La Iglesia nació en la casa – #7


CONCLUSIÓN

En teoría al menos, se podría alcanzar un consenso bastante óptimo, de cualquier texto, con cierto esfuerzo y buena voluntad, a partir de una disciplina hermenéutica, porque existen reglas que la rigen. No ocurre igual con las ideologías. Estas no se dirimen por medio de disciplinas académicas, científicas…, sino por afectos y sentimientos, es decir, por el hígado. Nada hará cambiar de idea a quienes ya han optado de antemano por una proposición determinada, cualquiera que ésta sea. Lo más obvio será objeto de controversia porque incluso la obviedad, si no cuadra con la idea preconcebida, será un objetivo a derrocar. Detrás de cualquier ideología, sea política o religiosa, habrá un mecanismo activo dispuesto a fanatizar. El fanatismo es el caldo de cultivo para sustentar cualquier ideología. Los dogmas religiosos, si bien son inevitables, la mayoría de las veces estos dogmas están anclados en ideologías. Se fundamentan de manera absoluta en una idea, es decir, se ideologiza. Y supera a la razón, cuando no la anula.

Existe un mal sistémico, dogmático y generalizado entre algunos exégetas de las Iglesias de Cristo, que no es diferente al del resto del mundo Evangélico Protestante. Este mal sistémico subyace en la identificación axiomática de la lista de libros “canonizados” (a partir del siglo IV), y solo de éstos, como “Palabra de Dios”, literal, palabra por palabra, al margen de cualquier observación hermenéutica. 

Como consecuencia de este mal sistémico, los libros canonizados, que son heterogéneos porque pertenecen a épocas distintas, a autores diferentes y a teologías mediatizadas, se le ha otorgado un valor compacto, homogéneo, uniforme, inequívoco, absoluto, «inerrante»… En el mejor de los casos, estos exégetas ven el material de cada hagiógrafo como un complemento perfecto del material de los demás, incapaces de percibir sus diferencias y antagonismos. 

Como consecuencia de ello, se ha subestimado la influencia, el estilo, el juicio (o prejuicio) personal de los hagiógrafos, además del tiempo cronológico de los escritos, las circunstancias sociales, religiosas y políticas que dan sentido y explicación a los enunciados bíblicos. Esta lista de libros canonizados la han convertido, con el más frívolo estilo pagano, en un texto bajado del cielo, dictado directamente por la boca de Dios. Han eliminado de un tajo la hermenéutica, la ciencia que puede poner a cada texto en su lugar adecuado.

En el material que hemos expuesto en los capítulos que forman este breve trabajo nos hemos esforzado en explicar las causas sociales, políticas, estructurales que fueron concomitantes en la formación y posterior institucionalización de la Iglesia; es decir, hemos puesto los “pies” de las Escrituras sobre la tierra. Sobre todo, nos hemos esforzado en mostrar la involución que sufrió el cristianismo entre finales del primer siglo y mediados del segundo, donde se dirimió el orden social de los códigos domésticos y, por tanto, el papel de la mujer en la Iglesia. Todo esto nos ofrece la cara humana, social, política e institucional del desarrollo del cristianismo del primer siglo. El Nuevo Testamento simplemente da fe de cómo sucedió, mediante los diversos escritos que lo componen, los cuales presentan los hechos desde ideologías particulares, propósitos singulares, y apologías mediatizadas por circunstancias socio-políticas más que teológicas (aunque a veces se teologizan). 

El exegeta partidario del “pack monolítico” de la “inspiración literal”, sin más miramiento, seguirá recitando textos bíblicos de manera descontextualizada, y dirá ufano: “porque la Biblia lo dice”; pero el que sienta algún pudor, y respeto a la Escritura, investigará para conocer los momentos históricos y las circunstancias que motivaron los textos “sagrados”, y, por tanto, la naturaleza de la lista de libros canonizados que llamamos “Palabra de Dios”, desacreditada muchas veces como tal por causa del fanatismo.

BIBLIOGRAFÍA

–Jeremías, Joaquín. Jerusalén en tiempos de Jesús. Cristiandad, 1980.

–E. Brown, Raymond. Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron. Desclee de Brouwer, 1986. Introducción al Nuevo Testamento, Tomo II, Ed. Trotta.

–Marxsen, Willi. Introducción al Nuevo Testamento, una iniciación a sus problemas. Sígueme,1983.

–Theissen, Gerd. Estudios de sociología del cristianismo primitivo. Sígueme, 1985.

–Aguirre, Rafael. Del movimiento de Jesús a la Iglesia primitiva. Verbo Divino, 2009.

–Varios autores. Así empezó el cristianismo. (Ed. Rafael Aguirre). Verbo Divino, 2010.

– Johannes Leipoldt y Walter Grundmann, El Mundo del Nuevo Testamento. Cristiandad, 1971.

– de Vaux, R. Instituciones del Antiguo Testamento. Herder. 

– Enciclopedia de la Biblia – Garriga. Barcelona, 1969.

–A. Meeks, Wayne. Los primeros cristianos urbanos. Sígueme.

–Lémonon, Jean-Pierre. Los judeocristianos: testigos olvidados. Verbo Divino.

–Pagola, José Antonio. Jesús de Nazaret, el hombre y su mensaje. Publicaciones idatz.

Emilio Lospitao

La Iglesia nació en la casa – #6


CRISTIANISMO HETEROGENEO

“Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión”. (Gálatas 2:12).

¿Qué tiene que ver la “heterogeneidad” del cristianismo primitivo con el hecho de que éste naciera y se organizara en el entorno social e institucional de la casa? En principio no tiene que ver nada. Son dos conceptos totalmente diferentes. Ocuparnos de este tema tiene como objetivo único hacer emerger precisamente esa “heterogeneidad” que formaba el cristianismo del primer siglo, que es una apología añadida en el currículo teológico de las Iglesias de Cristo

1. EL LIBRO DE LOS HECHOS COMO LIBRO DE HISTORIA

Con alguna frecuencia oímos hablar del libro de Hechos como el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. Ciertamente, el libro de Hechos contiene “historias” –no tantas como nos gustaría– del cristianismo primitivo; pero en ninguna manera podemos decir que es el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. El libro de Hechos es más bien un escrito positivista y entusiasta del cristianismo primitivo visto desde la distancia del tiempo. Ofrece una imagen idealizada de los primeros cristianos según la cual estos formaban una comunidad que no consideraba nada suyo, vivían en comunión y compartían todas las cosas…; y sin duda fue así entre algunas de la muchas comunidades domésticas de Jerusalén (Hechos 2:42; 4:32 sig.). Otras comunidades, sin embargo, también en Jerusalén, helenistas, esperaban las migajas de aquella comunión (Hechos 6:1). 

