La Iglesia nació en la casa – #6


CRISTIANISMO HETEROGENEO

“Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión”. (Gálatas 2:12).

¿Qué tiene que ver la “heterogeneidad” del cristianismo primitivo con el hecho de que éste naciera y se organizara en el entorno social e institucional de la casa? En principio no tiene que ver nada. Son dos conceptos totalmente diferentes. Ocuparnos de este tema tiene como objetivo único hacer emerger precisamente esa “heterogeneidad” que formaba el cristianismo del primer siglo, que es una apología añadida en el currículo teológico de las Iglesias de Cristo

1. EL LIBRO DE LOS HECHOS COMO LIBRO DE HISTORIA

Con alguna frecuencia oímos hablar del libro de Hechos como el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. Ciertamente, el libro de Hechos contiene “historias” –no tantas como nos gustaría– del cristianismo primitivo; pero en ninguna manera podemos decir que es el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. El libro de Hechos es más bien un escrito positivista y entusiasta del cristianismo primitivo visto desde la distancia del tiempo. Ofrece una imagen idealizada de los primeros cristianos según la cual estos formaban una comunidad que no consideraba nada suyo, vivían en comunión y compartían todas las cosas…; y sin duda fue así entre algunas de la muchas comunidades domésticas de Jerusalén (Hechos 2:42; 4:32 sig.). Otras comunidades, sin embargo, también en Jerusalén, helenistas, esperaban las migajas de aquella comunión (Hechos 6:1). 

Especialmente en los sumarios del libro, Lucas va dejando un rastro de ese positivismo (Hechos 5:42; 9:31; 15:35; 16:5; etc.). Pero el libro de Hechos, sobre todo, es un escrito conciliador entre las diversas tradiciones del cristianismo primitivo. Lucas suaviza la discordia que se originó entre pagano-cristianos y judeo-cristianos, dejando el caso concluido con la lapidaria resolución de: “que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre…” (Hechos 15:29); pero ignora voluntariamente las consecuencias de dicha discordia, que Pablo sí pone de relieve (Gálatas 2). Lucas silencia la tensión continuada que mantuvo Pablo con “los de Jacobo” (Gálatas 2:2-3), los misioneros judeocristianos procedentes de Judea que con tanta amargura el Apóstol describe en algunas de sus cartas (1 Corintios 9; 2 Corintios 4; Filipenses 3); y, sobre todo, su lucha con aquellos que persistían en imponer la ley a los gentiles (Gálatas 3-5). Lucas se esfuerza en presentar un cristianismo armonioso, capaz de afrontar todos los problemas estructurales y teológicos; por ejemplo, presenta la cara más amable de la aceptación de los gentiles en la iglesia en Antioquía (Hechos 11:22), a pesar de las tensiones que hubo con los “judaizantes”; y obvia las diferentes teologías que siguió a estas tensiones entre pagano-cristianos y judeo-cristianos (Hechos 21:20, 25). 

El autor de Hechos no tiene inconveniente en presentar a Apolos como un varón elocuente, poderoso en las Escrituras, que “había sido instruido en el camino del Señor” y no obstante, “solo conocía el bautismo de Juan” (Hechos 18:24-25), lo cual plantea muchas preguntas al lector atento. Es decir, el libro de Hechos no es el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. Nos falta un “mapa del sitio” que nos ofrezca toda la información histórica sobre el cristianismo primitivo.

2. NOS FALTA EL “MAPA DEL SITIO” 

Si nos imagináramos el cristianismo como un “puzle” geopolítico-exegético-literario, la información que nos ofrece el libro de Hechos –y el resto del NT– vendría a suponer solo algunas “piezas” de dicho “puzle”. Información insuficiente para tener una visión de conjunto de lo que realmente fue el cristianismo en su compleja totalidad en sus inicios. Por supuesto, nos referimos a la información histórica. Nos falta un “mapa del sitio” que nos ofrezca toda la información que necesitamos. Pero este “mapa del sitio” (canónico) no existe. Obviamente, disponemos de la literatura patrística, propia de su tiempo, pero los de la “sana doctrina” dirán que no es “escritura inspirada”.

La información completa de ese “mapa del sitio” nos ayudaría mucho para llenar bastantes lagunas informativas del NT. Creemos que la falta de percepción de esta realidad (la parcial información del NT), les lleva a muchos exégetas de las Iglesias de Cristo a dogmatizar a partir de informaciones parciales y, algunas veces, desubicadas, como es el caso de 1 Corintios 14:33b-35.

