Fundamentalismo religioso


Por José María Vigil 

La palabra «fundamentalismo» tiene un origen muy concreto. Entre 1910 y 1915, se publicaron en Chicago y Los Ángeles 12 volúmenes sobre doctrina cristiana, bajo el título The Fundamentals (“las cosas fundamentales”). Contenían 90 estudios escritos por 64 autores que trataban de contener el avance de las ideas modernas en el pensamiento de las iglesias cristianas. El proyecto fue financiado por el millonario Lyman Stewart, presidente de la Union Oil Company, financiamiento que permitió la distribución gratuita de un promedio de 250 000 ejemplares de cada tomo. Su director editorial fue el reverendo A. C. Dixon, pastor de la Iglesia Moody de Chicago. La obra dio el nombre de “fundamentalismo” a aquel movimiento cristiano conservador que buscaba defender la fe ante los peligros del pensamiento moderno. La palabra hizo fortuna y, más de un siglo después, está presente en varios idiomas, en la opinión pública y en muchas religiones, sustituyendo, incluso, a vocablos sinónimos anteriores, como integrismoconservadurismo… 

En realidad, estos movimientos de resistencia al cambio o al progreso de las religiones son tan antiguos como ellas mismas. Las religiones, como la humanidad, no han dejado de evolucionar, de transformarse, aunque con frecuencia ellas creen que no, consideran que son inmutables. Y casi siempre esos cambios han obedecido a un juego de fuerzas, unas de conservación y otras de renovación. No tiene nada de extraño ni de anormal, sino más bien de ancestral y consuetudinario. No es, pues, tampoco raro que hoy nos deparemos en muchas iglesias y sociedades con movimientos fundamentalistas. Diríamos que estos no solo permanecen, sino que están florecientes. Los conocemos en iglesias pequeñas y grandes, el cristianismo, el judaísmo y el islam. También en las religiones orientales. 

En realidad, hoy muchos teólogos y cuantiosos simples creyentes han perdido aquella ingenuidad que les hacía pensar que todos los movimientos y debates religiosos se movían por puras causas religiosas. Hoy sabemos que lo «puramente religioso» tal vez no existe o no se da entre los humanos. Detrás y debajo de los movimientos, corrientes teológicas y hasta corrientes de espiritualidad, suele haber causas menos «puramente religiosas», moviendo los hilos. A veces son meros intereses económicos; aquellos libros −The Fundamentals− fueron difundidos con profusión, gratuitamente, financiados generosamente por el presidente de la Union Oil Company… Se habló mucho en las décadas del conflicto social, de las revoluciones, de la difusión de nuevos movimientos religiosos espiritualistas en Centroamérica, sufragados desde el Norte, y no ha cesado la actividad de las «agencias donantes» del primer mundo. ¿Son siempre desinteresadas? Es un tema de análisis sociológico, que no nos corresponde hacer ahora, pero que sí debemos mencionar y tener presente. Al analizar los fundamentalismos, metodológicamente, siempre es preciso hacerlo con sentido crítico: ¿quién apoya monetariamente este movimiento? ¿A quién le interesa? ¿Qué grupo o sector está detrás de estas ideas religiosas? Pero dejemos ese aspecto. 

Fundamentalismo teológico 

En el nivel de «la letra misma» del mensaje religioso que exhibe un movimiento fundamentalista, el papel principal lo juega la argumentación teológica. Es la cara más visible del fundamentalismo: se defiende enardecida y ciegamente afirmaciones supuestamente inamovibles, ya sea por su supuesta evidencia interna, por su carácter «revelado»/tradicional o por ser necesarias para no incurrir en pecados abominables (por ejemplo, los referidos a la sexualidad: aborto, homosexualidad, matrimonio homosexual, LGTBI…). 

Todo parecería ser asunto de ideas, afirmaciones, tesis que se presentan como demostradas o incuestionables, no necesitadas de demostración, artículos de fe por defender, por los que habría que estar dispuestos a dar la vida, incluso, sin ceder a la duda ni al diálogo. 

