La Iglesia nació en la casa – #5


DE LA CASA A  LA BASÍLICA

1. CAMINAR HACE CAMINO

¿Es comprensible, sociológicamente hablando, que un grupo organizado de personas, como lo fue la Iglesia, se hubiera mantenido intacto, como “envasado al vacío”, libre de influencias externas, durante mucho tiempo y en todo lugar? ¿Es extraño que la Iglesia, con el tiempo, fuera sufriendo cambios estructurales, litúrgicos y de orden, si durante la época apostólica y subapostólica ya se originaron reajustes institucionales como fue la aceptación del orden social de la sociedad greco-romana, que afectó incluso a su organización? ¿Podemos calificar de “apostasía” a simples diferencias entre grupos religiosos cristianos, sobre todo teniendo en cuenta la diversidad de tradiciones que existían en el cristianismo primitivo?… Solo los grupos sectarios, mediante una férrea disciplina interna, un fuerte sentido de pertenencia al grupo y, por lo tanto, excluyentes, pueden mantener un perfil social y religioso al margen del natural progreso que genera una sociedad viva. De hecho, la supervivencia del cristianismo primitivo, representado luego por la Gran Iglesia, fue posible porque se adaptó al orden social greco-romano de aquella época, y este orden se convirtió en la “sana doctrina”, o sea, la “ortodoxia” hegemónica que arrasó con las demás tradiciones. 

Podemos constatar que hubo apostasía durante los siglos posteriores en la Iglesia; esto parece quedar claro cuando contrastamos los principios teológicos neotestamentarios y el devenir teológico y doctrinario en los concilios subsiguientes en la Iglesia. Pero de aquí a la idea de que dicha apostasía comenzó con la muerte del último Apóstol, dista mucho. Esto último surge de una doctrina ideologizada y arbitraria en el Movimiento de Restauración muy lejos del estudio exegético neotestamentario e histórico.

Lo que sigue es una brevísima referencia a los cambios que se originaron cuando la Iglesia cambió de “hábitat” físico, de la casa, donde nació, a la basílica, donde empezaría su imparable institucionalización al modelo del Imperio. De aquellos polvos, estos lodos que la Iglesia cosecharía en el largo transcurso de su historia, y que tanto daño hizo a la comunidad cristiana.

2. LA “DOMUS ECCLESIAE

Al comienzo de este trabajo hemos constatado que la “casa” fue el hábitat físico, social y religioso de la “iglesia doméstica” durante prácticamente los tres primeros siglos. Los “códigos domésticos” de la época se hicieron normas en la organización de la iglesia como “familia –casa– espiritual”.

La domus ecclesiae, en principio, era la misma casa, espaciosa, que los cristianos habían venido usando exclusivamente para el culto, pero ahora la dedican para los servicios logísticos de la comunidad: organización, liturgia, docencia, acogida… Además, la domus eclesiae vino a ser el lugar de residencia de los responsables directos de la administración espiritual y material, los cuales se convirtieron a la vez en anfitriones naturales de los misioneros itinerantes. La domus eclesiae contribuyó eficazmente en el afianzamiento de un estatus nuevo de la Iglesia en la sociedad greco-romana, como lo había hecho la sinagoga judía anteriormente. Lo que Pablo escribió teológicamente de la Iglesia respecto al vínculo incuestionable que le unía al judaísmo (Romanos 10-11), tuvo también como objetivo legitimarse social y políticamente; es decir, ¡el cristianismo no era un movimiento más de los muchos que se originaban en Oriente, a los cuales miraban con mucho recelo en Grecia y en Roma, sino un movimiento que hundía sus raíces en una religión muy antigua, reconocida y aceptada en el Imperio: el judaísmo! La domus ecclesiae, con el arraigo consolidado mediante la aceptación de los códigos domésticos y el respeto axiomático a los gobernantes, supo ganarse el reconocimiento del Imperio con la misma eficacia que lo había hecho la sinagoga. La domus ecclesiae fue el lugar físico de tránsito entre la “casa” y la “basílica”. 

3. LA BASÍLICA

El término basílica deriva del griego βασιλική y es una elipsis de la expresión completa βασιλική οἰκία (basiliké oikía) que quiere decir “casa real”. La basílica era un suntuoso edificio público que en Grecia y en Roma solía destinarse al tribunal. En las ciudades romanas ocupaba un lugar preferente en el foro. O sea, la basílica era un edificio público y laico. 