Especialmente en los sumarios del libro, Lucas va dejando un rastro de ese positivismo (Hechos 5:42; 9:31; 15:35; 16:5; etc.). Pero el libro de Hechos, sobre todo, es un escrito conciliador entre las diversas tradiciones del cristianismo primitivo. Lucas suaviza la discordia que se originó entre pagano-cristianos y judeo-cristianos, dejando el caso concluido con la lapidaria resolución de: “que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre…” (Hechos 15:29); pero ignora voluntariamente las consecuencias de dicha discordia, que Pablo sí pone de relieve (Gálatas 2). Lucas silencia la tensión continuada que mantuvo Pablo con “los de Jacobo” (Gálatas 2:2-3), los misioneros judeocristianos procedentes de Judea que con tanta amargura el Apóstol describe en algunas de sus cartas (1 Corintios 9; 2 Corintios 4; Filipenses 3); y, sobre todo, su lucha con aquellos que persistían en imponer la ley a los gentiles (Gálatas 3-5). Lucas se esfuerza en presentar un cristianismo armonioso, capaz de afrontar todos los problemas estructurales y teológicos; por ejemplo, presenta la cara más amable de la aceptación de los gentiles en la iglesia en Antioquía (Hechos 11:22), a pesar de las tensiones que hubo con los “judaizantes”; y obvia las diferentes teologías que siguió a estas tensiones entre pagano-cristianos y judeo-cristianos (Hechos 21:20, 25). 

El autor de Hechos no tiene inconveniente en presentar a Apolos como un varón elocuente, poderoso en las Escrituras, que “había sido instruido en el camino del Señor” y no obstante, “solo conocía el bautismo de Juan” (Hechos 18:24-25), lo cual plantea muchas preguntas al lector atento. Es decir, el libro de Hechos no es el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. Nos falta un “mapa del sitio” que nos ofrezca toda la información histórica sobre el cristianismo primitivo.

2. NOS FALTA EL “MAPA DEL SITIO” 

Si nos imagináramos el cristianismo como un “puzle” geopolítico-exegético-literario, la información que nos ofrece el libro de Hechos –y el resto del NT– vendría a suponer solo algunas “piezas” de dicho “puzle”. Información insuficiente para tener una visión de conjunto de lo que realmente fue el cristianismo en su compleja totalidad en sus inicios. Por supuesto, nos referimos a la información histórica. Nos falta un “mapa del sitio” que nos ofrezca toda la información que necesitamos. Pero este “mapa del sitio” (canónico) no existe. Obviamente, disponemos de la literatura patrística, propia de su tiempo, pero los de la “sana doctrina” dirán que no es “escritura inspirada”.

La información completa de ese “mapa del sitio” nos ayudaría mucho para llenar bastantes lagunas informativas del NT. Creemos que la falta de percepción de esta realidad (la parcial información del NT), les lleva a muchos exégetas de las Iglesias de Cristo a dogmatizar a partir de informaciones parciales y, algunas veces, desubicadas, como es el caso de 1 Corintios 14:33b-35.

Este “mapa del sitio” se echa en falta, por ejemplo, por la nula información que tenemos en el NT de las misiones de los demás Apóstoles (aparte de Pablo, Pedro, Felipe y poco más), el mutismo sobre el tipo de iglesias que se implantaron en otras zonas geográficas distintas a las referidas en el NT, aparte de las teologías que desarrollaron estas comunidades (Lémonon, Jean-Pierre. “Los judeocristianos: testigos olvidados”. CB nº 135). Disponemos poco más que la información que se derivó de las iglesias del entorno mediterráneo nororiental gracias a las cartas que Pablo dirigió a algunas de ellas, cuyos contenidos son muy específicos y locales. Esto es normal si tenemos en cuenta que la producción literaria que compone el NT canónico no fue un proyecto metódico y sistemático pensado para la posteridad, sino el resultado de necesidades muy específicas causadas por problemas en algunas comunidades cristianas, especialmente paulinas o de tradición paulina (¡Jesús no escribió absolutamente nada ni instó a hacerlo!). Esta carencia de información produce, en algunos casos, una imagen distorsionada del cristianismo cuando no mensajes discordantes y confusos. Por ejemplo, ¿Cómo armonizar que la mujer pueda profetizar y dirigir la oración en la asamblea (1 Corintios 11:5), y, un poco más adelante en el mismo escrito, decir que la mujer debe guardar silencio en la misma asamblea (1Corintios 14:34-35)? ¿Cómo armonizar el hecho evidente de que hubiera mujeres que desarrollaban un prominente e indiscutible liderazgo en algunas comunidades cristianas (Romanos 16:3, 12; Filipenses 4:3; etc.), con la prohibición de que la mujer pueda enseñar en la comunidad (1Timoteo 2:11-12)? Si la conversión del centurión Cornelio fue posterior a la vocación de los gentiles antioquenos (como parece ser según Hechos 8:1; 11:19 sig.), ¿por qué los líderes de Jerusalén se rasgaron las vestiduras por el hecho de que Pedro hubiera entrado en la casa de un gentil y se maravillaron de que también los gentiles fueran partícipes de la gracia, si este encuentro con los gentiles ya se había producido en Antioquía antes (Hechos 11:3, 18)? ¿No debieron de haberse sorprendido cuando sucedió lo de Antioquía? 

Estas discordancias e incoherencias se pueden explicar mediante el estudio crítico histórico-literario, además del hermenéutico. Por supuesto, para ello hay que leer el texto bíblico de manera crítica (y algo más que la Biblia sola),  despojarse de los estereotipos tradicionales, ideológicos y románticos y dejar que el Nuevo Testamento “hable”. 

