La familia que viene


Los sistemas políticos, antes de alcanzar el modelo democrático en el que vivimos la mayoría de los países de Occidente, tuvieron que sufrir cambios estructurales importantes a lo largo de la Historia. Ello supuso mucho dolor, no solo por el cambio de organización social que conllevaba, sino por las luchas fratricidas que originaba en muchos casos. Lo mismo ocurrió con los modelos de familia anexionados a los sistemas políticos y a la organización social que los legitimaba. El modelo de familia que encontramos en la Biblia hebrea, por ejemplo, es patriarcal, cuya figura dominante era el varón en su papel de marido, padre y amo (la institución de la esclavitud estaba inserta en aquel modelo social). Además, era patrilocal y poligínica; es decir, patrilocal porque la herencia y los títulos se transmitían por vía paterna (el varón), y poligínica porque el varón –y solo este– podía tener varias mujeres en calidad de esposas y/o concubinas. El ejemplo más conocido en la Biblia hebrea es la familia de Jacob, fundante del pueblo de Israel. Jacob compartió lecho con cuatro mujeres coetáneas: Raquel y Lea, hermanas entre sí, y las esclavas respectivas de estas: Bilha y Zilpa. Dieron a luz entre las cuatro a 12 hijos y una hija (Gén. 29-30).

La familia llamada “nuclear” (padre, madre e hijos) que emergió principalmente en la era industrial, procede de la familia “extensa” (padre, madre, hijos, tíos, primos, parientes), y esta de otra más extensa, formada además por los esclavos, que dependían del pater familias (Familia, del latín, «grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la gens»). Es decir, el concepto de “familia” es abierto y amplio.

Desde hace muy pocas décadas, en Occidente ha surgido un tipo de familia plural, entre ellos, el monoparental: hombres divorciados y mujeres divorciadas con hijos pero sin pareja; o bien hombres y mujeres solteros con hijos adoptados o propios. Por otro lado, no son pocas las familias que están compuestas por hermanos o hermanas solteros que conviven juntos; o grupos de mujeres y hombres que deciden vivir en “familia” compartiendo el mismo espacio (normalmente jubilados). Recientemente se han añadido a esta pluralidad de familia las personas del colectivo LGTB con el mismo proyecto de vida que cualquiera de los otros modelos de familia.

Pues bien, ninguno de estos diferentes modelos familiares atentan contra la familia nuclear tradicional. Ninguno. Pueden convivir perfec-tamente. Lo único que necesitan los modelos no tradicionales son leyes que los reconozcan, los respeten y los protejan en las mismas condiciones que a la familia nuclear tradi-cional, para que puedan disfrutar de los mismos derechos y obligaciones legales que esta. Quienes se oponen a esta pluralidad de modelos familiares utilizan su artillería pesada con informaciones sesgadas, cuando no falsas, para crear miedo y, sobre todo, fanatismo entre sus fieles. Pero ninguna cerrazón va a impedir esta evolución social y familiar que se está generalizando cada vez más en todos los países occidentales.

El surgimiento de movimientos culturales como el Renacimiento (s. XVI) y luego la Ilustración (s. XVII), produjeron cambios profundos políticos y sociales en Europa, de los cuales el cristianismo en general, pero el reaccionario en particular, no supo asimilar. Por el contrario, se sintió agredido. La respuesta fue revolverse tenazmente contra todo lo que consideraba un peligro para la fe que predicaba. Con el tiempo un sector progresista del cristianismo ha venido a reconocer que cometió un error porque no existía tal peligro; a posteriori ha entendido que perdió el tren de la Historia.

¿Qué pensarán los catastrofistas bíblicos de turno, que se oponen a estos nuevos modelos familiares, si en vez de evolucionar hacia delante, evolucionáramos hacia atrás, volviendo otra vez al modelo y al sistema social patriarcal, es decir, al modelo de la familia de Jacob?

