¿Es posible otra Iglesia desde el mensaje de Jesús?


Este artículo fue publicado en la revista ¡Restauromanía…? nº 29 de su 1ª Época correspondiente a mayo de 2007, por entonces dirigida exclusivamente a los Predicadores de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración en España, de las que este editor formaba parte.

NOTA: El presente artículo, como casi todos los publicados en ¡Restauromanía..?, tiene como contexto teológico los principios doctrinales de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración. Más aún: tiene como contexto el entorno inmediato de quien suscribe. El lector, si pertenece a otra educación religiosa debe esforzarse por entender esta particularidad. Los demás, en la medida que les afecte. Gracias.

INTRODUCCIÓN

El eslogan que caracteriza al Movimiento de Restauración es “hablar donde habla la Biblia y callar donde la Biblia calla”. De ello se ha querido extraer el concepto más ortodoxo para inspirar y dirigir el trabajo hermenéutico y, desde él, depurar la iglesia hasta conseguir una exactamente igual a aquella de los tiempos apostólicos. Vale, la intención fue –y es- buena. 

Ahora bien, si la lectura de dicho eslogan la hacemos desde el enfoque de las Iglesias de Cristo “liberales”, entonces podemos permitirnos ciertas licencias que no tienen “respaldo” en las Escrituras del Nuevo Testamento[1]. Pero si dicha lectura la hacemos desde el enfoque de las Iglesias de Cristo “conservadoras”, entonces queda muy poco espacio para innovar absolutamente nada que se salga del mimetismo que intentan reproducir de la iglesia del Nuevo Testamento. Es decir, de dicho eslogan debemos deducir que la “restauración” de la iglesia consiste en practicar las mismas y únicas cosas que los cristianos primitivos practicaron. Ni más ni menos. Más, supone añadir algo que Dios no ha mandado. Menos, implica no hacer lo que Dios sí ha ordenado. En ambos casos estamos bajo la ira de un Dios celoso que “castiga la maldad de los padres sobre los hijos hasta la cuarta generación”. Debemos estar justo en el punto exacto de la voluntad de Dios (¡). 

Visto así, la empresa de la restauración requiere fijar muy bien cuál fue el perfil de “la” iglesia del primer siglo para poder constituir nosotros una igual. Este intento nos lleva a formular las siguientes preguntas:

¿Existió en el primer siglo una iglesia monocolor, con las mismas y únicas características religiosas? ¿Existió un único perfil religioso de la iglesia en el primer siglo? ¿Hallamos esa iglesia en las páginas del Nuevo Testamento? ¿Qué iglesia debemos elegir para “restaurar” la nuestra: La iglesia de Jerusalén bajo el liderazgo de Santiago, o la iglesia de Antioquía bajo el liderazgo de Pablo y de Bernabé? ¿..? 

Veamos…

LA IGLESIA DE JERUSALÉN

Hechos 21:17-26

Este texto nos ofrece una información valiosísima para conocer el perfil religioso que tenía la iglesia de Jerusalén, que era, al fin y al cabo, la iglesia «primitiva». Se supone que ésta debería ser la iglesia prototipo para adecuar nosotros la nuestra y presentarnos como “la iglesia del Nuevo Testamento”[2].

Contexto del texto

El contexto del texto en cuestión no es otro que la llegada de Pablo a Jerusalén finalizado su tercer viaje misionero (Hechos 18:22-21:15). Las noticias del ministerio de Pablo habían llegado a Jerusalén con ciertas verdades a medias: 

“Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres” (Hechos 21:21). 

Posiblemente, la predicación de Pablo en Antioquía de Pisidia durante su primer viaje, que Lucas registra en Hechos 13:13-52, dio ocasión para que en Jerusalén pensaran así, y pensaran relativamente bien, pues Pablo había dicho: 

“y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:39)[3].

El caso es que esta llegada de Pablo a Jerusalén pone en evidencia qué creían y qué practicaban los cristianos de la iglesia madre con sus líderes a la cabeza.

Veamos:

Los millares de judíos que formaban esta iglesia, junto con sus líderes, eran…

“celosos por la ley”

Lucas pone en boca de los líderes de la iglesia de Jerusalén estas palabras: 

«Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley» (Hechos 21:20). 

Quienes dicen esto son “todos los ancianos” incluido Jacobo (Hechos 21:18). 

¿Pero qué significaba ser celosos por la ley?  

Para entender bien este sentir religioso, que conllevaba practicar de algún modo la ley de Moisés, debemos retroceder al llamado concilio de Jerusalén (Hechos 15), pero desde la lectura de los interlocutores de Pablo:

“Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación”  (Hechos 21:25 – ver 15:28-29).

“andar ordenadamente” (Hechos 21:24)

La proposición que los líderes de la iglesia de Jerusalén hicieron a Pablo fue nada más y nada menos que demostrara a «la multitud» de judíos cristianos que él también «andaba ordenadamente». ¿Qué significaba para estos líderes andar ordenadamente? ¿Y cómo tenía que demostrar Pablo que él andaba ordenadamente? ¡Pues cumpliendo los votos y purificaciones judaicos juntamente con otros creyentes cristianos de la iglesia de Jerusalén!: 

«Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley» (Hechos 21:23-24).

Pablo accedió a la proposición de los líderes de la iglesia de Jerusalén: 

«Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos» (Hechos 21:26)[4]. 

Debemos recordar que ya Pablo había hecho este tipo de voto estando en Cencrea sin presión de nadie. Y a pesar de su apología sobre la invalidez de la ley de Moisés, especialmente de la circuncisión (Gálatas), él continuó con estas costumbres como judío que era (Hechos 18:18; 20:16)[5].

“que no guarden nada de esto” (Hechos 21:24).

¿Qué era “esto” que no necesitaban guardar los gentiles? “Esto” era la ley. A los gentiles se les eximió de guardar la ley, cosa que la iglesia primitiva de Jerusalén sí guardaba (Se supone que guardaban los ritos de purificaciones, las fiestas, etc., además de la circuncisión). 

Concluyendo…

Según el testimonio de Lucas, los judíos de Jerusalén que creyeron en Jesús como el Mesías, que eran «millares», todos eran «celosos por la ley» (Hechos 21:20). 

Los líderes de la iglesia de Jerusalén, cuyo pilar principal era Jacobo, admitieron que a los gentiles no les habían impuesto más cosas [de la ley] que estas: «que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación», pero ellos en particular seguían guardando la ley (Hechos 21:25).  

Este celo por la ley se ve muy claro también en Gálatas: «Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, [Pedro] comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión». ¡Los de la circuncisión eran los judeocristianos que fueron «de parte de Jacobo»! (Gálatas 2:12).

Que ésta  es la realidad que hallamos en la Escritura, lo puede constatar cualquier estudioso de la Escritura que no esté previamente adoctrinado. O sea, un lector libre.

El hecho de que recopilemos textos de acá y de allá para exponer una teología de la salvación por medio de la fe y no por medio de las obras de la ley, eso no resta valor alguno al otro hecho incontrovertible de que las prácticas religiosas de la iglesia de Jerusalén eran las que se deducen del texto de Lucas. Como tampoco resta valor a este testimonio el hecho de que el apóstol Pablo dedique gran parte de sus epístolas a demostrar que la salvación es por gracia y no por las obras de la ley. 

Según la propia praxis del Apóstol, la piedad religiosa judaizante era compatible con la fe cristiana. Así pues, si la iglesia de Jerusalén es la iglesia “prototipo”, no sólo “podemos” practicar los mismos ritos judaicos que ellos practicaron, sino que “debemos” practicarlos, según la hermenéutica del “ejemplo aprobado” de los líderes de las iglesias de Cristo conservadoras.

Deducción necesaria: El perfil religioso de la iglesia primitiva de Jerusalén era judaico, practicaban los ritos de impureza igual que hacían el resto de los judíos no creyentes en Jesús, incluida la circuncisión. Y lo hacían desde la responsabilidad que exigía la piedad religiosa. Para ellos, venir a ser cristiano no significaba dejar de ser judío.

Pregunta consecuente: ¿Es esta iglesia la que debemos restaurar? 

¡PERO OTRA IGLESIA DIFERENTE FUE POSIBLE!

La iglesia en Antioquia de Siria se originó por medio de la predicación de «unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquia, hablaron también a los griegos». Mediante este trabajo misionero «gran número creyó y se convirtió al Señor». Cuando llegó la noticia a Jerusalén «enviaron a Bernabé», el cual fue a Tarso en busca de Saulo «y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente» (Hechos 11:20-26). Esta es la primera iglesia gentil de la que tenemos noticias en el libro de los Hechos. Y no sólo es la primera iglesia gentil, sino la primera iglesia “teológicamente” gentil. Es decir, una iglesia liberada de las costumbres judaicas. Era una iglesia netamente «paulina» como la de Jerusalén era una iglesia «santiaguina» (ver Hechos 21:18 sig. y Gálatas 2:12).

