Oración irreverente


En el interior de este primer ejemplar del año dejamos algunos titulares que ofrecen una semblanza de la situación socio-económica de la Europa deprimida (Grecia, Portugal…), pero especialmente de España, según publicaba a finales del pasado mes de noviembre nuevatribuna.es.

Obviamente, la percepción de cualquier estado depende de con qué lo comparamos. Si comparamos la situación socio-económica de España con la de cualquier país subdesarrollado del continente más pobre, nos dará la sensación de que vivimos en un Paraíso. Si la comparamos, por no salir del continente europeo, con cualquiera de los países nórdicos (Finlandia, Dinamarca…), entonces nos dará la impresión de que estamos rayando con el “subdesarrollo” más abyecto (¡por algo se estarán yendo nuestros jóvenes cualificados a otros países!). España, en corrupción, hoy lidera las listas de Europa. Si tenemos en cuenta que por cada político corrupto existen varios empresarios corruptores, el número de indeseables aumenta considerablemente. Y si caemos en la cuenta de que la corrupción no es un patrimonio de políticos y empresarios, sino también de religiosos, el panorama es de absoluto escándalo.

Este Sistema (a nivel planetario) ha tocado fondo. Esta es la afirmación que se escucha en ciertos círculos. Y es posible que sea cierto, que este Sistema esté agónico. Esto significaría que estamos con los dolores de parto de un Sistema nuevo. Pero los vividores de este agonizante Sistema no quieren que muera, porque se les acaban los beneficios que reciben y los privilegios que disfrutan. Pero tiene que acabar. Tiene que acabar porque se ha instalado en un modelo de sociedad injusto, insolidario, propulsor de desigualdades. No es ético.

A este Mal originado por el egoísmo y la insolaridad humana, hemos de sumarle el Mal de las catástrofes naturales: los terremotos, las inundaciones…, cuyas principales víctimas suelen ser las clases más desfavorecidas. En el mundo religioso se afrenta estos dos Males desde una teología trasnochada. En el primer caso se trata del reino del Mal, personificado en el Satán, que reina en este mundo, y contra el que nada podemos hacer excepto suplicar al Dios-todo-poderoso. En el segundo caso son tragedias que ese mismo Dios “permite” (porque se piensa en términos heterónomos), por eso le suplicamos que tenga misericordia de las víctimas. Debido a esta manera de ver las cosas, las religiones en general, y la judeocristiana en particular, organizan vigilias de oración para pedirle a Dios que evite tanto un Mal como el Otro. Es decir, se deja todo en Sus manos.

Pero esa teología pensada en términos heterónomos ha perdido su vigencia, pertenece a una cosmovisión obsoleta, pre-científica, arcaica… Hoy sabemos que el mundo es autónomo, que se rige por leyes inmutables, que Dios no manda las catástrofes (ni las “permite”) y que no ha delegado en los reyes ni en los clérigos de ninguna religión los destinos del mundo.

La cuestión es esta: no podemos pedir a Dios que Él cambie las cosas. Las tenemos que cambiar nosotros con nuestra actitud, con nuestras acciones, con nuestro esfuerzo cotidiano y concreto en pro de un mundo mejor, porque ese cambio, necesario, depende exclusivamente de nosotros. Si Dios no ha evitado, por ejemplo, durante las últimas décadas, que mueran diariamente más de CINCO MIL niños en el mundo subdesarrollado, ¿por qué lo iba a hacer en los próximos lustros? ¡A pesar de las súplicas de millones de creyentes de todas las creencias! Decir simplemente que Dios tiene un propósito que nosotros no conocemos, es cauterizar el intelecto y esconder la cabeza como el avestruz.

