¿Nuevo paradigma?


Circula por las redes sociales un gráfico muy elocuente: un personaje se acerca a la orilla de un lago (río, mar…) con una gran mochila a cuestas representando las tradiciones: crucifijos, iconos de ángeles, confesionario, incensarios, mitras, escapularios… (el dibujo está dirigido al mundo católico, sin ninguna duda, pero es válido para cualquier confesión religiosa). En el agua espera una barca pequeña, de remos,  con un epígrafe que dice “iglesia”; dentro de ella, una niña que la pilota; y se produce este parco diálogo entre ambos personajes:

–Pero. No podemos dejar atrás la tradición y la historia (dice el de la mochila a cuestas).

–Pues es la única manera de no hundirnos (responde la niña desde la barca).

¡Toda una metáfora para un tiempo nuevo!

Simón Pedro Arnold, monje benedictino, investigador y escritor, reflexiona de esta manera:

“Por una parte, se trata que cada religión se cuestione por su propia cuenta sobre la interpelación postreligional. Por otro lado (y quizás sea el reto más decisivo de cara al futuro), ¿en qué medida las grandes religiones y confesiones serán capaces de relativizar y recrear su propio discurso, su propia cosmovisión y su propia Tradición?” (¿Un cristianismo postreligional? – p. 29 en esta edición).

El fundamentalismo religioso (el cristiano, en este caso), con vocación irreflexiva, mira hacia otro lado; ha echado anclas en el denostado concepto de la Biblia inerrante, donde ve en cada palabra, aserto, formulación dogmática… la mismísima y atemporal palabra de Dios. Y ahí andan, haciendo teología de afirmaciones sapienciales de la Escritura y elaborando sermones sobre promesas que la experiencia de siglos contradice (“Jehová no dejará padecer hambre al justo…”, por ejemplo). 

Quienes abandonamos ese arcaico fundamentalismo (pero no la fe y el compromiso cristiano) hemos “caído en la cuenta” de que la Escritura (primer y segundo testamento) tiene otra lectura, y esta otra lectura surge del apercibimiento de que ella es un producto esencialmente humano, cultural, sapiencial, religioso… en el que subyace con total naturalidad la leyenda y el mito. Por ello este “nuevo paradigma” no es una opción para el futuro del cristianismo, sino “la” opción. 

Somos conscientes del misterio que impregna toda la realidad de la vida, el cosmos…, y que la ciencia, a pesar de cuanto ha logrado, y logrará, nunca podrá explicar dicho misterio; pero sí ha explicado cómo funcionan las leyes de la naturaleza, y ha echado al baúl del olvido las supersticiones, las leyendas mágicas… y la cosmovisión errónea que teníamos del universo. 

La teología cristiana en su conjunto lo forma un paquete que, o bien se sustenta completo o se hunde y arrastra tras él todo cuanto sustenta. Los fundamentos básicos de esta teología son: a) la divinidad absoluta de Jesús de Nazaret –el Jesús-Cristo, o Dios-Hijo–; b) su sacrificio vicario en la cruz; y c) la salvación de la muerte eterna –el infierno– gracias y por “gracia” a ese sacrificio. Estos tres fundamentos en sí mismos suponen una revelación singular del Dios único cuyo anuncio al mundo es de obligado cumplimiento.

Relativizar estos fundamentos bíblicos es incompatible con lo que ellos representan. Es decir, o confirman que Dios se ha revelado de manera inequívoca en la persona de Jesús, y por lo tanto su valor es absoluto, o su relativización pone en entredicho lo que tales fundamentos afirman.

O se sustenta todo el paquete o todo se viene abajo, o sea, tiene otra lectura, un nuevo paradigma.

Emilio Lospitao

¿Jesús vs Cristo?


Desde la cosmovisión precientífica de la antigüedad, las fuerzas de la naturaleza (terremotos, volcanes, rayos, pandemias pestilentes…) se consideraban instrumentos en las manos de Dios que los manejaba a su antojo para mostrar su poder y su soberanía. Hoy sabemos que tales fenómenos obedecen a las leyes de un Universo autónomo. Es verdad que, en la Biblia, la “creación” fue una iniciativa de la libérrima bondad de la divinidad. En el Edén no faltó de nada; por no faltar, no faltó el dichoso árbol “del Bien y del Mal” para poner a prueba la fidelidad de las excelsas criaturas: Adán y Eva. Pero estas criaturas sucumbieron al Mal, y el juicio fue sumario y fulminante, además con consecuencias terribles y universales, como se esperaba de un Dios todopoderoso y soberano. El Dios creador era amor, sí, pero también justicia. Y es que, el Cielo, siempre se ha reivindicado y legitimado mediante el poder… y la violencia. 