Obviamente, esto significa que el tratamiento educacional/pastoral del fundamentalismo exige del educador o agente de pastoral un dominio claro del componente racional/intelectual del tema, así como una gran versatilidad mayéutica, para saber dialogar desde los más variados frentes teóricos, con personas y grupos que pueden estar en los más diversos paradigmas teológicos. 

Fundamentalismo profundo 

Pero importa mucho decir que, por debajo de esa cara «teológica» visible y llamativa del fundamentalismo, como en un iceberg flotante por el océano de las religiosidades, hay todo un cuerpo («trece veces mayor», como en los icebergs) sumergido, invisible y muy frecuentemente inconsciente. Hoy sabemos que las «razones» del fundamentalismo no son solo «teológicas». Ya lo hemos dicho al recordar el financiamiento de aquel libro, The Fundamentals, de hace un siglo, el papel de los intereses económicos. Pero no solo. 

Los «motivos» más poderosos de los fundamentalismos religiosos no son racionales, intelectuales, «teológicos», sino muy frecuentemente religiosos (fe ciega acrítica, obediencia a una supuesta revelación de Dios), identitarios (la religiosa es nuestra principal identidad, la más interior), familiares («toda la vida hemos sido de esta religión»), nacionales (nuestro pueblo, escogido por Dios, con su patrona y su Dios protector o nuestro Destino Manifiesto)… 

Lo anterior quiere decir que, en el tratamiento de los fundamentalismos, ya sea en el nivel educativo o pastoral, no valen las solas causas teológicas, teóricas, racionales. Quizá la terapia para ayudar (a personas o a grupos) a superarlas haya de recorrer caminos semejantes a los de la psicología profunda (psicoanálisis), que no aborda al paciente con razones, sino con una amabilidad acogedora y un diván. ¿Qué significará esto en cada caso? Es imposible imaginarlo; encontrarlo es el primer desafío que el educador o pastor debe afrontar. No es que ese sea un acceso alternativo al racional/teológico, pero sí uno complementariamente necesario. Los fundamentalismos no son solo lo que se ve o lo que se escucha en sus encendidos discursos, sino el gran bloque sumergido, el fundamentalismo profundo. 

Nuevo fundamentalismo a la vista 

Afirmamos que en la sociedad occidental culta emerge ahora un «nuevo fundamentalismo». Estamos en un momento de profundo cambio cultural. Lo hemos oído y leído todos: un «nuevo tiempo axial», después de aquel del milenio anterior a nuestra era, de cuyas rentas todavía estamos viviendo, en parte. Pero actualmente, con la instalación más plena de la modernidad y de la ciencia (en las sociedades avanzadas y en los sectores más abiertos dentro de las sociedades no tan avanzadas, tecnológicamente hablando), surgen en la cultura social (no precisamente en la teología, ella no es la generadora) «paradigmas novedosos», que lo afectan todo y desafían de modo radical a lo religioso. 

Se habla de paradigmas nuevos «modernos», es decir, de la modernidad y posmodernidad: la superación de una visión dualista del mundo (tierra/cielo), del ser humano (cuerpo/ alma), de la realidad (materia/espíritu)… La autonomía (frente a la heteronomía del mundo medieval). La nueva valoración de la subjetividad (frente a una pretendida imposición omnímoda de lo «objetivo»). Una epistemología crítica (intolerante ante el autoritarismo dogmático). Una valoración indiscutible de la ciencia, indoblegable ante ningún otro tipo de argumento (sobre todo, el de autoridad, revelación o tradición). Un rechazo espontáneo de todo privilegio de posesión en exclusiva de la verdad. Una valoración de la laicidad, de lo secular, y un rechazo a toda forma totalizante de dominio de la sociedad, por parte de una religión o confesión. Una distinción nunca antes tenida en cuenta: la espiritualidad no es lo mismo que la religión. La preferencia actual por la espiritualidad, no por la religión. Y, quizá, el paradigma más desconcertante… la propuesta de superación del teísmo: seguir creyendo en Dios, pero descubriendo que no es theos (no es un Ente, no es un ser, no es transcendente, no es un Tú, no es personal −sino más que personal−, pero no susceptible de ser tomado como un «amigo invisible», etc.); «un cristianismo no teísta es posible». 