3. EL JUDAÍSMO DE LA ÉPOCA NEOTESTAMENTARIA Y LA IGLESIA PRIMITIVA

En principio, el judaísmo de la época del NT no era homogéneo; no creían lo mismo, por ejemplo, los fariseos, los saduceos y los herodianos (Hechos 23:8). En la prístina comunidad cristiana entraron judíos de diversos orígenes: levitas, sacerdotes, fariseos (Hechos 4:36; 6:7; 15:5), judíos de lengua hebrea (aramea) y de lengua griega, helenistas de la diáspora (Hechos 6:1). De alguna manera, todos estos representaban la comunidad judeocristiana primitiva. Cada grupo tenía su propia idea sobre la práctica de los mandamientos surgidos de la Ley mosaica (Hechos 15:5). Por tanto, es difícil precisar los mandamientos seguidos por los grupos llamados “judeocristianos”, pues entre unos y otros podía haber diferencias importantes. La cuestión de todo esto es que la comunidad cristiana primitiva seguía observando los preceptos de la Ley, y cada grupo la observaba de manera particular. Las conclusiones del “concilio” de Jerusalén (que impuso a los gentiles observar algunos preceptos de la Ley) debieron ser aquellas que se correspondían con las del grupo más influyente (Hechos 15:28-29), como ocurre en toda organización humana. Esta amalgama ideológica por sí mismo originaba inevitablemente una diversidad con características muy particulares. 

4. LA IRRUPCIÓN DE LOS GENTILES EN LA IGLESIA 

El efecto más importante de esta heterogeneidad lo protagonizaron los gentiles que abrazaron la fe cristiana: requirieron de un “concilio” para protestar contra la imposición de la Ley que el sector judeocristiano más intransigente («de los de Jacobo») quiso imponer sobre ellos (Hechos 15:1, 5). A partir de ahí, además de la “amalgama ideológica” señalada más arriba, el cristianismo primitivo estuvo representado especialmente por dos grupos diferentes étnicos: judíos y gentiles. Para un tratamiento más extenso sobre este tópico, sugerimos el trabajo “Iglesias del Nuevo Testamento” disponible en la web de la revista Renovación. Otra cosa es que el ala del cristianismo que prevaleció y subsistió fuera el representado por la Gran Iglesia Gentil en Occidente, liderado por Saulo de Tarso en sus orígenes. Es curioso observar que los requisitos mínimos de la ley, que los judeocristianos impusieron a los gentiles que creyeron en el evangelio para facilitar la comunión (Hechos 15:28-29; 21:25), fueron luego las pruebas de cargo que la Gran Iglesia usó para condenar a los judeocristianos (Lémonon, Jean-Pierre. “Los judeocristianos: testigos olvidados”. CB nº 135). La Historia es caprichosa, se escribe así. 

5. PABLO Y SUS RIVALES Y VICEVERSA

En principio, Pablo tuvo dos grupos “rivales” judeocristianos. Pero ninguno de ellos eran “herejes” o “apóstatas”, sino compañeros de “milicia”. A uno de estos grupos pertenecían los que fueron a Antioquía “de parte de Jacobo” y que tanto atemorizó a Pedro (Gálatas 2:12); es decir, este grupo lo formaban los judeocristianos que querían imponer la ley a los gentiles (Gálatas 3-5; Filipenses 3). Por otro lado estaba el grupo judeocristiano que cuestionaba la autoridad apostólica de Pablo (1 Corintios 9; 2 Corintios 4; etc.), aunque es posible que algunos estuvieran en los dos frentes rivales a la vez. A estos “misioneros”, que procedían de Judea, incluso con cartas de recomendación, posiblemente de Jerusalén (2 Corintios 3:1), Pablo los llama irónicamente “grandes apóstoles” –otras versiones: “superapóstoles”(2Corintios 11:5 BTI), pero no duda en llamarlos también “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos” (2Corintios 11:13). Este lenguaje que Pablo usa en estas controversias judaizantes hemos de entenderlo en ese contexto de tono a veces acalorado –así, el “¡ojalá se mutilasen!” de Gálatas 5:12 (Lit. “se castrasen”)– pero no en un sentido formal o teológico, como suelen hacer algunos exégetas para afirmar su exclusivismo. Estos “misioneros” aprovecharon la circunstancia de que el Apóstol no “exigía” ser mantenido por predicar el evangelio (1 Corintios 4:12; 9:14-19; 1 Tes.2:9; Hechos 20:34-35) para subestimar la autoridad de su apostolado, porque estos “superapóstoles” pensaban que el verdadero “apóstol” era aquel que se atenía a la comisión de Jesús, como ellos hacían (Cf. Marcos 6:7 sig.). Pablo reconoce la comisión de Jesús y el derecho que el evangelista tenía de percibir salario por su trabajo (1 Corintios 9), pero justifica y defiende su modus operandi diferente (2Corintios 10-11) ante sus adversarios. Es decir, estos “misioneros” –a los que Pablo llama “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos”– eran líderes que representaban a grupos con tradiciones cristianas distintas a las de Pablo, y que ponían su impronta personal. El Apóstol aún contaba con otros “rivales”: aquellos que solo buscaban cómo hacerle daño moralmente (Filipenses 1:15-18), pero estos podían pertenecer incluso a la propia tradición paulina (era una cuestión personal).

6. LA COMUNIDAD DE PEDRO

Sabemos muy poco del ministerio de Pedro salvo lo que Lucas, por motivos teológicos-literarios, nos cuenta en Hechos 1-12. Las dos epístolas universales atribuidas a Pedro se limitan a exhortar a una Iglesia en tránsito hacia la institucionalización, pero no habla de las misiones del autor.

