De ateísmos y teísmos


Si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o no creyentes. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. (Paul Tillich).

El “ateísmo” es la filosofía que propugna la no existencia de Dios. El término “ateo” procede del griego “a-theos” que significa “sin dios”. Es decir, que no cree en Dios. Lo contrario de “ateísmo”, como su propia semántica implica, es “teísmo” (sin la a- privativa), doctrina que afirma y predica la fe en Dios. De este simplismo podríamos deducir que los más de 7.200 millones de personas que habitan actualmente nuestro planeta se identifican bien con el “ateísmo” o bien con el “teísmo”. Pero un sector muy importante de la población se siente a gusto en el “agnosticismo”. La filosofía agnóstica no niega ni afirma que exista alguna deidad. Piensa que, de existir, sería inaccesible para el ser humano. Thomas Henry Huxley, biólogo británico –quien acuñó este término en 1869– sugería que “en cuestiones del intelecto, sigue a tu razón tan lejos como ella te lleve, sin tener en cuenta ninguna otra consideración”; y, a la vez, afirmaba que “en cuestiones del intelecto no pretendas que son ciertas las conclusiones que no han sido demostradas o no son demostrables”. Pero tanto de “ateos” como de “teístas” existen de muchas clases, e igualmente ocurre con los “agnósticos”.

CUANDO LOS CRISTIANOS ERAN “ATEOS”

Curiosamente, le término “ateo” fue usado en la Roma del siglo primero para referirse a los cristianos porque estos no creían en los dioses del panteón romano. Esta paradoja es digna de considerar por lo que el término “ateo” puede llevar consigo desde un punto de vista socio-religioso. Y es que para la piedad romana las deidades del Olimpo suplían todas las necesidades cotidianas de la vida: contaban con un dios para cada necesidad. El entorno religioso greco-romano era plural, incluía la religión doméstica (que garantizaba la seguridad del grupo familiar), la religión cívica (el culto a los dioses de la ciudad) y otros cultos diversos: a los dioses sanadores, los misterios, incluso mágicos (Santiago Guijarro, Los primeros cristianos ante el pluralismo religioso). Para el convencionalismo de la sociedad helénico-romana era inaceptable creer en un solo y exclusivo Dios. Además, era una “creencia” ajena a la autóctona, como queda explícito en la defensa que los naturales de la ciudad de Filipos presentaron ante los magistrados contra el apóstol Pablo y sus colaboradores:

Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad, y enseñan costumbres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos” (Hechos 16:20-21).

El convencionalismo cultural y religioso de la sociedad greco-romana era así de homogéneo y reduccionista: o aceptabas la creencia en los dioses y participabas de sus ritos tanto en la vida pública como en la privada, o, por el contrario, te convertías en un proscrito, es decir, en un “ateo”. Algunas persecuciones contra el cristianismo naciente se debieron a que los cristianos se negaron a rendir culto al emperador, que formaba parte de la religiosidad del imperio. Algunos siglos antes, Sócrates pagó con su vida por poner en entredicho a los dioses. Algo parecida era la hegemonía religiosa de la Europa del medievo: o aceptabas las creencias de la religión dominante y las exteriorizabas de manera habitual y especialmente en fechas y ocasiones concretas del calendario y de la vida cotidiana, o te enfrentabas a las consecuencias. Muchos judíos “nuevos” (conversos) fueron víctimas de la Inquisición española después de la expulsión de 1492 cuando la fidelidad a sus costumbres, en la privacidad de sus hogares, les delataba, pues eran vigilados y denunciados por sus vecinos, incluso por sus familiares.

FUNCIONALIDAD DEL TÉRMINO “ATEO”

La Reforma protestante provenía geográfica e históricamente de la llamada “cristiandad”, donde ser ciudadano era ser cristiano y viceversa, es decir, no se concebía el término “ateo”. No obstante, el movimiento de la Reforma marcó un antes y un después, al menos en gran parte de Europa. Con la Reforma se quebró aquella milenaria hegemonía religiosa reduccionista. Surgió otra manera más liberal y liberadora de entender la fe, al menos la fe cristiana. Los reformadores (Lutero, Calvino, Knox, Zuinglio…) dieron origen a una variedad de matices en las creencias cristianas aun cuando todas ellas tenían como piedra angular la persona de Jesucristo. El concepto contingente de la “fe” ahora es la “herejía”. Es decir, en la antigua Roma, “atea” era la persona que no creía en los convencionales dioses del Olimpo aunque creyera en un Dios único. En la nueva época que abre la Reforma la persona que no cree en la doctrina de la Iglesia católica romana, o en los matices de la doctrina de las Iglesias Reformadas, no es “atea”, sino “hereje”… y se le persigue incluso hasta la muerte por este motivo. Esto no significa que en esta época reformista no hubiera personas que negaran existencialmente – “en su corazón”– a Dios según el sentir del salmista (Salmos 14:1); pero este “ateísmo” no tiene nada que ver con el ateísmo filosófico que nace con la Ilustración en el siglo XVIII.

EL ”TEÍSMO” EVANGÉLICO

Aquella libre y liberadora manera reformista de entender y vivir la fe, que había quebrado la hegemonía religiosa en el siglo XVI, abrió la puerta a la pluralidad religiosa como no se había conocido antes en Europa. Esta pluralidad –por cuestiones eclesiológicas, políticas, espirituales, sociológicas, teológicas…– surge sobre todo por la escisión de las Iglesias históricas, dando a luz a una multitud de Denominaciones. Hoy se cuentan por cientos, la mayoría de ellas surgidas en EE.UU. con el peculiar “fundamentalismo” que las caracteriza (la “inerrancia” de la Biblia), formando todas ellas el gran mosaico religioso denominado “Evangélico”. Particularmente las misiones estadounidenses fueron las responsables de exportar a todo el mundo estas Denominaciones religiosas. También llegaron a España.

El fundamentalismo y sus consecuencias

Por coherencia con la interpretación literal de la Escritura, este “fundamentalismo” le atribuye una veracidad científica e histórica a todos los textos bíblicos. La lista es muy larga, aquí solo citamos algunas propuestas con sus textos:
a) El sistema geocéntrico de nuestro sistema solar (Josué 10:12-13, y otros). Hoy lo defiende una minoría;
b) La creación del mundo en seis días de 24 horas (Génesis 1).El trillado concordismo.
c) Un diluvio universal que cubrió los picos más altos de nuestro planeta (Génesis 6-8);
d) La detención del Sol a la orden de Josué (Josué 10:12-13). Incluso el “retroceso de su curso” el equivalente de diez grados de la sombra de un reloj de sol (2Reyes 20:9-11). Etc.

Además, siguiendo esta literalidad de los textos bíblicos, consideran vigentes las proposiciones de carácter político-social de la Biblia, como es la tutela de la mujer reflejado en textos como Efesios 5:22-24, y otros. Incluso, en otro tiempo, no muy lejano, la justificación de la esclavitud, basados en Efesios 6:5-9 y otros textos.

Imágenes de Dios de este teísmo

A todo lo anterior, que tiene que ver con la ciencia, la política y la sociología, hemos de citar otros relatos bíblicos de carácter histórico de los cuales resulta una imagen de Dios cuando menos inaceptable: a) Que Dios diera muerte a todos los primogénitos de un país por culpa de su gobernante (Éxodo 11-12); b) Que ordenara el genocidio de pueblos enteros (incluidos niños, mujeres y ancianos) para entregar su patrimonio y su hacienda al “pueblo elegido” (Josué 6-11); c) Que aniquilara, por medio de un fuego “venido del cielo”, a dos pelotones militares con 50 efectivos cada uno y sus respectivos capitanes solo para legitimar al “profeta de Dios” (2Reyes 1). La lista de relatos parecidos a estos es muy larga también. Esta imagen de Dios está integrada en el imaginario religioso del mundo Evangélico. Este es el problema más acuciante de este biblicismo.

Una persona medianamente culta, con un mínimo sentido de la lógica y un raciocinio equilibrado (¡y no adoctrinada todavía!), no puede aceptar que el Dios Creador mate a todos los primogénitos de un país por culpa del soberano que los gobierna; o que destruya su propia creación por medio de un diluvio universal por la maldad de la gente, que son también criaturas suyas; o que extermine a pueblos enteros (niños, mujeres y ancianos) para entregar su patrimonio y su hacienda a un “pueblo elegido”; etc. Esto es lo que rechazan una gran parte de los llamados “ateos” de entonces y de ahora. Y de esta realidad deberíamos “caer en la cuenta” los llamados “teístas” cualquiera que sea la clase de “teísmo” al que pertenezcamos.