La fe nos dice que debemos suplicar a Dios, sí; pero la fe bien entendida nos enseña que Dios no va a hacer absolutamente nada sin nosotros en las áreas sociales, políticas y económicas. Dios viste al desnudo, acompaña al enfermo y da de comer al hambriento a través de hombres y de mujeres anónimos dispuestos a hacer una realidad sus oraciones. No hay otro Dios fuera de este en cuyas manos podamos poner la solución de los problemas que nos atañen, sean de la índole que sean. Nuestra oración, pues, debe ir dirigida a que Él nos sensibilice ante las injusticias, que son las causas de los males sociales, para que actuemos en consecuencia, ¡pero actuemos! El Dios-Creador, por su propia naturaleza, ha estado y está siempre empeñado en lo bueno y en el bien de su creación, solidarizado con los que están hombro con hombro en ese empeño, sean estos quienes sean, aunque sus “hijos fieles” no se lo pidan. En cuanto a las tragedias naturales, demos por hecho que continuarán.

¡Feliz Año Nuevo!

Emilio Lospitao

“Regocijaos en el Señor siempre…» (Filipenses 4:4).


Filipenses es una de las cuatro epístolas conocidas como “cartas desde la prisión”. Las otras son: Efesios, Colosenses y Filemón. Se las conoce así porque el autor refiere su condición de “prisionero” (Efesios 3:1; Colosenses 4:10, 18; Filemón 1, 9, 10, 13, 23).

Los filipenses eran hijos espirituales de Pablo, convertidos al evangelio en el segundo viaje misionero del Apóstol (Hechos 16:11-40). El afecto entre Pablo y los filipenses era recíproco. Tal era el amor que éstos sentían hacia el Apóstol, que en varias ocasiones le habían enviado dinero para su sustento (Filipenses 1:5; 4:10-18). La carta a la iglesia en Filipos es una de las más tiernas de Pablo. Así que, emocionado por el cuidado que los filipenses estaban mostrando hacia él, ahora, desde un frío y oscuro calabozo de aquella época, encadenado, les escribe esas triunfales palabras: ¡Regocijaos!

Todo cuanto dijimos el mes pasado sobre el contexto escatológico de las epístolas de Pablo es válido aquí. El ministerio y la vida del Apóstol no se entiende bien al margen de su escatología. Era tan inminente la venida de Jesús en gloria, que todo cuanto acontecía en su vida lo consideraba como “añadidura” a las aflicciones de Cristo, por las cuales se gloriaba (Col. 1:24).

Ahora bien, hay frases, pensamientos, que no todas las personas pueden dirigir a todo el mundo y en cualquier momento, por muy bíblicos que sean. Es una cuestión de empatía, de inteligencia emocional. Pensemos en estas dos situaciones tan diferentes, la de Pablo y la de los filipenses: Pablo está recluido y encadenado en un desapacible calabozo, custodiado por dos soldados romanos; los cristianos destinatarios de la carta de Pablo disfrutan de la comodidad de sus hogares, de la libertad y de la cálida compañía de sus familiares… Imaginemos, en esa dispar situación, que son los filipenses quienes escriben la carta a Pablo, y le dicen: ¡Regocíjate, Pablo! ¡Alégrate! Hubiera sido una falta de sensibilidad por parte de los filipenses. Pero Pablo sí pudo escribir esa expresión de júbilo a los filipenses. ¡Él era el preso!

¿Se imagina el lector que el que visita a un preso en una cárcel le dijera a través del interfono, desde el otro lado de las rejas y los cristales reforzados: ¡Alégrate, hombre! ¡Vive alegre! ¿Serían éstas las palabras adecuadas en esa situación? ¿Le infundiría ánimo y aliento al preso? ¡Pero el preso sí puede animar al visitante con esas mismas palabras! El que está en el lado del sufrimiento puede animar a las personas que le visitan, y de hecho eso es lo que suele ocurrir, el visitante suele salir fortalecido por las palabras del paciente.

