EL “PREDICADOR”, ¿UNA INCOHERENCIA?

Si esas son las funciones y el cometido de los Ancianos en la iglesia, ¿por qué se busca tan insistentemente a un “Predicador” cuando la iglesia carece de él? Y si el “Predicador” tiene que asumir esas responsabilidades pastorales, como asimismo la enseñanza y la exhortación a través de la predicación (el sermón), ¿por qué se le niega el título de Pastor, si desarrolla las mismas funciones que ellos? Es más: si esas funciones las tiene que desarrollar el “Predicador”, ¿qué pintan los Ancianos? Lo que queremos decir es que los Ancianos no son “floreros” en la iglesia, sino ministerios de alta responsabilidad por su valía, idoneidad, entrega y actitud activa. Y queremos decir que cuando el “Predicador” lleva a cabo las mismas responsabilidades ES un PASTOR.

Cuando la presencia de un “Predicador” es necesaria en una iglesia que ya tiene Ancianos, una de dos, o los Ancianos no están cumpliendo con sus obligaciones (léase vocaciones), o no están capacitados para ellas. Si es lo primero, la iglesia estará pagando a un “Predicador” para que haga el trabajo que les corresponde a los Ancianos. Si es lo segundo, entonces los Ancianos están usurpando un ministerio que no les corresponde. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que los Ancianos estén a pleno tiempo en sus trabajos seculares, y ello les impide desarrollar su cometido pastoral en la iglesia. Y puede ocurrir, y de hecho también ocurre, que los mismos “descansen” en la diligencia pastoral del “Predicador”. La pregunta legítima es esta: Si no pueden desarrollar debidamente su ministerio como “Pastor”, y tienen que “descansar” en el “Predicador”, ¿por qué no dimiten de sus cargos? ¿O ser Anciano es un título honorífico? Y si el “Predicador” recoge la antorcha de la praxis pastoral, ¿por qué se le niega el estatus de Pastor?

La otra posibilidad es que la iglesia desarrolle una actividad evangelística constante, ya sea en la misma iglesia o fuera de ella, y dicha actividad sea el ministerio concreto del “Predicador”: evangelizar a las personas que no conocen las Buenas Nuevas. Es decir, cuando una iglesia tiene constituido un consejo de Ancianos, y estos llevan a cabo sus funciones de Pastores, más que un “Predicador”, para que haga lo que les corresponde a ellos, lo que debería tener es un Evangelista para llevar a cabo la “tarea de evangelista”, es decir, llevar el evangelio a otros lugares [«me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» – Hechos 1:8], sin excluir el lugar donde se reúne la iglesia.

CONCLUSIÓN:

Posiblemente, el retrato que hago aquí de la figura del “Predicador” no se ajuste a todas las Iglesias de Cristo, dependiendo del lugar y de la herencia eclesiástica recibida; pero estoy seguro que muchos se sentirán identificados con este retrato. La cuestión, en general, es que la figura del “Predicador” en nuestra educación religiosa es bastante extraña. En la práctica es una figura “híbrida” en cuanto que sus funciones son las propias del Anciano y la del Evangelista. Esto se debe a que se espera del “Predicador” lo que es propio del Pastor, pero no le reconocemos este estatus. Por otro lado, subestimamos la formación del Anciano porque confiamos en el buen hacer del “Predicador”, cuya influencia en la iglesia, en no pocos casos, eclipsa el papel de los Ancianos ¡y estos lo saben! Deseamos una profunda reflexión sobre la organización eclesiástica de nuestras iglesias en torno a la figura del “Predicador” y también a la de los Ancianos (Pastores y Obispos).

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[1] Ignacio Errandonea S.I Primer siglo cristiano, Biblioteca Príncipe, Escelicer, S.A. Madrid. p. 90
[2] Íbid. p. 102
[3] Este término, que aparece en 1 Timoteo 4:14, es traducido “consejo de Ancianos” por Francisco Lacueva, Nuevo Testamento interlineal Griego-Español. CLIE 1984.
[4] Diccionario de la Real Academia Española
[5] W.E.Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, “Predicador”

Por Emilio Lospitao

¿Restaurar la Iglesia primitiva?

¿la judeocristiana de Jerusalén o la paulina de Antioquía?


Por Emilio Lospitao

Apología sobre los cristianismos fundantes en el siglo primero.

Esta publicación, basada en una lectura no-crítica de los textos bíblicos (que es como leen la Escritura), responde al enunciado que caracteriza a las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración que dicen constituir la única Iglesia restaurada del Nuevo Testamento. 