Obviamente, hay “teístas” que consideran los enunciados citados más arriba como relatos literarios épicos, legendarios o míticos, por un lado, y propios de un contexto político-social arcaico por otro. Por lo tanto, estos “teístas” se distancian de una lectura literal de tales historias si bien las aceptan como relatos pedagógicos, moralistas, según la cosmovisión de la época en que fueron escritos. Así lo entiende quien suscribe. Lo que queremos decir es que podemos encontrar tantas clases de doctrinas como “teístas” en el espectro religioso cristiano… y tantas imágenes de Dios como doctrinas.

EL MUNDO EVANGÉLICO, ¿UNA FABRICA DE “ATEOS”?

Calificar de “ateos” a todos cuantos rechazan al dios que les predicamos los “teístas” (¡y tan diferentes imágenes de Dios!), es cuando menos reduccionista y simple. Es cierto que existen personas con nombre y apellidos que proclaman su ateísmo materialista absoluto a los cuatro vientos. Pero esto es otra cosa. En cualquier caso, un análisis del “ateísmo” moderno debe retrotraernos al siglo XVI, al comienzo de la ciencia moderna que propició el salto del geocentrismo al heliocentrismo. Pero sobre todo a los siglos XVII al XIX, cuando se asientan ciencias tales como la Astronomía y la Astrofísica.

Un poco de historia

La Astronomía moderna desbancó a nuestro planeta Tierra de su pedestal sagrado: no era el centro del Universo y no estaba quieta. Era un simple planeta más de los que giraban alrededor del Sol. También se vino abajo el concepto mítico que se tenía del mundo con tres plantas: el Cielo arriba; el Inframundo (el Hades/Seol) abajo en el abismo; y la Tierra (plana) en medio (la esfericidad de la Tierra se fue aceptando progresivamente). Y todo esto gracias al descubrimiento y desarrollo de las leyes de la Física moderna, cuyos autores no eran “ateos”, sino creyentes (Copérnico, Galileo, Kepler, Newton…). La cosmovisión del mundo y de la realidad dio un vuelco de 180 grados. La ciencia aristotélica, hasta entonces aceptada como la única buena, comienza a ser sustituida por la ciencia experimental moderna. Como la ciencia aristotélica estaba apoyada además por las proposiciones de la Biblia, el Libro sagrado se cuestionó también. Comienzan a desarrollarse dos culturas contrapuestas: una que quiere continuar con la cosmovisión aristotélica (defendida por la religión), y otra que se está abriendo a los nuevos conocimientos que aporta la ciencia moderna y los cambios filosóficos que la misma conlleva. La Religión se sintió agredida por la apuesta del desarrollo científico moderno y el cambio de paradigma que surgía de él. En su afán por sobrevivir, cierto sector del cristianismo se lanzó a formular unos principios (Fundamentos Bíblicos)[1] para defender la fe que estaba siendo cuestionada cuando no negada por la cultura nueva (La Ilustración). El choque de trenes fue inevitable (y continúa hasta el día de hoy). De este choque de trenes procede el “ateísmo” filosófico, que tiene sus inicios en el siglo XVIII con la Ilustración. Pero recordemos esto: este choque de trenes se produce cuando la Religión insiste (sobre todo en su versión fundamentalista) en la veracidad histórica y científica de los enunciados bíblicos, algunos de los cuales venimos citando en este artículo.

LOS “ATEOS” QUIZÁ SEAN OTRA COSA

Ante el bibliocentrismo, que propugna una lectura literal de los textos bíblicos, y acepta como históricos y científicos los relatos de la Biblia (creación en seis días de 24 horas, diluvio universal, detención del Sol, etc.), la clase ilustrada (y el vulgo con un poco de sentido común), en su día reaccionó (y sigue reaccionando) de la única manera que podía hacerlo: distanciándose de la Religión (sobre todo de inspiración biblicista). Lo más fácil, ante este distanciamiento, fue llamarlos “ateos”. Pero muchos llamados “ateos” no rechazaban –ni rechazan– la existencia de algún ente trascendente (Dios), lo que rechazaban –y rechazan– es la fe particular biblicista que da credibilidad literal a ciertos relatos de la Biblia, como los citados en este artículo. Los “teístas” deberíamos “caer en la cuenta” de que existe un “ateísmo” inteligente y humanista (lleno de sentido para la vida) como existe un “teísmo” inteligente y humanista (que da sentido a la vida). Y que ambos pueden convivir sin excluirse.

¡Cuántos “ateos” se refugiarán en su “ateísmo” porque ven en él la única alternativa para guardar su raciocinio y su dignidad como ser pensante! Obviamente, no les veremos haciendo vida religiosa gregaria en ninguna iglesia. Pero viven una espiritualidad personal, individual, pues en lo profundo de su alma sienten la trascendencia de su ser a la que no quieren renunciar. Quizás Jesús se refería a esta clase de subsistencia espiritual cuando contestó a la mujer samaritana:
Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte [lugar donde adoraban los samaritanos] ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:21-24).
A uno de los pensadores más ilustres, a caballo del siglo XIX y XX, matemático, filósofo, lógico y escritor británico, Premio Nobel de Literatura, Bertrand Russell, se le suele presentar en la lista de los “ateos” cuando solo fue un “agnóstico”. Si contextualizamos a todos los llamados “ateos” descubriríamos que a lo que se oponen es al fanatismo gregario que ven en muchos grupos “teístas”. Este era, quizás, el “ateísmo” de Russell. El testimonio de su hija, Kate, descrito en el libro “Dios existe” de Antony Flew (ateo militante convertido a la fe) es iluminador:

“Me hubiera gustado convencer a mi padre de que yo había encontrado lo que él había estado buscando, ese inefable “algo” que había añorado toda su vida. Me hubiera gustado persuadirle de que la búsqueda de Dios no está condenada a ser vana… Había conocido a demasiados cristianos ciegos, moralistas tristes que extirpaban toda alegría de la vida..,” (Antony Flew, Dios existe, p. 31). “Para quienes estuvieron cerca de Russell, la vida de este fue una constante búsqueda de Dios”, afirma el autor de este artículo [2].

Desde el arresto domiciliario de Galileo Galilei (por el poder religioso), por enseñar que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, hasta el presente, el cristianismo está en crisis tanto filosófica como teológicamente.

Al menos cierto sector progresista del cristianismo está desarrollando una catarsis mediante la cual se esfuerza por conciliar el mensaje de la Biblia con los conocimientos aportados por las ciencias modernas (astronomía, física, biología, genética…) sin caer en el “concordismo”. La hermenéutica interdisciplinar ha sido una aliada importante para esa conciliación. La cuestión es esta: el cristianismo no se ha movido un ápice después de los cambios científicos, filosóficos, tecnológicos… que trajo consigo la Modernidad. Al contrario, en el siglo XIX una parte de ese cristianismo (en EE.UU.) se enrocó en un biblicismo obtuso y radical apostando por una supuesta “infalibilidad” e “inerrancia” de la Biblia que da como buena todas las proposiciones que hemos mencionado en este artículo.

El sacerdote y teólogo católico, Andrés Torres Queiruga, sintetiza muy bien las consecuencias del cambio de paradigma que supuso la Modernidad respecto al ideario cristiano tradicional:

“Empezó por la realidad física, que fue mostrando con claridad creciente –y no sin efectos traumáticos, por lo que suponía de ruptura con la cosmología heredada y la consiguiente deslegitimación de la autoridad tradicional– la fuerza de su legalidad intrínseca: ni los astros eran movidos por inteligencias superiores ni las enfermedades eran causadas por demonios, sino que las realidades mundanas aparecían obedeciendo a las leyes de su propia naturaleza. Siguió la autonomización de la realidad social, económica y política, que ha hecho ver la estructuración de la sociedad, el reparto de la riqueza y el ejercicio de la autoridad no como fruto de disposiciones divinas directas, sino como resultado de decisiones humanas muy concretas: si no hay pobres y ricos, no es ya porque Dios así lo haya dispuesto, sino porque nosotros distribuimos desigualmente las riquezas de todos; y el gobernante no lo es ya «por la gracia de Dios» (de suerte que sólo a Él tiene que dar cuenta), sino por la libre decisión de los ciudadanos. Continuó por la psicología, que mostró que la vida y las alternativas de la persona ya no pueden entenderse, de manera inmediatista, como resultado de mociones divinas o tentaciones demoníacas, sino como reacciones más o menos libres a las mociones del inconsciente y a los influjos sociales y culturales. La misma moral muestra, con claridad cada vez más innegable, su autonomía, en el sentido de que ya no recibe de lo religioso la determinación de sus contenidos, sino que la busca en el descubrimiento de aquellas pautas de conducta que más y mejor humanizan la realidad humana, tanto individual como social”. (Fin del cristianismo premoderno – Sal Terrae. 2000).

