«Hablamos donde la Biblia habla…»


I. INTRODUCCIÓN
«Hablar donde la Biblia habla…» es el eslogan del frontispicio ideológico de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración (idcMR). Podemos leerlo en la abundante literatura existente, en las páginas webs de dichas Iglesias de Cristo, además de oírlo desde los púlpitos un domingo sí y otro también. El eslogan en sí mismo ya es una afirmación anticipada de la interpretación literal que se hace de la Biblia. Así lo confirma la exégesis de los textos bíblicos que encontramos en la literatura de las idcMR. La hermenéutica literalista es coherente con el eslogan y este con dicha hermenéutica. La triple “ventaja” de la exégesis literalista es que, primero, es más económico intelectualmente hablando (no necesita investigar); segundo, no exige pensar (solo leer); y, tercero, no arriesga nada… ¡O mucho! (piense el lector en la obcecación de los religiosos en el caso Galileo). 

1. Contexto del eslogan 

El eslogan tiene un contexto histórico: la diversidad de denominaciones cristianas en el Nuevo Mundo, que no era otra que la que existía en el Viejo Mundo (Europa). Con la emigración continuada desde la vieja Europa al nuevo continente recién descubierto, se hizo presente el mismo conglomerado religioso, confuso por su misma naturaleza. Todas las denominaciones religiosas contaban con sus propias tradiciones y estatutos además de la Biblia. Los padres del Movimiento de Restauración  (Campbell, Stone…), disidentes de la Iglesia Presbiteriana, cuestionaron dichas tradiciones y estatutos conminando a todos los líderes de las demás denominaciones a remitirse solo y exclusivamente al Nuevo Testamento respecto a la organización de la iglesia, el culto, la eclesiología, etc. De ahí el eslogan “hablar donde la Biblia habla y callar donde la Biblia calla”. Es decir, el órdago consistía en que abandonaran las tradiciones y los estatutos particulares de sus respectivas Iglesias y se limitaran solo a las enseñanzas del Nuevo Testamento. Este es el contexto histórico del eslogan y en ese contexto se ha de entender. Decir, además –y esto es muy importante–, que en aquella época, tanto unos como otros creían en la “infalibilidad” e “inerrancia” de la Biblia, aun cuando el “liberalismo teológico”, y las ciencias bíblicas modernas, ya habían iniciado su desarrollo amparados por la Ilustración. 

Desde el siglo XVII venían sucediendo cambios profundos en la Ciencia, la Filosofía y la Política, dejando obsoleto el antiguo paradigma precientífico anterior a Copérnico y Galileo (siglo XVI). Esta obsolescencia alcanzó también a la valoración y el concepto que se tenía de la Biblia como libro religioso, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II (mediados del siglo XX). Los conceptos “infalible” e “inerrante” hoy se han relegado a un grupo cada vez más minoritario en el mundo religioso, especialmente en Norteamérica, donde nació el Fundamentalismo. 

2. “Infalibilidad” e “inerrancia”: un poco de historia 

Independientemente de la interpretación que se haga de algunos textos bíblicos referente a estos dos conceptos, dicha interpretación tiene su propia historia, de la cual aquí dejamos una brevísima semblanza. 

Filón de Alejandría (15 aC – 50 dC), filósofo judío y embajador del judaísmo en el mundo griego, sentó el mejor precedente para la posteridad de la “inspiración” de la Biblia hebrea (que luego se atribuyó a las escrituras cristianas). Filón decía: 

“El hombre que profetiza se ve obligado a pronunciar palabras cuyo alcance desborda todos los límites terrenos: el órgano, la boca, la lengua y hasta la inteligencia; es humano, pero su resonancia es sobrehumana…”(Vida de Moisés, 1, 274). Filón extendía este carácter sobrenatural a los traductores de la Septuaginta (traducción de los libros sagrados judíos al griego a mediados del siglo III aC). “Los traductores, según escribe Filón, “actuaron cada uno bajo el dictado de un invisible inspirador”; por eso dice que hay que llamarlos “no ya traductores, sino hierofantes y profetas, ya que se les concedió, gracias a la pureza de su inteligencia, marchar al mismo paso que el espíritu más puro de todos, Moisés” (Vida de Moisés, 11, 37 y 41. Antonio M. Artola y José Manuel Sánchez Caro, “Biblia y palabra de Dios”, Verbo Divino ).

Dieciocho siglos después –este concepto se mantuvo intacto durante ese tiempo– el Concilio Vaticano I, como reacción al liberalismo teológico en boga, en la sesión III del día 24 de abril de 1870, se ocupó en la definición del origen divino de las Escrituras en la siguiente manera: 

“Dichos libros del AT y del NT íntegros con todas sus partes, como se describen en el decreto del mismo Concilio [de Trento]… deben ser recibidos por sagrados y canónicos. La Iglesia los tiene por sagrados y canónicos no porque, habiendo sido escritos por la sola industria humana, hayan sido después aprobados por su autoridad, ni sólo porque contengan la revelación sin error, sino porque, habiendo sido escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales han sido entregados a la misma Iglesia…” (Antonio M. Artola y José Manuel Sánchez Caro, “Biblia y palabra de Dios”, Verbo Divino – Pag. 165). 

Sin embargo, casi un siglo después, durante el Concilio Vaticano II (1965), se enfrentaron dos concepciones antagónicas sobre la verdad de la Biblia. Por una parte, una mentalidad anclada en la doctrina clásica sobre la inerrancia se empeñaba en que el Concilio se pronunciara sobre la total exclusión de error en la Biblia. Por otra, se iba abriendo camino una corriente nueva que enfocaba la cuestión desde un punto de vista nuevo: el de la verdad de salvación. La primera actuaba bajo los imperativos inconscientes de una concepción griega de la verdad. La segunda pretendía salvar los escollos de una comprensión rígida de la inerrancia. Lo que se debatía en el fondo era el modelo de verdad por el que optaba la Iglesia para explicar la Palabra de Dios. (Antonio M. Artola y José Manuel Sánchez Caro, “Biblia y palabra de Dios”, Verbo Divino- Pag. 228). 

En el documento Dei Verbum (uno de los 16 documentos del Concilio Vaticano II), referente a la Biblia, se dice: 

“Naturalmente, el Espíritu no se hace responsable de todo lo escrito por el hagiógrafo; como dice la misma constitución DV (Dei Verbum), ese aliento o presencia del Espíritu se encuentra en aquella «verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación» (DV 11). No se trata, pues, de verdades del orden histórico o científico, sino de las relativas a la salvación del hombre…” (DV 12). 

Esta evolución de criterios en la Iglesia Católica Romana (ICR) se debió a los conocimientos científicos y filosóficos que estaban poniendo en evidencia la debilidad del dogma de la “infalibilidad” y la “inerrancia” de la Escritura. 

Reacción del Protestantismo en EE.UU. 

Sin embargo, ante el mismo fenómeno cultural, en el que la ICR reconoció que no podía seguir insistiendo en la “inerrancia” de la Biblia, los líderes protestantes (en los Estados Unidos) re- accionaron de forma distinta. Estos se afianzaron más en dicha “inerrancia”. 

