¿Es posible otra Iglesia desde el mensaje de Jesús?


Este artículo fue publicado en la revista ¡Restauromanía…? nº 29 de su 1ª Época correspondiente a mayo de 2007, por entonces dirigida exclusivamente a los Predicadores de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración en España, de las que este editor formaba parte.

NOTA: El presente artículo, como casi todos los publicados en ¡Restauromanía..?, tiene como contexto teológico los principios doctrinales de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración. Más aún: tiene como contexto el entorno inmediato de quien suscribe. El lector, si pertenece a otra educación religiosa debe esforzarse por entender esta particularidad. Los demás, en la medida que les afecte. Gracias.

INTRODUCCIÓN

El eslogan que caracteriza al Movimiento de Restauración es “hablar donde habla la Biblia y callar donde la Biblia calla”. De ello se ha querido extraer el concepto más ortodoxo para inspirar y dirigir el trabajo hermenéutico y, desde él, depurar la iglesia hasta conseguir una exactamente igual a aquella de los tiempos apostólicos. Vale, la intención fue –y es- buena. 

Ahora bien, si la lectura de dicho eslogan la hacemos desde el enfoque de las Iglesias de Cristo “liberales”, entonces podemos permitirnos ciertas licencias que no tienen “respaldo” en las Escrituras del Nuevo Testamento[1]. Pero si dicha lectura la hacemos desde el enfoque de las Iglesias de Cristo “conservadoras”, entonces queda muy poco espacio para innovar absolutamente nada que se salga del mimetismo que intentan reproducir de la iglesia del Nuevo Testamento. Es decir, de dicho eslogan debemos deducir que la “restauración” de la iglesia consiste en practicar las mismas y únicas cosas que los cristianos primitivos practicaron. Ni más ni menos. Más, supone añadir algo que Dios no ha mandado. Menos, implica no hacer lo que Dios sí ha ordenado. En ambos casos estamos bajo la ira de un Dios celoso que “castiga la maldad de los padres sobre los hijos hasta la cuarta generación”. Debemos estar justo en el punto exacto de la voluntad de Dios (¡). 

Visto así, la empresa de la restauración requiere fijar muy bien cuál fue el perfil de “la” iglesia del primer siglo para poder constituir nosotros una igual. Este intento nos lleva a formular las siguientes preguntas:

¿Existió en el primer siglo una iglesia monocolor, con las mismas y únicas características religiosas? ¿Existió un único perfil religioso de la iglesia en el primer siglo? ¿Hallamos esa iglesia en las páginas del Nuevo Testamento? ¿Qué iglesia debemos elegir para “restaurar” la nuestra: La iglesia de Jerusalén bajo el liderazgo de Santiago, o la iglesia de Antioquía bajo el liderazgo de Pablo y de Bernabé? ¿..? 

Veamos…

LA IGLESIA DE JERUSALÉN

Hechos 21:17-26

Este texto nos ofrece una información valiosísima para conocer el perfil religioso que tenía la iglesia de Jerusalén, que era, al fin y al cabo, la iglesia «primitiva». Se supone que ésta debería ser la iglesia prototipo para adecuar nosotros la nuestra y presentarnos como “la iglesia del Nuevo Testamento”[2].

Contexto del texto

El contexto del texto en cuestión no es otro que la llegada de Pablo a Jerusalén finalizado su tercer viaje misionero (Hechos 18:22-21:15). Las noticias del ministerio de Pablo habían llegado a Jerusalén con ciertas verdades a medias: 

“Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres” (Hechos 21:21). 

Posiblemente, la predicación de Pablo en Antioquía de Pisidia durante su primer viaje, que Lucas registra en Hechos 13:13-52, dio ocasión para que en Jerusalén pensaran así, y pensaran relativamente bien, pues Pablo había dicho: 

“y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:39)[3].

El caso es que esta llegada de Pablo a Jerusalén pone en evidencia qué creían y qué practicaban los cristianos de la iglesia madre con sus líderes a la cabeza.

Veamos:

Los millares de judíos que formaban esta iglesia, junto con sus líderes, eran…

“celosos por la ley”

Lucas pone en boca de los líderes de la iglesia de Jerusalén estas palabras: 

«Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley» (Hechos 21:20). 

Quienes dicen esto son “todos los ancianos” incluido Jacobo (Hechos 21:18). 

¿Pero qué significaba ser celosos por la ley?  