I. LA IGLESIA QUE NACIÓ EN PENTECOSTÉS

Una cuestión de vital importancia es identificar la naturaleza de la iglesia que surgió en el día de Pentecostés tal como relata el libro de Hechos. Según el autor de este libro, el Espíritu Santo se manifestó sobre el grupo de discípulos que se hallaba reunido en el aposento alto en Jerusalén, unos 120 en total (Hechos 1:12-26). Corría el año 33 aproximadamente de la era cristiana. Este suceso fue el punto de partida para la proclamación del evangelio. Como respuesta al primer sermón predicado por el apóstol Pedro, se convirtieron “como tres mil personas”. Durante aquellos días, varios miles de personas más creyeron en la buena nueva (Hechos 4:4). Todas estas personas eran judías, unas locales y otras procedentes de la diáspora, que habían venido de peregrinación con motivo de la fiesta de Pentecostés (Hechos 2). De hecho, como veremos enseguida, durante los primeros años, todas las personas convertidas al evangelio procedían del judaísmo. 

Es decir, la iglesia “primitiva” la componían exclusivamente personas judías. Contrario a lo que nos pueda parecer, el primer sermón de Pedro no solo fue dirigido a judíos: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel…”, sino exclusivamente a los judíos: “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos…” (Hechos 2:36-39).

No sabemos qué hubiera ocurrido sin la persecución que desató el discurso de Esteban (Hechos 7). Pero sabemos que los judeocristianos que salieron de Jerusalén por causa de esta persecución “pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie sino solo a los judíos” (Hechos 11:19). No obstante, unos cristianos chipriotas y cireneos (helenistas), que iban entre ellos, “hablaron también a los griegos, y creyó gran número” (Hechos 11:20-21).

Hechos 10:1–11:18 es un relato significativo y vital para entender la naturaleza del cristianismo primitivo. De este texto se deduce que los líderes fundadores de la Iglesia no tuvieron al principio ninguna predisposición para predicar el evangelio a los gentiles. Para anunciar el evangelio a un gentil (¿el primero?), Pedro tuvo que ser previamente aleccionado tanto teológica como psicológicamente. Cuando el príncipe de los Apóstoles se halló en presencia del primer gentil a quien le iba a predicar, hizo esta confesión: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28). ¿Cuánto tiempo había pasado desde el día de Pentecostés hasta este acontecimiento? No lo sabemos exactamente, pero tuvieron que ocurrir algunas cosas antes de predicar por primera vez a un gentil.

Cuando Pedro, finalmente, aceptó visitar al centurión romano, y esta noticia llegó a Jerusalén, los líderes de esta iglesia le reprocharon que “[hubiera] entrado en casa de hombres incircuncisos, y [hubiera] comido con ellos” (Hechos 11:1-3). Sólo después de que Pedro les explicara cómo sucedieron las cosas, exclamaron: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18). Esta situación que acabamos de relatar indica al menos tres cosas: 

Primera, que ningún líder cristiano se había acercado a un gentil para predicarle el evangelio antes.

Segunda, que la causa de no acercarse se basaba en las impurezas, lo que implica que estos cristianos “primitivos” seguían guardando las reglas de dichas impurezas, y

Tercera, aunque nos parezca increíble, estos líderes creían que las promesas eran solo para los judíos. 

II. PERFIL RELIGIOSO DE LA IGLESIA DE JERUSALÉN

Visto lo de más arriba, resulta coherente el resto de información que hallamos en el libro de Hechos. 

Los “millares de judíos” que habían creído en Jerusalén “todos eran celosos por la ley” y este celo significaba “andar ordenadamente” (Hechos 21:20-24). La expresión “millares” indica que los “fieles de la circuncisión” no fueron algunos cristianos judíos excéntricos y aislados, sino la multitud de creyentes, la iglesia toda, incluidos los líderes, es decir, Jacobo y los ancianos (Hechos 21:17-20). Esto ocurría al final del tercer viaje misionero de Pablo, sobre el año 58 ó 59 d.C., unos 25 años después de Pentecostés. 

Es perfectamente normal que esto fuera así puesto que la totalidad de las personas que formaban la “iglesia primitiva” eran exclusivamente judías, y no dejaron de sentirse como tales en todos los aspectos: familiar, social y religioso. Aparte de los sacrificios cruentos del templo, que el cristianismo dejó de ofrecer, la iglesia de Jerusalén continuó guardando las costumbres que tenían que ver con la piedad religiosa, así como las fiestas judías. 

Además, era tan importante para esta “iglesia primitiva” guardar estas costumbres, que “impuso” a los gentiles guardar “ciertos” preceptos de la Ley en el “concilio” llevado a cabo en Jerusalén en el año 49 (Hechos 15:28-29). ¡Unos 20 años después de Pentecostés! 

En este contexto de cosas hemos de entender las visitas que Pedro y Juan hacían al templo (Hechos 3:1) y las costumbres judías que Pablo siguió guardando (Hechos 18:18, 21; 20:16). Pues bien, este sintético esbozo nos muestra perfectamente cuál era el perfil religioso de la “iglesia primitiva” fundada en el año 33 d.C. La pregunta pertinente es: ¿Queremos “restaurar” esta iglesia? 