La víctima a quien le han amputado una pierna puede decirnos que “no pasa nada”; pero nosotros, que le visitamos en el hospital, no podemos decirle precisamente “eso”. Depende en qué lado estamos de la desgracia, del sufrimiento… podemos decir o no decir ciertas palabras. El exegeta “literalista”, para quien el texto bíblico es palabra de Dios “dictada”, sin más contexto, te abrirá su Biblia, y señalando con el dedo índice el texto, te dirá: “Dios te dice: ¡Regocíjate!”. Dios, en esa situación particular que estás viviendo, no te va a decir: ¡Regocíjate! Dios, que conoce tu estado anímico, moral, psicológico, espiritual…, utilizará a alguna persona próxima a ti (con dos dedos de frente), y pondrá en su boca las palabras adecuadas, sabias, cual bálsamo, para hablarte de manera personalizada. Quizás el bálsamo que necesites sea solo la presencia de esa persona, en silencio. Dios sabe lo que tú necesitas, y así lo hará el enviado.

Ciertamente, desde la fe, cualquiera que sea la situación que vivamos, podemos percibir, sentir, subjetivamente, la presencia y el poder de Dios de tal manera que superemos la situación misma, por crítica que sea. Y desde esa fe podamos sentirnos verdaderamente gozosos, porque ese gozo es un don que procede de Dios, no una imposición o un mandamiento divino. El texto de referencia es solo la expresión de un hombre que, aun estando sufriendo la carencia de libertad, quiere que sus “hijos” se sientan gozosos por la esperanza liberadora del evangelio de Jesucristo en el cual han creído. Simplemente.

Emilio Lospitao

Vida digna


“Adiós a todos mis queridos amigos y familiares a los que quiero. Hoy es el día que he elegido para morir con dignidad, afrontando mi enfermedad terminal, este terrible cáncer en el cerebro que me ha quitado tanto… pero me habría quitado mucho más”. Así se expresaba Brittany Maynard, norteamericana, de 29 años de edad, el pasado mes de agosto cuando anunció en un vídeo su decisión de poner fin a su vida, por causa del fatídico cáncer cerebral que sufría. No es la primera persona ni será la última en el mundo que tome tal decisión, en casos parecidos.

Como en tantas otras decisiones o propuestas acerca de cómo vivir la vida, esta vida, que es la única que conocemos, sentimos y experimentamos, no faltarán quienes, echando mano de los libros o de cualquier tótem sagrados, pontificarán que la vida es “sagrada”, y que el único que puede tomar decisiones sobre ella es Dios, su autor y dador. La declaración de estos pontificadores, pues, será que decidir cuándo y cómo poner coto a la vida es un “pecado” contra el Autor de la misma. Incluso dirán que esa fatídica decisión es falta de coraje (o de fe) para enfrentar las vicisitudes que “Dios nos manda”. Y un montón de cosas más. Todo, menos comprensión.

La vida, para el creyente, es “sagrada”, sí, pero no absolutamente sagrada. El Jesús de los Evangelios dice que “nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn.15:13); y el Apóstol de los gentiles asume que alguno osara morir por alguna persona buena (Rom. 5:7), es decir, que pudiera ofrecer libremente su vida a favor de otro. Y en estos casos a nadie se le ocurriría condenar tal decisión. Al contrario, diríamos que es un héroe o una heroína.

La expresión, tan en uso, “morir con dignidad” es solo una manera de ver la misma realidad. Yo la cambiaría por “vivir con dignidad”. Porque la muerte es el final de la vida, pero es esta la que hay que vivir con dignidad. Y esta dignidad comienza en el vientre materno y termina en el último suspiro. Subyace cierta hipocresía en la acción de los movimientos denominados “Pro-Vida”, que solo se preocupan por que el ser engendrado salga vivo del útero materno. ¿Y luego? ¿Qué pasa con esa “vida” que ha salido del vientre: su cuidado, su crecimiento, su educación, su salud, sus derechos como persona…? Por estas otras cosas, cuando son cercenadas por una situación institucionalizada de injusticia, estos “defensores” de la Vida no suelen manifestarse en la calle.

