La libertad tiene un precio, lo sabemos


Renovación es la sucesora de otra publicación anterior llamada Restauromanía. No vamos a perder tiempo en explicar el porqué de ambos nombres, pero surgieron como consecuencia de la incomprensión y la intolerancia religiosa del entorno eclesial de este editor. Esta sola circunstancia es motivo suficiente para apostar por la tolerancia y la apertura hacia la pluralidad, en este caso religiosa, salvo cuando sus postulados menoscaben o dañen la dignidad de las personas. La historia nos ilustra suficientemente que las “ortodoxias” cometieron atroces crímenes en el nombre de Dios y en razón de una supuesta defensa de la “verdad” bíblica. También acredita la experiencia que dichas “ortodoxias” son, en no pocos casos, una excusa para mantener el estatus social y religioso (¡cuando no económico!) de quienes están en la cúspide de las instituciones religiosas o viven de ellas. Todo muy legítimo, pero carente de autoridad moral.

Renovación, como reza en la portada de su página web, es una revista cristiana digital independiente no lucrativa, de reflexión teológica y no denominacional. Teológicamente simpatiza con una hermenéutica que tiene en cuenta el contexto cultural, cosmológico y cosmogónico de los autores de los libros de la Biblia, que explican adecuadamente su sentir, su forma de vivir la realidad, la manera de entenderla y explicarla. Se aleja, pues, del literalismo bíblico que caracteriza al fundamentalismo cristiano. Por el contrario, está abierta al nuevo paradigma teológico al que apuntan los nuevos estudios arqueológicos, históricos, exegéticos y hermenéuticos.

Por esta vocación hacia el pluralismo teológico, Renovación publica trabajos de autores de muy diferentes teologías y de distintas educaciones religiosas y filosóficas, sin ningún tipo de prejuicios por sus creencias personales o su persona misma, basta que tengan algo que decir y lo digan con argumentos y buen escribir. El lector observará que los trabajos que publica Renovación proceden tanto de autores que sustentan una teología cristiana tradicional conservadora como de aquellos que propugnan un paradigma teológico que implica reescribir de nuevo la teología tradicional, pasando por autores escépticos o simplemente indiferentes a la religión cristiana. Renovación, deliberadamente, tiene el propósito de dar voz a quienes son censurados y silenciados en su propia casa espiritual o académica siempre que tengan algo que aportar al conocimiento científico, teológico o filosófico.

Dentro de esta apertura pluralista y de libertad, damos voz a quienes defienden a las minorías estigmatizadas socialmente, como son las personas LGTBI. Estigma que procede de manera muy especial, como no podía ser de otra manera, de los entornos religiosos, fundamentados en un burdo literalismo de los textos bíblicos, desconectados de nuestra realidad social moderna. Estos estigmatizadores son los mismos, con otros nombres, que antaño estigmatizaron y quemaron a las brujas hace poco más de un siglo, por no hablar de la perversa institución mal llamada “Santa Inquisición”. Ser libres, en cualquier ámbito de la vida, en el editorial también, tiene un precio, lo sabemos por experiencia; aun así optamos conscientemente por la libertad aun cuando en su día había seis bocas que alimentar. La libre decisión que llevó a la cruz al místico e idealista judío de Nazaret, sigue haciendo los mismos estragos en los nuevos crucificados.

Emilio Lospitao

Consagrados, laicos y viceversa


“El cristianismo comenzó como una comunidad de discípulos y al institucionalizarse se produjo la sacerdotalización y sacralización de sus dirigentes, y, posteriormente, la clericalización de la Iglesia, dividida en jerarquía y laicado”

Isabel Corpas de Posada
Doctora en Teología

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Hace décadas que se viene reivindicando el sacerdocio femenino como una prolongación de las demás reivindicaciones de la mujer. Pero este sacerdocio que reivindica el feminismo no sería otra cosa que perpetuar una institución (sacerdocio clasista) ausente en los textos del Nuevo Testamento y en las iglesias domésticas de los primeros siglos, como expone el ex-jesuita José María Castillo en un artículo que publicamos en esta edición (p.71). No vale aludir textos teologizados (Cristo Sumo Sacerdote) que nada justifican. Basta decir que el término “sacerdote” solo aparece en el Nuevo Testamento para referirse bien a los sacerdotes del templo judío, a los sacerdotes del paganismo o al sacerdocio universal de todos los cristianos en sentido absolutamente metafórico.