A principio del siglo XX un grupo de líderes cristianos estadounidenses proclamaron cinco fundamentos que consideraban imprescindibles para la fe cristiana. Pues bien, uno de ellos consistía precisamente en el carácter “infalible” e “inerrante” de la Biblia. 

Se acuñó el término “fundamentalismo” derivado de estos cinco “fundamentos”. Este Fundamentalismo, pues, nace como reacción al deísmo liberal que encontró el caldo de cultivo en la Ilustración. La mayoría de los Evangélicos (incluidos los de las Iglesias de Cristo), sobre todo los de fuera de Norteamérica, ignoran cuál es la cuna de su teología literalista, la cual ha ejercido –y sigue ejerciendo– una gran influencia en Latinoamérica y algunos países de Europa, particularmente España, a través de las misiones estadounidenses, el apoyo económico recibido y la literatura procedente de allí. Sobra decir que la antítesis del “fundamentalismo” es el “liberalismo”, que apuesta por una apertura hacia los nuevos conocimientos filosóficos y científicos. 

3. El estatismo de nuestros exégetas 

No obstante de las sugerencias que pone sobre la mesa la nueva hermenéutica (empujada y alumbrada por dichos conocimientos científicos y filosóficos), nuestros exégetas del MR, fundamentalistas, sienten un profundo recelo hacia dicha hermenéutica (herramienta multidisciplinar imprescindible hoy en la exégesis bíblica). Sienten recelo de esta hermenéutica porque esta exige precisamente estudiar y pensar; es decir, investigar; y la investigación supone discernir, ponderar, cotejar, decidir…, con los riesgos que ello conlleva; ciertamente es más fácil pontificar: así dice la Biblia. Pero es la investigación la que ofrece la información que subyace en el texto, ¡pero que no está en el texto! Y esta información evidencia que, a veces, no todo es lo que parece en la Biblia. Y el hecho de que no todo sea lo que parece en la Biblia, supone para nuestros exégetas literalistas una profunda inseguridad. Por eso, el exégeta con una mínima formación teológica, después de citar “lo que dice” la Biblia, se preguntará por qué la Biblia dice “eso”. Ofrecer la respuesta adecuada a ese “por qué” es la misión de la hermenéutica. Pero la información (y la formación) en este quehacer hermenéutico no se encuentra en las páginas de la Biblia (sola), sino en los libros de diversas disciplinas (historia, antropología cultural…). 

II. SINSENTIDOS DEL LITERALISMO 

El literalismo, por su simpleza, parece ofrecer, sobre todo, seguridad: ¡la Biblia dice así!. Pero, como ya hemos apuntado más arriba, no todo en la Biblia es lo que parece. Luego el literalismo, sin más, lleva a complejas conclusiones reconocidas hoy como obsoletas cuando no contradictorias y engañosas. Por eso la exégesis correcta necesita de una hermenéutica interdisciplinar. Veamos algunos sinsentidos de la interpretación literalista (¡Hablar donde la Biblia habla…!): 

EN PRIMER LUGAR, por ejemplo, los textos que usamos para restaurar “la Iglesia del Nuevo Testamento” tienen un carácter esencialmente teológico, hablan de una “Iglesia” abstracta, teórica, invisible; no tiene nada que ver con las iglesias históricas, que eran diversas y plurales. Por lo tanto, desde un punto de vista eclesiológico, la heterogeneidad del cristianismo primitivo hace imposible “restaurar” una supuesta “Iglesia del Nuevo Testamento”. Este deseo de los padres del MR era mera ingenuidad (comprensible por la falta de información histórico-crítica del cristianismo primitivo). El sinsentido de esta idea radica precisamente en el intento de restaurar una Iglesia única que nunca existió históricamente hablando (ver “La Iglesia primitiva” en Renovación nº 98 – octubre 2021). La idea de “restaurar” la Iglesia fundada en el año 33 dC. es un galimatías. Es un galimatías por tres razones: a) La iglesia local primitiva, de Jerusalén, continuó observando las costumbres judías de la Ley; b) Pero el MR hace una distinción enfática entre las Escrituras hebreas y las cristianas (Antiguo y Nuevo Testamento), cosa que aquellos cristianos no hicieron, obviamente. Primero porque no existía ningún “nuevo testamento” literario todavía, por lo tanto, la única Escritura que tenían era la Biblia hebrea, y no encontraron ningún problema en continuar con sus preceptos (no importa cuáles sí y cuáles no); y c) Tras el nacimiento del cristianismo gentil en Antioquía, que no observaba la Ley (salvo algunos preceptos impuestos por los judeocristianos de Jerusalén), no hubo nunca una Iglesia homogénea hasta la Gran Iglesia de siglos posteriores (la Iglesia constantiniana). Es decir, no tenemos ninguna iglesia modelo “primitiva” e histórica desde la cual “restaurar” nada. Solo tenemos textos teologizados de esa presunta Iglesia. En cualquier caso se trataría de “restaurar” una iglesia que cuadrara con el perfil de las iglesias gentiles, es decir, las iglesias paulinas, cuyo modelo sería la iglesia de Antioquia de Siria. Así pues, tenemos dos opciones, restaurar la iglesia “primitiva” de Jerusalén (judaica), o restaurar la iglesia de Antioquia de Siria (gentil). Son los dos modelos de iglesias que encontramos en el Nuevo Testamento, y legítimos los dos. 

EN SEGUNDO LUGAR, el literalismo (hablar donde la Biblia habla…) conlleva otorgar vigencia a instituciones socio-políticas de la época del Nuevo Testamento hoy obsoletas (esclavitud, patria potestad absoluta, sumisión de la mujer al varón, etc.). De esta sumisión de la mujer al varón deviene la cuestionable interpretación de que la mujer ni siquiera puede orar en la iglesia y mucho menos desarrollar algún tipo de liderazgo. Los hermanos y hermanas hispanoamericanos (y estadounidenses), pertenecientes a Iglesias de Cristo, que han llegado a España por la inmigración o de vacaciones, entraban en shock cuando veían que en la Iglesia de Cristo de Madrid (¡la iglesia más retro de España, por otro lado!) las mujeres oraban en el culto y participaban en él (¡ciertamente, algo se había evolucionado en esta iglesia desde sus comienzos, pero algunos hemos pagado un alto precio por propiciar y promocionar dicha evolución!). Pero también hemos observado que algunos de esos hermanos y hermanas abandonaron el culto, por sus prejuicios, en cuanto vieron participar a la mujer en el culto. Prejuicios abonados por la interpretación literalista de la Escritura que secundan los códigos domésticos sobre “la mujer, los niños y los esclavos” (Colosenses 3:18-4:1; Efesios 5:21-6:9; etc.) de los cuales venían hablando los filósofos en el mundo griego desde la época de Platón (siglo IV aC.). Es decir, los escritores del Nuevo Testamento simplemente evocaron dichos códigos sociales y mundanos de la época (ver “La iglesia nació en la casa” en: https://revistarenovacion.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/01/la-casa-iglesia1.pdf). Algunos líderes del otro lado del “Charco” piensan que investigar en los libros que no sean de la Biblia es “filosofía del mundo”, y además se enorgullecen de pensar así (!). En España algunos también piensan igual. 