CONCLUSIÓN

El ateísmo, ¿otro mito?

Sabemos que existen personas que dicen no creer en ningún Dios. Pero el hecho de que la espiritualidad sea universal, ¿no es un indicador de que el ser humano es por naturaleza religioso, que lleva dentro de sí el “gen” de la fe, y que a pesar de esa negación existencial de Dios anda buscándole en otras latitudes espirituales? ¿No estaremos adjetivando como “ateos” a quienes simplemente rechazan las imágenes biblicistas de Dios que les predicamos, como las expuestas en este artículo?

Cuando se ahonda en la psicología humana se percibe el anhelo no verbalizado que las personas sienten por lo trascendente. Salvo aquellos que militan decididamente en un firme materialismo mecanicista razonado (que no son tantos), el resto de los seres humanos intuyen y aceptan que hay “algo” trascendente (aunque no se atrevan a pronunciar la palabra “Dios”). En su fuero interno, “en la esfera de su intimidad” (José M. G. Campa), late el anhelo de ese Dios que, no obstante, se escapa a la razón.

Paul Tillich, en uno de sus sermones, dice: “si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o no creyentes. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.” (Citado por John A. T. Robinson en “Sincero para con Dios”).

Luis Vivanco Saavedra, de la Universidad del Zulia – Venezuela, comentando el libro “¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre ética” (Planeta 1996), diálogo epistolar entre Umberto Eco y el cardenal Carlo María Martínez, dice que “para vivir una vida plena y de un modo u otro trascendente, no hace falta tener o no tener creencia religiosa. No es «lo que creen» o «lo que no creen» lo que hace a los hombres, sino cómo viven su relación con un posible sentido de las cosas”. (María Dolores Prieto Santana, “¿Qué creen los que no creen?” en Tendencias21 de las Religiones).

Caer en la cuenta de que nuestra percepción acerca de la fe cristiana y la espiritualidad está amordazada por un etnocentrismo desmesurado puede ser la catarsis que permita liberar al cristianismo de un biblicismo trasnochado.

Emilio Lospitao

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Notas

[1] https://en.wikipedia.org/wiki/The_Fundamentals (en inglés).

La inerrancia bíblica


La literatura evangélica en general está asentada sobre el concepto de la “inerrancia” bíblica. Los defensores de este concepto afirman que esta “inerrancia” es una consecuencia de la “inspiración” divina de la que fueron objeto las personas que escribieron los libros sagrados. Esta “inspiración” e “inerrancia” da como resultado la conocida “infalibilidad” de la Biblia. Es decir, que cada palabra, cada frase, cada dato histórico de la Biblia ha pasado por la mente, la voluntad y la supervisión de Dios mismo, que lo ha “inspirado”.[1] Obviamente, creer que esto es así, entra en el ámbito privado de las creencias religiosas. Incluso los argumentos con los cuales se quiere defender dicha “inerrancia”, “inspiración” e “infalibilidad” no dejan de ser eso: afirmaciones desde la fe dogmática.

Qué duda cabe que los libros que forman la Biblia tienen una gran riqueza cultural por su diversidad de géneros literarios: narrativo, legendario, épico, mítico…, y por la información antropológica que ofrecen sus relatos. Esto no elude el valor religioso que la Biblia tiene para la comunidad que la recibe como “revelación”. Sin embargo –precisamente por esta rica variedad literaria–, su lectura e interpretación requiere de una hermenéutica interdisciplinar que tenga en cuenta la cultura, las instituciones sociales, políticas y religiosas, de la época de sus autores.

Especialmente desde el siglo XVIII los eruditos “cayeron en la cuenta” de esta realidad y fueron incorporando disciplinas como la lingüística, la antropología social, etc. para realizar una exégesis más coherente con la realidad histórica de la Escritura. No obstante de esta lógica, cierto sector del cristianismo (fundamentalista) sigue empeñado en leer e interpretar los textos bíblicos de manera literal, al margen de los presupuestos más elementales de la hermenéutica. Por supuesto habrá muchos textos que habrá que leerlos e interpretarlos literalmente, pero de otros habrá que tener mucho cuidado.

Pues bien, fundamentado en esa supuesta “inerrancia”, “inspiración” e “infalibilidad” de la Biblia, hace cuatro años, en marzo de 2013, Emilio Monjo Bellido[2] firmaba un artículo en Protestante Digital con el título “Fe y cosmología” en el que afirmaba que todo lo escrito en los libros de la Biblia “además de ser palabra de salvación, es información”.[3] Información científica, se entiende. La tesis del Dr Monjo es que el Sol gira alrededor de la Tierra. En la defensa de este geocentrismo no está solo, le acompañan dos matemáticos, Juan Carlos Gorostizaga y Milenko Bernadic, autores del libro “Sin embargo no se mueve”.[4] Recientemente, otro autor, Will Graham, publicaba en el mismo medio un artículo, como corolario de lo anterior, titulado “Por qué creo en la inerrancia bíblica”.[5] Aunque este último habla de cosas distintas, existe un común denominador entre ellos: la “inerrancia” de la Biblia.

El presente “caer en la cuenta” no tiene el propósito de refutar exhaustivamente los artículos y el libro citados, pero sí exponer algunas observaciones que tienen que ver con la “inerrancia” de la exposición de Graham, y con el “geocentrismo” de Monjo y los autores de “Sin embargo no se mueve”. Dejo cinco pinceladas sobre el tema de fondo: a) La cosmología; b) El canon del Nuevo Testamento; c) La “inspiración” de la Escritura; d) La Crítica Textual; y e) El Jesús de los Evangelios y algunas imágenes de Dios “bíblicas”. Lo que puede dar de sí un artículo de esta naturaleza.

1. SOBRE LA COSMOLOGÍA

Ciertamente la cosmovisión y el lenguaje de la Biblia es geocéntrico (por eso el Dr Monjo se siente seguro citando la Biblia para afirmar que el Sol gira alrededor de la Tierra). Basta leer Josué 10:12-13 para cerciorarnos de que es así. Esta es la percepción que tenían –y tenemos– los terrícolas respecto al Sol y la Tierra. Por la mañana vemos que el sol sale por el oriente y al final de la tarde se oculta por el occidente; conclusión: el Sol gira alrededor de nuestro planeta, que, además, es sentido inmóvil (cuando vamos leyendo en el AVE tampoco percibimos que vayamos a casi 300 k/h).

La cosmovisión general de las antiguas civilizaciones consideraba que la Tierra era el centro del Universo ¡que consistía en el sistema solar! Así lo creían Platón, Aristóteles y otros. Esa era la creencia hasta el siglo XVI. Una de las disciplinas de la ciencia moderna, que nos ha aportado muchos conocimientos, es la Astronomía. Empezó con Nicolás Copérnico en el siglo XV (con la hipótesis del heliocentrismo) y continuó con Galileo Galilei un siglo después (confirmando dicha hipótesis); a estos le siguieron Johannes Kepler (con las leyes del movimiento planetario) e Isaac Newton (con la ley de la gravitación universal), que sentaron las bases para la Física, la Astrofísica y la Astronomía modernas. El sistema heliocéntrico logró por fin explicar el movimiento retrógrado que se observa en algunos planetas (Júpiter, por ejemplo) como consecuencia de que todos los planetas, incluida la Tierra, giran alrededor del Sol. Sobre la rotación de la Tierra sobre sí misma, simplemente citar a Jean Bernard León Foucault, que domostró dicho movimiento mediante el ingenioso péndulo (El Péndulo de Foucault). El consenso en la comunidad científica es absoluto respecto a los movimientos de la Tierra. Estos movimientos explican las estaciones del año y la observación de las diferentes constelaciones del cielo, por ejemplo. Este consenso científico es absoluto, salvo para algunos autores que van por libre, entre los cuales se encuentran los defensores del geocentrismo, de la Tierra plana y otras teorías parecidas.