Para entender bien este sentir religioso, que conllevaba practicar de algún modo la ley de Moisés, debemos retroceder al llamado concilio de Jerusalén (Hechos 15), pero desde la lectura de los interlocutores de Pablo:

“Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación”  (Hechos 21:25 – ver 15:28-29).

“andar ordenadamente” (Hechos 21:24)

La proposición que los líderes de la iglesia de Jerusalén hicieron a Pablo fue nada más y nada menos que demostrara a «la multitud» de judíos cristianos que él también «andaba ordenadamente». ¿Qué significaba para estos líderes andar ordenadamente? ¿Y cómo tenía que demostrar Pablo que él andaba ordenadamente? ¡Pues cumpliendo los votos y purificaciones judaicos juntamente con otros creyentes cristianos de la iglesia de Jerusalén!: 

«Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley» (Hechos 21:23-24).

Pablo accedió a la proposición de los líderes de la iglesia de Jerusalén: 

«Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos» (Hechos 21:26)[4]. 

Debemos recordar que ya Pablo había hecho este tipo de voto estando en Cencrea sin presión de nadie. Y a pesar de su apología sobre la invalidez de la ley de Moisés, especialmente de la circuncisión (Gálatas), él continuó con estas costumbres como judío que era (Hechos 18:18; 20:16)[5].

“que no guarden nada de esto” (Hechos 21:24).

¿Qué era “esto” que no necesitaban guardar los gentiles? “Esto” era la ley. A los gentiles se les eximió de guardar la ley, cosa que la iglesia primitiva de Jerusalén sí guardaba (Se supone que guardaban los ritos de purificaciones, las fiestas, etc., además de la circuncisión). 

Concluyendo…

Según el testimonio de Lucas, los judíos de Jerusalén que creyeron en Jesús como el Mesías, que eran «millares», todos eran «celosos por la ley» (Hechos 21:20). 

Los líderes de la iglesia de Jerusalén, cuyo pilar principal era Jacobo, admitieron que a los gentiles no les habían impuesto más cosas [de la ley] que estas: «que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación», pero ellos en particular seguían guardando la ley (Hechos 21:25).  

Este celo por la ley se ve muy claro también en Gálatas: «Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, [Pedro] comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión». ¡Los de la circuncisión eran los judeocristianos que fueron «de parte de Jacobo»! (Gálatas 2:12).

Que ésta  es la realidad que hallamos en la Escritura, lo puede constatar cualquier estudioso de la Escritura que no esté previamente adoctrinado. O sea, un lector libre.

El hecho de que recopilemos textos de acá y de allá para exponer una teología de la salvación por medio de la fe y no por medio de las obras de la ley, eso no resta valor alguno al otro hecho incontrovertible de que las prácticas religiosas de la iglesia de Jerusalén eran las que se deducen del texto de Lucas. Como tampoco resta valor a este testimonio el hecho de que el apóstol Pablo dedique gran parte de sus epístolas a demostrar que la salvación es por gracia y no por las obras de la ley. 

Según la propia praxis del Apóstol, la piedad religiosa judaizante era compatible con la fe cristiana. Así pues, si la iglesia de Jerusalén es la iglesia “prototipo”, no sólo “podemos” practicar los mismos ritos judaicos que ellos practicaron, sino que “debemos” practicarlos, según la hermenéutica del “ejemplo aprobado” de los líderes de las iglesias de Cristo conservadoras.

Deducción necesaria: El perfil religioso de la iglesia primitiva de Jerusalén era judaico, practicaban los ritos de impureza igual que hacían el resto de los judíos no creyentes en Jesús, incluida la circuncisión. Y lo hacían desde la responsabilidad que exigía la piedad religiosa. Para ellos, venir a ser cristiano no significaba dejar de ser judío.

Pregunta consecuente: ¿Es esta iglesia la que debemos restaurar? 

¡PERO OTRA IGLESIA DIFERENTE FUE POSIBLE!

La iglesia en Antioquia de Siria se originó por medio de la predicación de «unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquia, hablaron también a los griegos». Mediante este trabajo misionero «gran número creyó y se convirtió al Señor». Cuando llegó la noticia a Jerusalén «enviaron a Bernabé», el cual fue a Tarso en busca de Saulo «y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente» (Hechos 11:20-26). Esta es la primera iglesia gentil de la que tenemos noticias en el libro de los Hechos. Y no sólo es la primera iglesia gentil, sino la primera iglesia “teológicamente” gentil. Es decir, una iglesia liberada de las costumbres judaicas. Era una iglesia netamente «paulina» como la de Jerusalén era una iglesia «santiaguina» (ver Hechos 21:18 sig. y Gálatas 2:12).