Entre la iglesia de Jerusalén y la iglesia de Antioquia se había generado una disputa considerable por la cuestión de la ley judía. Aquéllos, los judeocristianos, creían que los gentiles debían guardar la ley y, por lo tanto, la circuncisión. Los gentiles, procedentes del mundo pagano, e inmersos en un estilo de vida totalmente diferente al judío, protestaron. Esto dio origen a dos problemas.

  1. Un problema teológico: ¿Tenían que guardar la ley los gentiles que se convertían al evangelio?
  1. Un problema pastoral: ¿Debían los judeocristianos «soportar» las impurezas de los gentiles, tales como comer sangre y animales sacrificados a los ídolos y contraer matrimonio con parientes próximos, lo que suponía fornicación para los judíos?

A partir de la resolución de este concilio, “la” iglesia del Nuevo Testamento quedó formada por dos comunidades diferentes. ¡Otra iglesia diferente fue posible!

“en cuanto a los gentiles” (Hechos 21:25)

En su contexto, esta frase pone de manifiesto dos cosas: 

Por un lado, manifiesta una condescendencia de la iglesia de Jerusalén hacia los gentiles que habían creído en el evangelio: «solamente» les pidieron que se abstuvieran de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación. Es decir, los judeocristianos renunciaron a imponer a los gentiles toda la ley que ellos sí guardaban. ¡Solamente les pidieron que guardaran cuatro cosas necesarias de dicha ley! (Hechos 15:28-29; 21:25).

Por otro lado, manifiesta que la iglesia de los gentiles estaba libre de guardar «nada de esto» («esto» = la ley), que la iglesia de los judíos sí practicaban.

¡Había surgido una nueva iglesia desde el mismo y único mensaje de Jesús!

Dos comunidades cristianas con perfiles religiosos diferentes aun cuando unidas por un mismo mensaje. Y aquí entramos de lleno en el debate objeto de este artículo: 

¿Es posible otra iglesia diferente? ¡Es posible otra iglesia diferente!

EMERGIENDO HACIA UNA IGLESIA DIFERENTE

La experiencia de la primera comunidad cristiana tenía como soporte religioso la piedad judía con sus “costumbres” (Hechos 21:21). No sólo vivían inmersos en dichas costumbres, sino que estaban convencidos que los gentiles que creían en las Buenas Nuevas también debían observarlas (Hechos 21:25 evidencia un cambio de actitud).

No obstante, la resolución del  llamado “concilio” de Jerusalén pone en evidencia que fue posible otra iglesia diferente a la judaica sin traicionar el mensaje del evangelio. Hoy sería compatible, una vez más, una iglesia judaizante con el evangelio. De hecho, los judíos mesiánicos no abandonan las “costumbres” judaicas. Para ser cristiano, conforme al modelo de la iglesia del Nuevo Testamento, no es necesario dejar de ser judío (¿pueden entender esto los hermanos conservadores?). 

La cuestión es que cuando el evangelio alcanzó al mundo gentil dio a luz una iglesia diferente, como queda de manifiesto en el libro de los Hechos y en algunas epístolas paulinas. Es decir, en las páginas del Nuevo Testamento encontramos dos comunidades diferentes en las formas (formas=costumbres religiosas): una, procedente del judaísmo; otra, procedente del gentilismo. ¡Pero el mensaje era el mismo! 

¿Qué iglesia o comunidad quieren “mimetizar” los hermanos conservadores, la de Jerusalén o la de Antioquía? Ellos tienen la palabra.

LA EMERGENCIA DE ESTA NUEVA Y DIFERENTE IGLESIA NOS ENSEÑA: 

Que la pluralidad y la ortodoxia son compatibles

La convergencia de dos mundos distintos culturalmente (el judío y el gentil), por la interacción del mensaje del evangelio, originó una confrontación ideológica y religiosa, además de una diversidad lógica y comprensible. A pesar de ello, la frase lapidaria que define este pluralismo, como conclusión del concilio, es ejemplar: «no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias». ¿Estamos nosotros dispuestos a no imponer ninguna carga más de las necesarias para tener comunión con otros cristianos y aceptar una iglesia diferente? 

Que la tolerancia no pone en peligro la ortodoxia

Después del concilio, los judeocristianos entendieron que nada de «esto» [la ley] se les debía imponer a los gentiles, antes bien debían aceptarlos en la fraternidad cristiana aun cuando no practicaban ni seguían las costumbres judías; por el contrario, los conversos gentiles seguirían con sus costumbres «paganas» salvo aquellos mínimos consensuados. Un aspecto muy importante a considerar es que los judeocristianos, por su parte, lejos de ofuscarse, se avinieron a una negociación positiva después de «mucha discusión». ¿Estamos nosotros dispuestos a negociar y a discutir las cuestiones que pueden originar una iglesia diferente, de acuerdo a los tiempos en que vivimos? 

Que la uniformidad no es sinónimo de ortodoxia. 

No obstante de sus convicciones en relación con la observancia de la ley, mediante «mucha discusión» durante el concilio, los judeocristianos llegaron a entender que era posible el evangelio para los gentiles al margen de la ley de Moisés. Es decir, los líderes de Jerusalén estuvieron abiertos a los cambios que suponía el evangelio sin la ley mosaica. ¿Estamos nosotros preparados para cambiar nuestra tradición y facilitar la existencia de una iglesia diferente?

Si fue posible otra iglesia al margen de las raíces judaicas, y no perder un ápice de su contenido teológico esencial, ¿cómo no va a ser posible hoy, en el siglo XXI, una iglesia diferente a la tradicional anclada en clichés arcaicos, y permanecer fiel al mensaje cristiano, inspirada en la persona de Jesús?  

NUESTRO TIEMPO EXIGE UNA IGLESIA CONTEMPORÁNEA

Cuando decimos una iglesia “contemporánea”, queremos decir una iglesia adecuada al tiempo y al espacio. Las parábolas de Jesús hubieran sido diferentes si las hubiera aplicado a la gente de nuestro siglo, adecuadas a cada cultura y a cada pueblo. Lo mismo hubiera ocurrido con algunas admoniciones de las epístolas del Nuevo Testamento (especialmente las relativas a instituciones hoy obsoletas)[6].

Una iglesia contemporánea exige una revisión de la liturgia.

La adoración y la alabanza 

Las misiones llevaron el evangelio a todos los rincones del mundo. En el mejor de los casos, estas actividades misioneras supuso no sólo llevar el conocimiento del evangelio y la salvación allende los mares, sino también el progreso de la civilización (en muchos casos este último tópico está por demostrar). Pero debemos reconocer que estas migraciones evangelísticas también supuso colonización y aniquilación de culturas autóctonas. Las misiones, en general, junto con el evangelio, exportaron no sólo la cultura de origen, sino la forma de adorar y de alabar a Dios. De tal suerte, que se ha confundido la cultura de origen con la manera de adorar y de alabar a Dios. Incluso en países civilizados hemos importado no sólo la letra, sino la música asociándolos con la manera “ortodoxa” de adorar a Dios. Hemos reprimido cuando no anulado las riquezas autóctonas musicales, las expresiones e idiosincrasias propias del lugar en aras de una supuesta forma estándar de adoración y alabanza.  ¿Tan aburrido y monótono es Dios? ¿No tiene cada pueblo, etnia o cultura sus propias características expresivas y musicales? ¿No es legítimo que cada cultura use sus peculiaridades e idiosincrasias para alabar y adorar a Dios? ¿No es, por lo tanto, legítima una renovación en esta área de la vida de la iglesia, si procede?

Una iglesia contemporánea exige una revisión de cómo se formalizan los ministerios.

Dones y ministerios

La ayuda económica de otras iglesias (a veces, de países, culturas y tradiciones muy diferentes y particulares), ha significado una aportación muy importante a la evangelización y al sostenimiento de las iglesias en el campo de misión. Pero el mismo hecho, a la larga, se ha convertido en un tapón inmovilizante que impide cualquier acción hacia la renovación e innovación de la iglesia. 

Esta coyuntura coarta la dinámica natural y ministerial, derivada de los dones que se supone que el Espíritu Santo otorga a las nuevas generaciones de cristianos que traen ideas frescas para la iglesia. Y más si tenemos en cuenta que las personas mayores somos por naturaleza tradicionalistas: ¡Nos resistimos a los cambios! ¡Tenemos miedo a los cambios! ¡Creemos que los cambios son contrarios a la “fiel” doctrina y costumbres de la iglesia! Estamos dispuestos a aceptar dichos dones con la condición de que se adapten a las tradiciones de la iglesia, rancias muchas veces. Esto, obviamente, nos lleva a considerar el tema de los jóvenes en las iglesias, que son “el vino nuevo”.

Los jóvenes en la iglesia

Cualquier iglesia daría “un ojo de la cara” por tener un grupo de jóvenes en su seno. Pero en la práctica, no pocas veces, los líderes de la iglesia reducen su trato con ellos a los consabidos tópicos: “son el futuro de la iglesia”, “forman la savia nueva de la iglesia”, etc. Pero en las declaraciones se queda todo. ¿El futuro de la iglesia? ¡NO, son el presente de la iglesia! ¡Deben ser el presente de la iglesia! ¿La savia nueva de la iglesia? ¡Pues dejémosles que la inyecten y les de vida nueva a la iglesia! 