El desarrollo histórico del sacerdocio clasista coincide con la evolución del hábitat donde la comunidad cristiana se reunía. La iglesia comenzó en los hogares, en las casas; con el tiempo esta “casa” devino en la “domus eclesiae”, un edificio privado adaptado a las necesidades de la iglesia, con sus administradores (obispos = superintendentes). De la “domus eclesiae” se pasó a la “basílica”, un edificio secular amplio de la época. Este cambio de hábitat llevó consigo transformaciones profundas en el orden administrativo, litúrgico, psicológico y teológico. En la casa, la comunidad –no muchos en número– se sentaba en torno a una mesa donde se compartía un ágape recordando la última mesa compartida de Jesús (la Última Cena). En la “domus eclesiae”, aun cuando permanece la mesa compartida, el ágape en sí mismo adquiere un valor más ritualista y sacralizado. En la basílica, finalmente, la mesa compartida, en el centro del habitáculo, desaparece como tal y se convierte en un “altar” situado en un extremo del mismo donde la persona “ordenada” oficiaba el ritual de la “eucaristía”. Es decir, en un periodo de tiempo de menos de dos siglos, se pasó de la “democracia eclesial” (discípulo/as con diferentes responsabilidades), a la “monarquía clerical”. El cambio progresivo del hábitat físico (casa>domus eclesiae>basílica) no solo produjo cambios en la administración, la liturgia, la sacralización de la mesa compartida, etc., sino la segregación de los fieles: el “clero” (personas “ordenadas”), por un lado; y el “laico” (persona no “ordenada”), por otro; con el revestimiento de los primeros (inspirado en el vestido de los cargos públicos romanos) para distinguirlos de los demás, originando así un muro simbólico de separación entre la persona “ordenada” y la persona no “ordenada” (el laico). Visto con perspectiva histórica, ¿qué sentido tiene reivindicar el sacerdocio clasista de la mujer para perpetuar una institución que no estuvo nunca en la mente de Jesús de Nazaret ni en la de sus seguidores más próximos?

La iglesia del siglo XXI necesita recuperar la sencillez y el espíritu de aquellas primeras comunidades, empeñadas en anunciar y hacer una realidad el “reinado de Dios” que predicó Jesús de Nazaret, sacar todo lo bueno mayéuticamente del ser humano, hacer un poco mejor este mundo impregnando la sociedad con el espíritu del Nazareno que revolucionó el mundo mediterráneo del siglo primero, con los dones y la participación en igualdad del hombre y de la mujer. Esta sería la verdadera renovación de la iglesia, “una iglesia sin sacerdotes” (J.M.Castillo).

Emilio Lospitao

La salvación como oferta religiosa


Los intereses religiosos, de todos los signos, se han llevado las manos a la cabeza al conocer que en la agenda del Gobierno de Pedro Sánchez está el propósito de la laicidad integral del Estado español, lo que significa excluir del currículo docente las clases de religión como asignatura evaluable, en principio. De esto hablaremos en otra ocasión. En esta edición aunamos tres artículos que tienen una afinidad ideológico-religiosa cuyo trasfondo es el corazón mismo de las religiones: la salvación (Una iglesia entre el pueblo, Jorge A. Montejo; anti-Razón, Paul Kurtz; y “salvación cristiana”, Vicent Ayel).

Enfrente de la salvación que ofertan las religiones –que es el quid de las clases de religión– se encuentra el humanismo filosófico. Paul Kurtz, profesor emérito de filosofía de la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo (EE.UU.), fundador del Concilio para el Humanismo secular y ex-editor en jefe de la revista escéptica Free Inquiry, dice que “los humanistas han estado comprometidos con las proposiciones de que los seres humanos son capaces de racionalidad y que deberían utilizar su inteligencia crítica para entender la naturaleza y resolver los problemas humanos”; pero, a continuación, se pregunta: “¿Puede un humanismo secular basado en la razón y dedicado a valores humanos prevalecer aún?”. Kurtz reconoce que su confianza fue sacudida durante su propia investigación en los años 70 en el sentido de que “el pensamiento mágico” (la religión) desaparecería cuando el humanismo secular tomara su lugar.

El “problema –dice Kurtz– es que la mayoría de individuos nacen en una tradición religiosa”. Es decir, las creencias, más que una elección personal consciente, forman parte principalmente de nuestra etnicidad y nuestra filiación familiar. Dependiendo de dónde nacemos, y de la familia religiosa a la que pertenecemos, así serán nuestras creencias. Ante esta realidad socio-religiosa, el profesor emérito de filosofía se pregunta con no poca perplejidad, ¿por qué la gente acepta creencias en las cuales hay poca o ninguna evidencia o evidencia de lo contrario? La perplejidad es mayor cuando vemos que hay gentes dispuestas no solo a dar la vida por defender su fe, sino a quitar la vida a otros por ella. El fanatismo, que empieza en el adoctrinamiento, puede alcanzar esas cotas.