A Pedro le vemos en Antioquía, en medio del conflicto entre judeo-cristianos y pagano-cristianos (Gálatas 2:11 sig.); implícitamente también le encontramos en Corinto (1 Corintios 1:10 sig.) –aquí puede tratarse más bien de misioneros que apelaban a la autoridad del Apóstol (Gerd Theissen, 1985)–, y en Roma, donde según la tradición fue mártir. Al igual que las comunidades de Jerusalén, donde Jacobo se había convertido en el líder máximo, las de Pedro seguían observando también la Ley, aun cuando Pedro entendió que los gentiles no necesitaban observarla (Hechos 15:7-11). Por lo que trasciende del texto de Gálatas, Pedro no tuvo problemas en compartir la mesa con los cristianos gentiles… ¡hasta que llegaron “los de Jacobo”! (Gálatas 2:12). Es decir, las comunidades de Pedro, que eran flexibles como él, se llevaron bien con las comunidades de Pablo, en lo que se refería a la observancia de la Ley. Estas comunidades petrinas representaban otra variedad de las diferentes tradiciones cristianas; estaban entre las comunidades de Jacobo, más estrictas en observar la Ley (hasta el punto de no compartir mesa con los cristianos gentiles – implícito en Gálatas 2:12), y las comunidades de Pablo, que se habían liberado totalmente de la Ley.

7. LOS JUDEOCRISTIANOS HELENISTAS

Otra diversidad la protagonizaban los judeocristianos de la diáspora, los helenistas (Sobre los judíos de la diáspora, J. Leipoldt-W. Grundmann, “El mundo del Nuevo Testamento”. Vol. I). En principio, los judíos helenistas radicados en Jerusalén tenían sus propias sinagogas (Hechos 6:9). En el año 63 a.C. Pompeyo llevó a Roma como esclavos a una gran cantidad de judíos. Más tarde se les concedió la libertad y muchos de ellos regresaron a Palestina agrupándose en una sinagoga que recibió el apelativo de “sinagoga de los libertos” (La Biblia BTI). Una vez, en el evangelio de Juan, se dice que unos griegos –posiblemente judíos helenistas- “querían ver a Jesús” (Juan 12:20). En el marco de la iglesia de Jerusalén, los judeocristianos helenistas fueron ninguneados en la ayuda social para las viudas, lo que motivó una protesta por esta causa, quizás por la incomunicación que origina no hablar el mismo idioma (Hechos 6:1 sig.). Fueron estos judeocristianos helenistas los que provocaron la persecución habida en Jerusalén por el crítico discurso de Esteban (helenista también) contra el Templo (Hechos 6:8 -7:1 sig.). Es digno de observar que en esta persecución los Apóstoles quedaron a salvo, pues ellos no huyeron de Jerusalén, lo que puede significar que la persecución se dirigió particularmente contra los judeocristianos helenistas, ¡y los Apóstoles no lo eran! (Hechos 8:1). Estos judeocristianos helenistas, no obstante, fueron los que llevaron el evangelio a Samaria (Hechos 8:4 sig.), a algunas ciudades siro-fenicias [Tiro, Tolemaida] (Hechos 21:3-4), a Antioquía (Hechos 11:19-20), hasta Damasco (Hechos 9:1-2, por deducción). Es decir, llevaron las buenas nuevas del reino de Dios a los gentiles sin imponerles la observancia de la Ley. No nos extraña, pues, que esta tradición judeocristiana helenista encontrara oposición con la tradición judeocristiana que lideraba Jacobo en Jerusalén. Y no nos extraña tampoco que Saulo de Tarso se encontrara como pez en el agua entre estos discípulos antioquenos con los cuales estuvo enseñando durante un año a mucha gente (Hechos 11:26).

8. LOS DEL “BAUTISMO DE JUAN” 

Además de Pablo, otro misionero por libre había arribado a Éfeso (¿antes que él?). Apolos era un judío de la diáspora, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Lucas afirma que “había sido instruido en el camino del Señor… ¡aunque solamente conocía el bautismo de Juan!” (Hechos 18:24-25). En Éfeso había conseguido establecer una comunidad, con la que Pablo tomó contacto y “rebautizó” al menos a algunos de ellos (Hechos 19:1-7). Priscila y Aquila le conocieron y le “expusieron más exactamente el camino de Dios”. Los discípulos de Éfeso le dieron carta de recomendación para que fuera recibido en Acaya (Hechos 18:26-27). Apolos era un evangelista itinerante e independiente (1 Corintios 16:12).

La pregunta que suscita Hechos 18:24-25 es la siguiente: ¿Cómo es que, un evangelista que ya “había sido instruido en el camino del Señor” (antes que Priscila y Aquila le “expusieran más exactamente el camino de Dios”), solo conociera el bautismo de Juan? ¿Dónde había obtenido Apolos dicha “instrucción”? ¿Quiénes fueron sus maestros? ¿Quiénes le comisionaron a predicar? No lo sabemos. Pero la única explicación plausible es que Apolos hubiera sido “instruido en el camino del Señor” en el seno de una tradición cristiana diferente a la de Pablo, a la de Pedro y a la del mismo Jacobo. Apolos debió de haber sido instruido en alguna de las tradiciones galileas, de los seguidores primitivos de Jesús durante su ministerio, y antiguos discípulos de Juan el Bautista que se añadieron al movimiento de Jesús posteriormente. En cualquier caso, Apolos procedía de una tradición cristiana que practicaba el bautismo de Juan. Cuando Pablo se duele de que algunos cristianos se jactaban de pertenecer a Pablo, a Apolos, a Pedro… solo está señalando la punta del iceberg (1 Corintios 1:12 sig.).

Emilio Lospitao

La Iglesia nació en la casa – #5


DE LA CASA A  LA BASÍLICA

1. CAMINAR HACE CAMINO

¿Es comprensible, sociológicamente hablando, que un grupo organizado de personas, como lo fue la Iglesia, se hubiera mantenido intacto, como “envasado al vacío”, libre de influencias externas, durante mucho tiempo y en todo lugar? ¿Es extraño que la Iglesia, con el tiempo, fuera sufriendo cambios estructurales, litúrgicos y de orden, si durante la época apostólica y subapostólica ya se originaron reajustes institucionales como fue la aceptación del orden social de la sociedad greco-romana, que afectó incluso a su organización? ¿Podemos calificar de “apostasía” a simples diferencias entre grupos religiosos cristianos, sobre todo teniendo en cuenta la diversidad de tradiciones que existían en el cristianismo primitivo?… Solo los grupos sectarios, mediante una férrea disciplina interna, un fuerte sentido de pertenencia al grupo y, por lo tanto, excluyentes, pueden mantener un perfil social y religioso al margen del natural progreso que genera una sociedad viva. De hecho, la supervivencia del cristianismo primitivo, representado luego por la Gran Iglesia, fue posible porque se adaptó al orden social greco-romano de aquella época, y este orden se convirtió en la “sana doctrina”, o sea, la “ortodoxia” hegemónica que arrasó con las demás tradiciones. 