Emilio Lospitao

Sobre el 500 aniversario


Con motivo del 500 Aniversario de la Reforma Protestante el próximo año diversas plataformas se han puesto manos a la obra para desarrollar una digna conmemoración de tal acontecimiento. Históricamente, el mundo protestante viene celebrando el 31 de octubre como Día de la Reforma, evocando  las 95 tesis que el monje agustino, Martín Lutero, clavó en dicho día en las puertas de la iglesia en el castillo de Wintenberg (Alemania). Desde aquel 31 de octubre de 1517 hasta hoy han ocurrido muchas cosas en todas las áreas del pensamiento humano.

Un santo y seña de la Reforma es “la iglesia reformada, siempre reformándose”, pero solo como un eslogan. En realidad, como un fenómeno típico de los grupos y las instituciones, las iglesias se suelen anclar en las tradiciones que produce. Otra peculiaridad del Protestantismo histórico fue la diversidad de denominaciones religiosas en las que derivó: Luteranos, Presbiterianos… todas ellas al amparo del nombre de Iglesias Reformadas. El boom de esta diversidad alcanzó su cota máxima en el siglo pasado con la aparición de múltiples denominaciones, las cuales forman hoy la mayoría del mundo evangélico protestante.

Una cualidad del Protestantismo reformado es haber sabido reconocer sus pecados históricos, como queda demostrado por la erección de una estatua en honor de Miguel Servet, a quien quemaron vivo. Y de alguna manera también se ha redimido por la desidia que mostró en su día hacia los nuevos descubrimientos (por ej. el heliocentrismo), que consideraron una idea descabellada, y hacia los descubridores a los cuales también vilipendiaron. Me estoy refiriendo a Giordano Bruno, Nicolás Copérnico y Galileo Galilei (quemado vivo el primero y encarcelado el último por la Inquisición católica), de los cuales los padres de la Reforma dijeron que estaban locos. Por no decir que Kepler, quien descubrió las leyes físicas que llevan su nombre, tuvo que huir de los “creyentes ortodoxos luteranos” para salvar su vida por apoyar la teoría heliocéntrica.

El Protestantismo del siglo XXI, cumpliendo con el aforismo que le caracteriza (iglesia reformada, siempre reformándose), además de las celebraciones propuestas –legítimas y necesarias– necesita hacer una apuesta, no solo por el diálogo ecuménico e interreligioso, sino por la reconciliación con la modernidad. Por modernidad me refiero a las novedades que la ciencia ha puesto sobre la mesa que nos aboca hacia una hermenéutica interdisciplinar que haga inteligible muchas proposiciones del texto bíblico que son inasumibles en siglo XXI. Asumir, por ejemplo, que la cosmovisión de los autores bíblicos es geocéntrica y, en algunos casos,  mítica, con todo lo que ello conlleva en la formulación dogmática y teológica. Solo dos ejemplos como botón de muestra: Primero, la cosmogonía de un universo de tres plantas, el Cielo, la Tierra plana y el Inframundo. Un texto paradigmático de esta cosmovisión es Éxodo 20:4, “No te harás imagen… de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”. El segundo tiene que ver con los textos legendarios, muy variopintos, tanto en el Primero como en el Segundo Testamento: el relato de la detención del Sol al mandato de Josué (Jos. 10:12-13) y el relato de la estrella que guió a los “magos” en el nacimiento de Jesús (Lc. 2:8-15). Interpretar esto literalmente ayuda poco a la misión.

El 500 Aniversario de la Reforma es una oportunidad que nos ofrece la Historia tanto para apuntalar aquello que dio credibilidad al Protestantismo como para revisar el fundamento de la buena noticia de Jesucristo. Movimientos progresistas, tanto católicos como protestantes, ya han comenzado hace algunas décadas a desarrollar esa catarsis. No repitamos la historia inquisitorial repudiándolos primero y relegándolos después al ostracismo.