Los jóvenes creyentes de nuestras iglesias, además de convicciones cristianas, tienen formación académica y humanística. Pero los queremos someter a nuestros cortos puntos de miras. Confundimos el desarrollo de los dones con un “ascenso” meritorio derivado de otros “quehaceres” en la iglesia; por ejemplo, limpiar los bancos, ordenar los himnarios y otras cosas por el estilo (si son mujeres), y hacer de “pinche” para lo que sea (si son varones). Esto, además de ser una crasa miopía espiritual por parte de los líderes, es una no pequeña ofuscación carnal que daña y obstaculiza la obra que corresponde al Espíritu Santo. Desarrollar un don espiritual no exige otro quehacer previo de diferente naturaleza. Si desarrollar un don viene a ser un “ascenso” como premio por haber ejercido otras actividades, entonces hemos estado manipulando la voluntariedad de las personas, sean hombres o mujeres.

En no pocos casos, a los jóvenes se los infravalora precisamente por causa de su juventud (o porque se resisten a ser manipulados). En el mejor de los casos, en algunas iglesias, se los limita a formar un coro. O a repartir folletos (¿para conseguir puntos para el ascenso?). Pero esos mismos jóvenes, cuando tienen oportunidad de organizarse, desarrollar un programa de actividades, etc. muestran tener no sólo capacidades suficientes, sino sobra de motivación, de ideas, de ingenio… ¡y de éxitos! Ellos solos, sin personas mayores que les dirijan.[7] 

En nuestras iglesias nos aburren quienes dirigen, presiden y hasta quienes predican, que suelen ser siempre los mismos, mientras que nuestros jóvenes bostezan sentados en los bancos porque no les pedimos que participen (¡Ya lo sé, recogen la ofrenda!). Más que participar, se trata de que ellos organicen, dirijan y desarrollen el culto, o la alabanza, u otras actividades de la iglesia. ¿No es grande la mies y pocos lo obreros? 

¡Existe una grave incomunicación entre los jóvenes y los líderes de algunas iglesias!

La mujer y los dones en la iglesia

Animamos al lector a leer los boletines ¡Restauromanía..? relacionados con el papel de la mujer en la iglesia[8]. En dichos boletines hemos presentado una amplia apología a favor de la participación de la mujer en los ministerios de la iglesia sin excepción, apología que no vamos a repetir aquí.

En esa “otra” iglesia posible hay un lugar para la mujer según los dones particulares que el Espíritu Santo le haya otorgado, ¿O el Espíritu Santo no otorga dones a las mujeres exactamente iguales a los de los hombres? ¿No son ellas también “miembros en particular del cuerpo de Cristo”, que es la iglesia (1 Corintios 12)?

Intentamos justificar nuestra parcialidad diciendo que la mujer tiene “un campo muy amplio” si quiere trabajar en la iglesia. Pero dicha “amplitud” no alcanza todos los ministerios. Y dicha “restricción” se constituye no sólo en una fuerte desmotivación, sino en una bofetada a su dignidad como persona. Habrá mujeres que se sientan a gusto y motivadas ordenando el guardarropas, y está muy bien que realicen eso. Pero otras se sentirán motivadas hacia otros ministerios o servicios de diferente naturaleza según su don o talento (o capacidad), pero, a pesar de ser “muy amplio el campo”, se les niega el ejercicio de estos otros ministerios ¡por ser mujer! 

Por otro lado, nuestra mentalidad y educación machista magnifica la autoría de la mujer en casos de divisiones de iglesias u otros problemas, que ciertamente los hay. Pero aceptamos con suprema normalidad cuando la autoría de dichas divisiones o problemas son varones. ¿Por qué? Es lógico y natural que si la mujer está implicada en los ministerios de la iglesia lo esté también en los problemas que surjan en la iglesia. ¿No tienen derecho ellas también a equivocarse? ¿Las exigiremos a ellas más que a los varones, como ocurre en la vida secular, para que sean merecedoras de nuestro reconocimiento? Hay mujeres inmaduras como hay hombres inmaduros. Hay mujeres ineptas como hay hombres ineptos. Lo malo del sexismo en la iglesia es que siempre aguantamos la ineptitud y la inmadurez de los varones y nos perdemos el beneficio de la aptitud y la madurez de aquellas mujeres que poseen dichas virtudes.

¿Y qué más decir? 

¡Otra iglesia sí es posible sin dejar la ortodoxia del evangelio de Jesús! ¡Pero hay que desearla! ¡Y permitirla!

Se equivocó la paloma…

Como la paloma de la poesía de Alberti, confundimos el trigo con el agua, y nos equivocamos; creemos que el mar es el cielo, y nos equivocamos; creemos que el evangelio son nuestras tradiciones, y nos equivocamos; creemos que el reino de Dios es nuestra iglesia, y nos equivocamos; creemos que la iglesia es una organización, y nos equivocamos; creemos muchas cosas más, y nos equivocamos. Nos equivocamos y queremos seguir equivocados porque la fidelidad que predicamos –y exigimos- está más cerca de nuestros intereses personales que del Dios al cual decimos estar sirviendo; y nos volvemos a equivocar.

CONCLUSIÓN

Una iglesia diferente no significa cambiar el mensaje de la cruz; al contrario, es para hacer más eficaz dicho mensaje, quitando los obstáculos adosados a él por causa de las tradiciones.

Una iglesia diferente no significa negar la autoridad de la Biblia como palabra de Dios; al contrario, es para respetarla como tal mediante la crítica del texto, filtrando los arcaísmos históricos.

Una iglesia diferente no significa desmembrar su organización local; al contrario, es para que dicha organización esté mejor representada evitando el daño que ha venido haciendo un organigrama para la foto.

Una iglesia diferente no significa convertirla en un club social; al contrario, es para hacerla más auténtica reconociendo los dones espirituales de sus miembros y respetarlos.

Una iglesia diferente no significa cambiar nada por el simple hecho de cambiar; al contrario, es para hacer los cambios necesarios que su misión en el mundo le exige.

Una iglesia diferente no significa olvidar y traicionar el pasado; al contrario, es reconocer el impulso, el sacrificio y la vocación de dicho pasado hecho carne en personas con nombres y apellidos, pero con la necesidad imperiosa de mirar hacia delante.

¡UNA IGLESIA DIFERENTE NO SÓLO ES POSIBLE, ES NECESARIA!

Emilio Lospitao

Notas:

1 Como por ejemplo el uso de copitas individuales en la Santa Cena, instituciones que centralizan la ayuda económica para la evangelización, la  escuela dominical, etc. (el lector puede hallar este concepto más desarrollado en ¡Restauromanía..? nº 26.

2. El Nuevo Testamento es la fuente de información para sustentar el núcleo teológico del plan de Dios para salvar a la humanidad sobre la obra redentora de Cristo. Y la columna vertebral de la teología cristiana, que se deriva de esta información, es la salvación por medio de la fe y no por la obras de la ley. Y punto. Desde este presupuesto vital del evangelio, otras formas eclesiásticas es posible. No tiene sentido el mimetismo de las formas para reconocer que una comunidad de creyentes sea o no “la” iglesia del Nuevo Testamento.

 3. Aquí tenemos entroncado transversalmente el tema de la “ley y la gracia” al cual no podemos dedicar tiempo en este artículo.

4. ¿Hizo bien Pablo accediendo a tal petición? Desde una comprensión crítica del texto bíblico, como simple testimonio histórico, podríamos pensar que Pablo no debió acceder, pero la Escritura no hace esa crítica por lo que los conservadores no estarán dispuestos a conceder tampoco esa crítica (¡es palabra inspirada!).

5. ¿Fue Pablo incoherente al enseñar una cosa y luego hacer otra distinta? No obstante, creemos que el Apóstol actuó según dicta el relativismo que exige todas las circunstancias de la vida. Pablo no fue un obcecado fanático.

6. Sobre este punto invitamos al lector consultar ¡Restauromanía..? nº 28 (Hubiera escrito el apóstol Pablo hoy todo “eso”).

7. Como botón de muestra, ahí está la organización y el desarrollo de los Retiros de Jóvenes de las Iglesias de Cristo en España: los conferenciantes mayores fueron simples participantes invitados por los organizadores.

8. Aparte de los boletines aludidos, el lector podrán encontrar un trabajo dedicado completamente al tema “Mujer e Iglesia” en la página web de este boletín. 

La Iglesia nació en la casa – #7


CONCLUSIÓN

En teoría al menos, se podría alcanzar un consenso bastante óptimo, de cualquier texto, con cierto esfuerzo y buena voluntad, a partir de una disciplina hermenéutica, porque existen reglas que la rigen. No ocurre igual con las ideologías. Estas no se dirimen por medio de disciplinas académicas, científicas…, sino por afectos y sentimientos, es decir, por el hígado. Nada hará cambiar de idea a quienes ya han optado de antemano por una proposición determinada, cualquiera que ésta sea. Lo más obvio será objeto de controversia porque incluso la obviedad, si no cuadra con la idea preconcebida, será un objetivo a derrocar. Detrás de cualquier ideología, sea política o religiosa, habrá un mecanismo activo dispuesto a fanatizar. El fanatismo es el caldo de cultivo para sustentar cualquier ideología. Los dogmas religiosos, si bien son inevitables, la mayoría de las veces estos dogmas están anclados en ideologías. Se fundamentan de manera absoluta en una idea, es decir, se ideologiza. Y supera a la razón, cuando no la anula.