EN TERCER LUGAR, este literalismo, al margen de cualquier principio hermenéutico, desnaturaliza el texto bíblico y el pensamiento de su autor, que escribía para personas que vivían en un contexto social, familiar y religioso distinto al nuestro, como son los casos de la sumisión de la mujer, la esclavitud, etc. Una exégesis literalista de 1Cor 11:2-15 (ver “Señal de autoridad” en: https://revistarenovacion.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/01/senal-de-autoridad.pdf) nos llevaría a la conclusión de que la mujer debe cubrirse la cabeza con un velo. Por no citar la patria potestad absoluta desde la cual el paterfamilias formalizaba el matrimonio de los hijos (especialmente de las hijas), sin contar con su consentimiento cuando estos aún eran púberes; o ungir con aceite a los enfermos para sanarlos, como sugiere Santiago 5:14. Pero la historia y la antropología cultural (¡la hermenéutica!) nos explica por qué era común la práctica de ungir con aceite a los enfermos en Oriente Medio en la época del Nuevo Testamento, y por qué la mujer vivía bajo la tutela del varón de por vida. En la práctica, ciertamente, estos líderes del MR no son tan “literalistas” cuando les interesa, y hacen caso omiso de ciertos textos, como el que habla de ungir con aceite a los enfermos para su curación. Y me pregunto por qué, pues ¿no es este texto “Palabra de Dios” también? ¿Será porque sienten miedo de hacer el ridículo presentarse en un hospital con un tarro de aceite para ungir al enfermo, y que les expulsen del hospital? ¡Me supongo que estos exégetas literalistas tampoco formalizan el casamiento de sus hijas púberes (1Cor. 7:37-38) ni imponen el uso del velo a sus mujeres (1Cor 11:6)! 

EN CUARTO LUGAR, la afirmación del sistema heliocéntrico por parte de Galileo Galilei fue un hito singular en la historia del conocimiento humano que separó para siempre dos cosmovisiones distintas, dos maneras de entender y percibir la realidad del cosmos. Es significativo que la idea de una Tierra esférica apareciera por primera vez en textos griegos (Platón, Aristóteles…) que contrasta con las opiniones de algunos personajes prominentes cristianos (San Agustín, s. IV, y otros), que se burlaban de estas ideas griegas. 

La retórica de Eclesiastés 3:21: “¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?” está expresada desde la cosmogonía de un mundo precientífico, pero carece de sentido desde el paradigma de la ciencia moderna. No existe ningún “arriba” ni ningún “abajo” donde pueda “subir” o “descender” ningún “espíritu”. Este es un lenguaje figurado mítico. Textos como: “el sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero” (Josué 10:12-19), o que “hizo volver la sombra por los grados que había descendido en el reloj de Acaz, diez grados atrás” (2 Reyes 20:1-11), o que “un gran pez tragó a Jonás, y estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jonás 1:17), comprometen los conocimientos científicos que tenemos de las leyes del universo y de la física. Y no vale apelar a un Dios-todopoderoso-que-está-en-los-cielos, o la recurrente frase de que “para Dios nada es imposible”. Un Dios-supermán que detiene el giro de la Tierra sobre su eje casi un día entero para aniquilar a un puñado de vidas humanas y, además, invierte dicho giro diez grados en la sombra de un reloj de sol para confirmar la sanidad ofrecida por la palabra de su profeta, no ayuda mucho a la evangelización de nuestra sociedad ilustrada y moderna. ¿Cómo midió el tiempo, en el primer caso, si se detuvo el movimiento de la Tierra y este movimiento es precisamente uno de los valores que permite medirlo? A nuestro exégeta ni siquiera se le pasa por la cabeza si eso que dicen los textos citados es coherente, si tiene algún otro sentido o simplemente si eso fue así. Para la exégesis literalista no existen géneros literarios, relatos pedagógicos, comprensiones teológicas de la época que sirvan de contexto al relato bíblico: ¡Es así porque así lo dice literalmente la Biblia! ¡Hablar donde la Biblia habla! 

III. BIBLIA Y HERMENÉUTICA 

Independientemente del concepto que tengamos de la “inspiración” de la Escritura, creemos que Dios, como afirma el autor de la carta a los Hebreos, ha hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres [antepasados] por los profetas y, en estos últimos días, nos ha hablado por medio del Hijo (Jesucristo). Esta afirmación del autor bíblico es una simple profesión de fe que podemos asumir como creyentes. Pero esta afirmación no puede implicar que toda la Biblia, palabra por palabra, sea “inerrante”. Una lectura crítica de los libros de la Biblia desmiente tal “inerrancia”. La historia de cómo se formó el canon, tanto de las Escrituras hebreas como de las Escrituras cristianas, cuestionan dicha “inerrancia”. Este concepto se construye a partir de silogismos y sofismas. Aun cundo aceptemos que la Biblia es la “Palabra de Dios”, no obstante, está escrita por hombres de una época concreta, de una cultura particular y de una región geográfica específica. Estos autores escribieron desde la percepción, la cultura, los conocimientos y los conceptos de sus coetáneos, es decir, desde una cosmología y una cosmogonía precientíficas. La Biblia nos informa de una verdad religiosa y salvífica, no de una “inerrancia” científica o histórica. ¿Cómo puede ser toda la Biblia “inerrante” desde el punto de vista del concepto moderno de “verdad” e “historicidad”? ¿Qué hemos aprendido de la experiencia del caso Galileo? ¿Acaso no condenó a este científico el dogma de la Biblia “infalible” e “inerrante”, según el cual la Tierra era el centro del universo, inmóvil, alrededor de la cual giraban el Sol y todos los astros? A Galileo Galilei no se le juzgó y condenó por la interpretación particular que hacían de la Biblia unos teólogos, sino por el concepto cosmológico que tenía la Teología, la Ciencia y la Filosofía de la época, que coincidía con todas las declaraciones que la Biblia hacía –y hace– al respecto. 

Cosmológicamente hablando, las afirmaciones y referencias bíblicas son falibles y erróneas. El conocimiento científico que hoy tenemos del universo desmiente los conceptos de la cosmología bíblica: la Tierra no es plana, no está quieta, no es el centro del universo, no gira el Sol alrededor de ella. Cosmogónicamente hablando, los relatos de los orígenes del Génesis no son ajenos al lenguaje mítico (el autor desmistifica los mitos de su entorno con otro mito). “Arriba” no existe ningún cielo donde esté Dios acogiendo las “almas salvadas” (Paraíso), ni “abajo” existe un “lago de azufre” donde se retuercen en agonía perpetua las “almas condenadas” (Seol). Estas figuras son prestaciones de las religiones mistéricas persa, egipcia… y se corresponden con el lenguaje mítico del cual los autores de la Biblia no eran ajenos. (Ver “El mundo simbólico de la Biblia”, en: https://revistarenovacion.wordpress.com/wp-content/uploads/2019/05/cosmogoniabiblia.pdf).

¿Qué hemos de entender entonces por “inspiración”? Cualquier cosa menos una “comunicación” verbal, palabra por palabra. El literalismo no tiene ninguna consistencia, aunque para algunos exégetas les sea imprescindible para poder afirmar: ¡Así dice Dios! 