Aunque el uso de la basílica, como lugar de culto cristiano, se atribuye a la época de Constantino, no obstante, algunos autores creen que este cambio no fue tan brusco, pues ya la Iglesia había empezado a usarla para las reuniones litúrgicas con anterioridad, ya que por sus características arquitectónicas permitía reuniones muy numerosas (La arquitectura paleocristiana, catacumbas y basílicas: https://arte.laguia2000.com/arquitectura/arquitectura-paleocristiana-la-basilica – visto 9/07/2023).

Como rechazaron, al principio, los templos paganos, los cristianos adaptaron para la posteridad el diseño de la basílica romana. Pero fue especialmente a partir del reconocimiento del cristianismo como “religión autorizada” que la basílica vino a ser el templo por excelencia de la Iglesia. La basílica más antigua conservada es la de San Juan de Letrán en Roma. Fue consagrada por el papa Silvestre en el año 324. Junto a esta basílica se halla el Baptisterio con el mismo nombre, un edifico octogonal, construido por el papa Sixto III (434-440) sobre una estructura circular del tiempo de Constantino, con una piscina en el interior para los bautismos, que todavía se practicaban por inmersión. Los baptisterios se inspiraban en los balnearios romanos, pero ahora con un sentido distinto. Éste del que hablamos es uno de los más importantes del mundo cristiano. 

4. DE LA CASA A LA BASÍLICA

Durante la transición de la casa a la basílica (pasando por la domus ecclesiae), se produjeron cambios muy significativos en la Iglesia no solo en las formas sino también en el fondo. 

Durante el tiempo que la iglesia doméstica tuvo como sede la “casa” no existían diferencias importantes entre los que desarrollaban algún ministerio y los demás cristianos. Existía, sí, un profundo respeto hacia las personas entregadas al servicio de los fieles (obispos, diáconos, etc.), fomentado ya en los escritos del NT (1Tes. 5:12-13; 1Timoteo 5:17 sig.) y, especialmente, en las cartas de Ignacio de Antioquía a principios del siglo II. Pero aún no habían aparecido los conceptos de “clérigo” y “laico”, que tanto se distinguirán más tarde. Por otro lado, el culto en la “casa” estaba acompañado por un ágape fraternal, en cuyo contexto se celebraba la “eucaristía” (Santa Cena). El problema de 1Corintios 11:17-22 no radica en que la eucaristía compartiera espacio y tiempo con el ágape; el problema hundía sus raíces en una discriminación social entre “ricos” y “pobres” (Theissen, Gerd. “Estudios de sociología del cristianismo primitivo”, p. 257-283). Es decir, durante el tiempo en que la Iglesia se desarrolló eclesial y litúrgicamente en la “casa”, dio vida a una “familia espiritual” donde todos eran hermanos, y el ágape y la eucaristía se constituía en un fiel reflejo de comunión y unidad.

Cuando esta vida eclesial y litúrgica se trasladó a la domus ecclesiae, primero, la “santa cena” (eucaristía) se separó de la comida fraternal (el ágape): la eucaristía comienza así su itinerario hipersacramental; y, segundo, como consecuencia de ello, se prohibió la celebración de la eucaristía en otro lugar que no fuera la domus eclesiae. Al vivir el “clero” en la misma domus eclesiae, lugar exclusivo ya para el culto, comenzó a diferenciarse entre estos y el resto de los cristianos: clérigos y laicos.

El paso de la domus eclesiae a la basílica llevó consigo otros cambios de naturaleza parecida. La eucaristía ha llegado a su clímax sacro; por lo tanto, se prohíbe su celebración en la domus eclesiae, y el único lugar autorizado será ahora la basílica. Por otro lado, la mesa donde se celebraba el ágape y la eucaristía, situada en un lugar céntrico del habitáculo, se ha convertido ahora en el altar; y del lugar céntrico donde se hallaba la mesa, de la cual participaban de ella todos, ahora se ha trasladado a un extremo del local, considerado “lugar santo”. El pan y el vino se han convertido literalmente en “cuerpo” y “sangre” de Cristo. Ha empezado la era constantiniana. Pero esto es ya otra historia.

Emilio Lospitao