Emilio Lospitao

¡Es la hermenéutica, …!


No estoy seguro si la tensión teológica entre las Iglesias históricas y las Iglesias evangélicas en España se debe a que las primeras han sabido evolucionar reconciliándose con la modernidad, mediante el estudio y la formación teológica de sus ministros, distanciándose de las segundas, o se debe (además de esto) a la influencia que ha ejercido el conservadurismo norteamericano sobre estas a través de la financiación y los movimientos religiosos paraeclesiales que trabajan en España desde hace varias décadas. No soy un experto en este tema, pero mis indagaciones me llevan a pensar en esto último. Doctores tiene la iglesia.

Esta realidad (“la tensión teológica”), que así la percibo yo, de manera muy general, no es una cuestión baladí. Su etiología es profundamente hermenéutica. Se trata de la manera en que se lee y se interpreta la Biblia. Mientras que el mundo evangélico español ha venido mamando de la ubre teológica conservadora norteamericana, tendente al literalismo en la interpretación bíblica (de ahí la frase tan repetida de “lo dice la Biblia” o, en su caso, de manera análoga, “lo dice la Palabra de Dios”, identificando un texto literario con la mismísima palabra de Dios), las Iglesias históricas se han nutrido mayoritariamente de los estudios y la formación teológica de Europa, especialmente de Alemania. Esto que acabo de afirmar es muy generalista, por supuesto. Pero no fue en Europa, sino en EE.UU. donde se formuló la serie de Fundamentos para salir al paso de los cuestionamientos que venía presentando desde mucho antes la Ilustración. Por el contrario, fue Europa (los expertos ilustrados de este continente) quien se dio cuenta de las consecuencias que la modernidad traía aparejadas. Ya no se podía mantener el concepto de un Dios que estaba en los cielos, y que desde los cielos hacía a su antojo mandando enfermedades, terremotos y tsunamis por doquier debido a la maldad de los hombres. Ni tampoco se podía mantener la idea legendaria de un Dios que “detiene el Sol” al ruego de un Josué, o que hace aparecer dos osos para matar a 42 niños por la maldición lanzada por un profeta herido en su ego debido a que tales niños se habían burlado de él. Y cientos de historias bíblicas más. Este conservadurismo religioso sigue erre que erre con la “inerrancia” de la Biblia; pero sospecho que cuando percibe lo que significa eso, se da cuenta también del callejón sin salida en el que está metido.

Pues bien, este es el meollo de la tensión recién manifestada en España por la decisión de una de estas Iglesias históricas, la Iglesia Evangélica Española (IEE), de optar por ser una “iglesia inclusiva” respecto a las personas  homosexuales (lgtb). Es decir, por abandonar la posición homófoba que el conservadurismo cristiano viene manteniendo, primero en EE.UU., y luego, como a la zaga, en España (y demás países que se caracterizan por su homofobia debido a su cultura religiosa ya sea cristiana o islámica… ¡siempre el binomio sexo/religión!). ¡Y todo por unos textos interpretados al margen de su contexto religioso y cultural! ¡Lo dice la Biblia, dicen! A los dirigentes de este sector religioso conservador no les falta erudición académica (algunos tienen doctorados), lo que les sobra es mucha ideología.

Así que ya tenemos servida una polémica (¿conservadores versus liberales?) que puede derivar en un distanciamiento aun mayor entre el mundo evangélico (representado en este caso por el Consejo Evangélico de Madrid) y la Iglesia Evangélica Española. El dios simbólico de la tradición y de la exclusión frente al Dios Padre de Jesucristo, que hacía salir el sol y mandaba la lluvia tanto para los buenos como para los malos. Sospecho que esto va a ser irreversible. En ningún otro campo existe tanta obcecación como en el religioso.