III. ANTIOQUÍA DE SIRIA: PRIMERA IGLESIA GENTIL

Aun cuando el primer boom misionero fue sin duda el ocurrido en el día de Pentecostés en Jerusalén, con tres mil almas convertidas al evangelio, no obstante, la primera misión entre los gentiles (aparte del centurión romano – Hechos 10) fue llevada a cabo por discípulos “de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (Hechos 11:19-20). Estos “evangelistas” habían salido de Jerusalén huyendo de la persecución que hubo con motivo del discurso de Esteban (Hechos 8:4; 11:19). Sin duda, el hecho de ser judíos de la diáspora (helenistas), con una mentalidad más abierta, facilitó el acceso a los gentiles para hablarles del evangelio.

El resultado de hablar la palabra también a los griegos fue que: “la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hechos 11:21). Lucas resume este evento misionero diciendo: “Y una gran multitud fue agregada al Señor” (Hechos 11:24b). 

Si la iglesia de Jerusalén había sido la iglesia “madre” para los judíos, la iglesia de Antioquía se convirtió en la iglesia “madre” para los gentiles. Pero la iglesia “primitiva” propiamente dicha fue la iglesia de Jerusalén, cuna del movimiento cristiano, que, como hemos visto, siguió guardando las costumbres judías.

IV. PABLO Y LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA

La noticia del nacimiento de la iglesia entre los griegos llegó pronto a Jerusalén, cuyos líderes (los Apóstoles – Hechos 8:1) enviaron a Bernabé a Antioquía, el cual percibió la importancia de lo que estaba ocurriendo en la tercera ciudad del Imperio. Así pues, sin demora, Bernabé se dirigió a Tarso en busca de Pablo (por carretera hoy, 228 km), y vueltos ambos a Antioquía “permanecieron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” (Hechos 11:22-26). Pablo no fundó esta iglesia (tampoco Pedro), pero fue un hito fundamental para su crecimiento y su visión misionera (Hechos 13:1-3). Después de su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé “continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos” (Hechos 15:35). Después del segundo viaje misionero, el Apóstol todavía pasó en esta ciudad “algún tiempo” (Hechos 18:23). Este “algún tiempo” fue la última vez que Pablo estuvo en Antioquía, pues finalizando el tercero y último viaje misionero, y deseando ir directamente a Jerusalén para estar allí en la fiesta de Pentecostés (Hechos 20:16), se cumplieron las advertencias proféticas que durante su viaje se le fue anunciando: su apresamiento en Jerusalén (Hechos 21:4, 10-11). Desde Jerusalén (y tras dos años de cautividad en Cesarea –Hechos 23:23-35; 24:27), Pablo fue llevado a Roma para comparecer ante César, a quien el Apóstol había apelado (Hechos 25:10-12).

V. PERFIL RELIGIOSO DE LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA

La iglesia de Antioquía de Siria, primera iglesia entre los gentiles, se convirtió en el “cuartel general” de los tres viajes misioneros del apóstol Pablo (Hechos 13:1-3; 15:35-36; 18:22-23). Es decir, no fue en la iglesia de Jerusalén donde surgió la iniciativa de llevar la palabra “hasta lo último de la Tierra” (Hechos 1:8), sino en la iglesia de Antioquía. Un líder de la segunda generación en esta iglesia, y posible discípulo directo de Pablo, fue Ignacio de Antioquía (40-107 [113?] d.C.), obispo a la sazón hasta su martirio en tiempo del emperador Trajano. Se conocen 13 cartas atribuidas a él dirigidas a las iglesias, entre otras, de Roma, de Filipos, de Éfeso…; una literatura de gran valor histórico y exegético.

Tres elementos significativos sugieren que la iglesia surgida en esta ciudad (como en todas las demás en el mundo gentil) sería muy diferente a la de Jerusalén: 

•La composición multicultural de su población: griegos, romanos, sirios y judíos [la diáspora judía estaba presente en todas las ciudades importantes del Imperio. [Ver Hechos 13:14; 14:1; 17:1; 18:4; 19:8; etc.]; 

•La naturaleza socio-religiosa de los “evangelistas” que predicaron la palabra allí: judíos de Chipre y de Cirene; o sea, helenistas; y 

•Las personas que lideraron la iglesia durante el primer año: Bernabé y Pablo (Pablo y Bernabé). 

Las diferencias socio-religiosas entre los discípulos judíos y los discípulos gentiles devino en un choque religioso-cultural. Iniciado el movimiento cristiano en el mundo gentil, este recibió la visita de líderes cristianos procedente de Judea que llevaban sus costumbres judías, las cuales quisieron imponer: “si no se circuncidaban conforme al rito de Moisés, no podían ser salvos” (Hechos 15:1). Fue tal la discusión de Pablo y Bernabé con estos misioneros de Judea, que dispusieron subir a Jerusalén para tratar esta cuestión “con los Apóstoles y los ancianos” (Hechos 15:2). Este encuentro en Jerusalén, y la dura discusión que se llevó a cabo acerca de observar o no la ley, marcó un antes y un después en el cristianismo primitivo. En principio con este resultado: El cristianismo judío seguiría observando la ley, mientras que el gentil sólo observaría “algunas cosas necesarias de la ley” (Hech. 15:28-29; 21:25). Se sobreentiende que en las iglesias netamente griegas los cristianos no necesitaban observar dichas “cosas necesarias de la ley”, que tenían como fin la fraternidad entre judíos y gentiles cristianos. 

