II Jornadas de Fe…


II Jornadas sobre Fe, Orientación sexual e Identidad de género

Estrenamos este blog con el anuncio de las II Jornadas sobre Fe, Orientación sexual e Identidad de género, una idea originada y promovida por la Comunidad Cristiana de la Esperanza (IERE) y organizada por Crismhom, Felgtb, Cogam, Nueva Magdala y otros (y la colaboración testimonial de la revista Renovación). Los ponentes proceden de distintas confesiones religiosas, cualificados por formación académica unos, y, además, conocedores por propia experiencia de las dificultades que estos colectivos sufren en la sociedad, otros. Por orden de participación en el programa: Renato Ling, traductor e intérprete, doctor en teología y escritor (su último libro en inglés: Love lost in translation). Mariecke Van Den Berg, doctora en teología y socióloga. Mª José Rosillo, teóloga, licenciada en psicología y educadora. Juan Masiá, sacerdote jesuita, teólogo, escritor y profesor de ética. Juan Sánchez, profesor de teología sistemática en el SEUT. Ines-Paul Baumann, pastor de la ICM, nominado como primer obispo alemán transgénero.

¿Son necesarias estas Jornadas? ¿Qué significa la palabra “transgénero”? ¿De dónde deriva que, tanto mujer como varón, se perciban de manera diferente al resto de las personas? ¿Por qué un niño o una niña de apenas 2 ó 3 años se siente y se remite hacia sí mismo/a con una identidad sexual distinta de la que le corresponde física y biológicamente? ¿Por qué, igualmente, un niño o una niña, desde su más temprana infancia, se “fija” en personas de su mismo sexo y se enamora de él o de ella? ¿Es esto una pandemia del siglo XXI, o es una realidad presente en la historia de la Humanidad desde que existe esta como tal? Y cientos de preguntas más….

Ciertamente, desde ciertos círculos –particularmente religiosos– esta realidad es un “mal moral” que hay que “corregir” y, en cualquier caso, erradicar a toda costa. Los homófobos que se dedican a acosar, agredir e incluso matar a las personas lgtb, ciertamente no son representantes de ninguna confesión religiosa en particular (faltaría más), pero se sienten legitimados moralmente por las declaraciones de estos.

Estas II Jornadas comienzan el 15 de mayo en c/ Puebla 9 (COGAM), a las 18:30 h. y continuará en c/ Noviciado 5 (IEE) el 16 desde las 10:30 h. Ambas direcciones de Madrid capital.

Emilio Lospitao

“Regocijaos en el Señor siempre…» (Filipenses 4:4).


Filipenses es una de las cuatro epístolas conocidas como “cartas desde la prisión”. Las otras son: Efesios, Colosenses y Filemón. Se las conoce así porque el autor refiere su condición de “prisionero” (Efesios 3:1; Colosenses 4:10, 18; Filemón 1, 9, 10, 13, 23).

Los filipenses eran hijos espirituales de Pablo, convertidos al evangelio en el segundo viaje misionero del Apóstol (Hechos 16:11-40). El afecto entre Pablo y los filipenses era recíproco. Tal era el amor que éstos sentían hacia el Apóstol, que en varias ocasiones le habían enviado dinero para su sustento (Filipenses 1:5; 4:10-18). La carta a la iglesia en Filipos es una de las más tiernas de Pablo. Así que, emocionado por el cuidado que los filipenses estaban mostrando hacia él, ahora, desde un frío y oscuro calabozo de aquella época, encadenado, les escribe esas triunfales palabras: ¡Regocijaos!

Todo cuanto dijimos el mes pasado sobre el contexto escatológico de las epístolas de Pablo es válido aquí. El ministerio y la vida del Apóstol no se entiende bien al margen de su escatología. Era tan inminente la venida de Jesús en gloria, que todo cuanto acontecía en su vida lo consideraba como “añadidura” a las aflicciones de Cristo, por las cuales se gloriaba (Col. 1:24).

Ahora bien, hay frases, pensamientos, que no todas las personas pueden dirigir a todo el mundo y en cualquier momento, por muy bíblicos que sean. Es una cuestión de empatía, de inteligencia emocional. Pensemos en estas dos situaciones tan diferentes, la de Pablo y la de los filipenses: Pablo está recluido y encadenado en un desapacible calabozo, custodiado por dos soldados romanos; los cristianos destinatarios de la carta de Pablo disfrutan de la comodidad de sus hogares, de la libertad y de la cálida compañía de sus familiares… Imaginemos, en esa dispar situación, que son los filipenses quienes escriben la carta a Pablo, y le dicen: ¡Regocíjate, Pablo! ¡Alégrate! Hubiera sido una falta de sensibilidad por parte de los filipenses. Pero Pablo sí pudo escribir esa expresión de júbilo a los filipenses. ¡Él era el preso!

