Renovación


En sus manos, estimado lector, tiene el primer número de la revista Renovación, sucesora de Restauromanía. En “sus manos” es un decir, salvo que imprima estas páginas, toda vez que esta revista se publica solo en formato digital. A continuación de esta editorial podrá leer una breve referencia sobre los nombres y sus significados de ambas revistas, que uno de nuestros colaboradores, Jorge Alberto Montejo, tuvo a bien de escribir cuando conoció la noticia de la nueva publicación. Así pues, nada más tengo que decir sobre lo que él ha dicho.

Renovación es sucesora de una revista que tuvo muy claro desde el principio cuál era su vocación en el contexto religioso en el que nacía. En este sentido la línea editorial de Renovación seguirá la misma orientación hermenéutica que su predecesora. Es decir, una hermenéutica interdisciplinar que tiene en cuenta el contexto social, político e institucional de los hagiógrafos. Se aleja, por tanto, del literalismo bíblico salvo cuando el contexto así lo exija. De aquí que la apología seguirá siendo el punto álgido literario en los trabajos de este editor. No obstante, esta revista, como lo fue Restauromanía, es abierta a la publicación de trabajos de colaboradores de líneas teológicas distinta a la del editor. Esto significa la decisión de respetar la opinión de dichos colaboradores sin hipotecar la propia. Así entiendo el espíritu ecuménico y fraternal genuinos. Esto no significa, sin embargo, que Renovación vaya a publicar todo y de todos.

Por otro lado, los contenidos de Renovación no se limitan a la apología, ni a la hermenéutica bíblica, sino que quiere ser sensible a la realidad social, política y religiosa del mundo donde vive. Por ello abordará temas sociales y políticos, además de religiosos, pastorales y literarios, propios de la naturaleza de esta publicación. También dejamos espacio a la divulgación cuando ésta tenga un interés especial en el contexto de los objetivos de la revista. Pero, sobre todo, dedicará siempre un espacio a la reflexión teológica y filosófica, es decir, al pensamiento.

Por lo demás, aun cuando Renovación es una revista independiente, ofrece sus páginas para informar de cuantos eventos puedan ser de interés para la Familia religiosa a la que su editor pertenece (Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración), tanto de España como del extranjero, así como de cualquiera otra Familia espiritual cuando proceda.

En nombre de los colaboradores y del mío propio deseamos que la nueva revista sea de su interés tanto o más como lo fue Restauromanía.

Muchas gracias por estar ahí,

Emilio Lospitao
Editor

¿Es lícito sanar en día de reposo (un día sagrado)? Lucas 14:1-6


Este relato es único del evangelista Lucas. Debió llegar a él a través de alguna de la múltiples colecciones de milagros de Jesús que ya circulaban, y a cuyo relato Lucas dio crédito (Luc. 1:1-4). El tema central es típico del Evangelio de Marcos, una de las principales fuentes de Mateo y de Lucas: curar en día de reposo (sábado). Aquí, como en casi todos los relatos evangélicos, la polémica surge por la presencia de los escribas y de los fariseos, celosos del cumplimiento estricto de la Ley. La novedad de este relato es que Jesús se adelanta al reproche de estos celosos religiosos con una pregunta retadora: “¿Es lícito sanar en el día de reposo?”. Es decir, en sábado, el día sagrado judío por antonomasia. Posiblemente esta “precipitación” de Jesús, adelantándose al reproche, sólo sea una elipsis literaria de Lucas, pues ya ha dicho antes que “estos –los fariseos– le acechaban” (v.1). En cualquier caso, en el supuesto “banquete” al cual fue invitado Jesús por “un gobernante”, enfrente de Jesús se había sentado un hombre hidrópico. La hidropesía, retención de líquidos en los tejidos, es sólo un síntoma de diversas patologías relacionadas con el corazón, los riñones y el aparato digestivo. Así que Jesús, “tomándole, le sanó, y le despidió” (v.4).