VI. “LOS DE LA CIRCUNCISIÓN” (Hechos 10:45)

Lucas escribe el libro de Hechos allá por los años 70-75 dC. Gran parte de este libro lo escribió a partir de informaciones ajenas, que fue armonizando como mejor pudo. No obstante, conocía de primera mano las secuelas de la tensión histórica entre judíos y gentiles en la Iglesia. De hecho, él pertenecía cultural e históricamente al grupo “del evangelio de la incircuncisión”. Desde esta perspectiva en el tiempo, Lucas se está refiriendo a la Iglesia primitiva judeocristiana, como “los de la circuncisión” en contraste con la Iglesia gentil, “los de la incircuncisión” (cof. Gál. 2:7-8). Un detalle muy importante a tener en cuenta: Cuando Lucas escribe Hechos, los “fieles de la circuncisión” (los judeocristianos) son bien considerados, ¡constituían la iglesia madre! Esta referencia de Lucas a “los de la circuncisión” nos obliga, no obstante, a hacer un análisis más detallado. Según a qué momento histórico pertenece el escrito bíblico, esta expresión tiene un sentido diferente. No tiene el mismo sentido en el libro de Hechos y en las primeras cartas de Pablo que en las Pastorales, por ejemplo. Así, la expresión “los de la circuncisión”, tiene al menos estas tres connotaciones:

1. “Los de la circuncisión” como grupo fundante del cristianismo

Lucas se refiere a los creyentes de Judea (la iglesia judeocristiana) como “los de la circuncisión” o “los fieles de la circuncisión” (Hechos 10:45; 11:2). En Hechos, esta denominación tiene siempre un carácter socio-religioso para distinguir los dos grandes grupos que constituía el cristianismo primitivo: el judío y el gentil. Pablo, por su parte, usa esta misma expresión en contextos y con sentidos diferentes. La usa para distinguir a los judíos de los gentiles en general (Romanos 3:30; 4:9). Con un sentido parecido, la usa para referirse a los campos de misión a los que han sido enviados él y el apóstol Pedro, con el nombre de “el evangelio de la circuncisión” y “el evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7-8). Pablo usa también esta expresión con el mismo sentido socio-religioso que Lucas, para referirse a los judeocristianos (Gálatas 2:12).

Que “los de la circuncisión” no formaban un grupo disidente del cristianismo oficial lo muestran dos hechos notables:

Los “fieles de la circuncisión” que fueron a Antioquía eran uña y carne con Santiago, una columna de la iglesia de Jerusalén, pues fueron allí a instancia de él. Además, debieron gozar de una reputación social y religiosa bastante importante dentro de la Iglesia de Jerusalén, pues estos “fieles” influenciaron a Pedro (y a los demás judíos e incluso a Bernabé) hasta el punto de que se abstuvieron de confraternizar con los gentiles, actuando hipócritamente, actitud que Pablo reprochó públicamente después (Gálatas 2:11-14).

Los discípulos judíos de Hope que acompañaron a Pedro hasta Cesarea, a casa de Cornelio, pertenecían a este grupo de “fieles de la circuncisión”. El apelativo “fieles” que usa Lucas para referirse a estos discípulos judíos significa que eran “cristianos fieles” que, no obstante, seguían observando los preceptos de la ley (Hechos 10:45).

2. “Los de la circuncisión” como cuerpo eclesial dominante del cristianismo palestinense

El hecho de que se diga que eran “millares” los judíos que habían creído, y, además, todos eran “celosos por la ley” (Hechos 21:20) quiere decir que esa era la naturaleza de la iglesia en Jerusalén. Es decir, cuando Pablo llegó a Jerusalén, al final de su tercer viaje misionero (año 58 ó 59 d.C.), el grupo de “los de la circuncisión” representaba la totalidad de la iglesia. La declaración de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén al Apóstol, “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”, indica suficientemente que la iglesia primitiva era fiel observadora de la ley de Moisés. 

3. “Los contumaces… de la circuncisión”

No obstante, pasado el tiempo (en la época de las Pastorales), la Iglesia gentil, que ya era mayoritaria, y se estaba institucionalizando en el mundo greco-romano, ya no tenía la misma consideración hacia aquellos “fieles de la circuncisión”. Ahora el epíteto se ha convertido en “[los] contumaces y engañadores… de la circuncisión” (Tito 1:10). Esta consideración tan diferente del autor de la Pastoral hacia los judeocristianos (¡la iglesia primitiva!) indica que ha pasado mucho tiempo desde los escritos de Pablo y de Lucas (evadimos aquí el tema de la autoría y la datación de las Pastorales por salirse del propósito de este trabajo). 