Este “mapa del sitio” se echa en falta, por ejemplo, por la nula información que tenemos en el NT de las misiones de los demás Apóstoles (aparte de Pablo, Pedro, Felipe y poco más), el mutismo sobre el tipo de iglesias que se implantaron en otras zonas geográficas distintas a las referidas en el NT, aparte de las teologías que desarrollaron estas comunidades (Lémonon, Jean-Pierre. “Los judeocristianos: testigos olvidados”. CB nº 135). Disponemos poco más que la información que se derivó de las iglesias del entorno mediterráneo nororiental gracias a las cartas que Pablo dirigió a algunas de ellas, cuyos contenidos son muy específicos y locales. Esto es normal si tenemos en cuenta que la producción literaria que compone el NT canónico no fue un proyecto metódico y sistemático pensado para la posteridad, sino el resultado de necesidades muy específicas causadas por problemas en algunas comunidades cristianas, especialmente paulinas o de tradición paulina (¡Jesús no escribió absolutamente nada ni instó a hacerlo!). Esta carencia de información produce, en algunos casos, una imagen distorsionada del cristianismo cuando no mensajes discordantes y confusos. Por ejemplo, ¿Cómo armonizar que la mujer pueda profetizar y dirigir la oración en la asamblea (1 Corintios 11:5), y, un poco más adelante en el mismo escrito, decir que la mujer debe guardar silencio en la misma asamblea (1Corintios 14:34-35)? ¿Cómo armonizar el hecho evidente de que hubiera mujeres que desarrollaban un prominente e indiscutible liderazgo en algunas comunidades cristianas (Romanos 16:3, 12; Filipenses 4:3; etc.), con la prohibición de que la mujer pueda enseñar en la comunidad (1Timoteo 2:11-12)? Si la conversión del centurión Cornelio fue posterior a la vocación de los gentiles antioquenos (como parece ser según Hechos 8:1; 11:19 sig.), ¿por qué los líderes de Jerusalén se rasgaron las vestiduras por el hecho de que Pedro hubiera entrado en la casa de un gentil y se maravillaron de que también los gentiles fueran partícipes de la gracia, si este encuentro con los gentiles ya se había producido en Antioquía antes (Hechos 11:3, 18)? ¿No debieron de haberse sorprendido cuando sucedió lo de Antioquía? 

Estas discordancias e incoherencias se pueden explicar mediante el estudio crítico histórico-literario, además del hermenéutico. Por supuesto, para ello hay que leer el texto bíblico de manera crítica (y algo más que la Biblia sola),  despojarse de los estereotipos tradicionales, ideológicos y románticos y dejar que el Nuevo Testamento “hable”. 

3. EL JUDAÍSMO DE LA ÉPOCA NEOTESTAMENTARIA Y LA IGLESIA PRIMITIVA

En principio, el judaísmo de la época del NT no era homogéneo; no creían lo mismo, por ejemplo, los fariseos, los saduceos y los herodianos (Hechos 23:8). En la prístina comunidad cristiana entraron judíos de diversos orígenes: levitas, sacerdotes, fariseos (Hechos 4:36; 6:7; 15:5), judíos de lengua hebrea (aramea) y de lengua griega, helenistas de la diáspora (Hechos 6:1). De alguna manera, todos estos representaban la comunidad judeocristiana primitiva. Cada grupo tenía su propia idea sobre la práctica de los mandamientos surgidos de la Ley mosaica (Hechos 15:5). Por tanto, es difícil precisar los mandamientos seguidos por los grupos llamados “judeocristianos”, pues entre unos y otros podía haber diferencias importantes. La cuestión de todo esto es que la comunidad cristiana primitiva seguía observando los preceptos de la Ley, y cada grupo la observaba de manera particular. Las conclusiones del “concilio” de Jerusalén (que impuso a los gentiles observar algunos preceptos de la Ley) debieron ser aquellas que se correspondían con las del grupo más influyente (Hechos 15:28-29), como ocurre en toda organización humana. Esta amalgama ideológica por sí mismo originaba inevitablemente una diversidad con características muy particulares. 

4. LA IRRUPCIÓN DE LOS GENTILES EN LA IGLESIA 

El efecto más importante de esta heterogeneidad lo protagonizaron los gentiles que abrazaron la fe cristiana: requirieron de un “concilio” para protestar contra la imposición de la Ley que el sector judeocristiano más intransigente («de los de Jacobo») quiso imponer sobre ellos (Hechos 15:1, 5). A partir de ahí, además de la “amalgama ideológica” señalada más arriba, el cristianismo primitivo estuvo representado especialmente por dos grupos diferentes étnicos: judíos y gentiles. Para un tratamiento más extenso sobre este tópico, sugerimos el trabajo “Iglesias del Nuevo Testamento” disponible en la web de la revista Renovación. Otra cosa es que el ala del cristianismo que prevaleció y subsistió fuera el representado por la Gran Iglesia Gentil en Occidente, liderado por Saulo de Tarso en sus orígenes. Es curioso observar que los requisitos mínimos de la ley, que los judeocristianos impusieron a los gentiles que creyeron en el evangelio para facilitar la comunión (Hechos 15:28-29; 21:25), fueron luego las pruebas de cargo que la Gran Iglesia usó para condenar a los judeocristianos (Lémonon, Jean-Pierre. “Los judeocristianos: testigos olvidados”. CB nº 135). La Historia es caprichosa, se escribe así. 