El cálculo de las coordenadas que requieren las expediciones aeroespaciales de naves no tripuladas para el acercamiento y el estudio de los planetas del sistema solar se basan en los principios del sistema heliocéntrico, cálculos que serían muy diferentes en el caso de que la Tierra estuviera quieta en el centro del sistema solar y fueran los otros planetas –junto con el Sol– los que giraran alrededor de ella. Dudar del sistema heliocéntrico a estas alturas es el disparate más grande que se puede esperar de personas medianamente cultas. Lo cual significa que el adoctrinamiento y el fanatismo religioso no encuentra límites. Negar hoy el sistema heliocéntrico solo es posible bien por causa de una profunda ignorancia, o bien por causa del fanatismo religioso; sobre todo cuando dicha negación procede de personas intelectualmente cultas, a veces incluso muy cultas, como ocurre con los autores de “Sin embargo no se mueve”.

Un pequeño dato escolar (Fig. 1)

 

Fig. 1

Tanto si es el Sol el que gira alrededor de la Tierra como si es esta la que gira alrededor del Sol, la elíptica que tienen que recorrer mide unos 930 millones de km, por cuanto el radio medio de dicha elíptica es el mismo, 150 millones de km, la distancia que separa la Tierra del Sol (se obvia que es una elíptica teórica teniendo como focos el centro del Sol o de la Tierra respectivamente). Estos datos son aproximaciones pero válidos para el objetivo que persigue.

Según el sistema heliocéntrico, la Tierra recorre durante un año los 930 millones de km que tiene la elíptica. Esto significa que la Tierra se desplaza a 107 mil km/h para cubrir dicho espacio además de rotar sobre su propio eje, cuya rotación produce el día y la noche.

Según el sistema geocéntrico, primero, la Tierra está estática, no gira sobre su eje (según defienden los geocentristas), por ello la noche y el día resulta de la vuelta que da el Sol alrededor de la Tierra cada 24 horas. Esto significa que para cubrir la distancia de dicha elíptica (930 millones de km) el Sol debe desplazarse a una velocidad de 38.750.000 km/h. Si la velocidad de la Tierra ya nos produce vértigo, ¿qué diremos de la velocidad del Sol?

La cosmovisión de la Biblia, ciertamente, es geocéntrica, pero sus autores estaban en un profundo error. No fueron “inspirados”. Qué le vamos a hacer.

2. SOBRE LA HISTORIA DEL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

En el artículo sobre la “inerrancia” de la Biblia, Will Graham comienza con el aserto de que “Dios es veraz”. ¡Por supuesto! Es lo que se espera que sea Dios aunque la Biblia no lo dijera. Pero respecto a que la Biblia testifica sobre sí misma que es “inerrante” me parece caer en el viejo y típico sofisma de todas la religiones del Libro: “La Escritura es inspirada por Dios porque lo dice la Escritura”. El Papa es “infalible” porque lo dice el dogma de la infalibilidad del Papa, que lo promulgó un Papa. Por ello, no podía faltar en este punto citar 2Timoteo 3:16 (“toda la Escritura es inspirada por Dios…”)[6] además de cualquier declaración de algún otro escritor neotestamentario sobre la “inspiración” de la Escritura (hebrea).

Ahora bien, ¿a qué Escritura se refería el autor de 2Timoteo 3:16? Obviamente, se refería a la Escritura hebrea y desde el concepto (sagrado) que tenían de ella. El autor de 2Timoteo 3:16 no podía referirse a los escritos del Nuevo Testamento (NT) porque esta parte de la Biblia cristiana aún no estaba formada ni reconocida como tal.

A este respecto, hay que decir lo que sigue:

a) Hasta mediado del siglo II d.C. no tenemos un núcleo de lo que sería después el NT, que consistía en solo 20 libros: 4 Evangelios, 13 cartas de Pablo, Hechos, 1ª de Pedro y 1ª de Juan.

b) Entre mediados del siglo II hasta el siglo V, cuando el canon se cierra, hubo cuatro listas pre-canónicas atribuidas a Clemente de Alejandría (150-215), a Orígenes (185-254), a Hipólito de Roma (+235), y a Eusebio de Cesarea (+340).

c) Clemente omitía Santiago, 3ª de Juan y 2ª de Pedro. Orígenes reconocía la Didajé, el Pastor de Hermas y la Carta de Bernabé. Eusebio reconocía (esta era una asunción generalizada) una lista de libros “discutidos”, es decir, puestos en duda: Santiago, Judas, 2ª de Pedro, 1ª, 2ª y 3ª de Juan y Apocalipsis. Eusebio, además, reconocía que Hechos de Pablo, El Pastor de Hermas, Apocalipsis de Pedro, la Carta de Bernabé y la Didajé, eran leídas públicamente en las iglesias apostólicas.

d) La Carta de Bernabé, 1ª Carta de Clemente, el Pastor de Hermas y la Didajé estuvieron próximo a entrar en el canon definitivo –Concilio de Calcedonia, 451–. (Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana, Trotta).

Debido a esta historia de la formación del canon, que se cierra en el siglo V, ¿cómo creer que el autor de 2Timoteo 3:16 estuviera pensando en los escritos del Nuevo Testamento que forma nuestra Biblia?

3. SOBRE LA HISTORIA DE LA “INSPIRACIÓN” DE LA ESCRITURA

El término “inspirado” que usan algunos autores neotestamentarios para referirse a la Escritura hebrea, independientemente de la semántica, y a la luz de la historia, se debe entender no como algo ontológico, sino sapiencial. Este término procede del mundo griego través del filósofo judío Filón y los Padres de la Iglesia (André Paul, “La inspiración y el canon de la Escritura” – CB 49. Verbo Divino). El fundamentalismo cristiano está en deuda con el filósofo judío Filón de Alejandría (25 a.C – 50 d.C.) respecto a la “inspiración” de la Biblia. En efecto, Filón declaraba que “…el profeta no publica absolutamente nada de su cosecha, sino que es intérprete de otro personaje, que le inspira todas las palabras que pronuncia, en el mismo momento en que la inspiración lo capta y él pierde la conciencia de sí mismo, ante el hecho de que su razón emigra y abandona la ciudadela de su alma, mientras que el Espíritu divino la visita y pone en ella su residencia, haciendo resonar y mover desde dentro toda la instrumentación vocal para manifestar claramente lo que predice” (Las leyes especificas, IV, 48-49, en “Inspiración y el canon de la Escritura”, Cuaderno Bíblico nº 49, p.27- André Paul, Verbo Divino). El filósofo judío incluso otorgaba el don de la “inspiración” a los traductores de la LXX del hebreo al griego.

Este concepto de la “inspiración” se mantuvo durante toda la Edad Media. Fue en el Concilio Vaticano II cuando se “cae en la cuenta” de que esa “inspiración” debe tener un sentido más generalista. Desde este Concilio las ciencias bíblicas han tenido en cuenta las disciplinas que conforman la hermenéutica, distanciándose del literalismo bíblico. No obstante, en el siglo XIX, como una reacción de defensa ante el deísmo de la Ilustración, unos fieles cristianos norteamericanos establecieron 5 Fundamentos para salvar la “infalibilidad” y la “inerrancia” de la Biblia (de ahí el término “fundamentalismo”). Un representante directo de este fundamentalismo es el grupo llamado de la Tierra Joven, que postula por una creación según el libro de Génesis, en seis días de 24 horas, hace seis mil años.(!) Salvo este sector cristiano fundamentalista, el cristianismo abierto a una hermenéutica interdisciplinar asume, por un lado, los géneros literarios de la Escritura, y, por otro, la información que ofrecen las diferentes disciplinas científicas sobre la naturaleza y el cosmos como condicionantes de la exégesis y la interpretación de los textos de la Biblia. Es decir, independientemente de lo que dice la Biblia, debe prevalecer lo que empíricamente constata la naturaleza, que hoy la ciencia puede falsar.

4. SOBRE LA CRÍTICA TEXTUAL

El canon del Nuevo Testamento que ha llegado hasta nosotros tuvo que andar un largo camino con no pocas dificultades. La primera dificultad –pero no la única– consistió en los criterios por los cuales debían de aceptar o rechazar los diversos y múltiples escritos de las listas pre-canónicas. Por este motivo durante varios siglos mantuvieron una lista de escritos en suspenso (citados más arriba). Ya hemos visto que la aceptación –o el rechazo– de algunos libros no fue unánime durante los primeros siglos del cristianismo. Algunos que fueron leídos como libros “inspirados” en las iglesias, fueron después sacados del canon definitivo. Y al contrario, otros considerados dudosos durante siglos, al final los aceptaron en el canon. Esta selección, aceptando ahora y excluyendo después, no tuvo nada que ver con ninguna “inspiración”, sino con poderes fácticos de la iglesia ya institucionalizada y, a veces, por motivos más políticos que religiosos.

