Homofobia


El pasado mes de julio hizo exactamente un año que la Asamblea de la Comunidad de Madrid (España) aprobó por unanimidad la ley integral contra la discriminación por diversidad sexual y de género, siguiendo a Cataluña, Extremadura, Murcia, Baleares y Galicia, que ya la habían aprobado. El 12 de mayo del presente año el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea presentó una Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, y de igualdad social de las personas LGTBI[1] que se prevé su discusión en el Congreso de los Diputados el próximo otoño.

¿Por qué una Ley de esta naturaleza?

No existe una respuesta única ni simple, pero hay un motivo muy convincente: las víctimas por el acoso y las agresiones físicas, incluso la muerte, siempre están del lado de las personas LGTBI. La violencia homofóbica es protagonista en todo el mundo. Los actos homofóbicos abarcan desde la intimidación psicológica sostenida hasta la agresión física y, en algunos países, la tortura, el secuestro y el asesinato selectivo. Los actos violentos ocurren tanto en la calle como en las escuelas, los lugares de trabajo, los hogares, etc. Los datos oficiales sobre la violencia homofóbica son incompletos y las estadísticas oficiales escasas porque se estima que en el 80% de los casos las víctimas no denuncian por miedo o por vergüenza (unfe.org).

Las Naciones Unidas, en su sección “Libres & Iguales”, afirma “que los Estados están obligados en virtud del derecho internacional a proteger el derecho de las personas LGBTI a la vida, a la seguridad de la persona y a no ser sometida a torturas o malos tratos. Los Estados tienen la responsabilidad especial de adoptar medidas para prevenir los asesinatos motivados por el odio, las agresiones violentas y la tortura y de investigar esos delitos rápida y concienzudamente y de llevar a los responsables ante la justicia.”[2].

Quienes se oponen a dicha Ley aluden que ésta atenta contra la libertad de la que se supone deben gozar los padres para educar a sus hijos conforme a sus creencias y principios; que la orientación sexual LGTBI es una opción elegida voluntariamente por parte de dichas personas y que los derechos que reclaman obedece a una “ideología de género” orquestada. El sector religioso – más opuesto aún a dicha Ley– arguye además que la misma es un cortapisa a su libertad de proclamar su mensaje heterosexual exclusivo (de ahí su temor a las represalias que puedan derivarse de dicha Ley).

Como ya conocen los lectores de Renovación, la línea editorial de esta revista no solo respeta a las personas LGTBI –porque no cree que su orientación sexual sea una opción–, sino que defiende el derecho que tienen a realizarse libremente según su orientación sexual sin ser discriminadas, acosadas y agredidas. De ahí la necesidad de una Ley que garantice dicho derecho de igualdad social, y acote el señalamiento de los mensajes homófobos y la agresión verbal y física que otros realizan legitimados por dichos mensajes. Entre la discriminación, el acoso y el linchamiento de los que son objeto el colectivo gay, y el respeto y la defensa de sus derechos, elegimos esto último, primero por una cuestión de justicia social y, segundo, por empatía y espíritu cristiano. Jesús de Nazaret, creemos, estaría del lado de las víctimas, y éstas, a todas luces, son las personas LGTBI. Ahí están los datos. “La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio apoya al agresor, nunca al agredido” (Elie Wiesel).

Emilio Lospitao

[1] http://www.congreso.es/public_oficiales/L12/CONG/BOCG/B/BOCG-12-B-122-1.PDF

[2] https://www.unfe.org/system/unfe-22-UN_Fact_Sheets_-_Spanish_v1d.pdf

La zozobra de los nuevos paradigmas


Asimilar un cambio de paradigma es un proceso doloroso y lento. Supone desaprender los conceptos que vertebran la cosmovisión que hemos ido construyendo del mundo y de la realidad… y de la religión. Por ejemplo, aunque el concepto platónico de un alma inmortal independiente del cuerpo no pertenecía a la antropología veterotestamentaria, no obstante caló hondo en el cristianismo primitivo helénico y tomó forma en el cuerpo teológico y en la piedad de épocas posteriores. Hasta tal punto que cuestionar hoy este concepto entra en la lista de tópicos por “desaprender”.