IV. BIBLIA Y EXÉGESIS 

La exégesis literalista, en la que se empeñan las idcMR, se pierde en un callejón sin salida. Se obstinan inútilmente en la semántica del texto al margen del contexto socio-cultural (¡hermenéutica!). Algunos exégetas de las Iglesias de Cristo no dudan en exhibir el análisis gramatical de una oración del texto griego para confirmar una proposición particular. El análisis gramatical, por ejemplo, que conmina a que sea el hombre, y no la mujer, quien dirija la oración pública en la asamblea, porque el texto dice explícita y textualmente: “quiero, pues, que los hombres [andras=varones] oren en todo lugar…” (1Tim 2:8 -VRV60). Y así un largo etcétera. Obviamente, toda exégesis bíblica, en principio, no puede abstraerse de este tipo de análisis, pero cuando dicha exégesis se hace subestimando el más elemental principio hermenéutico, el resultado puede ser una proposición anacrónica y obsoleta, como ocurre con el tema de la mujer en las Iglesias de Cristo. El análisis gramatical en la exégesis bíblica es válida e imprescindible, pero, como las llaves, con la misma no puedes abrir todas las cerraduras. Cada cerradura (proposición bíblica) necesita su propia llave (hermenéutica) por muy complicada y laboriosa que sea esta tarea. Evocamos de nuevo el texto de 1Cor 11:2-15, donde, desde ese análisis literal, la mujer debería cubrirse con un velo (ver: https://revistarenovacion.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/01/senal-de-autoridad.pdf). 

V. LO QUE DEBERÍAMOS QUERER DECIR 

Independientemente del contexto en que surge nuestro eslogan, lo que deberíamos querer decir con el mismo, pero no sabemos (o no queremos) decirlo, es lo siguiente. 

Deberíamos querer decir que aceptamos solo la Biblia como autoridad última en cuestiones de fe y prácticas religiosas. Si fuera esto lo que queremos decir, el eslogan no es una originalidad de los padres del MR. Este concepto ya fue el estandarte de todos los reformadores, empezando por Prisciliano, obispo de Ávila (España s. IV), que apelaba a la Escritura para volver al cristianismo primitivo. Y continuando con los protagonistas de la Reforma del siglo XVI: Zuinglio en Zúrich, Calvino en Ginebra, Knox en Escocia, Lutero en Alemania… Lutero apeló a la Biblia en su defensa en la Dieta de Worms (Alemania, 1521) ante la presencia de Carlos V, quien la presidió. Lutero dijo que no abjuraría de sus 95 tesis “a menos que no esté convencido mediante el testimonio de las Escrituras”. Y, como contrapunto a la autoridad del Papa y de los Concilios, decretó la autoridad única de la Biblia (Sola Scriptura). 

Fue también la Biblia la base de los movimientos cristianos disidentes de estas Iglesias históricas, que no encontraban en ellas sus exigencias espirituales. Así surgieron los Metodistas, los Anabaptistas, etc. Salvo los “Mormones” y los “Adventistas del Séptimo Día”, que tienen además de la Biblia el “Libro de Mormón” y los “Escritos de la Sra. Elena G. de White”, respectivamente, todos los movimientos y sectas cristianos dicen fundamentarse en la Biblia. No obstante, a los padres del MR les pareció insuficiente que usaran la Biblia como guía de su fe si junto a ella apelaban a sus tradiciones o estatutos anexos. 

VI. CONCLUSIÓN 

En cualquier caso, a dos siglos de distancia en el tiempo, decir hoy que nosotros “hablamos donde la Biblia habla y callamos donde la Biblia calla” es todo un esperpento porque nuestras enseñanzas se fundamentan en la Biblia “según la entendieron los padres del MR”. Así que, igual que todas las denominaciones cristianas, seguimos la Biblia y la tradición que los padres del MR nos legaron. Y, ahora, el MR en España ¡sus propios estatutos también! 

Tal es así, que cuestionar los principios o las enseñanzas del MR se considera inapropiado, y llegar a conclusiones diferentes es apartarse de la “verdad”, o sea, una herejía. Esta es la perspectiva teológica que los “grandes líderes” tienen como responsabilidad guardar (¿porque en ello le va la nómina?). Y con dicha perspectiva amordazan a cualquiera que piense distinto, porque es inasumible cualquier revisión que ponga en duda la irrevocable verdad a la que llegaron los padres del MR. Es decir, hoy, los vigilantes de la ortodoxia tienen por misión guardar los valores “tradicionales” del Movimiento de Restauración. Esta dinámica irresoluble abre las puertas del sectarismo como en cualquiera otra denominación en la que es imposible la autocrítica y la dialéctica filosófica. El hecho de que algunos hayamos tenido que “ir por lo libre”, después de dimitir de nuestro ministerio en el seno de una iglesia local, es una señal inequívoca de que nos hallamos en una organización religiosa de pensamiento único donde la discrepancia y la pluralidad es puesta en cuarentena indefinida. 

El eslogan “hablar donde la Biblia habla y callar donde la Biblia calla” requiere de una profunda revisión. Con algunos tópicos ya hemos comenzado (los instrumentos de música – ver https://revistarenovacion.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/01/instrumentos.pdf).

Para una visión teológica más amplia de las idcMR, ver “12 tópicos de las Iglesias de Cristo revisados” en: https://revistarenovacion.wordpress.com/wp-content/uploads/2021/09/12topicosrevisados-1.pdf

La iglesia de los célibes


A modo de introducción
Algunos líderes religiosos de las Iglesia de Cristo, encargados de dirigir la vida de la comunidad, tienen muy claro cuándo es válido el divorcio y, además, cuándo son permitidas las segundas nupcias. Las licencias para unas segundas nupcias, dicen, son aquellas que están claramente tipificadas en el texto bíblico. Así, las personas que se ven envueltas en la dramática situación de un divorcio, contarán con la asesoría de estos guías espirituales para saber en qué casos podrán contraer un nuevo matrimonio, que son los siguientes:
a) Cuando uno de los cónyuges haya cometido adulterio (y la parte agraviada no desee reconciliarse con quien ha cometido la infidelidad), según Mateo 5:32.
b) Cuando uno de los cónyuges, de distinto credo religioso o increyente, abandone al cónyuge creyente (de fe cristiana), según 1 Corintios 7:15.
c) Cuando uno de los cónyuges fallece (el cónyuge viudo puede contraer nuevo matrimonio), según Romanos 7:2-3.
¿Por qué sólo en estos tres casos se permite poder contraer un nuevo enlace matrimonial? ¡Porque son los que la Escritura del Nuevo Testamento tipifica! ¡Ni uno más ni uno menos!

Trasfondo del texto
En el código sinaítico, el legislador introdujo normas para regular esta realidad social, que en Israel consistía en el repudio de la mujer por parte del marido:
“Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre” (Deuteronomio 24:1-4).