VII. EL CONCILIO DE JERUSALÉN, UNA MIRADA RETROSPECTIVA

Según la conclusión del “concilio” llevado a cabo en Jerusalén sobre el año 49 dC sabemos que la obligatoriedad o no de la circuncisión para los gentiles no fue el único tema que se discutió, pues en el consenso que devino de la reunión se “impuso” a los discípulos gentiles algunos preceptos de la ley (excepto la circuncisión). Un estudio más profundo nos mostraría que esta imposición tenía un fin pastoral: la fraternidad entre judíos y gentiles en las iglesias mixtas. Los preceptos impuestos a los gentiles facilitaba la fraternidad con los judeocristianos. En las iglesias netamente gentiles, como ya hemos dicho más arriba, dichos preceptos no serían necesarios. 

¿Qué implica que los apóstoles y los ancianos tuvieran que dirimir en un “concilio” si los gentiles tenían o no que observar la ley? 

En primer lugar, implica que alguno de los grupos contendientes estaba guardando la ley, y este grupo obviamente era el formado por los judeocristianos de Jerusalén (¡la “iglesia primitiva”!). El hecho de que a esos “misioneros” de Judea no se les hubiera “dado orden” en Jerusalén (Hech. 15:24) para que los gentiles guardaran la ley, no significa que la iglesia de Jerusalén no estuviera guardándola, y que estuviera presionando para que los gentiles la guardaran, ¿a qué, si no, la celebración de un “concilio” para debatir si los gentiles debían observar la ley o no? 

En segundo lugar, este “concilio” pone de relieve que, si bien los gentiles estaban exentos de observar cualquier precepto de la ley, los judíos que habían creído no pensaban igual. Fue la reflexión teológica (“mucha discusión” – 15:7) en este “concilio” lo que aportó luz para comprender que era posible el evangelio “sin” la observancia de la ley. Para ello fue necesario interpretar lo que había ocurrido en casa de Cornelio (según el relato de Lucas): “Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros…” (Hechos 15:7-12). 

En tercer lugar, este “concilio” pone en evidencia también que los gentiles de Antioquía que habían creído en el evangelio no quisieron “parecerse” a la iglesia “madre” de Jerusalén, nacida en el día de Pentecostés el año 33 d.C. ¡Qué diferencia con la obsesión de algunos líderes de las Iglesias de Cristo, que quieren a toda costa “parecerse” a la iglesia primitiva de Jerusalén!. En realidad, dicho “concilio” fue una protesta en toda regla de los cristianos gentiles porque no querían ser “como” la Iglesia “madre” originaria.

VIII. EL APOSTOLADO DE LA CIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

El término “judeocristiano” no aparece en el Nuevo Testamento; aquí se les conoce como «los de la circuncisión». El término judeocristiano es una creación de la ciencia moderna acuñado en el siglo XIX para designar a los discípulos de Jesús que, a sabiendas, habrían querido permanecer cercanos al judaísmo. Estos judeocristianos se dividen en dos grupos, según su lengua materna: el arameo-hebreo, por un lado, y el griego, por otro (Hechos 6:1), que se corresponden a los judeocristianos de Judea y a los de la diáspora respectivamente. El término judaizante, igualmente, es una referencia más marcada de aquellos discípulos judíos que, además de guardar la ley de Moisés, querían imponerla a los gentiles (“Judeocristianos, los discípulos olvidados”, Jean-Pierre Lémonon).

Todas las personas que formaban la iglesia “primitiva” eran de origen judío y siguieron guardando las “costumbres” de la ley (Hechos 15; 21: 17-25). Esto es comprensible si pensamos que las personas de Jerusalén que creyeron en Jesús no dejaron de ser judías, tanto las residentes en Palestina como las que residían en la diáspora. Tras de sí había siglos de tradiciones sociales y religiosas que marcaban un estilo de vida desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Por qué tendrían que romper, de un día para otro, con toda esa carga emocional, psicológica, familiar, social y religiosa? ¿Por qué tendrían que abandonar la señal del pacto de Dios con Abraham: la circuncisión (Génesis 17); la fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud egipcia: la pascua (Éxodo 12); y las reglas alimentarias… (Levítico 11-sigs.)? 

Guardar estas costumbres, en la nueva dispensación de la gracia, no era necesario para ser salvo, pero guardarlas era compatible con la fe que salva, al menos para los judíos que creyeron –y creen– en el evangelio. Otra cosa diferente eran los judaizantes; es decir, aquellos judeocristianos que además de guardar la ley querían imponerla a los gentiles. Pablo, con la definición de “el apostolado de la circuncisión” estaba reconociendo el estilo de vida religioso de los discípulos judíos que seguían guardando la ley (Gálatas 2:7-8). 