Emilio Lospitao

El quid de la cuestión


(A propósito de “España, oramos por ti” – Elecciones Generales 20-D)

Desde hace varios años, cierto sector religioso evangélico en España sale a la calle con el eslogan “ESPAÑA, ORAMOS POR TI”.  Gesto que se ha repetido especialmente en las Elecciones Generales, aunque en esta ocasión se ha realizado en la intimidad de las iglesias; eso sí, con ayuno incluido (para más eficacia, se supone). Este gesto, plausible, se basa en la 1ª carta a Timoteo 2:2, donde se exhorta “a hacer rogativas… por los reyes y por todos los que están en eminencia”. En principio, como cristianos, no nos oponemos a este piadoso quehacer de intercesión.

No obstante, a este respecto hemos de hacer algunas aclaraciones de carácter puramente hermenéutico. Primero, tener en cuenta que el contenido de dicho texto tiene como contexto un sistema político monárquico e imperialista. En el Imperio romano de aquella época gobernaban los que gobernaban, sí o sí. Segundo, tener en cuenta que, en la cosmovisión de aquella época –hasta hace muy poco tiempo–, los reyes, los emperadores… eran puestos por Dios mismo. Tercero, tener en cuenta  que dicha exhortación buscaba crear un ambiente propicio de aceptación por parte de las autoridades y la cultura de Occidente, donde estaba introduciéndose el cristianismo primitivo (como fue aceptar y teologizar  los códigos domésticos referentes al estatus de la mujer y de los esclavos). Cuarto, observar que dicha exhortación es profundamente amplia: orar “por todos los hombres”, o sea, por todas las personas. Aun así, fue muy distinta la actitud del autor del libro de Apocalipsis, que retó al Imperio.

El quid de la cuestión

El quid de la cuestión es que dichos grupos religiosos evangélicos proponían que las iglesias oraran por “Las Elecciones Generales del 20-D”. Y nos preguntamos: ¿Qué le teníamos que pedir exactamente a Dios? Una sociedad democrática, como es en la que vivimos, es aquella cuyos gobernantes han sido elegidos por el pueblo libremente. Y gobernará el grupo político que sea capaz de aunar un mayor número de escaños, aunque para ello tenga que pactar con otros grupos, elegidos también libremente. ¿Queríamos que Dios coartara la libertad de las personas para que votaran o dejaran de votar a ciertos candidatos en particular? ¿Es Dios de derecha, o de izquierda, quizás de centro? Se supone que, según se revela en la Biblia, Dios  reivindica la justicia social,  sale en defensa de los desposeídos, de los pobres… Se supone, pues, que las súplicas a Dios habrían de ir dirigidas a que inclinara el voto hacia los grupos políticos que buscan precisamente eso: la justicia social, la reivindicación de los oprimidos, el amparo de las viudas, la protección  de los menesterosos y eliminar la corrupción entre los gobernantes. ¿O no es todo esto lo que está en juego en Mateo 25:31-46?

El quid de la cuestión es que dichos grupos religiosos evangélicos, fundamentalistas, intentan identificar el evangelio con una ideología política determinada: la ideología político-religiosa que fomentó y apoyó las  dictaduras en Latinoamérica en décadas pasadas (Florencio Galindo, CM. 1992) y originó recientemente un enfrentamiento bélico en Oriente Medio con el pretexto  de un apocalíptico “Eje del Mal”. ¡El poder del dólar! ¡Qué diferente este evangelismo español actual con aquel protestantismo durante la guerra y la postguerra civil española!

El quid de la cuestión es que si pedíamos a Dios por cierto  resultado en las Elecciones Generales del 20-D, una vez concluida esta, ¿no deberíamos dar gracias a Dios por el resultado toda vez que este habría sido según Su voluntad? Por lo tanto, el paso siguiente debería ser salir a la calle, o en el recogimiento de las iglesias (con ayuno o sin él), y dedicar también un tiempo para dar gracias a Dios por dicho resultado cualquiera que haya sido. Es una cuestión de coherencia.

Emilio Lospitao