Con la Biblia bajo el brazo… y algo más


El pasado mes de mayo se dieron cita en Bilbao tres destacados líderes evangélicos latinoamericanos: Samuel Escobar, Pedro Arana y René Padilla. De los discursos impartidos y las charlas que siguieron en dicho encuentro, tuvo a bien escribir un artículo recogiendo algunas preguntas y sus respuestas Fernando Caballero, Doctor en Ciencias Geológicas/Paleontología, colaborador del Departamento de Estratigrafía y Paleontología de la Facultad de Ciencia y Tecnología (Universidad del País Vasco, Bilbao), y del Centro Ciencia y Fe (Fundación Federico Fliedner, Madrid).

Las preguntas y las respuestas recogidas en dicho artículo (Pedro Arana: Ciencia y fe, inspiración vs. interpretación de la Biblia giran todas ellas –como implica el título del artículo– sobre la interpretación de la Biblia, es decir, la hermenéutica, tema del cual abundamos en esta revista. El tema es crucial, como se puede apreciar en las preguntas formuladas a uno de los participantes en el foro de Bilbao.

Hoy el campo evangélico dispone de Seminarios (Institutos Bíblicos, Centros de Formación Teológica, o con otros nombres, da igual), y algunos equiparados a Facultades de Teología. Este progreso nos honra por la capacitación que otorga a los estudiantes no solo en el área teológica propiamente dicha, sino en la cultura en general, como no podía ser de otra manera. Hemos dejado atrás el voluntarismo de enviar a hombres y a mujeres (sobre todo a los primeros por ser varones) con una Biblia bajo el brazo como único recurso intelectual, como si fuera suficiente leer la Escritura y aplicarla literalmente a las situaciones de la vida sin una mínima formación histórica y hermenéutica. Esta carencia de formación  no solo ha hecho daño en el ejercicio de la pastoral, sino a la misión misma. La Ilustración y la Modernidad levantaron muchas interrogantes y pusieron a la Escritura en entredicho, con el desgaste que ello supuso para su credibilidad. El error de los líderes religiosos fue enrocarse en la literalidad de la Escritura, al margen de una hermenéutica que contextualizara el texto bíblico. Gracias a Dios hoy empiezan a oírse voces frescas, ilustradas, que han tomado conciencia del problema que causó dicho enroque. La visión que el hombre del siglo XXI tiene de la realidad nos obliga a revisar muchas cosas que parecían muy claras en la Biblia leída literalmente. Nunca es tarde si la dicha es buena, y más vale tarde que nunca, que diría Sancho.

Emilio Lospitao

Apología sobre Dios


Desde el comienzo del movimiento cultural de la Ilustración, al menos en Europa, todo lo religioso ha sido  deliberadamente cuestionado. Desde luego motivos había, sobre todo desde el descubrimiento del sistema heliocéntrico, que marcó el inicio de la ciencia moderna y puso patas arriba la cosmología conocida hasta entonces. Esta “agresión” por parte de dicho movimiento ha sido interpretada de diversos modos desde el frente teísta: para unos fue un motivo más que justificado para enrocarse en la “inerrancia” de la Biblia (el fundamentalismo); para otros, a posteriori, solo fue una “purificación” del cristianismo mismo, un separar la paja del trigo, con el desgaste que ello supone para la fe. No obstante, hoy el teísmo está de enhorabuena: existe un evidente resurgir de la fe. De todas las clases de fe. Una vez más queda patente que el ser humano no sabe vivir sin dioses, en este caso sin una religión concreta con la que identificarse y congregarse: el homo religiosus. De aquí que la apología de Dios esté en auge.

La apología sobre Dios es consustancial del ser humano ya sea este creyente o ateo (etimológicamente: “sin dios”). Unos para afirmar y demostrar que Dios existe. Otros para afirmar todo lo contrario, que no existe ningún Dios o algo que se le parezca. Ambos desde razonamientos válidos. Iguales de válidos. Pero la cuestión no es tanto si existe o no existe Dios (¡Nadie le ha visto! – Jn. 1:18), sino qué clase de Dios es aquel del que afirmamos su existencia, es decir, qué imagen tenemos de él. Porque de Dios, si existe, solo tenemos imágenes. José María Mardones dice en su libro Matemos a nuestros dioses que “Dios no siempre es un elemento elevante, potenciador, liberador de la persona. Al revés, alrededor de su figura se dan cita un cúmulo de miedos, terrores, cargas morales, represiones o encogimientos vitales… A menudo Dios es una carga pesada, muy pesada. Y muchos no se atreven ni a tirar este fardo por la borda”.

