Y prohíbe dar tributo a César. Lucas 23,2


¡Ya lo sé, calificar a Jesús de Nazaret como antisistema es una herejía! El Jesús elevado a los cielos que adoramos en nuestras iglesias no pudo originar ni haberse asociado con un movimiento antisistema y provocador. Pero echemos un vistazo a lo que dicen los Evangelios de él:

En primer lugar, Jesús se enfrentó a los estándares familiares de su época

El llamamiento que hacía Jesús conllevaba un cierto e inevitable desarraigo social y familiar. Dejar “todo” para seguirle significaba dejar casa y familia, algo deshonroso en la sociedad de la época. Jesús afirmó: “si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:26). Cuando alguien pidió seguirle, Jesús le contestó a bocajarro: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Luc. 9:60). La propia paternidad no era deseable según se desprende del comentario sobre aquellos que se habían privado de la capacidad de engendrar por causa del reino de Dios (Mat. 19:12), algo impensable en la sociedad judía. Jesús dio prioridad a la nueva familia espiritual que surgía de la predicación del reino de Dios sobre la familia carnal: “¿quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos” (Mar. 3:33-34). Ante la tierna mirada hacia un “joven rico”, y su comentario: “vende todo lo que tienes… y ven, sígueme, tomando tu cruz”, los apóstoles le recordaron: “nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Mar. 10:17-31). Las “buenas nuevas” (reino-evangelio) de Jesús llama a la radicalidad al margen de los estándares establecidos, y solo esta radicalidad puede cambiar los sistemas obsoletos, sobre todo cuando se han convertido en alienantes y deshumanizadores.

En segundo lugar, Jesús se enfrentó al sistema sacrificial del Templo

El simple hecho de relacionarse con personas marginadas de la vida social y religiosa, suponía una provocación a la autoridad eclesiástica representada por los escribas y los fariseos (“este a los pecadores recibe y con ellos come” – Lc. 15:2). Otorgar el perdón a los pecadores al margen de las prescripciones de la religión y del templo era disparar un misil a la línea de flotación del Sistema religioso (Mar. 2:1-12; Luc. 7:36-50; etc.). Pero el punto álgido de esta provocación fue su afirmación de que para adorar a Dios no hacía falta ningún templo, ¡ni siquiera el de Jerusalén! (Jn. 4:20-24). Jesús era consciente de sus actitudes y de sus palabras, sabía lo que provocaban. Pero actuó y habló con firmeza y contundencia. También sabía lo que le esperaba, pero “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” de todas formas (Luc. 9:51). ¿Resultado? ¡Le condenaron y le entregaron al poder secular para ser crucificado! ¡Hoy le volverían a condenar… los mismos!

En tercer lugar, Jesús se enfrentó al poder económico y político de su época

Aparte de llamar “hipócritas” a algunos de los fariseos (Mat. 23), la palabra más fuerte puesta en boca de Jesús fue “zorra”, dirigida nada menos que a la máxima autoridad política de Galilea: el tetrarca Herodes (Luc. 13:31-32). Pero el gesto más osado de Jesús, retando al poder económico y político del Sistema judío, fue cuando expulsó de los atrios del templo a los cambistas (¡los banqueros de la época!), que extorsionaban a los peregrinos de la diáspora, y de cuya extorsión se beneficiaban los altos jerarcas del Sanedrín (Mar. 11:15-19). ¡Qué poco hemos cambiado! ¿Podemos cerrar los ojos, y las entendederas, para no ver la magnitud política y social de este episodio? ¿Tanto nos cuesta dejar de mirar “hacia arriba” un minuto para encarar esta realidad humana, terrena, histórica y comprometida de Jesús?

Emilio Lospitao

Autor: E.Lospitao

Hobby, la pintura

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