Los indiferentes


El observatorio del pluralismo religioso en España realizó, durante el mes de diciembre de 2012, la II Encuesta sobre opiniones y actitudes de los españoles ante la dimensión cotidiana de la religiosidad y su gestión pública. El tamaño de la encuesta fue de 1725 entrevistas a personas de ambos sexos mayores de 18 años.

Según esta encuesta solo el 14% de los españoles consideran la religión “muy importante” para sus vidas, y entre éstos la puntúan (de 1 a 10) con nota máxima un 10,3%. En términos de porcentaje global solo el 18,6% asiste semanalmente a los servicios religiosos. En cuanto a practicantes y no-practicantes de la religión en la cual creen, los primeros suman el 31,4% y los segundos el 36,8% (el resto o no sigue ninguna religión o no sabe/no contesta). Entre los adscritos, el 82,7% se definen Católicos frente al 0,5% que se definen Evangélicos (el resto pertenecen a otras confesiones, o filosofías, o no creen). Una parte de interés que ocupa esta II Encuesta trata sobre la diferente actitud hacia la religión entre padres e hijos. Para el 7,2% la religión es más importante que para sus padres. Mientras que el 54,1% confiesan que la religión era más importante para sus padres que lo es para ellos. A pesar de todo, el 57,5% está dispuesto a educar a sus hijos siguiendo los preceptos de una religión, frente a un 39,4% que no educaría a sus hijos siguiendo dichos preceptos.

¿Qué deducciones podemos sacar de esta encuesta desarrollada por el observatorio del pluralismo religioso en España como cristianos Evangélicos? ¿Miramos para otro lado? ¿Nos miramos a nosotros mismos para reafirmarnos en nuestras verdades y nuestra visión de las cosas? ¿Salimos al encuentro de esos “indiferentes” para un diálogo fructífero, compartiendo las “buenas nuevas” de Jesús sin discriminar a “publicanos y pecadores”, como éste hacía, o nos acercamos a ellos en plan desafiante para que se conviertan a “nuestro” evangelio sopena de condenación eterna?

Los datos de la encuesta no se reducen a España, se pueden extrapolar a otros lugares geográficos del planeta (salvo algunas excepciones). Si creemos que la meta consiste en “ganar” a esos “indiferentes” para nuestras respectivas “iglesias”, entonces sospecho que hemos entendido muy mal la raíz del problema.

Mi apreciación personal, cuando hablo con esas gentes “indiferentes” hacia lo religioso, pero que razonan desde una posición serena, es que viven –desde esa indiferencia– una liberación de la toxicidad religiosa de un paradigma obsoleto, donde la palabra “religión” está depreciada. Esas gentes “indiferentes” quizás no rechazarían la espiritualidad y el compromiso profético que transmite el mensaje original de Jesús. ¡Esos “indiferentes” tienen hambre de trascendencia, pero sienten hastío de religión, de templos! La gran mayoría de ellos no rechazan la “buena noticia” de Jesús de Nazaret, sino el envoltorio con el que queremos que acepten el evangelio.

Emilio Lospitao

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas…! (Mateo 23:37)


Este sombrío lamento en boca de Jesús evoca dos exclamaciones más suyas, estrechamente relacionadas: una en Getsemaní, bajo la tenue luz de una Luna llena: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa…” (Luc. 22:42), la otra agonizando en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34).

Una tercera evocación la encontramos en Lucas 13:33, procedente de la fuente “Q”: “… porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”.

Posiblemente esta expresión fuera una cantinela que venía de muy atrás en la historia de Israel. Casi todos los profetas se enfrentaron con el poder político y religioso de Israel. El resultado de dicho enfrentamiento fue, sistemáticamente, la cárcel e incluso la muerte. Fue de tal manera así que la historia daría cuenta de ello mediante la matraca “porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”. Y Jesús la utilizó. El dramatismo de la afirmación lucana, “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Luc. 9:51), radica en que Lucas anticipa al lector atento qué ocurrirá en Jerusalén. Era el último viaje que Jesús haría a la capital del reino judío. A esa altura de su ministerio Jesús sabía lo que podría ocurrir. Son muy verosímiles los avisos programáticos de Marcos: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado…” (8:31s; 9:30s; 10:32s). 