El humanismo es una filosofía de vida que pone al ser humano en el centro de todas las cosas como un ideal y una meta que beneficia a todos por igual creando un estado de relación fraternal positivo (este parecer ser el eje sobre el que giraba el “reinado de Dios” que predicó Jesús de Nazaret, humanista por lo tanto, y sobre el que se basa la Teología de la Liberación de la que habla Montejo). Se creía que bajo este manto de fraternidad e igualdad humanista se eliminarían las religiones con sus mitos y creencias ingenuas; pero, para sorpresa de librepensadores como Kurtz, está ocurriendo lo contrario, cada día surgen más movimientos religiosos, y algunos grupos, como los neopentecostales, crecen como setas, lo que significa que el homo religiosus no es un mito, es antropológicamente una realidad.

En este plano estrictamente religioso el proselitismo está asegurado, el cual resulta escandaloso cuando ocurre entre denominaciones cristianas. Toda una ingente de agencias con la misma oferta de la que sienten tener el monopolio: ¡la salvación! Una “salvación” espiritualista para obtener el cielo (en el caso de las religiones monoteístas) a cambio de la pertenencia y la sumisión a la “familia” espiritual de acogida y, sobre todo, al líder, o líderes, que los guían. Ante el espectáculo que ofrecen las religiones salvacionistas no es de extrañar que el humanismo grite el “no me quiero salvar”, de una canción de Victor Manuel: ¡Déjame en paz!

Emilio Lospitao

Evolucionar o perecer


La historia humana es la sucesión de pasos que el hombre (y la mujer) ha ido dando en cada momento de su existencia hacia su devenir en todas las esferas de la vida. Cada gesto, cada innovación, en cualquier área de la vida, sea intelectual o material, fue una acción creativa de superación y realización. Así, pasó de la etapa de recolector/cazador a la de agricultor/ganadero, de la sociedad tribal a la del Estado, de los mitos a la ciencia a través de la filosofía… Como herederos y actores activos de dicho proceso milenario y evolutivo, seguimos construyendo el mundo que dentro de cien, quinientos, o mil años, se estudiará en los libros de historia. Estamos hablando no solo en términos políticos y sociales, sino también filosóficos, espirituales y religiosos, sobre todo de estos últimos.

Formamos parte de un Universo en evolución continua (cada instante es distinto – Heráclito). Las galaxias ya no ocupan el mismo lugar que ocupaban hace millones de años. Tampoco nuestro sistema solar está en el mismo sitio de hace unos miles de años en la Vía Láctea. La evolución en nuestro planeta ha dejado atrás formas primigenias para dar paso a otras más sofisticadas, de las cuales procedemos los homo sapiens. La inteligencia humana dio a luz diversas civilizaciones y culturas que fueron el germen donde se desarrolló el conocimiento para descubrir las leyes que rigen el Universo. De ello surgieron diversas disciplinas desconocidas anteriormente que nos han permitido avanzar en conocimientos extraordinarios en todas las áreas del saber humano: la medicina, la genética, la astronomía, la robótica, y un largo etcétera imposible de enumerar aquí… ¡Y lo que está por venir! Este indiscutible progreso (en sentido de cambio) ha incidido especial y puntualmente en la teología, la religión, es decir, en las creencias.

Al hombre y a la mujer ilustrados del siglo XXI ya no se les puede convencer con los mismos relatos legendarios y míticos de hace tan solo 500 años, cuando todavía se creía que la Tierra era el centro del Universo y que el Sol giraba al rededor de ella. No se les podrá insistir, como si fueran párvulos, con un lo dice la Biblia, porque el valor sacralizado de la Escritura, de cualquier religión, habrá encontrado su horma mediante la investigación y la crítica literaria, que la pondrá –la ha puesto ya– en el lugar que debe estar: sujeta a la hermenéutica que la contextualice.

Es cierto que la religión (todas las religiones) todavía ejerce un poder inusitado gracias a que la generalidad de las personas subsisten en un infantilismo afectivo, filosófico y teológico, y por ello necesitan confiar en una fuerza ultramundana para afrentar las vicisitudes intramundanas del día a día, aunque dicha “fuerza” divina solo sea una realidad en la mente del creyente, pero ausente en la realidad cotidiana (silencio de Dios). Este es el quid de que las religiones perduren y se puede afirmar que perdurarán. El cristianismo, por supuesto, no es ajeno a este fenómeno, pero tendrá que reinventarse para mantener la suficiente capacidad de sugestión y seguir siendo útil a su entorno al menos como lo ha sido en épocas pasadas. De su urgente revisión dependerá que el cristianismo no se relegue a una simple asignatura que estudiar de la historia pasada, o, lo que sería peor, una secta religiosa a evitar.

Emilio Lospitao