1. Guardar la ley: identidad de la iglesia “primitiva”

Nuestra educación religiosa (de las Iglesias de Cristo) nos impide asumir que la “iglesia primitiva” seguía apegada a la ley, incluso después del “concilio” de la concordia (Hechos 15).

Esta iglesia primitiva, apostólica, fundada en el día de Pentecostés (que seguía observando la ley), fue la iglesia a través de la cual el Espíritu Santo se hizo presente: con dones de lenguas (Hechos 2), con milagros (Hechos 3:1 sigs.; 5:12 sigs.; 9:40 sigs.), en la oración (Hechos 4:31), en la imposición de manos (Hechos 8:14-19), fortaleciendo las iglesias (Hechos 9:31)… Fue tal su condición, que enfrentó un “concilio” para discutir la necesidad o no de que los gentiles guardaran la ley. La conclusión a la que llegaron fue que los gentiles solo deberían cumplir algunos preceptos de la ley (¡para poder fraternizar con ellos!). Los líderes presentes en dicho “concilio” no fueron subalternos, sino los apóstoles y los ancianos de la iglesia de Jerusalén (Hechos 15:2). Además, para estos líderes de la iglesia primitiva, guardar la ley era “andar ordenadamente” (Hechos 21:24).

2. Pedro y Pablo: dos ámbitos misioneros 

Pablo, tras su conversión, se destacó como un líder excepcional en el campo gentil, para cuyo apostolado había sido llamado (Hechos 26:16-18). Después de una carrera misionera productiva fuera de Palestina, quiso compartir con los que eran considerados «columnas» de la iglesia de Jerusalén (Pedro, Jacobo y Juan) lo que había estado enseñando entre los gentiles. Es obvio que en este encuentro también Pedro, como líder prominente entre los otros apóstoles, compartiera qué enseñaban ellos entre los judíos. Ambos, Pedro y Pablo, eran conscientes de las diferencias de sus ministerios por causa de los campos distintos de misión; por ello, y por mutuo acuerdo, demarcaron dos ámbitos culturales de trabajo: Pedro (y los demás de la circuncisión) seguiría desarrollando su ministerio entre los judíos, y Pablo haría lo propio entre los gentiles, como había venido haciendo: “pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en [Pablo] para con los gentiles” (Gálatas 2:6-9). 

El concepto que subyace en la reflexión de Pablo en Gálatas 2:7-8 es nada más y nada menos que el telón de fondo sobre el que se desarrolla la historia del cristianismo primitivo, con una Iglesia judía que seguía guardando la ley y una Iglesia gentil exenta de guardar dicha ley (salvo algunos preceptos de la misma para la fraternidad entre gentiles y judíos). El concilio de Jerusalén pone en evidencia la existencia de estas dos iglesias sincrónicas: la judía y la gentil. Hechos 15 y 21:17-25 refleja sólo la punta del iceberg de esta realidad. En nuestros estudios bíblicos, pasamos de puntillas por este cuadro histórico que nos muestra el libro de los Hechos.

3. Exclusión progresiva de la Iglesia “primitiva”

Ya hemos dicho que en el cristianismo primitivo fue compatible la coexistencia de una iglesia judía y otra gentil (Gálatas 2:7-9). En el “concilio” de Jerusalén se selló la concordia entre ambas Iglesias (Hechos 15:1-35; 21:17-25). No obstante de que esto fue así, el tiempo fue mostrando que esa fraternidad, en cuyo consenso fue partícipe el Espíritu Santo (Hechos 15:28), se fue viciando y, finalmente, degradando hasta casi el odio en la medida que la Iglesia helenista fue adquiriendo protagonismo, reconocimiento y mayoría (¡al precio de ir perdiendo el vínculo con sus raíces naturales! – ver Romanos 11:11-24). Todo parece indicar que del rechazo a lo “judaizante” se pasó al rechazo de lo “judeocristiano” y de esto al rechazo total a todo lo que olía a “judío”. Las Pastorales ya dan muestras de esta tensión que terminó en un fiasco histórico.

En efecto, a finales de la “época apostólica” ya se perfila cierta intransigencia con «los de la circuncisión” (¡la Iglesia “primitiva”!); el autor de la Pastoral habla de ellos como los “contumaces, habladores de vanidades y engañadores” (Tito 1:10). 