El relato evangélico –como todos– está teologizado. Según Juan, Jesús hizo muchas “señales” (milagros), las cuales él escribía para que sus lectores creyeran que Jesús era ciertamente el Mesías (el Ungido de Dios). “Cristo”, un término griego, quiere decir lo mismo. Los milagros, según Juan, son signos de la manifestación de Dios a través de Jesús, y según los Sinópticos estos signos confirmaban la presencia del reino de Dios entre los hombres, es decir, la buena noticia (el evangelio). 

La pregunta de Jesús fue capciosa. ¿Cómo no podía ser lícito sanar, significar la presencia del reino de Dios en el “día sagrado”? ¿Qué otro día podía ser mejor para glorificar a Dios? 

El tejido socio-religioso sobre el que cobra sentido este y otros relatos de la misma naturaleza es la perversión que subyace en la mente de los “religiosos”. Estos suelen tener un afán de subvertir el único propósito que tienen todos los preceptos divinos: dignificar al ser humano, sea hombre o mujer. Para el religioso lo más importante es el cumplimiento de las normas religiosas. Para Jesús era más importante el ser humano. Los preceptos, incluido el sábado, fueron hechos para el hombre, no el hombre para los preceptos, incluido el sábado.

Cualquier religión, también la cristiana, que pone los preceptos, las liturgias, los días sagrados, por encima del ser humano, no es digna siquiera de llamarse religión, porque “re-ligión” significa “religar con Dios”, acercar a las personas a Dios, el Inefable, el Misterio, que es liberador y realizante. Practicar esta “re-ligión” le llevó a Jesús a la muerte, y fue llevada a ella precisamente a instancia de los “religiosos”. Hoy le volverían a matar.

Emilio Lospitao

Adios a Restauromanía


La ya obsoleta Restauromanía, o con cualquier otro nombre, no hubiera podido comenzar sin las posibilidades que ofrecen Internet y la Ofimática. Si estos recursos hubieran estado antes al alcance de este editor, antes habría comenzado. Mi vocación en el ministerio cristiano se remonta prácticamente a mi conversión al Cristo de los Evangelios. Pero cualquier experiencia religiosa suele ocurrir en el contexto de una comunidad religiosa, y la mía ocurrió en la Familia espiritual denominada “Iglesia de Cristo”, importada como muchas otras de EE.UU. En “Yo también fui un recitador de textos bíblicos” (Restauromanía Nº 7 y 11) explico el itinerario de cualquier experiencia de fe y creencias. También la mía.

Tras seis años de vivencia y fraternidad cristiana en la Iglesia de Cristo en Madrid, mi vocación me llevó a la ciudad levantina de Alicante (Enero de 1978). En principio, para el seguimiento pastoral iniciado por el escultor Facundo Sempau. Pero la realidad fue que no existía ningún trabajo pastoral que seguir. En su lugar encontramos un local vacío y sucio. Comenzamos desde cero mi familia (esposa y cuatro hijos de 7, 5, 4 y 2 años de edad respectivamente) y yo. Estuvimos allí siete años. La experiencia de Alicante fue mi verdadero seminario pastoral y teológico. En 1985 regresamos a la Iglesia de Cristo en Madrid. En Alicante dejamos una pequeña y humilde congregación de poco más de 25 personas adultas. Superamos las perspectivas. ¡Ya lo creo que las superamos! Mi ministerio pastoral en la Iglesia de Cristo en Madrid fue un segundo seminario que terminó cuando consideré que debía terminar. Sin nombre y sin proyecto de realización se fue germinando lo que vino a ser Restauromanía en forma de boletín. Había muchas cosas que decir, y esas cosas ya habían comenzado a decirse sin medios donde decirlo. Solo faltaba Internet y un ordenador. Ambas cosas, en su momento, llegaron. Y comenzó esta plataforma literaria.