Entre la iglesia de Jerusalén y la iglesia de Antioquia se había generado una disputa considerable por la cuestión de la ley judía. Aquéllos, los judeocristianos, creían que los gentiles debían guardar la ley y, por lo tanto, la circuncisión. Los gentiles, procedentes del mundo pagano, e inmersos en un estilo de vida totalmente diferente al judío, protestaron. Esto dio origen a dos problemas.

  1. Un problema teológico: ¿Tenían que guardar la ley los gentiles que se convertían al evangelio?
  1. Un problema pastoral: ¿Debían los judeocristianos «soportar» las impurezas de los gentiles, tales como comer sangre y animales sacrificados a los ídolos y contraer matrimonio con parientes próximos, lo que suponía fornicación para los judíos?

A partir de la resolución de este concilio, “la” iglesia del Nuevo Testamento quedó formada por dos comunidades diferentes. ¡Otra iglesia diferente fue posible!

“en cuanto a los gentiles” (Hechos 21:25)

En su contexto, esta frase pone de manifiesto dos cosas: 

Por un lado, manifiesta una condescendencia de la iglesia de Jerusalén hacia los gentiles que habían creído en el evangelio: «solamente» les pidieron que se abstuvieran de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación. Es decir, los judeocristianos renunciaron a imponer a los gentiles toda la ley que ellos sí guardaban. ¡Solamente les pidieron que guardaran cuatro cosas necesarias de dicha ley! (Hechos 15:28-29; 21:25).

Por otro lado, manifiesta que la iglesia de los gentiles estaba libre de guardar «nada de esto» («esto» = la ley), que la iglesia de los judíos sí practicaban.

¡Había surgido una nueva iglesia desde el mismo y único mensaje de Jesús!

Dos comunidades cristianas con perfiles religiosos diferentes aun cuando unidas por un mismo mensaje. Y aquí entramos de lleno en el debate objeto de este artículo: 

¿Es posible otra iglesia diferente? ¡Es posible otra iglesia diferente!

EMERGIENDO HACIA UNA IGLESIA DIFERENTE

La experiencia de la primera comunidad cristiana tenía como soporte religioso la piedad judía con sus “costumbres” (Hechos 21:21). No sólo vivían inmersos en dichas costumbres, sino que estaban convencidos que los gentiles que creían en las Buenas Nuevas también debían observarlas (Hechos 21:25 evidencia un cambio de actitud).

No obstante, la resolución del  llamado “concilio” de Jerusalén pone en evidencia que fue posible otra iglesia diferente a la judaica sin traicionar el mensaje del evangelio. Hoy sería compatible, una vez más, una iglesia judaizante con el evangelio. De hecho, los judíos mesiánicos no abandonan las “costumbres” judaicas. Para ser cristiano, conforme al modelo de la iglesia del Nuevo Testamento, no es necesario dejar de ser judío (¿pueden entender esto los hermanos conservadores?). 

La cuestión es que cuando el evangelio alcanzó al mundo gentil dio a luz una iglesia diferente, como queda de manifiesto en el libro de los Hechos y en algunas epístolas paulinas. Es decir, en las páginas del Nuevo Testamento encontramos dos comunidades diferentes en las formas (formas=costumbres religiosas): una, procedente del judaísmo; otra, procedente del gentilismo. ¡Pero el mensaje era el mismo! 

¿Qué iglesia o comunidad quieren “mimetizar” los hermanos conservadores, la de Jerusalén o la de Antioquía? Ellos tienen la palabra.

LA EMERGENCIA DE ESTA NUEVA Y DIFERENTE IGLESIA NOS ENSEÑA: 

Que la pluralidad y la ortodoxia son compatibles

La convergencia de dos mundos distintos culturalmente (el judío y el gentil), por la interacción del mensaje del evangelio, originó una confrontación ideológica y religiosa, además de una diversidad lógica y comprensible. A pesar de ello, la frase lapidaria que define este pluralismo, como conclusión del concilio, es ejemplar: «no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias». ¿Estamos nosotros dispuestos a no imponer ninguna carga más de las necesarias para tener comunión con otros cristianos y aceptar una iglesia diferente? 