Estos nuevos paradigmas están ya en curso, incluso en sociedades no tan avanzadas. La televisión y los medios actuales de comunicación, así como las redes sociales no dejan de difundir este nuevo Zeitgeist, el espíritu de este tiempo. Y los cristianos conservadores (incluyendo clero y teólogos) se resisten espontáneamente a aceptar estos desafíos recientes. Con razón, porque los cambios que implican son mucho más radicales que dejar de suponer que la creación se hizo en 7 días, o que Adán y Eva existieron. A esta resistencia todavía nadie la ha llamado «fundamentalismo», pero lo es. Es un nuevo fundamentalismo, que todos los agentes de pastoral comprometidos en la transformación de las mentes tendrían que detectar con cuidado, ponerle nombres concretos y afrontarlo expresamente, sujetando al toro por los cuernos. 

Conclusión pedagógica 

Para la práctica pedagógica o pastoral, las conclusiones de todo lo dicho son muchas y las podemos intentar enumerar cuasi telegráficamente para rematar. 

  • Valorar la dimensión inmensa de la dificultad que ofrecen los fundamentalismos, como una de las principales tareas por abordar para una educación popular realista y eficaz a largo plazo.
  • Entrar en la reforma de la epistemología clásica del cristianismo, que nos rescate del ontologismo, del fixismo, del dualismo sobrenaturalista… que el movimiento de Jesús adquirió al salir de Judea y confrontarse con el helenismo.
  • Hacer un esfuerzo denodado contra todo fundamentalismo religioso, con una generosa inversión de capital humano y teológico, para sacar a flote y derretir la enorme parte sumergida o desconocida del «iceberg epistemológico», a saber: 

−  poner fin a la epistemología mítica y a la dogmática realista que ha interpretado los símbolos cristianos como
puras realidades ónticas;

−  llegar a hacer evidente ante nuestro pueblo sencillo que la «única religión verdadera» no existe, y que, desde luego, tampoco es la nuestra; que el exclusivismo cristiano (extra ecclesiam nulla salus) es un fundamentalismo insostenible y que nos hace daño; difundir una conciencia «pluralista» (por contraposición a exclusivista y a inclusivista);

−  propagar la nueva conciencia de distinción entre espiritualidad y religión; esta no debe ser priorizada fundamentalísticamente, sino puesta, con humildad, al servicio de aquella.

−  reconvertir las religiones a su identidad verdadera, como cauces de servicio a la espiritualidad, no como ideologías teológico-políticas para organizar/dominar la sociedad (cristiandad, sharia, estados confesionales, inquisiciones y heterodoxias…); caminando hacia unas «religiones sin verdades», sin teologías, sin doctrinas dogmáticas, sino solo con sabiduría espiritual…

−  asumir suave pero decididamente una pedagogía de los «nuevos paradigmas».

• Todo esto no rendirá todo el efecto deseado si no es respaldado por la oficialidad de las instituciones, por una parte, y por una alianza ecuménica, por otra. Si las Iglesias decidieran caminar juntas ecuménicamente, la superación de los daños que los fundamentalismos causan a las personas, la sociedad y las mismas Iglesias se vería grandemente facilitada. 

Para dialogar: 

Indiquemos algunas acciones concretas que deberíamos emprender para superar los fundamentalismos religiosos desde la educación religiosa. 


José María Vigil es reconocido por sus aportes a la teología y la espiritualidad de la liberación, a la teología del pluralismo religioso y a la reflexión sobre los nuevos paradigmas. Sacerdote claretiano. Integrante de la Asociación de Teólogos y Teólogas del Tercer Mundo. Coordina los Servicios Koinonia. 

Fuente para esta edición: 

Educación religiosa en América Latina y el Caribe: reflexiones y voces plurales para caminos pedagógicos interculturales 

José Mario Méndez Méndez (compilador) 

Autor: E.Lospitao

Hobby, la pintura