Podemos constatar que hubo apostasía durante los siglos posteriores en la Iglesia; esto parece quedar claro cuando contrastamos los principios teológicos neotestamentarios y el devenir teológico y doctrinario en los concilios subsiguientes en la Iglesia. Pero de aquí a la idea de que dicha apostasía comenzó con la muerte del último Apóstol, dista mucho. Esto último surge de una doctrina ideologizada y arbitraria en el Movimiento de Restauración muy lejos del estudio exegético neotestamentario e histórico.

Lo que sigue es una brevísima referencia a los cambios que se originaron cuando la Iglesia cambió de “hábitat” físico, de la casa, donde nació, a la basílica, donde empezaría su imparable institucionalización al modelo del Imperio. De aquellos polvos, estos lodos que la Iglesia cosecharía en el largo transcurso de su historia, y que tanto daño hizo a la comunidad cristiana.

2. LA “DOMUS ECCLESIAE

Al comienzo de este trabajo hemos constatado que la “casa” fue el hábitat físico, social y religioso de la “iglesia doméstica” durante prácticamente los tres primeros siglos. Los “códigos domésticos” de la época se hicieron normas en la organización de la iglesia como “familia –casa– espiritual”.

La domus ecclesiae, en principio, era la misma casa, espaciosa, que los cristianos habían venido usando exclusivamente para el culto, pero ahora la dedican para los servicios logísticos de la comunidad: organización, liturgia, docencia, acogida… Además, la domus eclesiae vino a ser el lugar de residencia de los responsables directos de la administración espiritual y material, los cuales se convirtieron a la vez en anfitriones naturales de los misioneros itinerantes. La domus eclesiae contribuyó eficazmente en el afianzamiento de un estatus nuevo de la Iglesia en la sociedad greco-romana, como lo había hecho la sinagoga judía anteriormente. Lo que Pablo escribió teológicamente de la Iglesia respecto al vínculo incuestionable que le unía al judaísmo (Romanos 10-11), tuvo también como objetivo legitimarse social y políticamente; es decir, ¡el cristianismo no era un movimiento más de los muchos que se originaban en Oriente, a los cuales miraban con mucho recelo en Grecia y en Roma, sino un movimiento que hundía sus raíces en una religión muy antigua, reconocida y aceptada en el Imperio: el judaísmo! La domus ecclesiae, con el arraigo consolidado mediante la aceptación de los códigos domésticos y el respeto axiomático a los gobernantes, supo ganarse el reconocimiento del Imperio con la misma eficacia que lo había hecho la sinagoga. La domus ecclesiae fue el lugar físico de tránsito entre la “casa” y la “basílica”. 

3. LA BASÍLICA

El término basílica deriva del griego βασιλική y es una elipsis de la expresión completa βασιλική οἰκία (basiliké oikía) que quiere decir “casa real”. La basílica era un suntuoso edificio público que en Grecia y en Roma solía destinarse al tribunal. En las ciudades romanas ocupaba un lugar preferente en el foro. O sea, la basílica era un edificio público y laico. 

Aunque el uso de la basílica, como lugar de culto cristiano, se atribuye a la época de Constantino, no obstante, algunos autores creen que este cambio no fue tan brusco, pues ya la Iglesia había empezado a usarla para las reuniones litúrgicas con anterioridad, ya que por sus características arquitectónicas permitía reuniones muy numerosas (La arquitectura paleocristiana, catacumbas y basílicas: https://arte.laguia2000.com/arquitectura/arquitectura-paleocristiana-la-basilica – visto 9/07/2023).

Como rechazaron, al principio, los templos paganos, los cristianos adaptaron para la posteridad el diseño de la basílica romana. Pero fue especialmente a partir del reconocimiento del cristianismo como “religión autorizada” que la basílica vino a ser el templo por excelencia de la Iglesia. La basílica más antigua conservada es la de San Juan de Letrán en Roma. Fue consagrada por el papa Silvestre en el año 324. Junto a esta basílica se halla el Baptisterio con el mismo nombre, un edifico octogonal, construido por el papa Sixto III (434-440) sobre una estructura circular del tiempo de Constantino, con una piscina en el interior para los bautismos, que todavía se practicaban por inmersión. Los baptisterios se inspiraban en los balnearios romanos, pero ahora con un sentido distinto. Éste del que hablamos es uno de los más importantes del mundo cristiano. 

4. DE LA CASA A LA BASÍLICA

Durante la transición de la casa a la basílica (pasando por la domus ecclesiae), se produjeron cambios muy significativos en la Iglesia no solo en las formas sino también en el fondo. 

Durante el tiempo que la iglesia doméstica tuvo como sede la “casa” no existían diferencias importantes entre los que desarrollaban algún ministerio y los demás cristianos. Existía, sí, un profundo respeto hacia las personas entregadas al servicio de los fieles (obispos, diáconos, etc.), fomentado ya en los escritos del NT (1Tes. 5:12-13; 1Timoteo 5:17 sig.) y, especialmente, en las cartas de Ignacio de Antioquía a principios del siglo II. Pero aún no habían aparecido los conceptos de “clérigo” y “laico”, que tanto se distinguirán más tarde. Por otro lado, el culto en la “casa” estaba acompañado por un ágape fraternal, en cuyo contexto se celebraba la “eucaristía” (Santa Cena). El problema de 1Corintios 11:17-22 no radica en que la eucaristía compartiera espacio y tiempo con el ágape; el problema hundía sus raíces en una discriminación social entre “ricos” y “pobres” (Theissen, Gerd. “Estudios de sociología del cristianismo primitivo”, p. 257-283). Es decir, durante el tiempo en que la Iglesia se desarrolló eclesial y litúrgicamente en la “casa”, dio vida a una “familia espiritual” donde todos eran hermanos, y el ágape y la eucaristía se constituía en un fiel reflejo de comunión y unidad.