La ambigüedad de este texto dio origen a varias escuelas de interpretación. En los días del Nuevo Testamento había dos principales escuelas con diferentes criterios sobre qué significaba la expresión “alguna cosa indecente”. Para el Rabí Shammay lo «indecente» de Deuteronomio 24:1 era exclusivamente el adulterio. Para el Rabí Hillel, sin embargo, podía ser «indecente» incluso cuando la esposa había dejado que la comida se quemara. Posteriormente, el Rabí Aqiba llegó a afirmar que el marido descubría algo torpe en su mujer «si encontraba otra que fuera más hermosa que ella». Debemos añadir que como norma general sólo el hombre tenía la iniciativa del repudio y en contados casos excepcionales la mujer podía pedir el divorcio.

Jesús y el repudio
El Evangelista Mateo refiere dos veces la declaración de Jesús sobre el repudio: una, en el contexto de una interpelación de los fariseos (Mateo 19:1-9); y otra, en el contexto del Sermón del Monte (Mateo 5:31-32). En la primera, como en otras normas jurídicas judías (ver Juan 8:1-11 sobre la lapidación de la mujer adúltera; y Lucas 20:22-23, sobre la licitud de pagar tributo a César), los fariseos deseaban sorprender a Jesús en algún renuncio. En la segunda, Jesús incluye el repudio en una lista de superaciones éticas (“Fue dicho…, Pero yo os digo”), como “No matarás…; No cometerás adulterio…; No perjurarás…; Ojo por ojo…; etc.” (Mateo 5:21-48). Posiblemente, Jesús hizo estas declaraciones en situaciones distintas.

Mateo 19:1-9
Los fariseos, “tentándole”, preguntaron a Jesús: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”. Tanto Jesús como los fariseos conocían la polémica que se traían las diferentes escuelas sobre el repudio, pero Jesús no entró en dicha polémica, sino que se remitió al “principio”: ¿“No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”.

Jesús situó la polémica sobre el ideal prístino del Génesis, luego sobraban todas las opiniones subyacentes; para los fariseos, no obstante, había una opinión incuestionable, la palabra de Moisés: “¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?”. La respuesta de Jesús fue tajante: “Por la dureza de vuestro corazón”. Ahora bien, ante el ideal que expuso Jesús a los fariseos, los discípulos le comentaron que si esa era la condición del hombre con su mujer, “no convenía casarse” (vr 10). La respuesta de Jesús a los discípulos debemos subrayarla: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado” (como contexto, ver 1 Corintios 7:7).
En cualquier caso, la actitud de Jesús tiene como objetivo defender a la mujer de la arbitrariedad del varón, que podía “repudiarla” cuando quisiera por motivos unilaterales y pueriles.

Mateo 5:31-32
En el Sermón del Monte Jesús enumera una serie de aspectos éticos de la ley a los cuales él reta a los oyentes a superarlos. Creemos que éste es el marco natural para interpretar el tema que nos incumbe.

Lista de superaciones éticas en el Sermón del Monte
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:21-22).

“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mateo 5:27-30).

“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:33-37).

“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mateo 5:38-42).

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:43-48).

Pues bien, en esta lista de superaciones éticas es donde Jesús declara el texto en cuestión:

“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mateo 5:31-32).

Cualquier lector, por poco aventajado que sea, se da cuenta que Jesús, con estas declaraciones, está subrayando dos cosas: a) Que el alcance ético de la ley estaba más allá de la simple letra de la ley; y b) Que ese “más allá” de la letra era un ideal solo alcanzable por “aquellos a quienes es dado” (Mateo 19:11).

Observaciones a esta lista de superaciones éticas
En dichas declaraciones, por ejemplo, el enojo es equiparado al homicidio; mirar lascivamente a una mujer es equiparado al adulterio; jurar es equiparado al perjurio; a la reclamación legítima por un agravio se antepone un auto agravio aún mayor a favor del que comenzó el agravio; el amor al “prójimo” (hermano-amigo) se extiende al “enemigo”; el repudio y nuevo matrimonio se equipara con el adulterio; etc.

Que estas “superaciones” éticas eran ideales (y no normas legales) lo muestran no sólo la alta exigencia que ellas suponen, sino cómo fueron entendidas por la tradición cristiana.

El mismo Jesús, que había dicho “a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”, respondió a los que le apedreaban: “Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?” (Juan 10:32).

Y Pablo no dudó poner a Dios por testigo para ofrecer garantías de sus palabras, es decir, juró en el nombre de Dios a pesar de lo que había dicho Jesús (Romanos 1:9; 2 Corintios 1:23; Filipenses 1:8; 1 Tesalonicenses 2:5).

Lo que queremos decir con todo esto es que la declaración de Jesús sobre el repudio/adulterio tiene un marco idealizado el cual no podemos convertir en una norma legal y absoluta.

Las frases en su contexto

“Por la dureza de vuestro corazón”
Debemos empezar por entender que Jesús se está remitiendo al “principio”, al ideal de Dios. Jesús no está reprobando a Moisés por la concesión que éste legisló acerca del repudio. Más bien explica y justifica dicha concesión (“por la dureza del corazón”). Moisés entendió que ante la realidad de las situaciones humanas, como era la incompatibilidad entre dos personas en el vínculo del matrimonio, la separación era una alternativa. Por ello, el repudio dejaba la puerta abierta a que la mujer repudiada pudiera establecer una nueva relación matrimonial con otro hombre (Deuteronomio 24:2). ¡El hombre, por la ley de la poligamia, podía tomar otra mujer como concubina!

“Salvo por causa de fornicación”
El hecho de que Jesús pusiera una “salvedad” al repudio confirma que él entendió la declaración de Génesis como un principio y un ideal pero no como una norma legal. En el fondo, Jesús hizo lo mismo que había hecho Moisés: permitir el repudio cuando se daba una situación concreta, en este caso, se entiende, el adulterio. Luego la declaración “lo que Dios unió no lo separe el hombre”, al permitir una salvedad, significa que no se constituye en norma legal absoluta, sino como expresión del ideal de Dios. ¡Pero, a la vez, esta “salvedad” no es necesariamente una causa única y exclusiva: pueden haber otras causas justificadas para el divorcio (los malos tratos, físicos o psicológicos…)!

Otro contexto más
Además, debemos considerar la sentencia de Jesús en un contexto más amplio como son el contexto político-social de la época y el contexto filial entre Jesús y la mujer en general.

Contexto político-social
En primer lugar, en la sociedad en la que vivió Jesús el concubinato era legítimo, estaba vigente desde hacía siglos en Israel, el cual no se consideraba un “pecado” (Éxodo 21:10).

En segundo lugar, prácticamente, sólo el hombre tenía la facultad jurídica de “repudiar” a su cónyuge (esposa o concubina), lo cual suponía, en todo caso, un gran estigma social y familiar para la repudiada.

En tercer lugar, amparado en la ley poligínica, el hombre podía “adquirir” otra mujer después de haber repudiado a una de las habidas, sin que por ello se le acusara de ningún crimen.

¿Estaría Jesús añadiendo a esta situación discriminatoria de la mujer el agravio de un celibato perpetuo cuando fuera repudiada unilateralmente por su marido?

Contexto filial entre Jesús y la mujer
Jesús rompió todos los paradigmas de su época respecto a la mujer en su entorno social, familiar e individual. Entre los rabinos, Jesús fue el único que se dignó dialogar con la mujer (Juan 4:1-42), enseñar a la mujer (Lucas 10:38-42) y confiar en la mujer, comisionándola (Lucas 24:10-11).