En el campo cosmológico, salvo algunos que todavía defienden el sistema geocéntrico, la cosmología moderna nos confirma que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, y no al contrario, como se creía hasta el siglo XVI. La teoría heliocéntrica pareció una auténtica excentricidad de Copérnico. Galileo, un siglo después, fue condenado por la Iglesia a reclusión domiciliaria por defender la teoría copernicana. Lutero mismo no pudo reprimir una sandez contra Galileo por enseñar este el heliocentrismo. Y es que, en aquella época, era inasumible aceptar que la Tierra se moviera. Hoy ya es una catarsis superada. Pero la catarsis como tal continua…

En el terreno estrictamente religioso la Reforma se desentendió exitosamente de creencias tales como el Purgatorio o el Limbo –que el vulgo tenía asumidas– porque dichos “lugares” no constaban en la Escritura, que en ese momento era la “prueba del algodón” (Sola Scriptura). Pero el hecho de que sí conste el Infierno en la Escritura no le hace más verídico en tanto el carácter mítico de los tres. El mundo evangélico-protestante rechaza el dogma católico de la ascensión a los “cielos” de la Virgen María “en cuerpo y alma” porque “no es bíblico” (dicen), cuando la cuestión no radica en el hecho de si es “bíblico” o no, sino en que no existe un lugar llamado “cielo” donde se pueda ir en “cuerpo y alma” por el carácter mítico también de este “cielo”. Es decir, aun cuando sea “bíblica” la ascensión del profeta Elías al “cielo” en un carro de fuego con caballos de fuego, o que Enoc fue llevado al mismo lugar “sin ver muerte” (2Reyes 2:11; Gén. 5:24; Heb. 11:5), tampoco lo hace creíble por el mismo motivo. El cambio de paradigma, en este caso concreto, consiste en que la plausibilidad del Purgatorio, del Limbo, del Infierno, incluso del Cielo, es nula porque comparten la misma categoria mítica. No es cuestión de si es “bíblico” o no, porque los autores de la Escritura comparten los mitos de sus coetáneos.

Con la cristología ocurre otro tanto. Una vez construida una doctrina, los siglos se encargan de petrificarla y convertirla en un paradigma nucleico indiscutible de la fe. En este número de la revista incluimos dos artículos que tienen que ver con la cristología. El primero es una entrevista que Jesús Bastante, director de Periodista Digital, realiza a Juan Antonio Estrada, jesuita, teólogo y profesor de Filosofía en la Universidad Pública de Granada, en relación con su último libro: De la salvación a un proyecto con sentido (por una cristología actual). El segundo, firmado por Juan Alberto Londoño, filósofo, teólogo y escritor, con el título ¿Por qué murió Jesús? Ambos artículos, de maneras diferentes, están relacionados con la cristología. Y es que la cristología, como tal, no deja de ser una reflexión teológica madurada en el tiempo por el cristianismo primitivo muchos años después de la muerte y la “resurrección” de Jesús. Posteriormente, una reflexión teológica sistematizada y explicada al albor de los dogmas de fe acerca del “Cristo” resucitado. Aún más, una reflexión teológica matizada en el cristianismo occidental latino. Pero todos los estudiosos están de acuerdo en que el cristianismo primitivo no fue homogéneo ni siquiera en la cristología. Esta fue adquiriendo forma en el tiempo y en el espacio y explicada de maneras distintas.

El sentido, la utilidad y el alcance de la muerte de Jesús en la cruz adquirió su valor teológico definitivo con Anselmo de Canterbury (1033-1109). Anselmo, desde el derecho romano y con algunos textos paulinos (que evocan los sacrificios cruentos del templo judío), convierte a Jesús en una víctima propiciatoria que, en la cruz, ocupaba nuestro lugar ante la justicia ofendida de Dios que reclamaba la sangre de un sacrificio para salvarnos: el sacrificio de su Hijo.