Decir, simplemente, que Jesús “tenía que” morir (¿para salvar nuestras almas e ir al cielo?) es saltarse olímpicamente la biografía histórica de Jesús, subvalorar la confrontación con los poderes religiosos y políticos que originó su ministerio, e ignorar el alcance político-social del “reino de Dios”  que proclamaba. Históricamente hablando, los poderes institucionalizados (Roma y el Sanedrín judío) lograron sus propósitos: matar al profeta. Los profetas, todos los verdaderos profetas (¡y Jesús lo fue!), molestan, porque denuncian a los poderes que deshumanizan y alienan a las personas. Pero Jesús de Nazaret –como todos los profetas que fueron silenciados, encarcelados y asesinados– triunfó en su muerte mediante su testimonio. Los profetas dejaron sus mensajes de protestas y sus vidas como ejemplos para la posteridad. Del ejemplo de Jesús surgieron seguidores dispuestos a ofrecer sus vidas y sus ideales por el reinado de Dios que había predicado.

“Jerusalén”, o sea, los “nuevos centros de poder institucionalizados”, seguirán silenciando, encarcelando y matando a los profetas; pero con ello sólo desparraman sus semillas en tierra siempre fértil.

Emilio Lospitao

¿Postmodernidad?


Por “posmodernidad” se entiende un periodo histórico, cultural, artístico… que sucede a otro denominado “modernidad”. El teólogo católico Hans Küng usa el término “paradigma” para estudiar las diferentes etapas de la historia de la Iglesia (Hans Küng, “Cristianismo”, Trotta). El historiador, por simple pedagogía, se esfuerza por delimitar estos “paradigmas” con acontecimientos datados de la historia; paradigmas que cabalgan en el tiempo superando periodos de la historia misma. Distinguir y poner nombre a estos paradigmas, ciertamente, facilita la tarea al doncente. Visto así, la “posmodernidad” no es otra cosa que la Modernidad que avanza abriendo nuevos horizontes en las diferentes áreas del pensamiento humano (filosofía, ciencia, tecnología, teología…).

En el siglo XVI (Erasmo), pero sobre todo en el XVII y en el XVIII –gracias a la Ilustración–, se inició lo que hoy conocemos como “Crítica bíblica”, que, como ciencia, nunca antes se había desarrollado. Antes de la “detonación” que impulsó la Ilustración (Copérnico/Galileo= heliocentrismo), todo se daba por sentado. En la Baja Edad Media (¡otro paradigma!), con recelo, ya se había aceptado la ciencia aristotélica, desde la cual se explicaba el mundo cosmológica y cosmogónicamente, cuya explicación concordaba perfectamente con los postulados de la Biblia (el mundo simbólico de la Biblia es geocéntrico). Pues bien, la Ilustración –que arrancó desde la tesis heliocéntrica, y con ella dio comienzo la ciencia moderna–, obligó a los exégetas y teólogos cristianos (católicos pero también protestantes), a examinar la exégesis bíblica y los conceptos teológicos que se habían mantenido de manera axiomática hasta entonces. Esta tarea, que comenzó en el siglo XVI con Erasmo de Róterdam (y luego la Alta Crítica), aún continúa, es imparable y no se debe detener por el bien del testimonio cristiano (¡a pesar del fundamentalismo!).

El aspecto emergente más importante –en lo que concierne a la Crítica bíblica (Exégesis/Teología)– es la filosofía hermenéutica que se esfuerza por explicar dialécticamente la tensión entre la ciencia (moderna) y los postulados bíblicos. Una dialéctica del lenguaje teológico mismo (anclado en el mundo simbólico geocéntrico) y de los conceptos teológicos, algunos de ellos sujetos a una hermenéutica obsoleta de la misma naturaleza que la del lenguaje. Es decir, el meollo de la cuestión es la hermenéutica, la contextualización en todos los niveles.