Que la tolerancia no pone en peligro la ortodoxia

Después del concilio, los judeocristianos entendieron que nada de «esto» [la ley] se les debía imponer a los gentiles, antes bien debían aceptarlos en la fraternidad cristiana aun cuando no practicaban ni seguían las costumbres judías; por el contrario, los conversos gentiles seguirían con sus costumbres «paganas» salvo aquellos mínimos consensuados. Un aspecto muy importante a considerar es que los judeocristianos, por su parte, lejos de ofuscarse, se avinieron a una negociación positiva después de «mucha discusión». ¿Estamos nosotros dispuestos a negociar y a discutir las cuestiones que pueden originar una iglesia diferente, de acuerdo a los tiempos en que vivimos? 

Que la uniformidad no es sinónimo de ortodoxia. 

No obstante de sus convicciones en relación con la observancia de la ley, mediante «mucha discusión» durante el concilio, los judeocristianos llegaron a entender que era posible el evangelio para los gentiles al margen de la ley de Moisés. Es decir, los líderes de Jerusalén estuvieron abiertos a los cambios que suponía el evangelio sin la ley mosaica. ¿Estamos nosotros preparados para cambiar nuestra tradición y facilitar la existencia de una iglesia diferente?

Si fue posible otra iglesia al margen de las raíces judaicas, y no perder un ápice de su contenido teológico esencial, ¿cómo no va a ser posible hoy, en el siglo XXI, una iglesia diferente a la tradicional anclada en clichés arcaicos, y permanecer fiel al mensaje cristiano, inspirada en la persona de Jesús?  

NUESTRO TIEMPO EXIGE UNA IGLESIA CONTEMPORÁNEA

Cuando decimos una iglesia “contemporánea”, queremos decir una iglesia adecuada al tiempo y al espacio. Las parábolas de Jesús hubieran sido diferentes si las hubiera aplicado a la gente de nuestro siglo, adecuadas a cada cultura y a cada pueblo. Lo mismo hubiera ocurrido con algunas admoniciones de las epístolas del Nuevo Testamento (especialmente las relativas a instituciones hoy obsoletas)[6].

Una iglesia contemporánea exige una revisión de la liturgia.

La adoración y la alabanza 

Las misiones llevaron el evangelio a todos los rincones del mundo. En el mejor de los casos, estas actividades misioneras supuso no sólo llevar el conocimiento del evangelio y la salvación allende los mares, sino también el progreso de la civilización (en muchos casos este último tópico está por demostrar). Pero debemos reconocer que estas migraciones evangelísticas también supuso colonización y aniquilación de culturas autóctonas. Las misiones, en general, junto con el evangelio, exportaron no sólo la cultura de origen, sino la forma de adorar y de alabar a Dios. De tal suerte, que se ha confundido la cultura de origen con la manera de adorar y de alabar a Dios. Incluso en países civilizados hemos importado no sólo la letra, sino la música asociándolos con la manera “ortodoxa” de adorar a Dios. Hemos reprimido cuando no anulado las riquezas autóctonas musicales, las expresiones e idiosincrasias propias del lugar en aras de una supuesta forma estándar de adoración y alabanza.  ¿Tan aburrido y monótono es Dios? ¿No tiene cada pueblo, etnia o cultura sus propias características expresivas y musicales? ¿No es legítimo que cada cultura use sus peculiaridades e idiosincrasias para alabar y adorar a Dios? ¿No es, por lo tanto, legítima una renovación en esta área de la vida de la iglesia, si procede?

Una iglesia contemporánea exige una revisión de cómo se formalizan los ministerios.

Dones y ministerios

La ayuda económica de otras iglesias (a veces, de países, culturas y tradiciones muy diferentes y particulares), ha significado una aportación muy importante a la evangelización y al sostenimiento de las iglesias en el campo de misión. Pero el mismo hecho, a la larga, se ha convertido en un tapón inmovilizante que impide cualquier acción hacia la renovación e innovación de la iglesia. 

Esta coyuntura coarta la dinámica natural y ministerial, derivada de los dones que se supone que el Espíritu Santo otorga a las nuevas generaciones de cristianos que traen ideas frescas para la iglesia. Y más si tenemos en cuenta que las personas mayores somos por naturaleza tradicionalistas: ¡Nos resistimos a los cambios! ¡Tenemos miedo a los cambios! ¡Creemos que los cambios son contrarios a la “fiel” doctrina y costumbres de la iglesia! Estamos dispuestos a aceptar dichos dones con la condición de que se adapten a las tradiciones de la iglesia, rancias muchas veces. Esto, obviamente, nos lleva a considerar el tema de los jóvenes en las iglesias, que son “el vino nuevo”.