5. PABLO Y SUS RIVALES Y VICEVERSA

En principio, Pablo tuvo dos grupos “rivales” judeocristianos. Pero ninguno de ellos eran “herejes” o “apóstatas”, sino compañeros de “milicia”. A uno de estos grupos pertenecían los que fueron a Antioquía “de parte de Jacobo” y que tanto atemorizó a Pedro (Gálatas 2:12); es decir, este grupo lo formaban los judeocristianos que querían imponer la ley a los gentiles (Gálatas 3-5; Filipenses 3). Por otro lado estaba el grupo judeocristiano que cuestionaba la autoridad apostólica de Pablo (1 Corintios 9; 2 Corintios 4; etc.), aunque es posible que algunos estuvieran en los dos frentes rivales a la vez. A estos “misioneros”, que procedían de Judea, incluso con cartas de recomendación, posiblemente de Jerusalén (2 Corintios 3:1), Pablo los llama irónicamente “grandes apóstoles” –otras versiones: “superapóstoles”(2Corintios 11:5 BTI), pero no duda en llamarlos también “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos” (2Corintios 11:13). Este lenguaje que Pablo usa en estas controversias judaizantes hemos de entenderlo en ese contexto de tono a veces acalorado –así, el “¡ojalá se mutilasen!” de Gálatas 5:12 (Lit. “se castrasen”)– pero no en un sentido formal o teológico, como suelen hacer algunos exégetas para afirmar su exclusivismo. Estos “misioneros” aprovecharon la circunstancia de que el Apóstol no “exigía” ser mantenido por predicar el evangelio (1 Corintios 4:12; 9:14-19; 1 Tes.2:9; Hechos 20:34-35) para subestimar la autoridad de su apostolado, porque estos “superapóstoles” pensaban que el verdadero “apóstol” era aquel que se atenía a la comisión de Jesús, como ellos hacían (Cf. Marcos 6:7 sig.). Pablo reconoce la comisión de Jesús y el derecho que el evangelista tenía de percibir salario por su trabajo (1 Corintios 9), pero justifica y defiende su modus operandi diferente (2Corintios 10-11) ante sus adversarios. Es decir, estos “misioneros” –a los que Pablo llama “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos”– eran líderes que representaban a grupos con tradiciones cristianas distintas a las de Pablo, y que ponían su impronta personal. El Apóstol aún contaba con otros “rivales”: aquellos que solo buscaban cómo hacerle daño moralmente (Filipenses 1:15-18), pero estos podían pertenecer incluso a la propia tradición paulina (era una cuestión personal).

6. LA COMUNIDAD DE PEDRO

Sabemos muy poco del ministerio de Pedro salvo lo que Lucas, por motivos teológicos-literarios, nos cuenta en Hechos 1-12. Las dos epístolas universales atribuidas a Pedro se limitan a exhortar a una Iglesia en tránsito hacia la institucionalización, pero no habla de las misiones del autor.

A Pedro le vemos en Antioquía, en medio del conflicto entre judeo-cristianos y pagano-cristianos (Gálatas 2:11 sig.); implícitamente también le encontramos en Corinto (1 Corintios 1:10 sig.) –aquí puede tratarse más bien de misioneros que apelaban a la autoridad del Apóstol (Gerd Theissen, 1985)–, y en Roma, donde según la tradición fue mártir. Al igual que las comunidades de Jerusalén, donde Jacobo se había convertido en el líder máximo, las de Pedro seguían observando también la Ley, aun cuando Pedro entendió que los gentiles no necesitaban observarla (Hechos 15:7-11). Por lo que trasciende del texto de Gálatas, Pedro no tuvo problemas en compartir la mesa con los cristianos gentiles… ¡hasta que llegaron “los de Jacobo”! (Gálatas 2:12). Es decir, las comunidades de Pedro, que eran flexibles como él, se llevaron bien con las comunidades de Pablo, en lo que se refería a la observancia de la Ley. Estas comunidades petrinas representaban otra variedad de las diferentes tradiciones cristianas; estaban entre las comunidades de Jacobo, más estrictas en observar la Ley (hasta el punto de no compartir mesa con los cristianos gentiles – implícito en Gálatas 2:12), y las comunidades de Pablo, que se habían liberado totalmente de la Ley.