La teología del pecado, la culpa y el sacrificio está extendida no solo en el cristianismo (donde éste se sustenta), sino en todas las religiones además de en los mitos. De ahí la presencia de los ritos cruentos e incruentos, relacionados con la pureza y la impureza, en todas las religiones. Hoy muchos teólogos cristianos están revisando la vida y la muerte de Jesús en su contexto histórico y existencial, pues la “resurrección” de Jesús no se puede explicar sin el “reinado de Dios” que este enseñó y vivió, y que le llevó a la cruz.

Emilio Lospitao

¿Redimir a Dios?


Ya lo sabemos, aunque el título esté en forma interrogativa, para algunos puede ser provocativo, incluso ofensivo. Lo teológicamente correcto hubiera sido decir, afirmativamente: “redimidos por Dios”. Sin embargo, la justificación del enunciado que recoge el título se ampara en la imagen que podamos tener de Dios. Incluso de la imagen que pudieron tener los mismos autores de la Biblia según su cosmovisión. El texto de Éxodo 20:4 es paradigmático: “No te harás escultura alguna o imagen de nada de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra” (BTI). Este texto, además de la prohibición en sí de fabricar imágenes de cualquier tipo y de cualquier representación, tal como lo entendió el pueblo israelita, está exponiendo la cosmovisión del autor, de su concepto del mundo y de la realidad, que era precientífico y mítico; es decir, no se refiere solo a la prohibición de hacerse imágenes de lo existente, sino que indica los lugares donde existen: arriba, abajo y debajo, según la cosmovisión mítica del mundo con tres plantas.

El lenguaje expresa la cosmovisión que tenemos del mundo y de la realidad. Esto ocurre en todas las culturas, en todas las lenguas, en todas las civilizaciones, en todos los tiempos…¡también el lenguaje del autor sagrado! La cosmovisión del autor de Éxodo corresponde al mundo de tres plantas (moradas): El cielo, “arriba”, donde habita Dios; la tierra, el hábitat de todo el biosistema; y las “aguas debajo de la tierra” (el inframundo – el Hades bíblico). Es decir, es una cosmovisión precientífica, mítica, del mundo. Esto no significa que no exista un Dios, sino que ese Dios que pensamos “en el cielo” es solo una figura de nuestro imaginario religioso. Es una figura mítica. Este Dios mítico “todopoderoso” es el que se permite matar a todos los primogénitos de un país simplemente porque el soberano que los gobierna es déspota y soberbio (Éxodo 12), y no le tiembla su mano divina cuando tiene que mandar la muerte violenta de niños, mujeres y ancianos para ofrecer su botín (casa, patrimonio y hacienda) a su “pueblo elegido” (Josué 6-12), por ejemplo.

Pero, a estas alturas del conocimiento que tenemos del mundo y de la realidad, ¿no deberíamos “redimir” a este Dios, que es solo una imagen mítica? ¿No lo hizo ya Jesús de Nazaret cuando rehusó mandar fuego del cielo, como había hecho Elías según dice la Escritura (2Re. 1; Lucas 9:54-55)? ¿No lo “redimió” cuando contó la parábola del hijo pródigo, en claro contraste con el mandamiento “divino” de lapidar públicamente al hijo rebelde y contumaz (Deut. 21:18-21; Luc. 15:11-32)? ¿Y no lo despojó cuando interpeló seriamente a los que reclamaban –basándose en una orden también “divina”– la lapidación de una mujer acusada de adulterio (Lev. 20:10; Juan 8:1-11)?

Si el Galileo “redimió” a Dios de aquellas imágenes falsas, nosotros deberíamos seguir sus pasos.

Es necesario “redimir” a Dios de esas falsas imágenes para así sanar mental, intelectual, teológica y espiritualmente a los/las creyentes de nuestras iglesias. Pero sobre todo, debemos “redimirlo” para que el mundo pueda creer en el auténtico, el Dios que mostró Jesús de Nazaret.