¿Sintoniza esta atención de estima de Jesús hacia la mujer con el doble estigma que supondría un celibato forzoso como consecuencia de haber sido repudiada unilateralmente por su marido?

La exégesis legalista

“Adulterio continuado”
Según la exégesis legalista, de la declaración de Jesús (“y el que se casa con la repudiada, comete adulterio”), se desprende que tanto la mujer como el hombre, si se divorcian (salvo en alguno de los tres casos aludidos), no pueden contraer nuevas nupcias, pues se convertirían en “adúlteros” todo el tiempo que durara su nuevo estado.

Pero esta exégesis comete dos errores a nuestro entender:
a) Convierte un principio (el ideal prístino de Dios) en una norma legal y absoluta; de ahí que vean las nuevas nupcias como un “pecado continuado”.

b) Equipara la “concesión” de un estado (nuevo matrimonio) que continúa en el tiempo con una acción que puede repetirse en el tiempo (por ejemplo, robar o matar). ¡Es decir, al nuevo estado (que implica el compromiso de un hogar estable, la crianza y la educación de unos hijos, un proyecto de vida, etc.), lo equiparan con la relación sexual esporádica con “otra” persona fuera del matrimonio!

Por ello, en su apología, interpelan: ¿Puede una persona que se bautiza y se hace cristiana seguir robando o matando? ¡Obviamente, no! ¡Pues -concluyen- tampoco puede continuar en el estado del matrimonio con una persona divorciada!

¿Sofismo?

El fundamento de esta exégesis
En principio, más una exégesis erudita, las proposiciones enumeradas más arriba son el resultado de un prejuicio carente de perspectiva hermenéutica.
En efecto, dicho esquema parte de las siguientes premisas:
a) Que los enunciados, tanto de los Evangelios como de las Epístolas, independientemente de su singularidad o personalización, adquieren un valor absoluto, sacralizado, como resultado de la globalización de la literatura bíblica, donde la intención y el propósito del hagiógrafo, y la situación particular de los destinatarios, no cuentan nada.
b) Que la enumeración de los casos específicos relacionados con el divorcio y nuevas nupcias, lejos de ser accidentales y de estar mediatizados por circunstancias concretas, son intencionados, exclusivos y expuestos como modelos normativos de una guía práctica para todas las circunstancias.
Este fundamento teológico, hijo de la estrechez mental, induce a la incapacidad racional para entender que puede haber otras muchas razones para, primero, divorciarse y, segundo, poder contraer un nuevo matrimonio. Es la misma estrechez mental que les impide entender que los casos que la escritura recoge son situaciones singulares y específicas sin pretensión de circunscribir los únicos motivos que autorizan la ruptura matrimonial y posible nueva nupcias.

Ante la obcecación, la reflexión:

¿No deberíamos aprender de Moisés?
Moisés tuvo compasión de las personas que sufrían algún desajuste en la armonía de su matrimonio: concedió la disolución del mismo permitiendo a la mujer, principal víctima del repudio, que pudiera contraer matrimonio con otro hombre (Deuteronomio 24:2).

¿No deberíamos aprender de Jesús?
Jesús, aparte de que expuso cuál era el ideal originario de Dios, y superó la concesión de Moisés, él mismo permitió el repudio en caso de adulterio (Mateo 5:31-32).

Cómo entendió Jesús los principios bíblicos (que no ley absoluta), lo vemos en casos como el de la mujer acusada de adulterio (Juan 8:1-11). La ley decía taxativamente que tales mujeres debían ser apedreadas (Levítico 20:10), y esto precisamente era lo que los fariseos exigían a Jesús que hiciera. ¡Pero Jesús eludió esta condena y salvó a la mujer del linchamiento que la ley estipulaba!

¿No deberíamos aprender de Pablo?
En las primeras décadas del cristianismo, y ante los problemas que surgieron en los matrimonios donde al menos uno de ellos era cristiano, Pablo consideró legitima la separación (divorcio) cuando uno de ellos (la parte no cristiana) abandonaba al otro. La expresión del Apóstol “pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” (1 Corintios 7:15) se ha llamado “privilegio paulino”, pues se entiende por “sujeto a servidumbre” a la ley que “ataba” a los cónyuges en el matrimonio (ver Romanos 7:2). Por ello, al ser abandonada la parte inocente, ésta quedaba libre de dicha ley: podía contraer nuevas nupcias. El Apóstol entendió la declaración del Génesis como un principio no como una ley absoluta, igual que había hecho Moisés; y entendió la sentencia de Jesús como un ideal no como una norma legal.
Es decir, Pablo no creyó que el cónyuge inocente tuviera que quedarse célibe de por vida ante la imposibilidad de reconciliarse con su ex-cónyuge.

La realidad es tozuda
En España, según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas para el año 2007, contrajeron matrimonio 201.579 personas de distinto sexo de todas las edades (sin incluir las “parejas de hecho”). 178.386 de estas personas estaban solteras al contraer matrimonio; 1.783 estaban viudas y 21.410 estaban divorciadas. De acuerdo a esta estadística, 21.410 personas (más sus nuevos cónyuges) están viviendo en “adulterio continuado” según la conclusión de estos exegetas. Por supuesto, el 99 por ciento de estas personas divorciadas y vueltas a casar no van a poder “reconciliarse” con sus primeros cónyuges, por la sencilla razón de que éstos ya se han vuelto a casar de nuevo también (lo que implica que los “adúlteros” se han cuadriplicado).

Pues bien, cuando estas personas, divorciadas y vueltas a casar, acepten el evangelio y vengan a formar parte de nuestras iglesias (que lo dudo), quedarán en una situación anómala, atípica y extravagante desde el punto de vista de estos exegetas. Primero, porque se divorciaron sin un motivo “justificado” (adulterio de su cónyuge); segundo, porque se han vuelto a casar con otra persona diferente, luego están viviendo en “adulterio continuado”; y, tercero, porque la reconciliación con sus primitivos cónyuges es imposible ya que éstos se han vuelto a casar de nuevo también. ¿Solución para ellos? ¡Volverse a divorciar de sus actuales parejas, porque están en “adulterio continuado”, y quedarse célibes! ¡Así de sencillo! ¡Así de bíblico!

Puesto que ésta sería la situación de estas personas, ello significaría que un importante porcentaje de la iglesia estaría compuesta por personas forzosamente célibes, no importa su edad o sexo, por toda su vida. Estos “teólogos” aún no han llegado a la lectura donde Jesús dice: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mateo 9:13).

¿Fariseos del siglo XXI?
A la vista de esto, parece que nos encontramos con los mismos fariseos de la época de Jesús pero con caras nuevas. Estos también apelan a la Escritura convirtiendo los principios en normas legales y leyes absolutas. En las Iglesias de Cristo existe un grupo de líderes que aboga por la legalidad (de legalismo) del texto bíblico, oponiéndose, primero, al divorcio si no está contemplado en alguno de los tres supuestos, y, segundo, de manera radical, a segundas nupcias por el mismo motivo, porque, dicen, estarían viviendo en “adulterio continuado”.
En efecto, para estos exegetas ninguna otra causa es legítima para solicitar el divorcio. Uno de los cónyuges podría estar vejando la dignidad del otro, o perdiéndole el respeto, o maltratándole física o psicológicamente, ¡no importa, nada de eso es motivo para que la persona agraviada pueda pedir el divorcio! La persona humillada, maltratada, debe soportar al/la humillador/a y al/la maltratador/a porque dicho agravio no está tipificado en el Nuevo Testamento ni Jesús lo había incluido como una “salvedad”. ¡Qué piadosos!