Por otro lado, la expansión del cristianismo en los primeros siglos, traspasando fronteras físicas, culturales y lingüísticas, obligó a traducir los escritos cristianos del griego originario a las lenguas de los pueblos a donde la Escritura llegaba. Pero los textos originales se perdieron para siempre: ya no existen, son irrecuperables. Estas traducciones dieron origen a múltiples Versiones que necesitaban consecuentemente ser copiadas una y otra vez. Muchas de estas Versiones se perdieron o quedaron olvidadas en las bibliotecas durante siglos. Algunas de estas Versiones en forma de Códices, o porciones deterioradas, han ido saliendo a la luz gracias a la pala del arqueólogo o al ratón de biblioteca en la Edad Moderna. La cuestión es que al día de hoy contamos con más de cinco mil (5000) manuscritos entre Versiones, Códices, porciones, de todas las familias y de todas las épocas.

Los especialistas afirman que cotejando esos miles de manuscritos se hallan más de 250 mil variantes. Apenas hay dos versículos iguales. De estas variantes unas 300 son importantes, aun cuando no afecta a la doctrina cristiana (Julio Trebolle, “La Biblia judía y la Biblia cristiana”, Trotta). En cualquier caso, recomponer desde este material un Nuevo Testamento Crítico en griego exige desechar aquellos textos que tienen menos fiabilidad según la época, la familia de textos a la que pertenece, etc. O sea, estos eruditos tienen que optar por la variante que consideran más cercana al texto original (¡que no tienen!).

Recomponer un Nuevo Testamento Crítico a partir de tan ingente cantidad de manuscritos se considera uno de los logros modernos de la historia de la Escritura (por ejemplo el “Textus Receptus”)[7]. De este Nuevo Testamento Griego Crítico (o de otras recensiones de autores diferentes) se traducen las muchas y distintas Versiones de la Biblia actuales. La Crítica Textual, cuando escoge una variante determinada para incorporarla al “Nuevo Testamento Crítico”, se pregunta: ¿cuál de ellas es la más próxima a la original? ¡Porque no sabemos cuál de ellas es la más auténtica!

“Con la aplicación al estudio de la Biblia de las distintas ramas del saber se abrieron nuevas posibilidades de comprender la palabra bíblica en su sentido original. Dios, para comunicarse con los seres humanos, hace uso de la palabra y esta palabra está enraizada en la vida de los grupos humanos, pues es la palabra la que permite que los seres humanos podamos entendernos. Las ciencias humanas como la lingüística, narratología, semiótica, antropología, sociología, paleografía, arqueología, psicología, historia, literatura comparada, etc. pueden contribuir a una mejor comprensión de algunos aspectos de los textos.” (“Las ciencias bíblicas”, sociedadbiblica.org). A la luz de todo esto, ¿tenemos que concluir que también los traductores son “inerrantes”?

5. SOBRE JESÚS Y ALGUNAS IMÁGENES DE DIOS EN LA BIBLIA

Cuando leemos críticamente los relatos evangélicos nos da la impresión de que Jesús no creía en la “inerrancia” de la Escritura (al menos con el sentido moderno). De hecho, este concepto no estaba en el sentir ni en el lenguaje de la época de Jesús; es un concepto moderno acuñado especialmente por el fundamentalismo protestante.

La Biblia presenta muchas y diferentes imágenes de Dios. Solo hay que reflexionar acerca de ciertos textos, que no son pocos. Pero el Galileo se opuso a las imágenes arbitrarias de aquel dios que se sustentaban precisamente en la Escritura.

El fuego del cielo (Lucas 9:51-56)

Cuando atravesaban Samaria para dirigirse a Jerusalén, los lugareños rechazaron al grupo liderado por el Maestro. La sugerencia de los discípulos fue mandar “fuego del cielo” para castigar a los samaritanos. Era una evocación del relato de 2Reyes 1:1-15 según el cual perecieron dos unidades militares de 50 soldados cada una con sus respectivos capitanes, una tercera unidad se salvó por la clemencia que pidió el capitán. Y total, un fuego mortal para acreditar al profeta como “siervo de Dios” (!). Pues bien, Jesús rechazó la petición de los discípulos, y con ello rechazó la evocación del supuesto suceso y la imagen de aquel dios arbitrario del que se hacía eco la Escritura.

La mujer acusada de adulterio (Juan 8:1-11)

Cuando le presentaron a una mujer “sorprendida en adulterio” los piadosos escribas y fariseos inquirieron a Jesús con la “Biblia en la mano” (solo la citaron) qué pensaba hacer él, ya que la Escritura indicaba indiscutiblemente que había que lapidar a la mujer según Levítico 20:10 (también al hombre, pero a este no le retuvieron). Pero Jesús se las valió para no obedecer la Escritura. Guardó primero silencio, luego les interpeló con el sentido común, con la misericordia, con la justicia de Dios que es siempre salvífica. Después de esta interpelación, según el texto, nadie lanzó ninguna piedra contra la mujer “adúltera”. Jesús tampoco, por el contrario, la perdonó. Obviamente, Jesús debió usar una “hermenéutica” muy diferente a la de los escribas que exigían lapidar a la mujer.

Estos son solo dos botones de muestra en los que Jesús se distancia de esa imagen arbitraria y justiciera de Dios contenida en la Escritura hebrea. Ahora bien, esta imagen justiciera de Dios perduró todavía en el cristianismo primitivo, como vemos en el caso de la muerte infligida (por Dios) a Ananías y a Safira, por mentir sobre el dinero que habían sacado en la venta de una propiedad. (Hechos 5:1-11). ¿Se corresponde este juicio sumarísimo con la actitud de Jesús?

CONCLUSIÓN

Hemos expuesto cinco pinceladas breves, pero concisas, de cinco tópicos que ponen en la cuerda floja la “inerrancia” de la Biblia. Al menos como lo entiende el fundamentalismo evangélico. Pero al margen de este grupo religioso cristiano, en el cristianismo existen otros grupos con una visión distinta de la “inspiración” de la Escritura. Así pues, CONSIDERANDO:
–Que la cosmovisión de los autores de la Biblia es precientífica.
–Que el canon del NT tuvo un desarrollo gradual en el tiempo, excluyendo y/o aceptando una ingente cantidad de escritos cristianos.
–Que el concepto de la “inspiración” procede del mundo griego a través del filósofo judío Filón y los Padres de la Iglesia.
–Que no tenemos los escritos originales, sino copias de copias, y la divergencia entre ellas es tal que los traductores tienen que recurrir a la lingüística y otras ciencias para decantarse por una probable mejor traducción.
–Que la Escritura en general ofrece imágenes míticas de Dios (matar a los primogénitos de un país por culpa de su gobernante)…
¿Cómo atribuir algún tipo de “inerrancia” a la Biblia? En cualquier caso, ¿qué valor deberíamos dar a este concepto? ¿Implica dicha “inerrancia” que el relato de la muerte de los primogénitos es histórico y, por lo tanto, refleja el carácter de Dios? ¿Se corresponde esta imagen de Dios con la que predicó Jesús de Nazaret?

Desde el siglo XVI (como hito histórico de referencia) el cristianismo ha venido haciendo una catarsis teológica e intelectual debido al avance de la ciencia moderna, que es empírica, y muy especialmente por el salto del geocentrismo al heliocentrismo (a pesar de Emilio Monjo y otros). Esta catarsis se ha objetivado en la afirmación de leyes en el campo de la física, la mecánica, la biología, la genética, la geología, etc. Esta catarsis, que ha originado un cambio profundo en el concepto que teníamos del mundo y de la realidad, no ha afectado a la fe, al contrario, la ha fortalecido precisamente porque ha limpiado el trigo de la paja, o sea, ha solventado racionalmente los “errores” hermenéuticos de la Escritura: La Tierra no es el centro del universo ni el Sol gira alrededor de la Tierra, como sugiere la Biblia. Por ello, la pregunta pertinente que planteamos ¿es inerrante la Biblia?

Emilio Lospitao

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Notas:

[1]Existen varias maneras de entender la “inspiración” de la Biblia. Aquí estamos considerando la llamada “verbal” o “plenaria”.
[2] Emilio Monjo Bellido es director del Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español (CIMPE), y de la Colección Historia de la Editorial MAD. En cuanto al campo de formación y académico es Doctor en Filosofía por la Universidad de Sevilla, y autor de varias obras.