Existe un mal sistémico, dogmático y generalizado entre algunos exégetas de las Iglesias de Cristo, que no es diferente al del resto del mundo Evangélico Protestante. Este mal sistémico subyace en la identificación axiomática de la lista de libros “canonizados” (a partir del siglo IV), y solo de éstos, como “Palabra de Dios”, literal, palabra por palabra, al margen de cualquier observación hermenéutica. 

Como consecuencia de este mal sistémico, los libros canonizados, que son heterogéneos porque pertenecen a épocas distintas, a autores diferentes y a teologías mediatizadas, se le ha otorgado un valor compacto, homogéneo, uniforme, inequívoco, absoluto, «inerrante»… En el mejor de los casos, estos exégetas ven el material de cada hagiógrafo como un complemento perfecto del material de los demás, incapaces de percibir sus diferencias y antagonismos. 

Como consecuencia de ello, se ha subestimado la influencia, el estilo, el juicio (o prejuicio) personal de los hagiógrafos, además del tiempo cronológico de los escritos, las circunstancias sociales, religiosas y políticas que dan sentido y explicación a los enunciados bíblicos. Esta lista de libros canonizados la han convertido, con el más frívolo estilo pagano, en un texto bajado del cielo, dictado directamente por la boca de Dios. Han eliminado de un tajo la hermenéutica, la ciencia que puede poner a cada texto en su lugar adecuado.

En el material que hemos expuesto en los capítulos que forman este breve trabajo nos hemos esforzado en explicar las causas sociales, políticas, estructurales que fueron concomitantes en la formación y posterior institucionalización de la Iglesia; es decir, hemos puesto los “pies” de las Escrituras sobre la tierra. Sobre todo, nos hemos esforzado en mostrar la involución que sufrió el cristianismo entre finales del primer siglo y mediados del segundo, donde se dirimió el orden social de los códigos domésticos y, por tanto, el papel de la mujer en la Iglesia. Todo esto nos ofrece la cara humana, social, política e institucional del desarrollo del cristianismo del primer siglo. El Nuevo Testamento simplemente da fe de cómo sucedió, mediante los diversos escritos que lo componen, los cuales presentan los hechos desde ideologías particulares, propósitos singulares, y apologías mediatizadas por circunstancias socio-políticas más que teológicas (aunque a veces se teologizan). 

El exegeta partidario del “pack monolítico” de la “inspiración literal”, sin más miramiento, seguirá recitando textos bíblicos de manera descontextualizada, y dirá ufano: “porque la Biblia lo dice”; pero el que sienta algún pudor, y respeto a la Escritura, investigará para conocer los momentos históricos y las circunstancias que motivaron los textos “sagrados”, y, por tanto, la naturaleza de la lista de libros canonizados que llamamos “Palabra de Dios”, desacreditada muchas veces como tal por causa del fanatismo.

BIBLIOGRAFÍA

–Jeremías, Joaquín. Jerusalén en tiempos de Jesús. Cristiandad, 1980.

–E. Brown, Raymond. Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron. Desclee de Brouwer, 1986. Introducción al Nuevo Testamento, Tomo II, Ed. Trotta.

–Marxsen, Willi. Introducción al Nuevo Testamento, una iniciación a sus problemas. Sígueme,1983.

–Theissen, Gerd. Estudios de sociología del cristianismo primitivo. Sígueme, 1985.

–Aguirre, Rafael. Del movimiento de Jesús a la Iglesia primitiva. Verbo Divino, 2009.

–Varios autores. Así empezó el cristianismo. (Ed. Rafael Aguirre). Verbo Divino, 2010.

– Johannes Leipoldt y Walter Grundmann, El Mundo del Nuevo Testamento. Cristiandad, 1971.

– de Vaux, R. Instituciones del Antiguo Testamento. Herder. 

– Enciclopedia de la Biblia – Garriga. Barcelona, 1969.

–A. Meeks, Wayne. Los primeros cristianos urbanos. Sígueme.

–Lémonon, Jean-Pierre. Los judeocristianos: testigos olvidados. Verbo Divino.

–Pagola, José Antonio. Jesús de Nazaret, el hombre y su mensaje. Publicaciones idatz.

Emilio Lospitao

La Iglesia nació en la casa – #6


CRISTIANISMO HETEROGENEO

“Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión”. (Gálatas 2:12).

¿Qué tiene que ver la “heterogeneidad” del cristianismo primitivo con el hecho de que éste naciera y se organizara en el entorno social e institucional de la casa? En principio no tiene que ver nada. Son dos conceptos totalmente diferentes. Ocuparnos de este tema tiene como objetivo único hacer emerger precisamente esa “heterogeneidad” que formaba el cristianismo del primer siglo, que es una apología añadida en el currículo teológico de las Iglesias de Cristo

1. EL LIBRO DE LOS HECHOS COMO LIBRO DE HISTORIA

Con alguna frecuencia oímos hablar del libro de Hechos como el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. Ciertamente, el libro de Hechos contiene “historias” –no tantas como nos gustaría– del cristianismo primitivo; pero en ninguna manera podemos decir que es el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. El libro de Hechos es más bien un escrito positivista y entusiasta del cristianismo primitivo visto desde la distancia del tiempo. Ofrece una imagen idealizada de los primeros cristianos según la cual estos formaban una comunidad que no consideraba nada suyo, vivían en comunión y compartían todas las cosas…; y sin duda fue así entre algunas de la muchas comunidades domésticas de Jerusalén (Hechos 2:42; 4:32 sig.). Otras comunidades, sin embargo, también en Jerusalén, helenistas, esperaban las migajas de aquella comunión (Hechos 6:1). 

Especialmente en los sumarios del libro, Lucas va dejando un rastro de ese positivismo (Hechos 5:42; 9:31; 15:35; 16:5; etc.). Pero el libro de Hechos, sobre todo, es un escrito conciliador entre las diversas tradiciones del cristianismo primitivo. Lucas suaviza la discordia que se originó entre pagano-cristianos y judeo-cristianos, dejando el caso concluido con la lapidaria resolución de: “que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre…” (Hechos 15:29); pero ignora voluntariamente las consecuencias de dicha discordia, que Pablo sí pone de relieve (Gálatas 2). Lucas silencia la tensión continuada que mantuvo Pablo con “los de Jacobo” (Gálatas 2:2-3), los misioneros judeocristianos procedentes de Judea que con tanta amargura el Apóstol describe en algunas de sus cartas (1 Corintios 9; 2 Corintios 4; Filipenses 3); y, sobre todo, su lucha con aquellos que persistían en imponer la ley a los gentiles (Gálatas 3-5). Lucas se esfuerza en presentar un cristianismo armonioso, capaz de afrontar todos los problemas estructurales y teológicos; por ejemplo, presenta la cara más amable de la aceptación de los gentiles en la iglesia en Antioquía (Hechos 11:22), a pesar de las tensiones que hubo con los “judaizantes”; y obvia las diferentes teologías que siguió a estas tensiones entre pagano-cristianos y judeo-cristianos (Hechos 21:20, 25). 

El autor de Hechos no tiene inconveniente en presentar a Apolos como un varón elocuente, poderoso en las Escrituras, que “había sido instruido en el camino del Señor” y no obstante, “solo conocía el bautismo de Juan” (Hechos 18:24-25), lo cual plantea muchas preguntas al lector atento. Es decir, el libro de Hechos no es el libro de “la historia de la Iglesia primitiva”. Nos falta un “mapa del sitio” que nos ofrezca toda la información histórica sobre el cristianismo primitivo.

2. NOS FALTA EL “MAPA DEL SITIO” 

Si nos imagináramos el cristianismo como un “puzle” geopolítico-exegético-literario, la información que nos ofrece el libro de Hechos –y el resto del NT– vendría a suponer solo algunas “piezas” de dicho “puzle”. Información insuficiente para tener una visión de conjunto de lo que realmente fue el cristianismo en su compleja totalidad en sus inicios. Por supuesto, nos referimos a la información histórica. Nos falta un “mapa del sitio” que nos ofrezca toda la información que necesitamos. Pero este “mapa del sitio” (canónico) no existe. Obviamente, disponemos de la literatura patrística, propia de su tiempo, pero los de la “sana doctrina” dirán que no es “escritura inspirada”.

La información completa de ese “mapa del sitio” nos ayudaría mucho para llenar bastantes lagunas informativas del NT. Creemos que la falta de percepción de esta realidad (la parcial información del NT), les lleva a muchos exégetas de las Iglesias de Cristo a dogmatizar a partir de informaciones parciales y, algunas veces, desubicadas, como es el caso de 1 Corintios 14:33b-35.