Más tarde (año 110), Ignacio de Antioquía escribía a los magnesios: “Es absurdo apelar al nombre de Jesucristo y después vivir a lo judío; no es el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo el que creyó en el cristianismo, donde se han reunido cuantos creen en Dios” (“El primer siglo cristiano”, Ignacio Errandonea S.J. – Escelicer, S.L.). No es el momento ahora para discutir la declaración de este mártir de Jesucristo, pero sus palabras nos acercan al sentir que la Iglesia helenizada iba asumiendo acerca de los judeocristianos. ¡El espíritu del “concilio” de Jerusalén se estaba olvidando! Tenemos que esperar un poco más, a mediado del siglo II, para escuchar al obispo de Asia Menor, Melitón de Sardes, el pernicioso dicho que llegaría a demostrarse en la historia posterior como muy nefasto: “Oídlo todas las estirpes de los pueblos, y vedlo: Un asesinato jamás sucedido antes tuvo lugar en Jerusalén […]. Dios fue asesinado, el Rey de Israel fue eliminado mediante la diestra de Israel”.[1]

Nacía así el reproche de que los judíos son asesinos de Dios. Aquí no se apuntaba ya a convertir a los judíos, ni a los judeocristianos, sino a combatirlos (“El Cristianismo”, Hans Küng). Todos conocemos la historia del antisemitismo en Europa que llegó a su clímax con el Holocausto. Antisemitismo del cual el cristianismo de occidente no fue ajeno (Judeofobia, Gustavo D. Perednik). Según los estudiosos, no existe mucha información directa sobre la “Iglesia judeocristiana” tras la guerra del año 70; y la información que hay procede de reseñas de apologistas cristianos de los siglos II, III y IV, como Justino, Tertuliano, Ireneo, Eusebio, etc. Reseñas que pertenecen a la historia que escribió la Iglesia triunfante (Los judeocristianos: testigos olvidados, Jean-Pierre Lémonon). 

IX. EL APOSTOLADO DE LA INCIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

Si de entre los judeocristianos, los judaizantes no se hubieran empeñado en imponer la ley a los gentiles, probablemente hubiera ocurrido estas tres cosas: 

a) La iglesia judeocristiana habría tenido más posibilidades de subsistir en el tiempo y en el espacio, al menos en el entorno judío, que era su especial horizonte misionero (Gálatas 2:9);

b) El cristianismo habría sido más plural. Se habría evitado, por un lado, la persecución a los judíos, y, por otro, las guerras religiosas entre cristianos.

c) Como contrapartida, las cartas de Pablo habrían tenido otro calado, incluso la nomenclatura del Nuevo Testamento habría sido diferente. Pero esto solo es una especulación.

Según las cartas de Pablo, especialmente la dirigida a las iglesias de Galacia, los judaizantes fueron “misioneros” muy activos, no solo en el entorno judeocristiano, donde se sentirían como peces en el agua, sino también en el campo de misión gentil: aquí como intrusos (ver Gálatas 3:1 ss.; 5:1-12). Esta polémica, que a nosotros nos ha llegado de forma literaria, debió de haber sido una enconada, viva y persistente lucha apologética entre las comunidades gentiles, evangelizadas y adoctrinadas por Pablo y sus discípulos, y las comunidades judaizantes con sus maestros a la cabeza. Con el tiempo, esta encarnizada apología se fue convirtiendo en una inevitable enemistad más allá de la simple dialéctica, según vemos en la literatura patrística (Ignacio de Antioquía, Justino…).

El vocablo “incircuncisión” nos lleva mentalmente al principal artífice de la teología cristiana y autor literario de la mayor parte del Nuevo Testamento: Saulo de Tarso (Pablo). 

Desde su experiencia en el camino hacia Damasco, el Apóstol de los gentiles había adquirido la noción de que la buena nueva (el evangelio) era un don gratuito, de ámbito universal y al margen e independiente de la ley judía (Gálatas 1:11-12). Su vocación era especialmente hacia los gentiles (Hechos 26:16-18). Con mucho orgullo Pablo se autodefinía como “apóstol de los gentiles” y, por lo tanto, “honraba su ministerio” (Romanos 11:13). Y aquello que fue tan difícil de entender al principio para los judeocristianos –judaizantes o no (ver Hechos 11:1-2, 18)–, Pablo dice que era un misterio escondido que le fue revelado a él: “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:1-6). Pedro, después de su experiencia con la conversión de Cornelio (Hechos 10), llegó a la misma conclusión (Hechos 15:7-11), al menos así lo refiere el autor de Hechos.

En la epístola a los Gálatas tenemos una exhaustiva exposición teológica del evangelio (de la gracia); su objetivo: además de exponer cuál era el mensaje que Pablo predicaba entre los gentiles, ilustrar tanto a gentiles como a judaizantes, especialmente a estos, la suficiencia y la superioridad de la fe sobre las obras de la ley en orden a la salvación:

“sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado… pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:16-21).

Por ello, imponer la ley como requisito para ser salvo suponía “volver a lo que era figura y sombra de los bienes venideros” (Colosenses 2:16-17; Hebreos 10:1). Distanciarse de los judaizantes, por lo tanto, no sólo era una necesidad teológica, sino un camino sin retorno; el evangelio de la incircuncisión tenía como vocación y meta primeramente a los incircuncisos sin excluir a los circuncisos (Gálatas 5:6). 