Emilio Lospitao

De inmovilismos e infidelidades


Dice el proverbio que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Viene a significar que el ser humano no siempre sabe discernir conforme a la razón y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante. Los libros de historia nos confirman este proverbio.

La historia del cristianismo está plagada de efemérides recordatorias de que los tropiezos anteriores no sirvieron para evitar los errores posteriores. Ahí tenemos una y otra vez los enfrentamientos fratricidas por cuestión de interpretaciones enfrentadas de este o de aquel texto bíblico. Hubo una época –la de la Inquisición– en que se veía con mucha normalidad que los disidentes fueran juzgados y condenados a la hoguera por el simple hecho de pensar de forma diferente a la oficial. Después, cuando el humanismo cristiano fue calando en la sociedad, las disidencias se reducían a meras ideas contrapuestas: lo que para unos era un simple “inmovilismo”, para otros era solo una “infidelidad” a la tradición. Y todo quedaba ahí.

En el momento histórico en el que vivimos, el protagonista que confronta este “inmovilismo” o “infidelidad” es la visibilidad del colectivo LGTB. No porque la homosexualidad o la transexualidad en sí mismas sea una novedad, son realidades antropológicas tan antiguas como el ser humano. Otra cosa es cómo las diferentes culturas han visto, aceptado o rechazado dichas realidades según el tiempo y el lugar. Quien no lee, ni estudia la historia de los pueblos en las diferentes épocas y lugares, desde su etnocentrismo cree que la visibilidad de este colectivo supondrá la destrucción de la cultura judeocristiana. Incluso que –como “ideología”– esta visibilidad tiene un plan perverso. Así se expresaba el obispo de Córdoba (España), Demetrio Fernández, durante la XII celebración de la Fiesta de la Sagrada Familia, el 26 de diciembre de 2010. Afirmaba Fernández que el cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, del Vaticano, le había comentado “que la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual» (ELPAÍS-Sevilla-03/01/2011). Según este pronóstico ya debe de estar por el 25% logrado. Este tipo de declaraciones muestra que el fanatismo religioso no tiene límites.

Por supuesto no vamos a traer aquí las citas bíblicas ni las interpretaciones que ocupan el centro de las discusiones sobre la homosexualidad o la transexualidad. Una discusión por cierto infructuosa. Tan infructuosa como la discusión sobre el sistema geocéntrico de nuestro sistema solar, o la creación del mundo hace seis mil años en seis días de 24 horas que algunos todavía defienden citando la Biblia. El literalismo tiene estas cosas. Lo que queremos decir es que citar la Biblia de manera descontextualizada, desde nuestras categorías, para condenar una realidad tan compleja, no carece de cierta miopía. Una realidad que el erudito sabe que trasciende el género, la religión, la cultura, el estrato social, la economía, la educación…; y que no se improvisa, ni se hereda, ni se contagia, ni se elige… Es así porque sí, porque la naturaleza es muy tozuda.

Al margen de discusiones antropológicas (etiología de la homosexualidad) y teológicas (interpretación de textos bíblicos), de lo que se trata es de afrontar este nuevo paradigma –dicha visibilidad que viene para quedarse– con una mirada humanista cristiana, respetando la orientación sexual, o la identidad de género de las personas, sin incitar a la exclusión y al odio. Ningún modelo nuevo de familia es un peligro para el modelo tradicional cristiano. Los diferentes modelos de familia que encontramos en la misma Biblia y en otras sociedades no judeocristianas fueron constructores de culturas y de civilizaciones sin suponer un peligro para la Humanidad. ¡El hecho induvitable es que seguimos aquí!

Por ello, no se trata de “inmovilismos” o de “infidelidades” respecto a alguna verdad absoluta, sino de sentido común y raciocinio. La cuestión es si no estaremos repitiendo, con nuestra intolerancia, una historia que pasadas unas décadas miraremos hacia atrás con vergüenza.

Emilio Lospitao