Cuando esta vida eclesial y litúrgica se trasladó a la domus ecclesiae, primero, la “santa cena” (eucaristía) se separó de la comida fraternal (el ágape): la eucaristía comienza así su itinerario hipersacramental; y, segundo, como consecuencia de ello, se prohibió la celebración de la eucaristía en otro lugar que no fuera la domus eclesiae. Al vivir el “clero” en la misma domus eclesiae, lugar exclusivo ya para el culto, comenzó a diferenciarse entre estos y el resto de los cristianos: clérigos y laicos.

El paso de la domus eclesiae a la basílica llevó consigo otros cambios de naturaleza parecida. La eucaristía ha llegado a su clímax sacro; por lo tanto, se prohíbe su celebración en la domus eclesiae, y el único lugar autorizado será ahora la basílica. Por otro lado, la mesa donde se celebraba el ágape y la eucaristía, situada en un lugar céntrico del habitáculo, se ha convertido ahora en el altar; y del lugar céntrico donde se hallaba la mesa, de la cual participaban de ella todos, ahora se ha trasladado a un extremo del local, considerado “lugar santo”. El pan y el vino se han convertido literalmente en “cuerpo” y “sangre” de Cristo. Ha empezado la era constantiniana. Pero esto es ya otra historia.

Emilio Lospitao

La Iglesia nació en la casa – #4


LA IGLESIA PRAGMÁTICA

“Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra”

(1Cor. 11:6)

1. LA NECESARIA “MUNDANIZACIÓN” DE LA IGLESIA PARA INTRODUCIRSE EN EL MUNDO GRECO-ROMANO

La adjetivación que usamos no se refiere al “pragmatismo” como filosofía mediante la cual el fin justifica los medios, en el sentido de que si el fin es bueno los medios son válidos. Más bien nos referimos al pragmatismo como la síntesis inevitable que se produce entre dos contingentes antagónicos. Venimos exponiendo en este trabajo que el cristianismo primitivo surgió con un modelo contracultural inspirado en la persona y la actitud de Jesús, exponente vivo del “reinado de Dios” que predicaba. Este modelo contravenía el orden social representado en los códigos domésticos del mundo greco-romano (y judío). La Iglesia se vio inmersa en esa encrucijada cuya única alternativa fue amoldarse y aceptar el orden social de la época. Esta adaptación socio-cultural fue necesaria para su supervivencia. El hábitat físico, la casa, que durante casi los tres primeros siglos utilizó, le sirvió incluso para organizarse e institucionalizarse según el orden social imperante. La Iglesia primitiva llegó donde llegó, como movimiento religioso, pagando el precio de la “mundanización”, o sea, mediante la adaptación al orden social y político “del mundo”.

No obstante, en el modelo contracultural con el que comenzó el cristianismo primitivo, la mujer desarrolló un incuestionable liderazgo lo cual muestra que hubo iglesias domésticas entusiastas que inauguraron un “nuevo orden social” que evocaba las enseñanzas y la actitud de Jesús. El problema fue que estas comunidades se dieron de bruces con la realidad política del orden social de los códigos domésticos de aquel tiempo… ¡y tuvieron que replegarse amoldándose a las instituciones de aquella sociedad, según evidencian los segundos y últimos escritos neotestamentarios!

EL VELO COMO EJEMPLO

“Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello” (1 Corintios 11:2-15)

El movimiento entusiasta primitivo cristiano debió de haber levantado mucha polvareda dondequiera que se hizo presente por el sutil “nuevo orden social” que generaba. En cierto sentido, esta “subversión” del orden social convencional de la época fue advertida enseguida por los autóctonos (Hechos 17:6). Las innovaciones del movimiento primitivo de Jesús tuvieron consecuencias negativas para la supervivencia de la Iglesia precisamente por esa “sutilidad” radical. El caso de las mujeres de Corinto, prescindiendo de la prenda milenaria del velo, hizo levantar un revuelo extraordinario. Con su actitud, estas mujeres cristianas, sin pretensión quizá de ello, cuestionaron la patriarcal y ancestral tutela del marido, y este cuestionamiento debió de haber originado serios problemas en el orden de la casa, en la propia comunidad y, lo que era peor, el mal testimonio que ello daba hacia “los de afuera”. Los argumentos teológicos que Pablo expone en 1Corintios 11:2-15 son engorrosos, pero el texto pone en evidencia tres fenómenos: a) La mujer había prescindido del velo; b) Esa actitud originó un serio problema institucional, especialmente en el orden de la casa; y c) El problema se corrigió exhortando a las mujeres a que usaran de nuevo el velo. Fue el mismo Pablo quien tuvo que “poner orden” ante este problema. 

El velo como requisito para hablar y profetizar (solución del problema 1Cor. 11:2-15).

Ahora bien, este “poner orden”, aunque en sí mismo suponía cierta represión al entusiasmo femenino, no consistió en prohibir a la mujer a que orara o profetizara(17) en la asamblea, sino en que debía de cubrirse con el velo, como correspondía a las buenas costumbres del lugar y de la época, para ejercer ese privilegio. Este caso nos informa de la “involución” más temprana del NT. Es la primera toma de conciencia de las comunidades entusiastas de las consecuencias que el “nuevo orden social” conllevaba. El uso del velo era una línea roja que no se podía traspasar. Lo que al Apóstol le preocupaba, como al resto de los líderes cristianos posteriores, es cómo afectaba estas innovaciones liberadoras al testimonio hacia “los de afuera”. Había que acallar las críticas contra el radicalismo cristiano. Actitudes parecidas a éstas debieron surgir por doquier en la primera generación, que luego progresivamente se fueron reprimiendo. Las exhortaciones posteriores tienen como punto de inflexión esta “subversión social” que no estaba siendo aceptada por todos los grupos de cristianos, cuyo resultado, además, era un mal testimonio ante “el mundo” (Cf. 1Pedro 2:18-3:7).