[3] http://protestantedigital.com/magacin/13369/Fe_y_cosmologia
[4] http://protestantedigital.com/sociedad/28862/El_Universo_gira_sobre_la_Tierra_cientificos_catolicos_contra_Galileo
[5] http://protestantedigital.com/magacin/41231/Por_que_creo_en_la_inerrancia_biblica
[6] Según los especialistas, el verbo “es”no existe en el griego, lo pone el traductor y puede ir también después de Dios: “toda la Escritura inspirada por Dios “es” útil para…”. Es distinto.
[7] El “Textus Receptus” (Texto recibido) en griego fue realizado por Erasmo de Rotterdam a partir de los manuscritos existentes, que eran en esa época los mayoritarios. No obstante, la crítica bíblica considera que dicho “Textus Receptus” es mejorable por el material hallado posteriormente que son más antiguos y en algunos casos más fiables. Sobre este tema, ver el artículo del Prof. Daniel B. Wallace “¿Son idénticos el texto mayoritario y el texto original?” en la revista Renovación nº 5 (2014), p. 38: http://revistarenovacion.es/Revista_Renovacion_files/5enero14_Renovacion.pdf
Como contrapunto al artículo del Prof. Wallace, consultar:
http://www.iglesiareformada.com/Acevedo_El_Textus_Receptus.pdf

Empirismo y creencias


Nos guste o no nos guste la única realidad que vivimos, sentimos y vemos es la realidad física. Esto no significa que estemos negando alguna otra realidad, que la hay, o, al menos, la intuimos. Esto ha sido así desde los tiempos del homo sapiens. Por ello, durante el tránsito de los mitos a la filosofía griega (primeros pasos de la ciencia), los filósofos se dividieron entre monistas y dualistas. Los primeros se atuvieron a la naturaleza observable y verificable (la materia); la lista de sus postulantes es larga, desde Tales de Mileto en la antigüedad hasta Karl Marx en la edad moderna. Los segundos percibieron que había algo más, transcendente, divino o casi divino; también es larga la lista, con Platón a la cabeza (con sus dos mundos) que prácticamente conforma la esencia de todas las religiones y parte de la filosofía. Este forcejeo dialéctico, si se puede llamar así, viene durando desde entonces.

La cuestión esencial es que la filosofía – tanto la monista como la dualista– dio un paso irreversible hacia adelante y nos trajo lo que hoy llamamos “ciencia moderna” o experimental. Pero hasta el siglo XVI, con el cambio de paradigma que supuso el paso del geocentrismo aristotélico/ptolemaico al heliocentrismo copernicano, y especialmente hasta el siglo XVII, la ciencia propiamente dicha tuvo que superar su noche oscura. La luz vino progresivamente descubrimiento tras descubrimiento en todos los campos del saber humano.

EMPIRISMO

Todo lo que hoy sabemos del mundo físico se lo debemos a la ciencia experimental. Es cierto que en muchos aspectos esto que sabemos es “provisional” todavía, como no podía ser de otra manera, pero lo que sabemos es “científico”, es decir, verificable. Si no fuera verificable no sería “científico”. Esta es la diferencia entre lo “físico” y lo “metafísico” (lo que está más allá de lo físico). La ciencia se encarga de enunciar lo que puede investigar desde su método epistemológico. Lo que está fuera de su epistemología pertenece a la metafísica, de lo cual se encarga bien la filosofía o la teología. Pero son campos ontológicos diferentes. Por eso la ciencia no puede afirmar ni negar nada que pertenezca al ámbito metafísico, que es el que corresponde a la fe y a la religión, es decir, a las “creencias”. Si esto no se tiene claro, toda discusión se convertirá en un diálogo de besugos. Muchas controversias, incluso entre teólogos y científicos, tienen su raíz en este galimatías.

En la raíz de este galimatías se encuentra el “concordismo” bíblico/científico. Es decir, el intento de buscar una concordancia entre lo que ha afirmado la ciencia y lo que dice la Biblia. Hay quienes fuerzan a la Biblia para hacer que diga lo que ella no pretende decir. La ciencia de verdad –cuya epistemología se ciñe a lo físico y falsable– no puede afirmar ni negar lo que de metafísico tiene la Biblia (la creación en sí mismo, su fin, la trascendencia del ser humano, la moral, el bien, el mal, etc.). Por su lado, la Biblia no puede decir –no pretende decir– el “cómo” de las cosas: cómo se originó el mundo, cómo se originó la vida, cómo ha sido el desarrollo y la evolución de la vida en su amplia manifestación en nuestro planeta, etc. La Biblia no es un libro de ciencia. No tiene ninguna información científica porque ese no era el propósito ni las posibilidades de sus autores. Sí es el cometido y el propósito de la ciencia ofrecernos esa información. Decir que la Biblia ya nos ofrece dicha información es forzarla a decir lo que no dice y descontextualizar sus enunciados. Esto lo verificamos cuando la Biblia habla directa o indirectamente en asuntos cosmológicos, que emite conceptos erróneos de la época de sus autores.

Evolucionismo vs creacionismo

Desde hace décadas existe una cruzada en los Estados Unidos de Norteamérica sobre “creacionismo versus evolucionismo”. Los extremos ideológicos se tocan. Esto ocurre con estos dos “ismos”. Por un lado está el movimiento cristiano creacionista denominado de la Tierra Joven, que cree –siguiendo literalmente el libro del Génesis– que Dios creó el mundo hace seis mil años en seis días de 24 horas, y que las especies del reino animal que hoy contemplamos son exactamente las que Dios creó al principio (a esto se le llama “fijismo”). Por el otro lado está el movimiento evolucionista materialista que, apoyándose en dicha teoría, no solo afirma que todo vino a ser por un proceso evolutivo, sino que niega que exista algún Dios. Una cruzada estéril en la que ninguno de los dos bandos caen en la cuenta de que Ciencia y Religión parten de metodologías distintas y contrapuestas de investigación. La Biblia no es un libro de ciencia (valor que le otorgan los creacionistas) y no pretende, por lo tanto, explicar el “cómo” de las cosas. La Ciencia, por su lado, no puede –ni pretende– afirmar ni negar las realidades transcendentes. No es ese su cometido ni su campo de investigación.

Pero no todos los evolucionistas son ateos como muestra el hecho de que muchos científicos son creyentes de cualquier religión; estos piensan que el concepto científico de evolución biológica no se opone a la noción cristiana de creación. Contrario al “fijismo” creacionista, Carlos A. Marmelada, Profesor de Filosofía, y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona, dice que “el concepto biológico de evolución hace referencia al dinamismo real que se da en la historia de la vida y que se expresa a través de un despliegue que se lleva a cabo en el tiempo, siendo la teoría de la evolución la explicación científica de ese hecho”[1]. Con lo que no es compatible la evolución biológica es con el biblicismo literalista de la creación hace seis mil años en seis días de 24 hora, por supuesto.

Fernando Sols, catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad Complutense, y Doctor en Física en la Universidad Autónoma de Madrid, por su parte, dice que “la evidencia científica a favor de la continuidad histórica y el parentesco genético de las diversas especies biológicas es abrumadora, comparable a la seguridad que tenemos de la validez de la teoría atómica o la esfericidad de la Tierra. Este nivel de confianza se ha alcanzado gracias a la adquisición y comprensión de una gran cantidad de información obtenida a partir del registro fósil y de los avances en genética molecular.”[2] Esto lo dice respecto a la naturaleza en su totalidad. El hombre, en principio, y biológicamente, es una parte más de dicha naturaleza. Cualquier otra cualidad, o realidad, impuesta al ser humano, no le corresponde a la ciencia afirmarlo, sino a la filosofía y, particularmente, a la teología, o sea, a la religión. Esto significa que esa otra cualidad transcendente pertenece a la “creencia”. ¿Hay motivos para creer que esa otra cualidad es real? ¡Sí!

Francis Collins, genetista estadounidense, conocido por haber dirigido el Proyecto Genoma Humano, premiado con el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en el 2001, y autor del libro “¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe” afirma la evolución teísta o creación evolutiva. La evolución, para estos científicos cristianos, no se opone a la fe ni está en contra de ella. Evolución y Fe son perfectamente compatibles. La evolución de la vida es una realidad confirmada por la ciencia. Es la Teología la que debe revisar sus “creencias” y sus propuestas.

CREENCIAS

Lo que la Biblia dice acerca de los orígenes–aunque más elaborado teológicamente por su puesto– en el fondo es lo mismo que nos venían diciendo los mitos de otras civilizaciones, y respondía a las mismas grandes cuestiones del ser humano y su historia: el origen del mundo, de la vida, del hombre y de la mujer; el porqué del sufrimiento y del mal; de la muerte; del más allá; del castigo o el premio en ese más allá; incluso de un salvador. Las diferencias que existen entre las distintas cosmogonías míticas, incluidas las que ofrece la Biblia, no anula el meollo de la cuestión. Los autores de la Biblia usan el relato mítico como medio literario para apuntar dichas realidades, pero no son descripciones etiológicas históricas de las mismas.