Este “mapa del sitio” se echa en falta, por ejemplo, por la nula información que tenemos en el NT de las misiones de los demás Apóstoles (aparte de Pablo, Pedro, Felipe y poco más), el mutismo sobre el tipo de iglesias que se implantaron en otras zonas geográficas distintas a las referidas en el NT, aparte de las teologías que desarrollaron estas comunidades (Lémonon, Jean-Pierre. “Los judeocristianos: testigos olvidados”. CB nº 135). Disponemos poco más que la información que se derivó de las iglesias del entorno mediterráneo nororiental gracias a las cartas que Pablo dirigió a algunas de ellas, cuyos contenidos son muy específicos y locales. Esto es normal si tenemos en cuenta que la producción literaria que compone el NT canónico no fue un proyecto metódico y sistemático pensado para la posteridad, sino el resultado de necesidades muy específicas causadas por problemas en algunas comunidades cristianas, especialmente paulinas o de tradición paulina (¡Jesús no escribió absolutamente nada ni instó a hacerlo!). Esta carencia de información produce, en algunos casos, una imagen distorsionada del cristianismo cuando no mensajes discordantes y confusos. Por ejemplo, ¿Cómo armonizar que la mujer pueda profetizar y dirigir la oración en la asamblea (1 Corintios 11:5), y, un poco más adelante en el mismo escrito, decir que la mujer debe guardar silencio en la misma asamblea (1Corintios 14:34-35)? ¿Cómo armonizar el hecho evidente de que hubiera mujeres que desarrollaban un prominente e indiscutible liderazgo en algunas comunidades cristianas (Romanos 16:3, 12; Filipenses 4:3; etc.), con la prohibición de que la mujer pueda enseñar en la comunidad (1Timoteo 2:11-12)? Si la conversión del centurión Cornelio fue posterior a la vocación de los gentiles antioquenos (como parece ser según Hechos 8:1; 11:19 sig.), ¿por qué los líderes de Jerusalén se rasgaron las vestiduras por el hecho de que Pedro hubiera entrado en la casa de un gentil y se maravillaron de que también los gentiles fueran partícipes de la gracia, si este encuentro con los gentiles ya se había producido en Antioquía antes (Hechos 11:3, 18)? ¿No debieron de haberse sorprendido cuando sucedió lo de Antioquía? 

Estas discordancias e incoherencias se pueden explicar mediante el estudio crítico histórico-literario, además del hermenéutico. Por supuesto, para ello hay que leer el texto bíblico de manera crítica (y algo más que la Biblia sola),  despojarse de los estereotipos tradicionales, ideológicos y románticos y dejar que el Nuevo Testamento “hable”. 

3. EL JUDAÍSMO DE LA ÉPOCA NEOTESTAMENTARIA Y LA IGLESIA PRIMITIVA

En principio, el judaísmo de la época del NT no era homogéneo; no creían lo mismo, por ejemplo, los fariseos, los saduceos y los herodianos (Hechos 23:8). En la prístina comunidad cristiana entraron judíos de diversos orígenes: levitas, sacerdotes, fariseos (Hechos 4:36; 6:7; 15:5), judíos de lengua hebrea (aramea) y de lengua griega, helenistas de la diáspora (Hechos 6:1). De alguna manera, todos estos representaban la comunidad judeocristiana primitiva. Cada grupo tenía su propia idea sobre la práctica de los mandamientos surgidos de la Ley mosaica (Hechos 15:5). Por tanto, es difícil precisar los mandamientos seguidos por los grupos llamados “judeocristianos”, pues entre unos y otros podía haber diferencias importantes. La cuestión de todo esto es que la comunidad cristiana primitiva seguía observando los preceptos de la Ley, y cada grupo la observaba de manera particular. Las conclusiones del “concilio” de Jerusalén (que impuso a los gentiles observar algunos preceptos de la Ley) debieron ser aquellas que se correspondían con las del grupo más influyente (Hechos 15:28-29), como ocurre en toda organización humana. Esta amalgama ideológica por sí mismo originaba inevitablemente una diversidad con características muy particulares. 

4. LA IRRUPCIÓN DE LOS GENTILES EN LA IGLESIA 

El efecto más importante de esta heterogeneidad lo protagonizaron los gentiles que abrazaron la fe cristiana: requirieron de un “concilio” para protestar contra la imposición de la Ley que el sector judeocristiano más intransigente («de los de Jacobo») quiso imponer sobre ellos (Hechos 15:1, 5). A partir de ahí, además de la “amalgama ideológica” señalada más arriba, el cristianismo primitivo estuvo representado especialmente por dos grupos diferentes étnicos: judíos y gentiles. Para un tratamiento más extenso sobre este tópico, sugerimos el trabajo “Iglesias del Nuevo Testamento” disponible en la web de la revista Renovación. Otra cosa es que el ala del cristianismo que prevaleció y subsistió fuera el representado por la Gran Iglesia Gentil en Occidente, liderado por Saulo de Tarso en sus orígenes. Es curioso observar que los requisitos mínimos de la ley, que los judeocristianos impusieron a los gentiles que creyeron en el evangelio para facilitar la comunión (Hechos 15:28-29; 21:25), fueron luego las pruebas de cargo que la Gran Iglesia usó para condenar a los judeocristianos (Lémonon, Jean-Pierre. “Los judeocristianos: testigos olvidados”. CB nº 135). La Historia es caprichosa, se escribe así. 

5. PABLO Y SUS RIVALES Y VICEVERSA

En principio, Pablo tuvo dos grupos “rivales” judeocristianos. Pero ninguno de ellos eran “herejes” o “apóstatas”, sino compañeros de “milicia”. A uno de estos grupos pertenecían los que fueron a Antioquía “de parte de Jacobo” y que tanto atemorizó a Pedro (Gálatas 2:12); es decir, este grupo lo formaban los judeocristianos que querían imponer la ley a los gentiles (Gálatas 3-5; Filipenses 3). Por otro lado estaba el grupo judeocristiano que cuestionaba la autoridad apostólica de Pablo (1 Corintios 9; 2 Corintios 4; etc.), aunque es posible que algunos estuvieran en los dos frentes rivales a la vez. A estos “misioneros”, que procedían de Judea, incluso con cartas de recomendación, posiblemente de Jerusalén (2 Corintios 3:1), Pablo los llama irónicamente “grandes apóstoles” –otras versiones: “superapóstoles”(2Corintios 11:5 BTI), pero no duda en llamarlos también “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos” (2Corintios 11:13). Este lenguaje que Pablo usa en estas controversias judaizantes hemos de entenderlo en ese contexto de tono a veces acalorado –así, el “¡ojalá se mutilasen!” de Gálatas 5:12 (Lit. “se castrasen”)– pero no en un sentido formal o teológico, como suelen hacer algunos exégetas para afirmar su exclusivismo. Estos “misioneros” aprovecharon la circunstancia de que el Apóstol no “exigía” ser mantenido por predicar el evangelio (1 Corintios 4:12; 9:14-19; 1 Tes.2:9; Hechos 20:34-35) para subestimar la autoridad de su apostolado, porque estos “superapóstoles” pensaban que el verdadero “apóstol” era aquel que se atenía a la comisión de Jesús, como ellos hacían (Cf. Marcos 6:7 sig.). Pablo reconoce la comisión de Jesús y el derecho que el evangelista tenía de percibir salario por su trabajo (1 Corintios 9), pero justifica y defiende su modus operandi diferente (2Corintios 10-11) ante sus adversarios. Es decir, estos “misioneros” –a los que Pablo llama “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos”– eran líderes que representaban a grupos con tradiciones cristianas distintas a las de Pablo, y que ponían su impronta personal. El Apóstol aún contaba con otros “rivales”: aquellos que solo buscaban cómo hacerle daño moralmente (Filipenses 1:15-18), pero estos podían pertenecer incluso a la propia tradición paulina (era una cuestión personal).

6. LA COMUNIDAD DE PEDRO

Sabemos muy poco del ministerio de Pedro salvo lo que Lucas, por motivos teológicos-literarios, nos cuenta en Hechos 1-12. Las dos epístolas universales atribuidas a Pedro se limitan a exhortar a una Iglesia en tránsito hacia la institucionalización, pero no habla de las misiones del autor.

A Pedro le vemos en Antioquía, en medio del conflicto entre judeo-cristianos y pagano-cristianos (Gálatas 2:11 sig.); implícitamente también le encontramos en Corinto (1 Corintios 1:10 sig.) –aquí puede tratarse más bien de misioneros que apelaban a la autoridad del Apóstol (Gerd Theissen, 1985)–, y en Roma, donde según la tradición fue mártir. Al igual que las comunidades de Jerusalén, donde Jacobo se había convertido en el líder máximo, las de Pedro seguían observando también la Ley, aun cuando Pedro entendió que los gentiles no necesitaban observarla (Hechos 15:7-11). Por lo que trasciende del texto de Gálatas, Pedro no tuvo problemas en compartir la mesa con los cristianos gentiles… ¡hasta que llegaron “los de Jacobo”! (Gálatas 2:12). Es decir, las comunidades de Pedro, que eran flexibles como él, se llevaron bien con las comunidades de Pablo, en lo que se refería a la observancia de la Ley. Estas comunidades petrinas representaban otra variedad de las diferentes tradiciones cristianas; estaban entre las comunidades de Jacobo, más estrictas en observar la Ley (hasta el punto de no compartir mesa con los cristianos gentiles – implícito en Gálatas 2:12), y las comunidades de Pablo, que se habían liberado totalmente de la Ley.