¿Por qué Restauromanía? La nota que más caracteriza a las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración, como su nombre denominacional indica, es precisamente la “restauración”. ¡Para algunos, hasta convertirse en una “manía”! De ahí el nombre Restauromanía. Durante una década –el tiempo que ha estado publicándose esta revista– hemos tomado como seña de identidad la apología; concretamente la apología frente al fundamentalismo que predomina en la teología del Movimiento de Restauración. No en vano su eslogan es “hablar donde la Biblia habla y callar donde la Biblia calla”.

Restauromanía ha hecho un itinerario a contra corriente, con todo lo que ello conlleva: incomprensión, malos entendidos, desafectos, etc. Ninguna sorpresa: nadie es profeta en su casa… Pero también, de quien menos se esperaba, aceptación, ayuda, ánimos… Restauromanía se ha curtido a base de andar, metafóricamente hablando, por caminos tortuosos y pedregales. Pero ha llegado hasta aquí. Ahora, le decimos adiós para siempre. Este es el último número. Damos paso a una nueva revista. Como es inevitable, algún gen heredará de su predecesora. Su nombre ya lo conoce el lector: RENOVACIÓN.

Mis más sinceras gracias a los colaboradores que hicieron de Restauromanía, unos de una manera y otros de otra, una revista leíble y leída. Gracias también a los lectores que supieron comprender el espíritu que empujaba a esta publicación y la apoyaron.

Emilio Lospitao
Editor

He aquí, nosotros lo hemos dejado todo… (Marcos 10:28)


Son palabras del apóstol Pedro. La unidad literaria completa se halla en 10:17-31. El contexto inmediato de este comentario de Pedro es el incidente llevado a cabo entre Jesús y un joven rico que vino a preguntarle qué debía hacer para heredar la vida eterna. Puesto que el joven además de rico era religioso (observaba al pie de la letra “los mandamientos”), Jesús le pidió que vendiera todas sus posesiones y le siguiera. El joven, dice Marcos (y par), “afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (v 22). Jesús se quedó mirándole con ternura y comentó cuán difícil le era entrar en el reino a los ricos que confían en sus riquezas. Pedro no tardó nada en decir que ellos (los discípulos) lo habían dejado todo por seguirle (ver Mar. 1:16-20). 

En el fondo de este episodio, y del comentario de Pedro, subyacen los dichos de Jesús respecto a la radicalidad de su llamamiento. Un llamamiento que conllevaba un cierto e inevitable desarraigo social y familiar. Dejar todo significaba dejar casa y familia, de ahí el dicho “si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:26). Cuando algunos pidieron seguirle, Jesús no les llevó a engaño: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios”, fue la respuesta a uno que quería enterrar primero a su padre (Luc. 9:60). La propia paternidad no es deseable según se desprende del dicho sobre aquellos que se habían privado de la capacidad de engendrar por causa del reino de Dios (Mat. 19:12). Jesús da prioridad a la nueva familia del reino sobre la familia carnal: “¿quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos” (Mar. 3:33-34). 

Que estos dichos radicales de Jesús tenían una base histórica existen dos evidencias. Primera, el hecho de que se escribieran unos cuarenta años después de haber sido dichas. No se hubieran escrito si no hubiera sido una práctica conocida y refrendada en la época de los escritores. Segunda, en los días que se escribe la Didaqué (contemporáneo de los Evangelios) los misioneros carismáticos observan ese estilo de vida itinerante y desarraigado de su familia. 

No obstante, si bien esos dichos radicales del seguimiento están dirigidos especialmente a los enviados (apóstoles) y misioneros carismáticos en la Palestina del siglo primero: “Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto”, etc. (Mar. 6:8), el espíritu de la letra abarca de manera general a todos los discípulos, porque en algún momento, aunque sea excepcionalmente, el discípulo se verá interpelado por dichas exigencias. 

El “lo hemos dejado todo” de Pedro se sintetiza en una palabra: compromiso. El discipulado cristiano se caracteriza por el compromiso. El compromiso allí donde la vida nos pone: en las responsabilidades domésticas, en el trabajo remunerado, en el ocio…

Emilio Lospitao