¿Se imagina el lector que el que visita a un preso en una cárcel le dijera a través del interfono, desde el otro lado de las rejas y los cristales reforzados: ¡Alégrate, hombre! ¡Vive alegre! ¿Serían éstas las palabras adecuadas en esa situación? ¿Le infundiría ánimo y aliento al preso? ¡Pero el preso sí puede animar al visitante con esas mismas palabras! El que está en el lado del sufrimiento puede animar a las personas que le visitan, y de hecho eso es lo que suele ocurrir, el visitante suele salir fortalecido por las palabras del paciente.

La víctima a quien le han amputado una pierna puede decirnos que “no pasa nada”; pero nosotros, que le visitamos en el hospital, no podemos decirle precisamente “eso”. Depende en qué lado estamos de la desgracia, del sufrimiento… podemos decir o no decir ciertas palabras. El exegeta “literalista”, para quien el texto bíblico es palabra de Dios “dictada”, sin más contexto, te abrirá su Biblia, y señalando con el dedo índice el texto, te dirá: “Dios te dice: ¡Regocíjate!”. Dios, en esa situación particular que estás viviendo, no te va a decir: ¡Regocíjate! Dios, que conoce tu estado anímico, moral, psicológico, espiritual…, utilizará a alguna persona próxima a ti (con dos dedos de frente), y pondrá en su boca las palabras adecuadas, sabias, cual bálsamo, para hablarte de manera personalizada. Quizás el bálsamo que necesites sea solo la presencia de esa persona, en silencio. Dios sabe lo que tú necesitas, y así lo hará el enviado.

Ciertamente, desde la fe, cualquiera que sea la situación que vivamos, podemos percibir, sentir, subjetivamente, la presencia y el poder de Dios de tal manera que superemos la situación misma, por crítica que sea. Y desde esa fe podamos sentirnos verdaderamente gozosos, porque ese gozo es un don que procede de Dios, no una imposición o un mandamiento divino. El texto de referencia es solo la expresión de un hombre que, aun estando sufriendo la carencia de libertad, quiere que sus “hijos” se sientan gozosos por la esperanza liberadora del evangelio de Jesucristo en el cual han creído. Simplemente.

Emilio Lospitao

“Porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1Cor. 14:35b).


¿Por qué era indecoroso que una mujer hablara en una congregación del siglo primero? Para entender esta afirmación del apóstol Pablo debemos conocer primero a qué estaba relacionado el “decoro” en el mundo del Nuevo Testamento.

En el mundo antiguo, el orden social (patriarcal) obedecía al orden cósmico, y éste abarcaba la totalidad de la vida tal como lo entendían en aquella época. Es decir, el orden social estaba integrado en el orden cósmico. Era éste un orden universal perfecto: los ciclos se repiten invariablemente, el sol sale cada mañana, las estaciones se suceden año tras años, a la noche le sigue el día, etc. En este orden cósmico cada cosa ocupa el lugar que le corresponde en estricta observancia de las leyes universales; las cosas y las personas se agrupan por su afinidad, por su grado de similitud de acuerdo a un fin. Era importantísimo someterse a este orden el cual venía expresado por los estatus que originaba, los cuales estaban separados por fronteras simbólicas cuya subversión era una abominación.

Un ejemplo: La prohibición de las relaciones sexuales entre varones en Levítico 18:22 y 20:13 tiene que ver, primero, con el “desperdicio” de la semilla santa (el semen) al no haber procreación (contraviniendo el “Fructificad…” de Gn. 1:28). Hasta el siglo XVII se creía que un espermatozoide contenía el embrión completo, y la mujer solo era el “recipiente” que lo incubaba hasta el nacimiento; es decir, que la participación de la mujer en la procreación era pasiva. Por otro lado (y esto es lo que nos interesa aquí), en dichas relaciones uno de ellos asumía el papel de la mujer, que era un estatus (de “inferioridad”) que no le correspondía según el orden de las cosas. Esta subversión del estatus era “abominable”. Por ello, el texto de Levítico no condena esas mismas relaciones entre mujeres, pues ellas no “comprometen” la semilla santa y, además, no subvierten ningún estatus.

En el caso de 1Cor. 14:35b, el “indecoro” por hablar en una reunión pública consistía en que la mujer, al tomar la palabra, suplantaba el estatus del varón, que era superior, y tal suplantación subvertía el orden cósmico y social. Subvertir las fronteras simbólicas de los estatus era una abominación, un indecoro y una vergüenza en el mundo mediterráneo del siglo primero. Por esta misma razón, Pablo impone el uso del velo como símbolo de sujeción de la mujer al marido si ella dirige la palabra en la congregación. Esta idea del orden cósmico, el estatus y el honor derivado de aquel, está presente en la perícopa de 1Cor. 11:2-15. Sobre el velo, ver: http://revistarenovacion.es/Biblioteca_files/Senal%20de%20autoridad.pdf.