Y esto es, para mí, lo verdaderamente relevante de la apología sobre Dios: la imagen que albergamos de él. Como cristianos, ¿qué imagen de Dios tenemos que ofrecer a los no cristianos? Solemos decir muy entusiastas,  casi como un mantra: ¡El Dios de la Biblia! Pero en la Biblia encontramos muchas y muy variadas imágenes de Dios. No es la misma imagen del Dios que consumió con fuego a 51 personas inocentes solo para confirmar la autenticidad de Elías como profeta del Altísimo (2Reyes 1:1-10) –por no hablar de los 450 falsos profetas degollados a la orilla del río, al más burdo estilo islamismo actual (1Reyes 18:20-40)– que la imagen de Dios que tenía Jesús de Nazaret ante situaciones parecidas (Lucas 9:51-56). No es la misma imagen del Dios que manda lapidar al hijo rebelde (Deut. 21:18-21) que la imagen de Dios que enseña Jesús de Nazaret en la parábola del hijo pródigo (Lucas. 15:11-32). ¡Son imágenes de Dios muy distintas! La lista de estas diferentes y opuestas imágenes de Dios es muy amplia en la Biblia. Basta con lo dicho como un botón de muestra. Así que decir simplemente “El Dios de la Biblia” no basta.

Desarrollar campañas y debates sobre la existencia o no de Dios tampoco es algo nuevo. De hecho, el texto citado de 1Reyes 18:20-40 se trata nada más y nada menos que demostrar que Dios (el verdadero) existía, con el resultado de 450 personas degolladas… ¡que lo habían puesto en duda!

Me pregunto si son necesarios estos debates acerca de la existencia de Dios. ¿No serán estas disputas públicas una simple  autoafirmación de nuestras creencias teístas? ¡Demostrar que Dios existe! ¡Qué barbaridad! No estoy seguro de que sean necesarios tales debates.  De lo que sí estoy seguro es que cuando miramos la vida, la muerte y la “resurrección” de Jesús de Nazaret, nos podemos hacer una idea de la imagen que de Dios tenía el Nazareno. Y cuando nosotros, los cristianos, vivimos como él vivió, y hacemos lo que él hacía, estamos mostrando al mundo aquella misma imagen de Dios. ¡Y no hay otra mejor manera de mostrar que Dios existe! Todo lo demás son palabras huecas para complacer a un público que de antemano no necesita que le convenza de la existencia de Dios.

Emilio Lospitao

Zona de incertidumbre


El sociólogo y filósofo austriaco Alfred Schutz, de origen judío, decía que “toda sociedad humana necesita una zona de conductas que no estén sujetas a cuestionamiento”, es decir, que sepamos de antemano qué hay que hacer. Este sociólogo llama a esta zona de conducta “lo que se da por sentado”. En esta zona los individuos pueden desenvolverse sin necesidad de reflexionar. Por otro lado, otro sociólogo, este italiano, Wilfredo Pareto, dice que, en el conjunto de la sociedad, siempre existe un grupo de personas que tiene la propensión de innovar y un grupo de personas que se resiste a la innovación (“El pluralismo y la dialéctica de la incertidumbre”). Estos dos axiomas sociológicos, obviamente, dan lugar a una permanente tensión en la sociedad en general, y en los grupos en particular, como son las iglesias, donde dicha tensión, en el mejor de los casos, se sobrelleva. O no.

Esta tensión, propia de toda dialéctica existencial, la observamos también en la biografía de Jesús de Nazaret. Jesús irrumpe con un mensaje nuevo, una manera distinta de entender y vivir la realidad, que puso en alerta a los contingentes sociales, políticos y religiosos (sobre todo a estos). Histórica y humanamente hablando ya conocemos como terminó todo: a Jesús lo condenaron a muerte por transgresor. La historia del cristianismo es un suma y sigue de este patrón que, no pocas veces, hizo correr mucha sangre.

Los convencionalismos sociales y religiosos, lentamente pero sin pausa, se encargan de fortificar esa “zona de seguridad” donde no cabe cuestionar nada. Cuando algo se cuestiona, sus protagonistas son puestos enseguida en el punto de mira porque se les considera un peligro para la ortodoxia y, por lo tanto, para el bien de la comunidad. Aquí podríamos citar a Willian Tyndale (1495-1436), Juan Huss (1370-1415), Martín Lutero (1483-1546) y muchos otros imposible que citar aquí.

En todos los casos se cumple el axioma de Pareto: digas lo que digas, siempre habrá un grupo de personas que estarán a favor y otro grupo que estará en contra. Y esto por la razón que apunta el austriaco Schutz: toda innovación solivianta a aquello “que se da por sentado” (zona de seguridad). Y es que lo nuevo impone la reflexión; la reflexión produce inquietud; y ésta altera todo tipo de conformismo, o sea, lo que “se da por sentado” (la ortodoxia).