Conclusión
A ningún otro colectivo habló Jesús tan duro como a los legalistas fariseos de su época: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe…” (Mateo 23) ¡Hoy Jesús diría lo mismo a estos modernos fariseos!

En las Iglesias de Cristo en España esta exégesis legalista es algo anecdótico, pero donde está presente, o simpatizan con ella, se hace el ambiente tan irrespirable para las personas divorciadas, que ellos solitos, los divorciados, deciden marcharse de la “comunión de los santos”. Quizás tengamos que ir pensando en habilitar un espacio en el templo sólo para “los célibes”, ¡la iglesia de los célibes!

Emilio Lospitao

Cómo llegamos a creer lo que creemos (muy personal)


DOS PERSONAS DIFERENTES de mi entorno religioso me han dicho practicamente lo mismo en los últimos años aunque con diferentes palabras en cuanto a mi evolución teológica: “Tú antes no enseñabas esto”, o “conservo escritos o audios tuyos donde afirmabas lo que ahora cuestionas”, etc. Y tienen razón.

Mi primer desacuerdo con la iglesia en la que durante bastantes años desarrollé mi actividad docente (Iglesia de Cristo del Movimiento de Restauración) fue con el estatus de la mujer en la iglesia. Hasta la fecha –agosto de 2018– esta divergencia se mantiene vigente por las dos partes, por la iglesia y por mí. O sea, las mujeres de esta iglesia oficialmente siguen teniendo el veto al ministerio pastoral por el hecho de ser mujer. Este tipo de discrepancia no se da de la noche a la mañana, le suele preceder un largo proceso intelectual y teológico, de indagación y estudio. Personalmente considero más preocupante que dicho proceso ni siquiera se haya iniciado (después de tantos años) por quienes tienen una responsabilidad pastoral o docente. Los motivos de que no se haya producido dicho proceso –ni se produzca– pueden ser varios: desde intereses de todo tipo hasta el miedo (el miedo que produce desaprender), o por creer que ya se está en la verdad. Claro, cuando no se tiene ninguna duda… Mi proceso particular respecto al estatus de la mujer ya lo expliqué en el prólogo del trabajo “La discriminación de la mujer en la iglesia, ¿de Dios o de los hombres?” (al respecto, un trabajo indispensable para este tema, entre otros muchos: “La mujer en el cristianismo” de Hans Küng – Trotta). A esta primera discrepancia le siguieron otras convenientemente argumentadas, por ej.: “La iglesia nació en la casa” e “Iglesias del Nuevo Testamento” (disponibles en la página web de esta revista).

Estas y otras divergencias teológicas se originan esencialmente por el concepto dispar que se tiene de la Biblia misma (también dediqué algunas páginas acerca de la Biblia: “La Biblia entre líneas” – disponible en el mismo sitio citado). Pero anticipo esto: Cualquier discusión teológica que quieras dirimir con una persona cristiana deberías comenzarla aclarando qué valor da él o ella a la Biblia. Si afirma que la Biblia es la “Palabra de Dios” inspirada e inerrante desde Génesis hasta Apocalipsis, corta la discusión ahí mismo. Es imposible mantener un diálogo más o menos coherente con esta clase de interlocutor/a. Estará disparándote a cada momento textos bíblicos sin importar su contexto porque considera que, al ser Palabra de Dios, no necesita contextualización alguna.

CÓMO LLEGAMOS A CREER LO QUE CREEMOS

Lo que sigue a continuación vale tanto para el mundo católico como para el protestante y evangélico. Normalmente, venimos a ser miembros de una comunidad religiosa en particular de dos maneras. La primera porque, siendo hijos de padres creyentes, nos educaron en esa fe desde la infancia con el bautismo incluido. Este es el caso común en la Iglesia católica y las Iglesias reformadas, que practican el bautismo de infantes. En el mundo religioso evangélico, donde solo se bautiza a los adultos, y por inmersión, los hijos de padres creyentes y practicantes, en algún momento solicitan el bautismo, y a partir de ahí oficialmente forman parte de la iglesia. La segunda manera de venir a formar parte de la comunidad es mediante la “conversión” por haber leído literatura o escuchado alguna predicación en campañas evangelísticas, o personalizada, y haber sido posteriormente bautizado/a. Mi caso particular diría que se ajusta más a esta segunda manera. Yo procedía de un hogar nominalmente católico no practicante; es decir, de una indiferencia religiosa heredada. No obstante, la primera vez que entré en la iglesia que dio cobijo a mi inquietud espiritual ya entré “convertido”. Convertido de la indiferencia a la fe en Dios por la lectura del Nuevo Testamento. Su personaje central, Jesús de Nazaret, me había llevado a la fe, simplemente a la fe.

Cuando llegamos a formar parte de una comunidad, particularmente los “convertidos” de nuevo (sin antecedentes de padres practicantes), nos encontramos en el mayor desamparo intelectual y teológico para cuestionar nada de lo que nos enseñan en dicha comunidad (quienes crecieron en un hogar practicante traían, en la mayoría de los casos, una fe acriticamente heredada). En mi caso solo tenía vagas ideas de las creencias católicas de mi niñez. La formación teológica propiamente dicha es un proceso que se va adquiriendo mediante los estudios bíblicos que ofrece la misma iglesia (de calado devocional), por un lado; y el estudio personal por medio de la lectura de libros especializados pertinentes a la historia de la iglesia, la doctrina y el cristianismo en general, por otro. Lo cierto es que muy pocas personas siguen esta formación teológica superior y plural por sí mismas. Yo fui una de esas pocas personas, y aún sigo en ello después de más de 45 años. He tenido tiempo de desaprender, aprender de nuevo, revisar y cuestionar muchos temas relacionados con la Biblia misma, la iglesia, la doctrina, la fe… Esto significa que esa gran mayoría que se contentó con el a-b-c del evangelio, vinculado muy estrechamente con lo emocional del momento (la “conversión”), no ha crecido un ápice teológicamente. Ha vivido, y vive, vegetando en una fe infantiloide anclada en aquella “experiencia” primera. Para la mayoría de estas personas la “vida cristiana” consiste en asistir domingo tras domingo “al culto”. Esta mayoría de “conversos” ha asimilado el “corpus theologicum” de la denominación a la que pertenece, ha convertido dicho “corpus theologicum” en su particular “ortodoxia” y todo lo que se salga de ahí es herético. Nunca se ha molestado en conocer la larga historia del cristianismo desde sus orígenes, cuándo y cómo se formaron los dogmas de fe que configura la actual fe Católica o Protestante. Y no digamos de las otras ramas del cristianismo de Oriente. Le cuesta trabajo entender a esta mayoría adoctrinada que lo que cree hoy es el resultado de un proceso histórico/dogmático según lo ha contado y escrito el cristianismo hegemónico vencedor, que era quien dictaminaba lo que era “ortodoxo” y “herético”. Es decir, piensa que lo que cree ha sido así “desde el principio” sin ningún descosido. Y de este adoctrinamiento al fanatismo solo hay un paso. Quienes han recibido una enseñanza académica y teológica formal no es muy diferente, al fin y al cabo dicha formación no es ajena al adoctrinamiento de la denominación religiosa en particular.