Aunque no resulte academicamente ortodoxo: la Modernidad no ha pasado; fue un proceso científico-cultural que comenzó en el siglo XVI, ha cubierto diversas etapas, todas progresivas (y progresistas), y seguirá cubriendo y superando otras etapas más, sin duda con otros nombres. La cuestión es que ciertos sectores del cristianismo (¡también y especialmente Evangélicos!) todavía no han asimilado este proceso. Se han quedado petrificados en el pasado y han decidido tirar hacia delante haciendo caso omiso a los descubrimientos que se han producido en todos los campos del conocimiento humano, tanto en las diferentes displinas de la Ciencia como en las ciencias bíblicas mismas, a raíz de aquellas. Si el movimiento cultural que desembocó en la Ilustración y en la Modernidad fue un huracán, éste aún continúa activo.

Emilio Lospitao

Jesús y las impurezas


¡Así pues, lo que nadie en su sano juicio hubiera hecho era precisamente lo que Jesús estaba haciendo: juntarse y relacionarse con ese tipo de personas! Básicamente, los enfrentamientos que Jesús mantuvo con los escribas y los fariseos, fueron por causa de este tipo de impurezas: Arrancar espigas, curar a los enfermos… en sábado quebrantaba la ley (Mar. 2:23-24; 3:1-2), lo cual era abominable y deshonroso. Los Evangelios sinópticos insisten en que Jesús compartía mesa con los publicanos y los pecadores: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. (Lucas 15:1-2).

JESÚS Y EL REINO DE DIOS

Lo paradójico de todo esto es que en Jesús se hacía presente el “reino (reinado) de Dios”: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (la buena noticia)” (Mr 1:15). ¡La “buena noticia” del reino de Dios era Jesús mismo y su estilo de vida! Pero “los suyos” no podían comprender que Jesús rompiera las “normas” sociales y religiosas de su tiempo, y mucho menos que su comportamiento representara el reino de Dios. “Los suyos”, pues, se sentían deshonrados con el proceder de Jesús, quien también se estaba deshonrando a los ojos de la gente. Quizás por este “mal ejemplo” sus hermanos no creían en él (Jn 7:5), y María, su madre, sufriría en silencio la incomprensible actitud de “este” hijo suyo.

LO QUE NOS ENSEÑA ESTA HISTORIA EVANGÉLICA

Primero, que los prejuicios pueden constituirse en un poderoso obstáculo para abrirse a otras formas de ver la realidad y para crecer en lo auténtico. Las enseñanzas y el hacer de Jesús supuso: a) Un reto para la gente (“¿Eres tú el que había de venir?”, preguntaban algunos, “Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?”, decían otros, “¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?”, argüían los demás –Luc. 7:19; Jn 10:20-21); b) Un desafío para los líderes religiosos (“Este hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo” – Jn. 9:16); c) Un quebradero de cabeza para los “suyos”. ¡Cuántas discusiones debieron de oírse en el hogar de Jesús por causa de su manera de comportarse! ¡Por causa de los prejuicios que “los suyos”, al igual que el resto de las gentes, abrigaban!

Segundo, que solo el amor genuino supera los prejuicios. Junto a la cruz, después que todos le abandonaron, vemos a algunas mujeres, entre ellas a su madre, y a un solo discípulo: a quien Jesús amaba (Jn. 19:25-27). En esos momentos de confusión mental (Jesús estaba muriendo como un malhechor, en cierta manera se lo había ganado, pensarían), no obstante, estas pocas personas estaban adonde el amor te lleva: al lado de la persona amada, “a pesar de”. El amor auténtico supera los prejuicios.

Tercero, que solo el “hambre de saber” (inquietud intelectual) abre el entendimiento. Durante el ministerio de Jesús sus hermanos no creyeron en él. No obstante, luego, los encontramos en el Aposento alto junto con su madre y los otros discípulos (Hech. 1:14). La noticia de que Jesús había resucitado a la vida de Dios llegó hasta Nazaret, y los suyos “quisieron saber” qué había ocurrido exactamente. Llegaron, escucharon y creyeron. Los prejuicios se desvanecen con el conocimiento.

Emilio Lospitao