7. LOS JUDEOCRISTIANOS HELENISTAS

Otra diversidad la protagonizaban los judeocristianos de la diáspora, los helenistas (Sobre los judíos de la diáspora, J. Leipoldt-W. Grundmann, “El mundo del Nuevo Testamento”. Vol. I). En principio, los judíos helenistas radicados en Jerusalén tenían sus propias sinagogas (Hechos 6:9). En el año 63 a.C. Pompeyo llevó a Roma como esclavos a una gran cantidad de judíos. Más tarde se les concedió la libertad y muchos de ellos regresaron a Palestina agrupándose en una sinagoga que recibió el apelativo de “sinagoga de los libertos” (La Biblia BTI). Una vez, en el evangelio de Juan, se dice que unos griegos –posiblemente judíos helenistas- “querían ver a Jesús” (Juan 12:20). En el marco de la iglesia de Jerusalén, los judeocristianos helenistas fueron ninguneados en la ayuda social para las viudas, lo que motivó una protesta por esta causa, quizás por la incomunicación que origina no hablar el mismo idioma (Hechos 6:1 sig.). Fueron estos judeocristianos helenistas los que provocaron la persecución habida en Jerusalén por el crítico discurso de Esteban (helenista también) contra el Templo (Hechos 6:8 -7:1 sig.). Es digno de observar que en esta persecución los Apóstoles quedaron a salvo, pues ellos no huyeron de Jerusalén, lo que puede significar que la persecución se dirigió particularmente contra los judeocristianos helenistas, ¡y los Apóstoles no lo eran! (Hechos 8:1). Estos judeocristianos helenistas, no obstante, fueron los que llevaron el evangelio a Samaria (Hechos 8:4 sig.), a algunas ciudades siro-fenicias [Tiro, Tolemaida] (Hechos 21:3-4), a Antioquía (Hechos 11:19-20), hasta Damasco (Hechos 9:1-2, por deducción). Es decir, llevaron las buenas nuevas del reino de Dios a los gentiles sin imponerles la observancia de la Ley. No nos extraña, pues, que esta tradición judeocristiana helenista encontrara oposición con la tradición judeocristiana que lideraba Jacobo en Jerusalén. Y no nos extraña tampoco que Saulo de Tarso se encontrara como pez en el agua entre estos discípulos antioquenos con los cuales estuvo enseñando durante un año a mucha gente (Hechos 11:26).

8. LOS DEL “BAUTISMO DE JUAN” 

Además de Pablo, otro misionero por libre había arribado a Éfeso (¿antes que él?). Apolos era un judío de la diáspora, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Lucas afirma que “había sido instruido en el camino del Señor… ¡aunque solamente conocía el bautismo de Juan!” (Hechos 18:24-25). En Éfeso había conseguido establecer una comunidad, con la que Pablo tomó contacto y “rebautizó” al menos a algunos de ellos (Hechos 19:1-7). Priscila y Aquila le conocieron y le “expusieron más exactamente el camino de Dios”. Los discípulos de Éfeso le dieron carta de recomendación para que fuera recibido en Acaya (Hechos 18:26-27). Apolos era un evangelista itinerante e independiente (1 Corintios 16:12).

La pregunta que suscita Hechos 18:24-25 es la siguiente: ¿Cómo es que, un evangelista que ya “había sido instruido en el camino del Señor” (antes que Priscila y Aquila le “expusieran más exactamente el camino de Dios”), solo conociera el bautismo de Juan? ¿Dónde había obtenido Apolos dicha “instrucción”? ¿Quiénes fueron sus maestros? ¿Quiénes le comisionaron a predicar? No lo sabemos. Pero la única explicación plausible es que Apolos hubiera sido “instruido en el camino del Señor” en el seno de una tradición cristiana diferente a la de Pablo, a la de Pedro y a la del mismo Jacobo. Apolos debió de haber sido instruido en alguna de las tradiciones galileas, de los seguidores primitivos de Jesús durante su ministerio, y antiguos discípulos de Juan el Bautista que se añadieron al movimiento de Jesús posteriormente. En cualquier caso, Apolos procedía de una tradición cristiana que practicaba el bautismo de Juan. Cuando Pablo se duele de que algunos cristianos se jactaban de pertenecer a Pablo, a Apolos, a Pedro… solo está señalando la punta del iceberg (1 Corintios 1:12 sig.).

Emilio Lospitao

La Estrella Polar pasó haciendo el bien


Por Concha Martínez Latre 

El inicio de la ruta 

El proceso de construcción de una identidad cristiana propia, cuando se trata de una mujer nacida a mitad de siglo pasado en la “católica” España, es complejo. Se nacía dentro de la Iglesia católica, apostólica y romana. No cabía otra posibilidad y esa pertenencia se traducía en unas prácticas y un cuerpo doctrinal aceptado sin fisuras ni disidencias. 

Mi proceso creyente ha estado guiado por el afán de alcanzar una fe en libertad. Las aportaciones de la teología de la liberación, las teólogas feministas, el pluralismo religioso y la sociología de la religión me han conducido hasta el momento actual, encuadrado en los nuevos paradigmas, siendo esta expresión un cajón de sastre a la que trataré de dar contenido personal. 

Si me pregunto dónde se apoyaba mi fe en aquellos años infantiles y adolescentes, debería decir que en la observación de la gente que me rodeaba y que se confesaba explícitamente católica. Frente a los que identificaban creer con cumplimiento y normas, había personas que me atraían por su bondad, por su alegría. Sus vidas apuntaban hacia algo que luego supe formular desde la vida de Jesús: Pasó haciendo el bien. 

He conocido durante la educación primaria y secundaria tres tipos diferentes de centros. El comienzo fue en un colegio religioso, después otro vinculado a la dictadura, para culminar en un Instituto público. En los tres, con pequeñas variantes, había rezos diarios, meditaciones y arengas sobre el lugar central que debía ocupar en nuestras vidas todo lo relacionado con el sexto y noveno mandamiento. Poco más. 

Y al lado de esta “deformación” religiosa, hombres y mujeres, algunos muy cercanos, otros conocidos indirectamente, que vivían esa fe de un modo atractivo e ilusionante, que parecían haber captado el mensaje del evangelio. Quizá por eso seguí confesándome creyente, si bien alguna fisura se abría para dar paso a avanzar en una fe personal. 

Hacia la autonomía 

Llegar a la universidad abrió mis horizontes en muchos sentidos. Desde las relaciones humanas, enriquecedoras por su variedad, hasta el cambio de lugares de práctica religiosa, pasando por el conocimiento, propiamente dicho, de manera que la ciencia iba mostrando delante de mí argumentos sólidos sobre el origen y evolución de la vida, de la Tierra, del Cosmos. Existían las leyes físicas, existía la incertidumbre y la duda. El repertorio de preguntas iba cambiando y redirigiendo sus contenidos. En los grupos de reflexión se expresaban dudas sin escandalizar a nadie. 

La conclusión a la que llegué fue “la obligación” de construir una moral, una ética que naciera de mis propias convicciones. Para ello me sentía responsable de conocer mejor qué significaba querer seguir a Jesús. El abandono de una moral heterónoma animaba a emprender un camino no trillado, pero se evidenciaba la necesidad de hacerlo en compañía. Una comunidad de fe era imprescindible. Esa búsqueda de sentido precisaba de otras personas que se arriesgaran en ese proceso, siendo el ámbito idóneo para contrastar, compartir y proseguir. 

Un paso significativo fue replantearme el papel de los sacramentos, comenzando por el de la confesión. Analizar qué se podía rescatar y qué carecía de sentido, pues más bien lo encuadraba hacia el lado de los actos mágicos, eficaces si crees en la magia, e inútiles si no entras en el juego. Al igual que la confesión, otras prácticas rituales fueron desvaneciéndose. El estudio del valor y sentido de los sacramentos me ha llevado a repensar comunitariamente cada uno de ellos. Le dedicamos tiempo y voluntad, con la ayuda de Edward Schillebeeckx[1], y de José María Castillo[2]. La sensación de libertad era fuerte, surgían planteamientos donde encajar la formulación de mi fe, que sentía legitimada al encontrar el núcleo de la misma. Rituales y tradición ocupaban su lugar, secundario, a mi entender. El seguimiento de Jesús apuntaba hacia otros horizontes. 