Los últimos textos cronológicos del NT vienen a ser todo un ejercicio apologético para contrarrestar las acusaciones que se hacían desde “afuera” contra los cristianos. Acusaciones relacionadas con los códigos domésticos (que creían que los cristianos estaban subvirtiendo) y, sobre todo, con el respeto y la aceptación de la autoridad gubernamental(18). La única alternativa que le quedaba a este movimiento entusiasta era la aceptación del sistema social, político y patriarcal. ¡Y la aceptaron! ¡La Iglesia pragmática!

2. LA TEOLOGÍA DE LOS CÓDIGOS DOMÉSTICOS (segundos y últimos escritos) 

1 Pedro 2:18-3:7

Los códigos domésticos en 1Pedro tiene muy en cuenta el testimonio de los cristianos no solo ante las personas que no son creyentes, sino, incluso, ante los que mantienen una actitud hostil contra ellos (1Pedro 2:18-3:7). Se inculca el respeto a las autoridades civiles para refutar las calumnias de “hombres insensatos” (2:13-17) y la sumisión de las mujeres a sus maridos incrédulos con el objeto de ganarlos a la fe, y además se teologiza esta sumisión apelando al ejemplo de Sara (3:1-6). Se insta a dar razón de la esperanza a quien la pida y contradecir, mediante el buen comportamiento, las críticas de “los de afuera” (3:15-16). Sin embargo, los códigos domésticos en 1Pedro, no presentan las tres relaciones tradicionales. Comienza por los esclavos (2:18-25) pero aquí falta la exhortación recíproca a los amos, como ocurría en Efesios y Colosenses. Es posible que los amos de este texto no sean cristianos, ya que no dice nada respecto a ellos a pesar de ser personas “difíciles de soportar” (v. 18) y que hacen “sufrir molestias injustamente” (v. 19) (Aguirre, Rafael. “Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana”, p. 130). En el mundo greco-romano de aquella época, los cultos no oficiales (entre los cuales se hallaba el cristianismo), levantaban un gran recelo de parte de las gentes, que culminaba en graves conflictos (Hechos 17:6), incluso en persecuciones (Hechos 18:1-2.), porque lo consideraban un atentado contra las costumbres establecidas socialmente. La creencia y la aceptación de los dioses, así como rendir pleitesía al Emperador, daban cohesión a la sociedad.

Resultaba escandaloso que las mujeres y los esclavos, cuando se convertían al cristianismo, abandonaran la religión tradicional del paterfamilias. Tácito, historiador romano, se refería a los prosélitos al judaísmo, diciendo: “la primera lección que reciben es despreciar a los dioses, renunciar a su país y considerar sin importancia a sus padres, hijos y hermanos” (Hist. V:5) (Aguirre, Rafael. “Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana”, p. 130).

Por ello, el autor de 1Pedro está muy preocupado por el comportamiento de los esclavos y las mujeres. De ahí que insista en la sumisión de los esclavos y de las mujeres cristianas para salir al paso de estas críticas. Se dirige primero a los esclavos con una exhortación espaciosa y muy teologizada (2:18-25). Como Pablo en 1Corintios 7:12-14, también 1Pedro pide a las mujeres cristianas a permanecer unidas a sus maridos no cristianos, a no romper la casa, con la esperanza de que esta actitud sirva para convertirles a la fe (3:1-6).

1 Timoteo 2:9-3:15; 5:1-6:2; Tito 2:1-10; 3:1-2

Estos textos, como los de 1Pedro, reflejan una situación tardía la vida de la Iglesia. A diferencia de los primeros escritos (primeras cartas de Pablo), las Pastorales no son escritos dirigidos a comunidades, sino a dirigentes de iglesias individuales que tienen por misión vigilar la (ya) desarrollada “ortodoxía” hegemónica de la Iglesia: ¡la “sana doctrina”! (1 Timoteo 1:3; 4:1 sig. 6:3; 2Timoteo 1:13-14; 4:3-4; Tito 1:9-14; etc.)(19). Aquí queremos insistir en algo fundamental, desde el punto de vista apologético, con la exégesis que mantienen la mayoría de los líderes de las Iglesias de Cristo: lo que en las Pastorales se denomina “sana doctrina” (el conjunto del orden social de la casa, y luego de la iglesia) no es otra cosa que la involución que se ha venido produciendo en la Iglesia. Es decir, la ideología hegemónica de la “sana doctrina” se fue imponiendo a la par que la Iglesia aceptaba el “orden social” del mundo greco-romano y se institucionalizaba. Pero muchos de mis “hermanos en la fe” son incapaces de entender esto.

En los primeros escritos se habla de la iglesia que está “en la casa”, ahora a la iglesia en su conjunto se denomina la “casa de Dios” (1Timoteo 3:15). Si en Efesios (5:22-32) había un intento por configurar el orden de la casa a partir de valores específicamente eclesiales (teologización), ahora en las Pastorales el orden de la Iglesia sigue el patrón de los códigos domésticos. Es decir, los códigos domésticos que encontramos en las Pastorales no pretenden regular el orden de las casas cristianas (como en Efesios y Colosenses), sino inculcar los deberes de los diversos estados existentes en la comunidad. O sea, son códigos comunitarios. Por ello, no son recíprocos y tienen la forma de recomendaciones dirigidas al líder para que inculque sus deberes a las distintas clases de miembros que forman la comunidad. El líder religioso tiene que mantener el orden de la Iglesia y hacer que cada uno cumpla con su deber, como el paterfamilias mantenía el orden en la casa. La comunidad cristiana se va “patriarcalizando” en sus valores y en su organización (Rafael Aguirre, “Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana”, ps. 132-133).

En estos textos se dan instrucciones de lo que el líder debe enseñar y recomendar a los diversos estados: a los ancianos y a los jóvenes (5:1) a las ancianas y a los jóvenes (5:2), a las viudas (5:3-16) a los presbíteros (5:17-22) y a los esclavos (6:1-2). En Tito se presenta como la “sana doctrina” (2:1) un código de los deberes de los diversos estados que él debe enseñar: los ancianos (2:3), las jóvenes, que deben estar “sumisas a sus maridos” (2:5), los jóvenes (2: 6), los esclavos, los cuales deben estar “sometidos en todo a sus amos” (2:9). 