A la frustración edénica pronto se sumaría el castigo de un diluvio que aniquiló a todos los seres vivientes del planeta, excepto una familia humana y una pareja de animales… para perpetuar la especie (de la fauna marina no se cuenta qué suerte corrió). A Abraham –llamado a ser “padre de muchos pueblos”– Dios le exigió el sacrificio del hijo de la promesa, Isaac, como una prueba de su fidelidad; fue librado in extremis. Dos pelotones de soldados de 50 efectivos cada uno con sus respectivos capitanes fueron fulminados con fuego del cielo solo para confirmar la identidad del profeta. No le tembló a Dios la mano para aniquilar a todos los primogénitos de un país por la tozudez de su gobernante, y fue resoluto al mandar a su siervo Josué a exterminar pueblos enteros, incluidos mujeres, niños y ancianos. Y para que tomaran nota de lo malo que puede ser burlarse de un profeta, envió un oso que mató a más de 40 niños irrespetuosos. Etcétera, etcétera… El poder y la violencia como método de legitimación.

Jesús de Nazaret se presentó como el más desvalido de todos los seres humanos… apenas tuvo un lugar digno donde nacer. De adulto pudo afirmar que ni siquiera tenía donde recostar la cabeza. Si bien la literatura evangélica posterior le atribuyó el poder sobre la naturaleza (anduvo sobre las aguas, resucitó muertos…), no movió un dedo para hacer daño a nadie, y cuando sus discípulos quisieron emular la suerte de aquellos dos pelotones de soldados aniquilados por el fuego divino, el nazareno les respondió: ¡No sabéis lo que decís! La empatía de Jesús se desborda en cada relato evangélico: lloró con los que lloraban, se apiadó de la viuda que perdió a su único hijo, compartió mesa con los marginados… y aceptó el juicio que Roma le impuso por “sedicioso” –junto a otros dos condenados por el mismo delito– sin ninguna resistencia, aun cuando algunos de sus discípulos iban armados. En la cruz se retorció de dolor y gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Fiel hasta la muerte.

Pero todo cambió cuando fue empoderado de la divinidad y ascendió al Olimpo. Aquel carpintero de Nazaret, que tantos dolores de cabeza había levantado a los suyos (creyeron que estaba “fuera de sí”), ahora es el Cristo, el “Dios Hijo” sentado a la diestra del “Dios Padre”. Y se reivindica y legitima mediante el poder y la violencia también. Lo hace mediante sus apóstoles (enviados), otorgándoles el poder no solo para realizar sanidades y resurrecciones de muertos, sino para ejercer la violencia, dejando ciego a quien suponía un obstáculo para la misión, o causando la muerte instantánea a un matrimonio por haber mentido acerca de una donación que había efectuado para los pobres. 

No en vano la literatura apocalíptica presenta al Cristo como victorioso en las batallas y como juez implacable que vendrá a juzgar a vivos y a muertos. El mito.

Emilio Lospitao

O una cosa o la otra (pandemias teológicas)


Recibimos de vez en cuando artículos o audios que, a tenor de quienes los envían, parecen descubrimientos teológicos nada más y nada menos que del significado de la muerte en cruz de Jesús de Nazaret. Lo que percibimos en tales “descubrimientos” es que, sus autores, quieren “reinterpretar” lo ya interpretado desde su origen, desde la misma pluma del autor o autores. O sea, intentan dilucidar ideas o pensamientos diferentes de los que el autor (el apóstol Pablo en este caso) comunicó a sus destinatarios. Y nos guste o no, la teología paulina se sintetiza en que Dios envió a su Hijo al mundo para ser sacrificado y redimir al ser humano; eso sí, solo a aquellos que crean en él (¡Sola Fide!), o solo a los predestinados.

El problema de estas nuevas interpretaciones del texto originario es que ponen ideas y pensamientos en la mente del autor o autores que a estos nunca se les pasaron por la cabeza. Dijeron lo que expresaron en sus escritos, y sobre cuyas ideas y pensamientos se desarrolló posteriormente la principal cristología que conocemos.

Por supuesto, al apóstol Pablo lo único que le importaba era la muerte redentora de Jesús a quien deificó en los cielos: el Cristo celestial…; para él la vida terrenal de Jesús no era importante excepto que “había nacido de mujer”, de la estirpe de David: ¡el mesianismo! No obstante, el apóstol plasmó una visión del mundo única en su época a partir de su cristología. 