Los jóvenes en la iglesia

Cualquier iglesia daría “un ojo de la cara” por tener un grupo de jóvenes en su seno. Pero en la práctica, no pocas veces, los líderes de la iglesia reducen su trato con ellos a los consabidos tópicos: “son el futuro de la iglesia”, “forman la savia nueva de la iglesia”, etc. Pero en las declaraciones se queda todo. ¿El futuro de la iglesia? ¡NO, son el presente de la iglesia! ¡Deben ser el presente de la iglesia! ¿La savia nueva de la iglesia? ¡Pues dejémosles que la inyecten y les de vida nueva a la iglesia! 

Los jóvenes creyentes de nuestras iglesias, además de convicciones cristianas, tienen formación académica y humanística. Pero los queremos someter a nuestros cortos puntos de miras. Confundimos el desarrollo de los dones con un “ascenso” meritorio derivado de otros “quehaceres” en la iglesia; por ejemplo, limpiar los bancos, ordenar los himnarios y otras cosas por el estilo (si son mujeres), y hacer de “pinche” para lo que sea (si son varones). Esto, además de ser una crasa miopía espiritual por parte de los líderes, es una no pequeña ofuscación carnal que daña y obstaculiza la obra que corresponde al Espíritu Santo. Desarrollar un don espiritual no exige otro quehacer previo de diferente naturaleza. Si desarrollar un don viene a ser un “ascenso” como premio por haber ejercido otras actividades, entonces hemos estado manipulando la voluntariedad de las personas, sean hombres o mujeres.

En no pocos casos, a los jóvenes se los infravalora precisamente por causa de su juventud (o porque se resisten a ser manipulados). En el mejor de los casos, en algunas iglesias, se los limita a formar un coro. O a repartir folletos (¿para conseguir puntos para el ascenso?). Pero esos mismos jóvenes, cuando tienen oportunidad de organizarse, desarrollar un programa de actividades, etc. muestran tener no sólo capacidades suficientes, sino sobra de motivación, de ideas, de ingenio… ¡y de éxitos! Ellos solos, sin personas mayores que les dirijan.[7] 

En nuestras iglesias nos aburren quienes dirigen, presiden y hasta quienes predican, que suelen ser siempre los mismos, mientras que nuestros jóvenes bostezan sentados en los bancos porque no les pedimos que participen (¡Ya lo sé, recogen la ofrenda!). Más que participar, se trata de que ellos organicen, dirijan y desarrollen el culto, o la alabanza, u otras actividades de la iglesia. ¿No es grande la mies y pocos lo obreros? 

¡Existe una grave incomunicación entre los jóvenes y los líderes de algunas iglesias!

La mujer y los dones en la iglesia

Animamos al lector a leer los boletines ¡Restauromanía..? relacionados con el papel de la mujer en la iglesia[8]. En dichos boletines hemos presentado una amplia apología a favor de la participación de la mujer en los ministerios de la iglesia sin excepción, apología que no vamos a repetir aquí.

En esa “otra” iglesia posible hay un lugar para la mujer según los dones particulares que el Espíritu Santo le haya otorgado, ¿O el Espíritu Santo no otorga dones a las mujeres exactamente iguales a los de los hombres? ¿No son ellas también “miembros en particular del cuerpo de Cristo”, que es la iglesia (1 Corintios 12)?

Intentamos justificar nuestra parcialidad diciendo que la mujer tiene “un campo muy amplio” si quiere trabajar en la iglesia. Pero dicha “amplitud” no alcanza todos los ministerios. Y dicha “restricción” se constituye no sólo en una fuerte desmotivación, sino en una bofetada a su dignidad como persona. Habrá mujeres que se sientan a gusto y motivadas ordenando el guardarropas, y está muy bien que realicen eso. Pero otras se sentirán motivadas hacia otros ministerios o servicios de diferente naturaleza según su don o talento (o capacidad), pero, a pesar de ser “muy amplio el campo”, se les niega el ejercicio de estos otros ministerios ¡por ser mujer! 

Por otro lado, nuestra mentalidad y educación machista magnifica la autoría de la mujer en casos de divisiones de iglesias u otros problemas, que ciertamente los hay. Pero aceptamos con suprema normalidad cuando la autoría de dichas divisiones o problemas son varones. ¿Por qué? Es lógico y natural que si la mujer está implicada en los ministerios de la iglesia lo esté también en los problemas que surjan en la iglesia. ¿No tienen derecho ellas también a equivocarse? ¿Las exigiremos a ellas más que a los varones, como ocurre en la vida secular, para que sean merecedoras de nuestro reconocimiento? Hay mujeres inmaduras como hay hombres inmaduros. Hay mujeres ineptas como hay hombres ineptos. Lo malo del sexismo en la iglesia es que siempre aguantamos la ineptitud y la inmadurez de los varones y nos perdemos el beneficio de la aptitud y la madurez de aquellas mujeres que poseen dichas virtudes.