No es cuestión de “morir con dignidad”, se trata más bien de vivir la vida dignamente hasta el momento del óbito. Morir en medio de un insufrible dolor, tanto físico como moral, no solo del paciente sino también de quienes le aman y le cuidan, no añade ninguna virtud al que se marcha (ni a los que se quedan). Es más bien una falta de misericordia por parte de quienes imponen soportar esa situación de indignidad y sufrimiento innecesario. Toda mi comprensión, y mi aplauso, para Brittany Maynard, que tuvo la claridad y el equilibrio mental para poner fecha a su partida. Al hacerse Dios ser humano, dignificó nuestra existencia aquí y ahora. Navidad significa también “dignidad”.

Emilio Lospitao

“Porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1Cor. 14:35b).


¿Por qué era indecoroso que una mujer hablara en una congregación del siglo primero? Para entender esta afirmación del apóstol Pablo debemos conocer primero a qué estaba relacionado el “decoro” en el mundo del Nuevo Testamento.

En el mundo antiguo, el orden social (patriarcal) obedecía al orden cósmico, y éste abarcaba la totalidad de la vida tal como lo entendían en aquella época. Es decir, el orden social estaba integrado en el orden cósmico. Era éste un orden universal perfecto: los ciclos se repiten invariablemente, el sol sale cada mañana, las estaciones se suceden año tras años, a la noche le sigue el día, etc. En este orden cósmico cada cosa ocupa el lugar que le corresponde en estricta observancia de las leyes universales; las cosas y las personas se agrupan por su afinidad, por su grado de similitud de acuerdo a un fin. Era importantísimo someterse a este orden el cual venía expresado por los estatus que originaba, los cuales estaban separados por fronteras simbólicas cuya subversión era una abominación.

Un ejemplo: La prohibición de las relaciones sexuales entre varones en Levítico 18:22 y 20:13 tiene que ver, primero, con el “desperdicio” de la semilla santa (el semen) al no haber procreación (contraviniendo el “Fructificad…” de Gn. 1:28). Hasta el siglo XVII se creía que un espermatozoide contenía el embrión completo, y la mujer solo era el “recipiente” que lo incubaba hasta el nacimiento; es decir, que la participación de la mujer en la procreación era pasiva. Por otro lado (y esto es lo que nos interesa aquí), en dichas relaciones uno de ellos asumía el papel de la mujer, que era un estatus (de “inferioridad”) que no le correspondía según el orden de las cosas. Esta subversión del estatus era “abominable”. Por ello, el texto de Levítico no condena esas mismas relaciones entre mujeres, pues ellas no “comprometen” la semilla santa y, además, no subvierten ningún estatus.

En el caso de 1Cor. 14:35b, el “indecoro” por hablar en una reunión pública consistía en que la mujer, al tomar la palabra, suplantaba el estatus del varón, que era superior, y tal suplantación subvertía el orden cósmico y social. Subvertir las fronteras simbólicas de los estatus era una abominación, un indecoro y una vergüenza en el mundo mediterráneo del siglo primero. Por esta misma razón, Pablo impone el uso del velo como símbolo de sujeción de la mujer al marido si ella dirige la palabra en la congregación. Esta idea del orden cósmico, el estatus y el honor derivado de aquel, está presente en la perícopa de 1Cor. 11:2-15. Sobre el velo, ver: http://revistarenovacion.es/Biblioteca_files/Senal%20de%20autoridad.pdf.

Por ello, el apóstol Pablo “teologiza” (sacraliza) este orden cósmico y social representado en la enumeración jerárquica “Dios-Cristo-Hombre-Mujer” (1Cor. 11:3; Efe. 22:24). Los códigos domésticos referidos en Colosenses 3:18-4,1; Efesios 5:21-6,9 y 1 Pe 2:18-3,1 forman parte del mismo orden cósmico al cual me estoy refiriendo aquí. Pero este orden cósmico no era una concepción exclusiva de los escritores de la Biblia, sino de todo el entorno geográfico de Oriente Medio (Ver “Acento hermenéutico” del mes pasado). Los escritores de la Biblia simplemente fueron partícipes de la misma cosmovisión que sus coetáneos. Hoy ya no es indecoroso que una mujer hable en una comunidad cristiana. Nuestra cosmovisión hoy es muy diferente.

Emilio Lospitao