Pues bien, en los últimos dos siglos (quizás menos) se han desarrollado dos tendencias religioso-teológicas que representan perfectamente la tensión que supone la convivencia entre la “zona de seguridad” (el biblicismo), que se limita a pontificar acríticamente lo que dice la Biblia y la “zona de incertidumbre” que conlleva la contextualización hermenéutica de lo que dice la Biblia, cuya conclusión, a veces, es totalmente opuesto a la afirmación bíblica. Ejemplo de ello son la ya arcaica tutela de la mujer, la esclavitud, etc.

Recientemente salía al paso en un artículo de Rafael Narbona(*) en Facebook la persona de Dietrich Bonhoeffer y su posición teológica. Pues bien, dada la importancia del personaje, las dos tendencias, los de la “zona de seguridad” (conservadores) y los de la “zona de incertidumbre”(liberales), se le disputan con la paradoja de que los unos señalan la teología del mártir alemán como sospechosa(**) mientras que los otros la defienden como una característica del testimonio cristiano auténtico.

Según los sociólogos citados, parece ser que no hay más remedio que convivir con este fenómeno socio-religioso caracterizado por los que necesitan cambios (revisión/liberal) y los que se sienten muy cómodos con “lo de siempre” (estatismo/ conservador), sobre todo cuando no se necesita (o no se quiere) pensar. Pero si queremos llegar a ese gran público que nos observa perplejo (“el mundo”) no nos queda más remedio que aprender a desenvolvernos en la “zona de incertidumbre” (que es la vida misma), y responder con algo más que con un “porque lo dice la Biblia” so pena de quedar relegados a lo simplemente sectario.

Emilio Lospitao

(*)http://rafaelnarbona.es/?p=12864
(**) http://protestantedigital.com/magacin/35767/Bonhoeffer_era_evangelico

¿Que las mujeres guarden silencio?


A pesar del progreso que ha logrado el sexo femenino en el último siglo y medio, al menos en la sociedad occidental, en todos los ámbitos de la vida: individual, profesional y social (la mujer ha accedido a todas las actividades antes reservadas solo para varones), aún existen vetos que la discriminan, especialmente en la esfera religiosa, donde las féminas siguen siendo menores de edad por la interpretación descontextualizada de textos como 1ª Timoteo 2:11-12 y otros parecidos. A estos intérpretes no les dice nada el hecho de que el estatus que tenía la mujer en el siglo primero en la cultura de Medio Oriente y en toda la cuenca mediterránea fuera precisamente ese: la tutela perpetua. Un estatus institucionalizado que quedó registrado en los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y, porque quedó registrado, y así nos ha llegado, intentan mantenerlo como un mandato divino.

Junto a aquel estatus “bíblico” de la mujer, y formando parte de aquel orden social, estaban también la institución de la esclavitud y la patria potestad absoluta. Dos instituciones sentidas hoy como opresoras. Obviamente, en el transcurso de los siglos, estas dos últimas instituciones han venido sufriendo cambios significativos a los cuales las sociedades modernas se han adaptado, como no podía ser de otra manera. La esclavitud, por ejemplo, fue abolida y prohibida casi en todo el planeta (salvo raras excepciones locales); y los hijos (también las hijas) a la mayoría de edad (según los países) toman control de sus vidas y son libres para dirigirla según les apetezca. Esta evolución social y política culminó con el moderno concepto de la “individualidad”, tan apreciado en nuestros días.

Pues bien, a pesar de estos cambios sociales y políticos, de los cuales ha surgido un nuevo paradigma de la concepción del mundo y de la vida, el viejo estatus de la mujer sigue vigente de forma específica en algunas iglesias: debe seguir “estando en silencio”; es decir, por causa de ese “silencio” bíblico, no puede acceder a cargos y ministerios que supongan autoridad y responsabilidad en la comunidad cristiana… ¡por ser mujer!

Intentar exponer hermenéuticamente por qué los textos bíblicos dicen lo que dicen respecto a la mujer en general, y concretamente en este caso particular, es un diálogo imposible de llevar a cabo con este sector fundamentalista. La cuestión es que este caso particular relacionado con el estatus de la mujer es solo la punta del iceberg. En general es un modo de leer e interpretar la Escritura.

Sin duda, la hermenéutica es una disciplina aún muy joven; aunque sin el nombre específico como tal ha sido una tarea innata del ser humano, porque la lógica y el sentido común sugiere lo que dicha disciplina indica. La clave de esta hermenéutica radica en el contexto que nos provee la antropología social, que nos avisa de la distancia en el tiempo y el espacio que separa a los escritores de los lectores, es decir de nosotros; por lo tanto, también, de la diferente cosmovisión de los escritores de dichos textos y de los lectores, o sea, de nosotros. La mujer no solo no puede quedarse en silencio (porque algunas tienen más y mejores cosas que decir que algunos hombres), sino que debe seguir reivindicando el papel que sus dones promete para la iglesia, en cualquier iglesia.

Emilio Lospitao