En 1974 nació mi primera hija y nos encontramos ante el envite de su bautismo. Ya en esos años formábamos parte de dos comunidades cristianas. Una más parecida a un seminario de estudio teológico y otra en la que dábamos cauce a la parte sacramental, pero ya transitando hacia una comunidad adulta, responsable de dar razón de su fe. Y también de encontrar cauces para que esa fe se materializase en un compromiso social y político activo. 

Bautizamos a nuestra hija, junto a otros pequeños de la comunidad en la Vigilia de Pascua del año siguiente. Hubo mucho debate al interior de la comunidad sobre qué expresábamos con ese sacramento, si había significación o era ritual tradicional. Y llegamos a la conclusión de que queríamos presentar a nuestras hijas e hijos ante la comunidad cristiana y también ofrecerles el regalo de nuestra fe, que para nosotros constituía algo valioso. Cuando fueran personas adultas, gracias a la confirmación, podrían aceptar o no ese regalo. 

La necesidad de formación se saciaba con la lectura de textos y obras de teólogos. Las revistas “Concilium” y “Selecciones de Teología”, los libros de teólogos[3] europeos, norteamericanos o españoles iban formateando mi mente y ayudándome a encontrar soporte a mi fe. La biblioteca de casa se iba llenando con obras que servían luego para reflexionarlas en común, o para descubrir la riqueza y variedad en la interpretación de los libros sagrados del cristianismo. Se podía hacer una lectura política de la realidad desde la fe. 

La opción preferencial por los pobres 

Vivíamos en el último tercio del siglo XX con la tensión de reconciliar dos polos, aparentemente opuestos: la fidelidad a la iglesia y la fidelidad al mensaje de Jesús. Y al tiempo comprometernos con nuestro entorno y nuestra sociedad. El Concilio Vaticano II había dado luz verde a una Iglesia que debía vivir en el mundo. 

En la católica España eran escasos los ejemplos, dentro de la institución eclesial, que se arriesgaran a salir de los caminos ortodoxos de obediencia ciega y acrítica a la jerarquía, así como a adentrarse en una reflexión personal. Cuestionar e intentar cambiar el orden social, político y económico no era tarea propia de nuestra identidad religiosa. 

Mi horizonte, como el de las comunidades de pertenencia, se abrió con nitidez cuando accedimos a las obras de los teólogos[4] de la liberación provenientes de Latinoamérica. 

Una lectura novedosa de la Biblia se desplegaba ante nosotros. Textos como el Éxodo o los profetas, en especial Isaías, inspiraban la fe en un Dios que desde los inicios de la vida había proclamado su preferencia por los más pequeños. Un Dios que acoge y que se guía por la misericordia hacia sus hijos, desde el único poder de su amor sin límites. 

En el Nuevo Testamento la elección iba por Mateo 25 con la narración del Juicio final, la parábola del Buen samaritano, el Sermón de la Montaña, o de las Bienaventuranzas. No había dudas sobre lo que significaba querer seguir a Jesús, el Dios encarnado. La adhesión a su Causa, la oración confiada en su ayuda, la posibilidad de reconciliar lucha socio-política y fe cristiana, la vivía desde la certeza de seguir el rumbo de la Estrella Polar. Un Dios claramente a favor de los pobres y oprimidos y empeñado en la liberación de esas vidas aquí y ahora. Y por lo tanto una misión para los creyentes al tener que entregarnos a esa tarea sin contradicciones. 

Los teólogos latinoamericanos eran el soporte teórico, enriquecidos posteriormente con las teólogas[5] feministas de la liberación, adobados por las Conferencias del CELAM de Medellín y Puebla, que seguía con interés en sus declaratorias finales. No puedo olvidar el papel estelar que ha desempeñado desde 1980 el Congreso de Teología de la Asociación de Teólogos Juan XXIII al facilitar, simplemente con el desplazamiento a Madrid, la oportunidad de escuchar de viva voz a la élite del pensamiento liberador en la Iglesia. Sus ponencias, las oraciones y las liturgias conformaban una imagen de la Iglesia en la que querías y podías reconocerte. 

Y al lado de los teóricos, otra fuente de inspiración provenía de obispos tan singulares como Helder Cámara en Brasil, Pedro Casaldáliga en la Amazonía brasileña, Oscar Romero en El Salvador o Leónidas Proaño en Ecuador. Ellos, así como las Comunidades Eclesiales de Base, nos ofrecían modelos creyentes en los que nos apoyábamos para hacer la necesaria traducción al contexto de la sociedad española. 

Con una democracia en construcción, con una sociedad en parte ávida de cambios, con la constatación de la desigualdad y la posible intervención en modificarla, la fe era compromiso, la oración era acción, la entrega a las causas sociales no era más que la consecuencia de mi fe. Aportar mi granito de arena en la construcción del Reino de Dios. El activismo era fuerte, y lo combinaba en mis comunidades de referencia con más lecturas específicas y con la celebración semanal de la Eucaristía, que, dentro del repertorio sacramental de la Iglesia, hemos rescatado y mantenido, adaptándola a nuestras circunstancias[6]. Jesús era guía, modelo y referencia. 

Teología y ecofeminismo 

La contribución de la teología feminista ha sido notable para modificar el lenguaje y el contenido de las representaciones creyentes, y en concreto de la mía. La teología ha sido tradicionalmente un oficio de varones y ha impregnado la lectura de los textos sagrados de un sesgo patriarcal y androcéntrico, que era también el dominante en la sociedad. Las exégesis promovidas por las mujeres cambian la perspectiva del análisis pues se hace desde otro lugar social. Un lugar subalterno y silenciado, pero rico en matices y contrastes. Rescatan estas teólogas a las mujeres del Antiguo y Nuevo Testamento, y rastrean en ellas y en sus conductas formas nuevas de caracterizar a Dios. Dios ya no es sólo el Padre, símbolo de la ley, aunque pueda ser misericordioso y rebosar esas leyes como indica la narración del Hijo Pródigo. Dios es también Madre, y ese rasgo nos permite entrar en el registro de lo cotidiano, de lo insignificante en apariencia, pero repleto de ternura, amor y cuidado de la vida. Se subraya el valor de la Ruah, el Espíritu, que en hebreo es palabra femenina. Y se cultiva una espiritualidad rica y creativa, reforzada con elementos sensibles más vinculados a la tierra y la naturaleza. Hay otras liturgias, otras expresiones y símbolos, dotados de otros significados en mayor sintonía con lo que se está viviendo en la sociedad y que se ha venido a llamar la revolución feminista. 

Añadamos al aspecto teológico feminista la aportación del ecofeminismo. Todo un grupo de epistemólogas van construyendo este nuevo modelo de pensamiento, que analiza la analogía entre la explotación de la Naturaleza y la opresión del patriarcado sobre la mujer. Naturaleza y mujer comparten posiciones subalternas dentro de la sociedad neoliberal. La vulnerabilidad y fragilidad de los cuerpos físicos, que habitamos los seres humanos, tienen su correspondencia con la necesidad de cuidado respetuoso que reclama la Naturaleza y todo cuanto vive. Si todo lo que nace no es más que una promesa de futuro, que precisa de los cuidados continuos para convertirse en realidad, la cuidadora por excelencia ha sido la mujer. 

La mujer en todas las sociedades de forma casi general, y a lo largo del tiempo, ha sido la encargada de sostener la vida de las criaturas, de los enfermos, de los ancianos. Tareas que se desempeñaban en un espacio concreto privado formando parte de lo cotidiano. Y esa dedicación no sólo se ha invisibilizado, sino que además no ha gozado de reconocimiento social ni económico. Al no tener precio, no tenía valor. 

También la relación con la Naturaleza ha sido falseada al ignorar las terribles consecuencias del despojo y sobre explotación de sus bienes. Una concepción utilitarista y mercantilista ha borrado la relación entre seres humanos y el medio ambiente en el que se desarrolla la vida. La propuesta ecofeminista argumenta que mujer y naturaleza se refuerzan en sabiduría y capacidad de sostener la vida. El respeto que debemos a todo cuanto vive engloba a seres humanos, animales y Naturaleza y las capacidades cuidadoras de la mujer deben prolongarse e imitarse en nuestra relación con la tierra. Esa sería de forma sintética la novedad del ecofeminismo: cambiar la posición y perspectiva del análisis para encontrar sentidos y significaciones distintas. 

Pluralismo religioso 

Los cambios sociales en España en los últimos años, con el fenómeno de la inmigración y la llegada de personas de otras culturas y de otras expresiones religiosas, me ha ofrecido cercanía y amistad con algunas de ellas. De este modo he conocido otras formas religiosas y he encontrado puntos de convergencia con ellas unificadas gracias al principio de la compasión. 

El filósofo francés de origen judío, Emmanuel Lévinas, deposita el principio de humanización de cualquier persona en la mirada del Otro sobre mí. Esa mirada, que me reconoce, señala la alteridad como eje ético primordial de las relaciones humanas. Soy, porque soy para otro, igual que él es para mí. No puedo desvincularme de lo relacional en mi práctica vital y esta regla impregna las diversas manifestaciones creyentes en su pluralidad. 