7. LOS JUDEOCRISTIANOS HELENISTAS

Otra diversidad la protagonizaban los judeocristianos de la diáspora, los helenistas (Sobre los judíos de la diáspora, J. Leipoldt-W. Grundmann, “El mundo del Nuevo Testamento”. Vol. I). En principio, los judíos helenistas radicados en Jerusalén tenían sus propias sinagogas (Hechos 6:9). En el año 63 a.C. Pompeyo llevó a Roma como esclavos a una gran cantidad de judíos. Más tarde se les concedió la libertad y muchos de ellos regresaron a Palestina agrupándose en una sinagoga que recibió el apelativo de “sinagoga de los libertos” (La Biblia BTI). Una vez, en el evangelio de Juan, se dice que unos griegos –posiblemente judíos helenistas- “querían ver a Jesús” (Juan 12:20). En el marco de la iglesia de Jerusalén, los judeocristianos helenistas fueron ninguneados en la ayuda social para las viudas, lo que motivó una protesta por esta causa, quizás por la incomunicación que origina no hablar el mismo idioma (Hechos 6:1 sig.). Fueron estos judeocristianos helenistas los que provocaron la persecución habida en Jerusalén por el crítico discurso de Esteban (helenista también) contra el Templo (Hechos 6:8 -7:1 sig.). Es digno de observar que en esta persecución los Apóstoles quedaron a salvo, pues ellos no huyeron de Jerusalén, lo que puede significar que la persecución se dirigió particularmente contra los judeocristianos helenistas, ¡y los Apóstoles no lo eran! (Hechos 8:1). Estos judeocristianos helenistas, no obstante, fueron los que llevaron el evangelio a Samaria (Hechos 8:4 sig.), a algunas ciudades siro-fenicias [Tiro, Tolemaida] (Hechos 21:3-4), a Antioquía (Hechos 11:19-20), hasta Damasco (Hechos 9:1-2, por deducción). Es decir, llevaron las buenas nuevas del reino de Dios a los gentiles sin imponerles la observancia de la Ley. No nos extraña, pues, que esta tradición judeocristiana helenista encontrara oposición con la tradición judeocristiana que lideraba Jacobo en Jerusalén. Y no nos extraña tampoco que Saulo de Tarso se encontrara como pez en el agua entre estos discípulos antioquenos con los cuales estuvo enseñando durante un año a mucha gente (Hechos 11:26).

8. LOS DEL “BAUTISMO DE JUAN” 

Además de Pablo, otro misionero por libre había arribado a Éfeso (¿antes que él?). Apolos era un judío de la diáspora, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Lucas afirma que “había sido instruido en el camino del Señor… ¡aunque solamente conocía el bautismo de Juan!” (Hechos 18:24-25). En Éfeso había conseguido establecer una comunidad, con la que Pablo tomó contacto y “rebautizó” al menos a algunos de ellos (Hechos 19:1-7). Priscila y Aquila le conocieron y le “expusieron más exactamente el camino de Dios”. Los discípulos de Éfeso le dieron carta de recomendación para que fuera recibido en Acaya (Hechos 18:26-27). Apolos era un evangelista itinerante e independiente (1 Corintios 16:12).

La pregunta que suscita Hechos 18:24-25 es la siguiente: ¿Cómo es que, un evangelista que ya “había sido instruido en el camino del Señor” (antes que Priscila y Aquila le “expusieran más exactamente el camino de Dios”), solo conociera el bautismo de Juan? ¿Dónde había obtenido Apolos dicha “instrucción”? ¿Quiénes fueron sus maestros? ¿Quiénes le comisionaron a predicar? No lo sabemos. Pero la única explicación plausible es que Apolos hubiera sido “instruido en el camino del Señor” en el seno de una tradición cristiana diferente a la de Pablo, a la de Pedro y a la del mismo Jacobo. Apolos debió de haber sido instruido en alguna de las tradiciones galileas, de los seguidores primitivos de Jesús durante su ministerio, y antiguos discípulos de Juan el Bautista que se añadieron al movimiento de Jesús posteriormente. En cualquier caso, Apolos procedía de una tradición cristiana que practicaba el bautismo de Juan. Cuando Pablo se duele de que algunos cristianos se jactaban de pertenecer a Pablo, a Apolos, a Pedro… solo está señalando la punta del iceberg (1 Corintios 1:12 sig.).

Emilio Lospitao