Nos parecen esas “reinterpretaciones” una falta de honestidad intelectual y teológica. Cuando los textos neotestamentarios dicen que “Dios entregó a su Hijo en la cruz para redimirnos de nuestros pecados y lograr así la salvación eterna” están diciendo lo que dicen y punto. Más enfáticamente, en el decir de Pablo: “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2Cor.5,20). Esta es la teología que el cristianismo ha venido predicando durante dos milenios. ¿A qué viene ahora este “abaratamiento” con ese  “lo que quiso decir el autor…” para adecuar el mensaje milenario a nuestra época?

Nos parece más honesto, intelectual y teológicamente, bien permanecer en la milenaria teología de “Cristo murió por nosotros” con todas las consecuencias, o bien reconocer que el defecto de fondo y forma arranca desde su origen: en el texto mismo, que explica suficientemente bien cuál era la cosmovisión del arquitecto del cristianismo, Saulo de Tarso. 

Parte de las publicaciones de esta revista procede de autores que tienen un planteamiento totalmente diferente al tradicional porque desde sus inicios hablaron claro y sin complejos: los relatos bíblicos en general, y los neotestamentarios en particular, están plagados de mitos y leyendas (cf. pág. 34). Desmitologizar los relatos bíblicos, tanto del antiguo como del nuevo testamento, no es una idea nueva, ya viene de lejos. El compromiso de las nuevas generaciones de biblistas, exégetas y teólogos es ahondar en esa misma idea sin complejos. Los trabajos acerca del “Jesús histórico”, aun cuando son irresolubles (se dispone de muy escasa documentación histórica), es el primer paso para, al menos, distinguir lo mítico y legendario de lo auténticamente histórico. Y en ello están…

Emilio Lospitao

Tiempos de despedidas


El año 2020 ha sido para muchas personas el annus horribilis por la pérdida de sus seres queridos de manera imprevista, cuando todavía no tocaba… Nos referimos al fallecimiento de tantos miles de personas, especialmente mayores, por causa de la COVID-19. Parece que todo lo peor que podía ocurrir, ocurrió en el año 2020. No obstante, 2021 se nos presenta con un horizonte de esperanza por las vacunas que prometen tener éxito contra el coronavirus. Por supuesto, ya no nos devolverán a los que se fueron, pero abrazamos con confianza el futuro. La fe, de cualquier religión, ha mantenido moralmente fuertes a los creyentes ante esta prueba, pero la solución práctica, la real, como ha ocurrido siempre, ha venido y vendrá de la solvencia humana gracias a las nuevas tecnologías, a la ciencia médica y a los profesionales sanitarios. El Dios del cielo también confiaba en esta sensata y no mágica solución. 

En otro orden de cosas, con este número de enero, Renovación comienza el final de su andadura editorial periódica. Todo lo que empieza tiene su natural conclusión. El próximo mes de diciembre la revista alcanzará el número 100, un número redondo digno de completar un ciclo. Tiempo habrá para ir relatando su historia. 

Aun así, a pesar de iniciar su último recorrido, con este número realizamos un nuevo diseño y nueva filosofía de la revista… ¡pareciera que le quedan todavía otros cien números! Pero no, es simplemente el deseo de terminar ofreciendo lo mejor a los asiduos lectores. 

Así pues, esta es la agenda de la revista:

Renovación termina su publicación periódica mensual con el número 100 inclusive a finales de 2021. No obstante, seguiremos publicando números esporádicos que anunciaremos en la página de Renovación en Facebook, la cual permanecerá activa. 

A partir del próximo 10 de junio solo estará disponible el blog “revistarenovacion.wordpress.com” con acceso a todos los números de la revista Renovación desde su inicio y otros trabajos anexos publicados. El blog es más que solo la revista. ¡Visítalo!

Esta ha sido una decisión meditada. Para este editor, la publicación de Renovación – como antes su predecesora Restauromanía– fue algo más que un simple hobby (¡que también!). Supuso desde el inicio de ambas un compromiso, primero, personal, pero también con aquellas personas que compartían las mismas inquietudes. Ha llegado la hora de dedicar más tiempo a otros hobbies, que los hay, ¡y muy satisfactorios! A los muchos lectores anónimos, que acudisteis a la web y al blog cada mes para descargar la revista, ¡gracias por vuestra fidelidad y, a todos, feliz Año Nuevo!

Emilio Lospitao