Por ello, el apóstol Pablo “teologiza” (sacraliza) este orden cósmico y social representado en la enumeración jerárquica “Dios-Cristo-Hombre-Mujer” (1Cor. 11:3; Efe. 22:24). Los códigos domésticos referidos en Colosenses 3:18-4,1; Efesios 5:21-6,9 y 1 Pe 2:18-3,1 forman parte del mismo orden cósmico al cual me estoy refiriendo aquí. Pero este orden cósmico no era una concepción exclusiva de los escritores de la Biblia, sino de todo el entorno geográfico de Oriente Medio (Ver “Acento hermenéutico” del mes pasado). Los escritores de la Biblia simplemente fueron partícipes de la misma cosmovisión que sus coetáneos. Hoy ya no es indecoroso que una mujer hable en una comunidad cristiana. Nuestra cosmovisión hoy es muy diferente.

Emilio Lospitao

“porque no permito a la mujer enseñar…» (1 Timoteo 2:12).


El estatus de la mujer que enarbola estas declaraciones de la Pastoral se fundamenta en dos pilares institucionales de la época: a) La “casa”, donde nació la iglesia; y b) Los códigos domésticos donde se fundamentaba la institución de la familia, cuyo estatus de la mujer era de sumisión al paterfamilias.

  1. La casa donde nació la iglesia

La expresión “con toda su casa” o “la iglesia de su casa” se repite varias veces en el libro de los Hechos y en algunas epístolas (de Pablo) para referirse a la conversión de alguna persona en particular y con él “toda su casa” (Juan 4:53; Hechos 11:14; 16:15, 31-34; 18:8; etc.). También se habla de la “casa” como lugar natural de reunión de la iglesia que surge de dichas conversiones (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15; etc.). Estos dos aspectos que acabamos de citar indica la importancia que tuvo el entorno físico e institucional del “orden social de la casa” en el desarrollo de las comunidades cristianas primitivas. Ahora bien, el concepto que hoy tenemos de “casa” no era el concepto que tenían los cristianos del primer siglo en Oriente Medio y la cuenca mediterránea.

En primer lugar, el sustantivo «casa» (oikos/oikia) en el contexto social y político, tanto en el entorno judío como en el greco-romano, es un término polisémico: se refiere tanto a la casa-inmueble como a la casa-familia. Hoy, en algunos contextos literarios, sigue usándose con este doble sentido.

En segundo lugar, la «casa» de aquella época la formaban tanto los hijos y las hijas de la esposa principal como los de la(s) esposa(s) secundaria(s) [concubina(s)], juntamente con los esclavos y esclavas, además de otras personas dependientes del patronazgo del amo de la casa.

En tercer lugar, el orden social de “aquella” casa era de signo patriarcal, tanto en el mundo judío como en el greco-romano. Esto significa que el “señor” de la casa era varón, padre y amo, a quien correspondía no sólo el derecho de disponer y de dar órdenes, sino de castigar.

  1. Los códigos domésticos

Se llaman códigos domésticos a unos textos en los que se inculcan los deberes recíprocos de los miembros de la casa y se confirman las relaciones jerárquicas tradicionales. Los códigos domésticos que encontramos en el NT, que se corresponden con los códigos de la época, dan cuenta de este patriarcalismo (Colosenses 3:18-4,1; Efesios 5:21-6,9 y 1 Pe 2:18-3,1).

El origen de estos códigos domésticos se pierde en la noche de los tiempos, pero su ámbito es judeo-helenista: ya se ocuparon de ellos los filósofos socráticos:

Platón (La república) señala que (en la polis) lo propio de “los niños, mujeres y esclavos es la sumisión, de la misma forma que en un hombre los apetitos deben estar sometidos a la razón”.

Aristóteles (La política), por su parte, considera la triple relación que aparecerá luego en los códigos domésticos neotestamentarios:

“Ahora bien, como todo se debe examinar por lo pronto en sus menores elementos, y las partes primeras y mínimas de la casa son el esclavo y el amo, el marido y la mujer, el padre y los hijos, habrá que considerar respecto de estas tres relaciones qué y cómo debe ser cada una, a saber: la servil (despotike), la conyugal (gamike) y la procreadora (teknopoietike).

Aristóteles suponía que el orden jerárquico de la casa era un momento del orden natural del cosmos y, por tanto, tan inamovible como él: “Una casa y una ciudad son una imitación según la analogía del gobierno del mundo”. De estos códigos también hablaron Séneca y Filón de Alejandría. Es decir, las admoniciones bíblicas “la mujer aprenda en silencio”, “porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”, etc. tienen como contexto los códigos domésticos del orden social patriarcal de la época. Los hagiógrafos simplemente los evocan.

Emilio Lospitao