Desde un punto de vista ético, todas las religiones comparten los mismos tópicos y persiguen el mismo fin: el amor hacia los demás, la justicia, el bien común, etc. Por ello, por cuanto todas las religiones comparten esos mismos tópicos, no se puede decir que una en particular tenga el monopolio de la virtud. Es más, el hecho de que todas las religiones compartan esos mismos tópicos con ese mismo fin, es un indicador de que el ser humano alberga en sí mismo una cualidad universal ética, independientemente de sus creencias. A veces, paradójicamente, ocurre que pierden esa cualidad ética precisamente cuando aparece la creencia religiosa, sobre todo suele ocurrir más en las religiones monoteístas al considerar que ellas son, por separado, la única religión verdadera. La historia de las guerras religiosas así parecen confirmarlo. Lo que queremos decir es que para ser ético no es necesaria una creencia religiosa. El ser humano lo es independientemente de si cree o no cree en alguna fe en particular. El movimiento cultural llamado Humanismo, aun cuando surge en un ambiente geográfico e histórico cristiano, lo trasciende aportando a su medio social una ética no necesariamente religiosa.

Creencias e inquisición

Cuando Nicolás Copérnico (1473-1543) lanzó la idea de que no era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra, sino esta alrededor del Sol (aunque ya Aristarco de Samos en el siglo III a.C. afirmaba que el Sol era el centro del universo), y después Galileo Galilei (1564-1642) confirmó el sistema heliocéntrico, la Ciencia, la Filosofía y, sobre todo, la Teología se echaron sobre él como buitres carroñeros y no pararon hasta reducirle al silencio de la reclusión domiciliaria (salvó la vida por los pelos). Hoy los escolares de primaria cuando leen este episodio histórico se llevan las manos a la cabeza (vivimos con muchísima más información).

¿Por qué la Ciencia, la Filosofía y la Teología del siglo XVI no pudieron aceptar la revolucionaria idea de un sistema heliocéntrico? Básicamente por dos motivos:

a) La cosmología aceptada desde hacía siglos era deductiva, se basaba en la simple observación; era el Sol el que se veía mover de Este a Oeste; además contaban con el aval de la enseñanza del sabio Aristóteles, que había afirmado el sistema geocéntrico.

b) Por otro lado, la Sagrada Escritura (que se creía –y se cree– una revelación infalible) corroboraba el sistema geocéntrico. Pero tanto la Ciencia como la Filosofía y la Teología hasta el siglo XVI, se basaban en observaciones deductivas del movimiento de los cuerpos celestes en el espacio.

Hoy la ciencia moderna, que comenzó con una metodología inductiva, de la que surgió una manera distinta de estudiar el cosmos, confirma inequívocamente el heliocentrismo de nuestro sistema solar: Copérnico y Galileo tenían razón (incomprensible, ciertamente, en su época). La certeza que se tiene hoy del sistema heliocéntrico está probada (además de por la leyes de Kepler y de Newton), por la exactitud con la que envían naves no tripuladas al resto de planetas de nuestro sistema solar para interceptarlos y estudiarlos. Los especialistas en astrofísica y en astronomía saben perfectamente dónde está cada planeta en un momento dado, y saben cuándo y cómo enviar dichas naves no tripuladas para captarlos siguiendo las coordenadas según el sistema heliocéntrico. Es decir, el geocentrismo se basaba en “creencias” y deducciones. Hoy no “creemos” en el sistema heliocéntrico, lo conocemos por la información científica fiable y falsable.

En este año 2017 el mundo cristiano (evangélico-protestante) celebra el 500 aniversario de la Reforma. El monje agustino Martín Lutero, a la vez que solventaba un problema personal espiritual, “cae en la cuenta” estudiando la carta de Pablo a los Romanos que la venta de indulgencias que practicaba la Iglesia de Roma era contraria a la doctrina bíblica de la “gracia”. Como el monje no se retractaba de la denuncia que había formulado mediante las 95 tesis colgadas públicamente en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg (Alemania) contra la Iglesia de Roma, esta le excomulgó. Así surge el movimiento religioso llamado Reforma Protestante. De este movimiento, con el tiempo, saldrían cientos de denominaciones religiosas cristianas con sus peculiaridades y doctrinas diversas. Pero cuando vamos al fondo de la cuestión “caemos en la cuenta” que todo se centra en “creencias”. No existe absolutamente nada sustanciado en leyes o principios objetivos y evaluables. ¡Solo creencias! Y es que, tratándose de “transcendencias”, no cabe otra opción que las “creencias”. Alguien anotará que eran creencias “bíblicas” contra creencias “no bíblicas”; pero aunque sean “bíblicas”, no dejan de ser “creencias”. Las creencias sobre lo trascendente son subjetivas y privadas, y todas válidas en principio.

Posterior, o paralelamente al movimiento de esta Reforma, y por motivos más políticos que religiosos, se instaura un tribunal religioso llamado “Inquisición”. ¿Su cometido? Juzgar a las personas cuyas “creencias” no se correspondían con las creencias oficiales de la Iglesia de Roma. El veredicto en el peor de los casos terminaba con la pena capital en la hoguera. Este vicio de quemar a los “herejes” no fue un patrimonio de la Iglesia de Roma (aunque le ganaba por mucho), sino también lo practicó el movimiento de la Reforma (ahí tenemos como testimonio a Miguel Servet y a los cientos de anabaptistas víctimas de la intolerancia reformada). Quemar a los “herejes” era el deporte favorito de la época. Las familias al completo acudían a las plazas públicas donde se iban a quemar a los “reos”. ¿Y por qué se quemaban a estos “reos”? Simplemente por cuestiones de “creencias”. Los “herejes” no eran enemigos públicos que atentaban contra la integridad física de las personas, o de su hacienda y su patrimonio, no, simplemente no creían en las doctrinas (“creencias”) de la Iglesia oficial, ya fuera la de Roma o la de la Reforma. ¡Ejecutaban a las personas simplemente por sus “creencias”!

Hoy los “ortodoxos” ya no queman a los “herejes”. La historia es dinámica, los movimientos culturales van y vienen. Y el movimiento que desarrolló la sensibilidad suficiente para no quemar públicamente a los “herejes” fue el Humanismo que condujo al Renacimiento. El Renacimiento fue un movimiento cultural iniciado en el sur de Italia que sacó del ostracismo a los clásicos (los filósofos griegos), a los que el mundo de las “creencias” (cristianas) había sepultado durante el tiempo que duró la Edad Media, mil años. Fue el antropocentrismo (el valor del hombre) humanista lo que hizo caer en la cuenta la barbarie que suponía matar a un ser humano solo por lo que creía o no creía. Pero estos cambios no suceden de un día para otro, a veces ni siquiera de un siglo para otro. En algunos casos –o en todos– los movimientos culturales conviven hasta que el viejo pierde su vigor o desaparece para siempre (¿para siempre?).

En la historia de la filosofía algunos de estos “movimientos culturales” entraron en conflicto sentando cátedra mediante la formulación de “creencias” (escuelas filosóficas). La diferencia entre estas “creencias” filosóficas y las “creencias” religiosas es que rara vez por causa de las primeras se mató a nadie. Discutían, se contradecían, pero la confrontación quedaba en el suelo de la simple dialéctica. Es cierto que a Sócrates le condenaron a muerte por su “filosofía”. Pero en los tiempos del filósofo la religión y los mitos estaban siempre de por medio: le condenaron a muerte porque su “filosofía” estaba robando a la gente “la fe en los dioses”. Hoy ese miedo sigue vigente. Cierta apología cristiana también tiene miedo de que nuevas “filosofías ateas” roben a los cristianos la fe en Dios (de este ateísmo habrá que hablar).

El tren de la historia

El cristianismo de este siglo, si quiere aprovechar el tren que está pasando, debería “caer en la cuenta” de que todas sus premisas metafísicas se fundamentan en (y se reducen a) “creencias”. En el mejor de los casos, creencias nobles, sublimes, pero “creencias” al fin y al cabo, por otro lado revisables. Todo lo metafísico se reduce a “creencias”. Además, desde un punto de vista socio-político, debería “caer en la cuenta” de que lo que importa para el bien de la Humanidad (al margen de la legitimidad de la fe religiosa, cualquiera que esta sea) es lo ÉTICO. Lo ético encuentra su razón de ser en lo inmanente, lo que tiene que ver con la vida de las personas aquí y ahora. Sin esta ética las “creencias” no tienen credibilidad, cualquiera que sean sus propuestas o sus promesas para el “más allá”. El “porque tuve hambre, y me disteis de comer…” de Mateo 25:31-46, que es un aforismo profundamente ético, sigue vigente.