LA REFORMA COMO ANTEOJERA TEOLÓGICA

El mundo evangélico (del que forma parte la Iglesia de Cristo del Movimiento de Restauración, al menos en España) presume de pertenecer al movimiento de la Reforma del siglo XVI. Por una sencilla razón: La Reforma supuso apartarse de las falsas doctrinas papistas de la Iglesia Católica Romana. De hecho, muchos predicadores de denominaciones evangélicas hicieron de la Reforma no solo su referente teológico sino su leitmotiv para la “evangelización”: había que convertir a las personas católicorromanas a la fe evangélica para sacarlas del error y de la condenación eterna.

El corazón de la teología evangélica era –y quiere ser– la Teología reformada (con sus incontables matices: calvinismo, arminianismo, etc.). Sobre todo, hasta hace muy poco, lo principal era ser “antipapista”. Esa era nuestra razón de ser. Lo que ocurre es que la nueva cosmovisión del mundo, desde finales del siglo XVI, pero en especial desde los siglos XVII y XVIII, ha dado por obsoleta la tradicional “ortodoxia” cristiana (tanto católica como protestante). Las discusiones católico-protestantes ya no tienen sentido de ser porque sus teologías están superadas y caducas. Muchos dirigentes religiosos aún no se han enterado y quieren continuar con aquellas viejas discusiones.

Esto es así porque, desde los siglos XVII y XVIII en adelante, la nueva cosmovisión del mundo (gracias a la ciencia en general, pero sobre todo a la astronomía moderna, la biología, la nueva arqueología, etc.) es totalmente diferente y en muchos aspectos opuesta a la cosmovisión desde la cual se escribieron los libros de la Biblia, que contemplaban un mundo con tres plantas (el cielo, la tierra y el hades). Esto, que es indiscutible, ha abierto una nueva cosmovisión teológica también.

Reflexiones como las expuestas en artículos Errores sobre el mundo que redundan en errores sobre Dios, El nuevo paradigma arqueológico-bíblico (José M. Vigil), ¿Pueden cristianismo y modernidad caminar juntos? (Roger Lenaers); o libros como La metáfora de Dios encarnado (John Hick), Otro cristianismo es posible (Roger Leaners), Repensar la cristología (Andrés T. Queiruga), y las obras de otros tantos autores (teólogos católicos la mayoría), nos obligan a revisar todos los conceptos que aprendimos cuando llegamos a la iglesia.

Una fe que se refugia en la tradición, y su mayor argumento es que así ha creído siempre desde que se “convirtió”, raya con el fanatismo, y desdice de una fe mínimamente ilustrada. Cuando pasé de la indiferencia religiosa a la fe en Dios, de la mano del Jesús de los Evangelios, quise ser cristiano antes que religioso. De hecho, el primer libro que leí de la biblioteca de la iglesia se titulaba así, “Cómo ser cristiano sin ser religioso”, un comentario al capitulo 12 de la carta de Pablo a los Romanos.

Así que, en efecto, no creo las mismas cosas ni de la misma manera que cuando llegué a la Iglesia de Cristo del Movimiento de Restauración. Empecé siendo, por imperativo, un estudioso, y luego, por vocación, un librepensador. La verdad –esa cosa que va siempre por delante de nosotros– “nos hace libres”. Esto en cuanto a las creencias. En lo personal sigo siendo yo.

Emilio Lospitao

La paradoja de los parientes de Dios


El fundamento milenario de la fe cristiana se sustenta principalmente en los Credos, que tuvieron como objetivo homogeneizar el cristianismo que se universalizaba por el Imperio romano. El emperador Constantino a sazón de este empoderamiento del cristianismo no podía permitirse una religión dividida, que el vulgo estaba aceptando. Así que convocó el primer Concilio de Nicea (325 d.C.) para que de él saliera un credo cristológico unificador. Y lo logró. Dejó atrás tres siglos de heterogeneidad cristológica consolidando la deificación del Predicador galileo.

El sacerdote y biblista norteamericano John P. Meier (Nueva York 1942-2022) dedica 16 páginas en el primero de cinco tomos de su serie “Un judío marginal” para demostrar que los hermanos de Jesús citados en los Evangelios eran hermanos carnales de Jesús por parte de madre; es decir, estos hermanos (Santiago, José, Judas y Simón) y algunas hermanas cuyos nombres se silencian, eran fruto de la relación de María con José su esposo (Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. p. 302-318 – EVD 1998.). Así lo entiende también el mundo protestante.

Meier también deduce que el comienzo del ministerio de Jesús debió de haber sido abrupto e incomprendido por parte de su familia carnal. El evangelista Marcos dice en relación con lo que Jesús estaba protagonizando que “cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí” (Marcos 3:21). En ese contexto, continúa diciendo este evangelista que [vinieron] después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera, y te buscan”. Incluso al final de su ministerio, todavía se observa una actitud crítica por parte de los hermanos según el cuarto evangelio: “Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos; y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él” (S. Juan 7:2-5).

No obstante, en algún momento, tanto María como el resto de sus hijos, creyeron que Jesús era el Ungido (griego=Cristo, hebreo=Mesías) y Profeta de Dios que habría de venir según estaba anunciado: “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable” (Hechos 3:22). Durante el primer sermón en Pentecostés, Pedro afirmó: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Los hermanos de Jesús no sólo creyeron la fe de sus discípulos, sino que uno de ellos, Santiago, vino a ser el líder de la comunidad de Jerusalén. Tanto el apóstol Pablo como Josefo, escritor judío, le llaman “el hermano del Señor” el primero y “el hermano de Jesús” el segundo. La posterior deificación del judío Jesús debemos entenderla en el contexto del mundo greco-romano, donde la divinidad de los emperadores se asumía con cierta normalidad y los taumaturgos pululaban haciendo milagros. El Jesús que había sido ungido con el Espíritu Santo, y que anduvo haciendo bienes y sanando, porque Dios estaba con él (Hechos 10:38), a finales del primer siglo es identificado ya con Dios mismo por el autor del cuarto evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1 – RVR 1960). El Verbo era Jesús de Nazaret.

La paradoja es esta: ¿Cómo hubiera sonado en labios del monoteísta Santiago, líder de la comunidad de Jerusalén, confesando que Jesús “era su hermano y Dios”. O dicho de otra manera (a posteriori): que el Dios Hijo, segunda Persona de la Trinidad, había dejado aquí una larga familia, entre hermanos, tíos, primos y parientes. Y que estos, obviamente, andarían afirmando que tenían un hermano, un sobrino, un pariente que era Dios. Pero esta paradoja nunca ocurrió, porque la deificación de Jesús fue un proceso de la ingeniería teológica posterior.

Emilio Lospitao