X. DE LA GRACIA HABÉIS CAÍDO

Ahora bien, ¿cómo entendemos la polémica con los judaizantes? ¿Está Pablo condenando a “todos” los que observan la ley “cualquiera” que sea el motivo? ¿Pervertían el evangelio por el hecho de observar la ley como estilo religioso de vida? Veamos:

a) “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis” (Gálatas 5:4). 

Pablo no está diciendo que “todos” los que observaban la ley estaban “desligados de Cristo”, sino “aquellos que” buscaban justificarse por las obras de la ley (“los que por la ley os justificáis”). Esta obviedad, además de la gramatical, es evidente por estas dos razones: 

Primera: en el concilio de Jerusalén dejaron claro que, aun cuando los gentiles no necesitaban observar la ley, los judeocristianos sí la guardarían: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley […] Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto…» (Hechos 21:20, 24-25). Los judeocristianos no guardaban “esto” (la ley) para salvarse; luego ellos no estaban desligados de Cristo ni «caídos de la gracia». 

Segunda: Pablo observaba la ley de manera ordinaria (Hechos 18:18, 21; 20:16); y en casos puntuales, con un propósito (1 Corintios 9:20). Pero Pablo tampoco estaba desligado de Cristo. Se supone que tampoco estaba contradiciéndose. 

1. “Quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-10).

Este texto es la introducción mediante la cual Pablo va a exponer teológicamente su evangelio de la gracia, cuyo contexto es la labor proselitista de los judaizantes que habían llegado a las iglesias fundadas por el Apóstol (Gálatas 3:1-5). Como deducción coherente con el punto anterior, los judeocristianos no podían ser los que estaban pervirtiendo el evangelio, pues Pablo, además de observar también la ley, siempre tuvo una buena conexión con ellos (Hechos 21:21-24; Gálatas 2:7-9), sino los que iban imponiendo la ley “como requisito” para ser salvos. Es decir, practicar la circuncisión, como rito de la señal del pacto con Abraham; observar las fiestas judías que celebraban la relación de Dios con el pueblo judío; seguir las reglas alimentarias, etc., como estilo de vida religioso, no suponía competir con la gracia ni adherirse a otra alternativa diferente de ella. La observancia de la ley, en este sentido, es una expresión piadosa ancestral de los israelitas, «de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4).

XI. A MODO DE CONCLUSIÓN

Todo cuanto antecede es un breve repaso de los inicios del cristianismo primitivo relacionado con el tema que aquí discutimos, y que evocamos sintéticamente:

a) La iglesia nació en Jerusalén sobre el año 33 d.C. Esta iglesia estaba formada por personas judías en su totalidad. 

b) Esta iglesia nacida en Jerusalén continuó observando las costumbres judías inscritas en el Antiguo Testamento (la Ley).

c) La aceptación de la buena nueva por parte de los gentiles originó una tensión entre estos y los judeocristianos, los cuales, además de seguir observando las costumbres judías, algunos quisieron imponerlas a los gentiles.

d) La solución de este problema surgido se dirimió en el llamado “concilio” de Jerusalén sobre el año 49 dC. 

e) Es notoria –¡y sorprendente!– la perplejidad de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén porque los gentiles también estuvieran incluidos en la promesa de salvación.

f) Es también notorio –¡y no menos sorprendente!– que Pedro no hubiera predicado el evangelio a un gentil hasta la ocasión del centurión romano.

g) El “concilio” en Jerusalén pone en evidencia que la iglesia gentil (de Antioquía) no quiso “parecerse” a la iglesia de Jerusalén, precisamente porque no aceptaron la imposición de la ley de Moisés, salvo algunos preceptos de ella (Por cuestiones pastorales).

Si todo cuanto hemos expuesto en estas notas es correcto, ¿qué implicaciones puede tener en un análisis crítico respecto a la antítesis «Nuevo Testamento versus Viejo Testamento»? Pero sobre todo, la cuestión que justifica este análisis (para los líderes de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración), ¿Qué iglesia deseamos “restaurar”, la de Jerusalén o la de Antioquía?

Obviamente, el Nuevo Testamento habla de “una” Iglesia, que es el Cuerpo “uno” de Cristo, etc. Pero esta Iglesia de la cual escriben los hagiógrafos, especialmente el autor de las Pastorales, es una Iglesia “teologizada”, teórica, abstracta, pero diferente de las iglesias históricas, plurales y diversas, que dieron origen al cristianismo primitivo, que fue heterogéneo, y de cuya heterogeneidad da cuenta el Nuevo Testamento.♦︎

Notas:

  1. Sobre la Pascua (96), Melitón de Sardis: 

https://ccjr.us/dialogika-resources/primary-texts-from-the-history-of-the-relationship/melito-of-sardis (visto 24/04/2023 – inglés).

Ver: Revista Renovación nº 98 y “12 tópicos revisados de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración”.