¿Y qué más decir? 

¡Otra iglesia sí es posible sin dejar la ortodoxia del evangelio de Jesús! ¡Pero hay que desearla! ¡Y permitirla!

Se equivocó la paloma…

Como la paloma de la poesía de Alberti, confundimos el trigo con el agua, y nos equivocamos; creemos que el mar es el cielo, y nos equivocamos; creemos que el evangelio son nuestras tradiciones, y nos equivocamos; creemos que el reino de Dios es nuestra iglesia, y nos equivocamos; creemos que la iglesia es una organización, y nos equivocamos; creemos muchas cosas más, y nos equivocamos. Nos equivocamos y queremos seguir equivocados porque la fidelidad que predicamos –y exigimos- está más cerca de nuestros intereses personales que del Dios al cual decimos estar sirviendo; y nos volvemos a equivocar.

CONCLUSIÓN

Una iglesia diferente no significa cambiar el mensaje de la cruz; al contrario, es para hacer más eficaz dicho mensaje, quitando los obstáculos adosados a él por causa de las tradiciones.

Una iglesia diferente no significa negar la autoridad de la Biblia como palabra de Dios; al contrario, es para respetarla como tal mediante la crítica del texto, filtrando los arcaísmos históricos.

Una iglesia diferente no significa desmembrar su organización local; al contrario, es para que dicha organización esté mejor representada evitando el daño que ha venido haciendo un organigrama para la foto.

Una iglesia diferente no significa convertirla en un club social; al contrario, es para hacerla más auténtica reconociendo los dones espirituales de sus miembros y respetarlos.

Una iglesia diferente no significa cambiar nada por el simple hecho de cambiar; al contrario, es para hacer los cambios necesarios que su misión en el mundo le exige.

Una iglesia diferente no significa olvidar y traicionar el pasado; al contrario, es reconocer el impulso, el sacrificio y la vocación de dicho pasado hecho carne en personas con nombres y apellidos, pero con la necesidad imperiosa de mirar hacia delante.

¡UNA IGLESIA DIFERENTE NO SÓLO ES POSIBLE, ES NECESARIA!

Emilio Lospitao

Notas:

1 Como por ejemplo el uso de copitas individuales en la Santa Cena, instituciones que centralizan la ayuda económica para la evangelización, la  escuela dominical, etc. (el lector puede hallar este concepto más desarrollado en ¡Restauromanía..? nº 26.

2. El Nuevo Testamento es la fuente de información para sustentar el núcleo teológico del plan de Dios para salvar a la humanidad sobre la obra redentora de Cristo. Y la columna vertebral de la teología cristiana, que se deriva de esta información, es la salvación por medio de la fe y no por la obras de la ley. Y punto. Desde este presupuesto vital del evangelio, otras formas eclesiásticas es posible. No tiene sentido el mimetismo de las formas para reconocer que una comunidad de creyentes sea o no “la” iglesia del Nuevo Testamento.

 3. Aquí tenemos entroncado transversalmente el tema de la “ley y la gracia” al cual no podemos dedicar tiempo en este artículo.

4. ¿Hizo bien Pablo accediendo a tal petición? Desde una comprensión crítica del texto bíblico, como simple testimonio histórico, podríamos pensar que Pablo no debió acceder, pero la Escritura no hace esa crítica por lo que los conservadores no estarán dispuestos a conceder tampoco esa crítica (¡es palabra inspirada!).

5. ¿Fue Pablo incoherente al enseñar una cosa y luego hacer otra distinta? No obstante, creemos que el Apóstol actuó según dicta el relativismo que exige todas las circunstancias de la vida. Pablo no fue un obcecado fanático.

6. Sobre este punto invitamos al lector consultar ¡Restauromanía..? nº 28 (Hubiera escrito el apóstol Pablo hoy todo “eso”).

7. Como botón de muestra, ahí está la organización y el desarrollo de los Retiros de Jóvenes de las Iglesias de Cristo en España: los conferenciantes mayores fueron simples participantes invitados por los organizadores.

8. Aparte de los boletines aludidos, el lector podrán encontrar un trabajo dedicado completamente al tema “Mujer e Iglesia” en la página web de este boletín.