Respecto a los requisitos requeridos a los aspirantes a Obispos y a Diáconos(20) son virtudes institucionales, semejantes a las de cualquier organización de carácter familiar. El obispo debe ser irreprochable, íntegro, dueño de sí mismo y no tener un carácter colérico o arrogante (Tito 1:7-9). Debe ser un buen organizador de su propia casa y de controlar a sus propios hijos (1Timoteo 3:4). Especialmente no debe ser amante de riquezas (1Timoteo 3:3-5). No puede ser un recién convertido. Sus hijos deben ser creyentes (1Timoteo 3:2-6; Tito 1:6). Estos requisitos reflejan el surgimiento de la Iglesia como una sociedad con normas establecidas que se imponen sobre sus figuras públicas (E. Brown, Raymond. “Las iglesias que los apóstoles nos dejaron”).

Las exhortaciones y los requerimientos de estos textos quieren acreditar el cristianismo a los ojos de la sociedad donde se implantan las iglesias y garantizar una vida tranquila “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1Timoteo 2:2). En este contexto de cosas debemos de entender las exhortaciones de las Pastorales respecto a la mujer. En 1Timoteo 2:9-15 se exige de ella una sumisión más radical que en los segundos escritos: “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (v. 12). Sin embargo, en los primeros escritos, se permite que la mujer hable y enseñe en la asamblea (1 Corintios 11:5). 

La mujer es vista como causa del pecado: “la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión”, y su valor se sitúa exclusivamente en su maternidad: “Pero se salvará engendrando hijos” (1Timoteo 2:14-15). Esta actitud de las Pastorales se explica por su afán apologético, porque el protagonismo y el grado de iniciativa alcanzado por las mujeres en las primeras comunidades paulinas crearon problemas y daba pie a acusaciones en su contra, pues era una subversión de los fundamentos del orden social constituido (Aguirre, Rafael. “Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana”, p. 133-134).

3. INSTITUCIONALIZACIÓN Y PATRIARCALIZACIÓN DE LA IGLESIA

Las Pastorales y las epístolas de Pedro, que reflejan una iglesia muy institucionalizada, se hacen eco de esta oikonomia cuando se refiere a los requisitos que debe reunir el candidato a Obispo o a Diácono: “que gobierne bien su casa… pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1Timoteo 3:4-5, 12; ver Tito 1:6-8). El mundo greco-romano había establecido la teoría del Estado (politeia) como una extensión de la casa (oikonomia). Esta idea aparece de forma reiterada en la literatura del primer siglo: 

“El futuro hombre de Estado tiene que estar antes entrenado en el gobierno de su casa. Si una casa es una ciudad en pequeño y si el gobierno de la casa se relaciona con la política, se puede decir que una ciudad es una casa grande…”. (Rafael Aguirre, “Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana”, p. 83).

El movimiento de Jesús, en la medida que se fue desarrollando e institucionalizando –¡y preconizando a la Gran Iglesia!–, fue tomando la figura de los códigos domésticos para organizarse y legitimarse. El autor de 1Pedro identificará la iglesia como la “casa de Dios” (1Pedro 4:17). Es decir, la Iglesia no solo legitima los códigos domésticos de la casa, aceptándolos, sino que los utiliza para legitimarse ella misma. 

En la tercera generación del cristianismo, en la fase de institucionalización de la Iglesia, las exhortaciones que inculcan los códigos domésticos ya no conservan la reciprocidad de las partes, como en Colosenses 3:18-4:1, sino que se dirigen solo a los subordinados, a la parte débil (mujer-hijos-esclavos) para exigir obediencia y fortalecer el estatus vigente (1Timoteo 2:9-15; 6:1-2). El modelo patriarcal se consolida como el modo más eficaz de presentarse ante el mundo. Después, estos códigos domésticos se fueron legitimando y perpetuando en las generaciones siguientes. Tanto la Didajé (4:9-11), la Carta de Bernabé (19:5-7), la Carta de Ignacio a Policarpo (4-6), la Carta de Policarpo de Esmirna (4:2-6,4) y la primera carta de Clemente de Roma (1:3; 21:6-8) lo corroboran. 

Una síntesis de lo dicho en este capítulo puede quedar resumida así:

–El orden social de la casa (peri oikonomia), una tradición griega testimoniada desde el siglo IV aC., estaba constituida por tres relaciones que había que regular: hombre/mujer, amo/esclavo, padre/hijo. Este orden social establecía una relación entre la casa y la ciudad/estado, entre la oikonomia y la politeia. Sólo quien era solvente para dirigir bien una casa sería capaz de regir los destinos del Estado. Este es el principio que se establece también para la dirección de la iglesia.

–La figura central de la administración de la casa es la figura del oikodespotes, es decir, el varón, padre y libre. La relación del cristianismo con el mundo implicó, ante todo, dilucidar su actitud ante esta realidad social fundamental de la casa, que se regía según un orden muy diferente a las relaciones sociales alternativas que suscitaban el primitivo movimiento de Jesús.

–La tradición griega no consideraba sujeto con responsabilidad moral a la parte débil (esposa, hijo, esclavo). Por eso, es al hombre a quien exhorta para que mantenga la sumisión de la otra parte. Sin embargo, al menos en los escritos más temprano, el Nuevo Testamento subraya la reciprocidad de deberes y la capacidad moral de la parte débil, que es interpelada; aun cuando esta reciprocidad ya contó como precursores a Séneca y a Filón (Aguirre, Rafael. “Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana”).

Notas:

[17] No importa a qué clase de “profecía” se refiere, si era vaticinar el futuro (al estilo de Agabo, Hechos 21:10-11), o enseñar, exhortar (1 Corintios 14:3). La clase de “profecía” no afecta al fondo de la cuestión, como algunos exégetas de las Iglesias de Cristo quieren vanamente inferir.

[18] Los malos entendidos dieron lugar a que las autoridades del Imperio recelaran del nuevo movimiento “judío”, por ello tanto en los escritos de Pablo como en los de Pedro se inculcan no solo respetar a la autoridad constituida (Romanos 13:1-6; 1 Pedro 2:13-17), sino incluso orar por ella (1Timoteo 2:1-2).

Emilio Lospitao