Desde el siglo XVI, en las sociedades occidentales, y al unísono del desarrollo de todas las áreas del saber humano, hemos venido haciendo una catarsis de las creencias. Ya no creemos que el Sol gire alrededor de la Tierra (algunos todavía piensan que sí porque lo dice la Biblia). Ya no creemos que las enfermedades, los rayos, los terremotos, etc. sean un castigo divino (aunque hay quienes todavía lo creen así). Ya no creemos que Dios creó el mundo hace seis mil años en seis días de 24 horas (aunque hay quienes lo defienden ateniéndose a la Biblia). La hermenéutica, gracias a la luz que ofrece la historia, la antropología social, las ciencias en general, nos permite distinguir en los libros sagrados (la Biblia) los distintos géneros literarios, el propósito pedagógico de algunos textos, el trasfondo mítico de otros, etc. Solo tenemos que abrir los ojos y “caer en la cuenta”.

Emilio Lospitao

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[1] Carlos A. Marmelada, 60 preguntas sobre ciencia y fe: Respondidas por 26 profesores de Universidad – Ed. Stella Maris.
[2] Fernando Sols, obra citada.

Reflexión en carne viva, o caer en la cuenta


En la madrugada del 25 de enero de 1989, después de tres años de padecer un cáncer, y sufrir varias crisis hospitalarias (amén de pruebas y sesiones de quimioterapia), fallecía una mujer joven en el hospital de La Princesa de Madrid. Dejaba seis hijos de entre 8 y 16 años de edad. Nadie –o como el que más– había orado nunca tan sincera y angustiosamente a Dios por aquella mujer. Aquel 25 de enero fue el comienzo de una honesta y larga reflexión acerca de ese Dios a quien había estado orando. No había en mí un ápice de resentimiento, de rencor o alguna otra clase de sentimiento negativo hacia él. Simplemente, si acaso, perplejidad. ¿Pero por qué –pensaba durante aquella larga reflexión– tenía Dios que revertir el proceso cancerígeno de las células del cuerpo precisamente de aquella mujer, cuando tantas otras mujeres, con hijos o sin ellos, necesitarían de su intervención, en peores circunstancias que las suyas quizás?

Hoy, cuando tantas tragedias vemos que ocurren en el mundo, cerca de nosotros algunas, haber cambiado la imagen de aquel Dios, y haberte reconciliado con él, es una auténtica sanación mental, intelectual y espiritual. La imagen de un dios intervencionista origina muchos e insalvables problemas e incoherencias (de los que habrá que hablar). Pero el mundo religioso no quiere pensar en dichos problemas e incoherencias, prefiere vivir en una constante, agradable y opiácea inopia. Ya sé que la imagen de un Dios intervencionista es bíblica. Es más, en la Biblia no hay lugar para otra imagen de Dios que no sea esa. Quizás la cuestión radique en una reflexión seria acerca de la naturaleza de la Biblia misma. En casos parecidos, yo mismo había pontificado que Dios tendría algún plan desconocido para nosotros e incomprensible para nuestra razón. ¿Un plan –me preguntaba durante esa larga reflexión– que comienza dejando a seis niños sin madre cuando más la necesitan?… ¡Con las secuelas que dejan…! Pensar en esa teoría hoy me parece un juego macabro por parte de Dios. No, no creo que haya ningún plan. Debe ser algo más sencillo que todo eso.

Durante el Encuentro de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración en Cangas de Onís (Asturias–España) en el año 2015, me reencontré con una hermana en la fe con la que llevábamos muchos años sin vernos. Según mi impresión ella guardaba gratos recuerdos de mi persona como predicador (Sería mi época dorada de arengas y sermones alentadores). En algún momento de nuestra conversación le dije que había dejado de ofrecer “devocionales… porque los devocionales infantilizaba a la iglesia”. Cambió su rostro. La había decepcionado. Esta afirmación la he repetido otras veces convencido de que es así. Los devocionales (solos y continuados) atontecen e infantilizan a la grey. Además, esta necesita cada semana la “dosis” de “espiritualidad” que se espera del predicador de turno. El otro extremo, “hacer pensar” todas las semanas, puede agobiar e incluso alejar del redil. ¡Menudo problema! No es que haya abandonado el “devocional” de manera absoluta, no, en alguna ocasión no habrá más remedio que echar mano de él, sobre todo en los momentos más cruciales de una persona: ¡cuando pierde a un ser querido! Hablar de la esperanza es compatible con cualquier exposición que suponga afrontar la realidad… la realidad que no queremos afrontar.

Cambiar la imagen que tenemos de Dios –precisamente porque es “bíblica”– es un paso muy difícil de dar. No se cambia del domingo al lunes siguiente. Quizás ni siquiera de un año para otro. Son muchas las conexiones neuronales y emocionales las que hay que desenredar una y otra vez… e ir conexionándolas de nuevo. ¿Pero no fue eso precisamente lo que hizo el apóstol Pedro cuando decidió entrar en la casa de un centurión romano, y comer con él? El Apóstol tuvo que romper con toda su ancestral cosmovisión teológica, que operaba como prejuicio respecto a la relación con los no-judíos. Por no hablar de la experiencia de Saulo de Tarso en el camino a Damasco: Saulo (Pablo), en un instante, pasó de ser perseguidor de una idea (la fe en Jesús) a divulgador de ella. Ambos dieron un paso contracorriente en sus vidas. Dejaron una teología profundamente arraigada e interiorizada desde su infancia, para dar un giro copernicano de 180 grados. Estos ejemplos son válidos aunque dichos relatos requieran matices exegéticos e históricos. Pues bien, una vez dado ese paso, de revisar las creencias, ya es irreversible. Nunca podré volver a esa imagen intervencionista, arbitraria, destructiva a veces, de aquel dios.

El Dios auténtico, el verdadero, lo que quiera que ello sea, debe ser otra cosa. La imagen más aproximada de ese Dios debe ser aquella que nos muestra el Jesús de los Evangelios –independientemente de la teologización de sus relatos–. Ya sé que sigue siendo solo una imagen, pero debe ser la real, la que se acerca más al Dios que crea –y sigue creando– por amor. Un Dios que “sigue creando” por amor, está siempre procurando lo bueno y el bien para todas sus criaturas, sin acepción de personas, vivan donde vivan y sea cual sea su credo (los credos son solo creencias parciales del todo). Por lo tanto, este Dios no manda ninguna clase de mal contra nadie ni contra nada, ni siquiera lo permite (que sería igual de cómplice), sino que lo sufre con nosotros. Orar a este Dios, pues, no puede ser hacerle “caer en la cuenta” de que le necesitamos, de que debe intervenir por lo que le pedimos (por supuesto tenemos el derecho y la necesidad de hacerlo, y lo hacemos –ahí están los Salmos); orar a Dios debe ser tomar conciencia de que él ya está haciendo lo que es bueno en pro de su creación, entre la que nos encontramos nosotros y él mismo. Pero el Mal existe, es una realidad. Dios –como alguien ha definido– es el anti-Mal, pero la realidad de cada día nos muestra que no es su vocación intervenir puntualmente, si lo hiciera sería un Dios arbitrario que hace acepción de personas (un dios tapagujeros).

El Dios de Jesús es aquel que ensalza a quienes “dan de comer al hambriento y visten al desnudo” (Mateo 25:31-46) porque él mismo no puede hacerlo. Obviamente, esta es una imagen de Dios distinta de la tradicional, de la que oímos cada domingo en los sermones, pero es la imagen que se corresponde con la realidad que percibimos en el día a día. Solo hay que abrir los ojos y “caer en la cuenta”.

Aquella mujer que exhaló su último aliento en el Hospital de la Princesa de Madrid el 25 de enero de 1989, solo fue una de las decenas, cientos, miles de mujeres jóvenes que apagaron la llama de su vida en aquel mismo día en el mundo por las mismas causas. Dios lo sabía, pero no hizo nada para evitarlo en ninguno de los casos. No hizo nada porque esa no es su misión. Sí es nuestra misión “caer en la cuenta” de esa realidad.

Emilio Lospitao