Las nociones de pueblo elegido depositadas en Israel o de revelación divina, directamente de Yahvé al pueblo judío, se resquebrajan. Hay experiencias religiosas, al margen de la católica, que son igualmente válidas ante las grandes cuestiones vitales: ¿qué hacemos aquí?, ¿quién es mi prójimo?, ¿por qué el dolor y la muerte? La sinceridad y honestidad con que se busca respuestas van trazando caminos de encuentro con creyentes y no creyentes. El pluralismo religioso me obliga a depurar mi fe, a buscar de nuevo el sentido de confesarme cristiana[7]. 

Dogmas y creencias dejan de tener valor. Ni la encarnación, ni los textos revestidos del carácter de revelación, ni la economía de la salvación, ni dogmas sobre la Trinidad o la virginidad de María, ni tan siquiera la autoridad del Vaticano, que está lastrada gravemente por la discriminación de la mujer y por la ausencia de democracia, son importantes para mí. Tampoco me resultan especiales el carácter divino de Jesús, ni los dogmas referentes a la resurrección y la ascensión. Despojar a Dios de cualidades sobrenaturales invalida la fe en un destino humano prolongado en el cielo tras la muerte. Mi ética no se apoya en recompensas futuras sino en el mandato ético de ver al Otro como mi semejante. E intentar vivirlo en el día a día, en lo público y en lo privado, en lo próximo y en lo lejano. 

Conocer mejor la historia de la institución eclesial, la deriva desde las primeras comunidades cristianas hasta la consolidación de la Iglesia en Roma, con una adaptación al modelo imperial latino, ilumina la trayectoria de la Iglesia católica con sus luces y sus sombras. Y también facilita tomar distancia, colocarse en la periferia. No cerrar de ningún modo ese registro creyente, filiación personal, pues sigue alumbrando con su tenue luminosidad la Estrella Polar y con el mismo rumbo. 

Un mundo en cambio 

En el tránsito del siglo XX al XXI España se ha ido acomodando al resto de países del entorno. La democracia, con sus limitaciones, se ha consolidado. Habíamos asistido en la última década del pasado siglo a la caída del muro de Berlín y a la desintegración de la URSS, aparentemente estábamos viviendo el fin de los grandes relatos e, incluso, ciertos analistas como Fukuyama, famoso por un tiempo, se abonaban al fin de la historia con el triunfo rotundo del capitalismo, declarado como único sistema válido para conducir a la humanidad. 

La trampa quedaba oculta, pero se podía descubrir al menor trabajo de reflexión. Considerar el capitalismo, o el sistema neoliberal, como el vencedor dentro de la confrontación de sistemas socio-económicos partía de un supuesto perverso y reduccionista, la ignorancia de las condiciones de vida de las inmensas mayorías de la población mundial. Si nuestro campo de visión se limitaba al mundo occidental, y dentro de él permanecíamos ciegos ante los excluidos y marginados de nuestras propias sociedades opulentas, todo podía catalogarse en general de un mundo avanzado, deseable y con unas cuotas de felicidad amplias. El resto de los seres humanos podría encuadrarse como “desechables”. Sus vidas no cuentan para relatar el avance de nuestras sociedades neoliberales. Pero ese mundo feliz no era, ni es, generalizable. 

Los países enriquecidos, entre ellos España, hemos alcanzado un nivel de calidad de vida y de bienestar, que justificamos por unas supuestas capacidades que otros[8] no tienen. No se contempla en el análisis la interrelación entre los países enriquecidos y los empobrecidos. No se es consciente, o no se quiere ser, de que nuestro bienestar depende del expolio de los bienes de esos países, que ocupan el furgón de cola en las estadísticas de los programas de desarrollo de Naciones Unidas. 

Nos beneficiamos no sólo del petróleo, del coltán y otros minerales geoestratégicos, también del alejamiento de la contaminación consecuente a la producción de ciertas materias, que forman parte de nuestros hábitos de consumo. Cerramos los ojos ante las condiciones de explotación laboral en la fabricación y manufactura de productos, que aparecen “milagrosamente” en nuestros mercados. No sufrimos las guerras exportadas por la disputa por el dominio de materias primas. Y blindamos nuestras fronteras a migraciones forzosas, que suponen una mano de obra sometida en nuestros países occidentales, a la que difícilmente concedemos derechos. 

Sirvan estas simples pinceladas para dar cuenta de la situación personal, compartida con muchos otros, sobre qué pasaba con la construcción del Reino, qué sucedía con la liberación de los pobres, dónde quedaba el mundo soñado. 

A base de decepciones profundas, y de baños de realidad, las expectativas sobre el valor transformador de nuestra acción socio-política han ido virando. El fracaso de los grandes relatos ha tenido en principio su corolario en el aparente fracaso de nuestras opciones. 

Pero a poco que regresemos al origen de nuestra religión cristiana y a la vida de Jesús, el hombre inspirado por el Espíritu, que pasó haciendo el bien, lo que contemplamos desde esa hoja de ruta, es que Jesús terminó asesinado en la cruz. Sin embargo, no podemos decir que fracasó, pues sembró unas propuestas en sus mensajes y en su práctica, que cautivaron a amplias mayorías y que han seguido inspirando la vida y la esperanza a millones de personas, cientos de años después de su muerte. 

Nuestros fracasos y decepciones no nos han instalado en un cinismo paralizante, sino que nos hemos reinventado, y para ello ha sido necesario asumir y corregir los sesgos de omnipotencia que llevábamos en nuestras mentes. Y también de arrogancia. Las inconsistencias de nuestras emociones profundas, que son las que orientan los análisis y las acciones, las podemos detectar mejor con la edad. 

En la juventud, cuando descubrimos el mundo de los adultos y empezamos a tomar parte de él, creemos que nosotros vamos a conseguir todo lo que nuestros predecesores no supieron, o no quisieron lograr. El aforismo atribuido a Bernardo de Chartres, filósofo del siglo XI, perfila certeramente el espejismo de esa idea, pues: somos como enanos a hombros de gigantes. Si podemos ver más lejos no se puede atribuir a nuestros méritos sino al hecho de estar sobre los hombros de otros, que a su vez se apoyaron en otros y así sucesivamente. 

Es muy difícil situarnos en el interior de un proceso que viene de muy atrás y admitir que estamos ahí, siguiendo el curso de esa corriente continua. Hubo mundo soñado antes, lo habrá después de nosotros. No podemos pretender alcanzar la categoría de gran río amazónico, ni siquiera arroyo saltarín, sino conformarnos y alegrarnos de ser una gota de la gran masa de agua. Josep Ma Esquiro[l9] lo formula con una metáfora apropiada: admitir que podemos desplazar medio palmo la realidad hacia lo soñado y que ese medio palmo es imprescindible y suficiente para acercarnos a la comunidad fraterna y sororal, destino unívoco de la Estrella Polar. 

También en estas décadas se abre paso con mayor nitidez un cambio de paradigma, el que va del antropocentrismo al biocentrismo, que guarda puntos de contacto con el eco-feminismo. El ser humano no puede seguir siendo el eje central de la creación con poder sobre cualquier otro ser vivo y con el dominio absoluto de la Naturaleza. Se empieza a tomar conciencia de los límites físicos del planeta, de las alteraciones profundas en los biosistemas, producto del extractivismo y de la explotación desmedida de los recursos naturales por parte del ser humano. Se ha impuesto un modelo de vida apoyado en el consumo desenfrenado, y hay datos contundentes sobre la destrucción de nuestro entorno y predicciones sobre un futuro con un medio ambiente degradado e insostenible. El cambio climático o la emergencia climática es cada vez más un escenario posible y peligroso. 

El biocentrismo diluye la preeminencia de la vida humana entre todo lo que tiene vida. La Naturaleza no está al servicio del ser humano con un sentido utilitarista, sino que somos parte de ella y todo lo que hagamos de bueno o de malo a esa Naturaleza, repercutirá en nuestras propias existencias. Se revaloriza el cuidado como alternativa ante la vulnerabilidad de nuestros cuerpos físicos y de la vida que nos rodea en cualquiera de sus manifestaciones. 

La voz de los grupos excluidos de la narración dominante de la historia se deja oír con unos postulados que poco a poco van calando en las sociedades adormecidas. Y el relato desde lo subalterno ya no se ciñe a los que alumbraron los movimientos progresistas del siglo pasado. Hay ahora una reivindicación del presente, en el que se tienen que manifestar esos valores que suponen la base de la comunidad humana y de su simbiosis con la Naturaleza y todo lo que vive. Rediseñar la escala de valores sociales y económicos colocando entre lo prioritario todo lo que sostiene la vida. 

Y así la vida cotidiana cobra relieve para convertirse en espacio de liberación y construcción del mundo soñado. En ella se puede también perseguir el desplazamiento del medio palmo hacia la comunidad fraterna. La Estrella Polar sigue marcando un rumbo: pasó haciendo el bien, que encontramos en los ejemplos nítidos del capítulo 25 del evangelio de Mateo, en las propuestas de cuidado de la vida, de la importancia del mundo de los afectos, de la ternura como expresión de las relaciones humanas, del respeto a todo lo que vive. También en la proposición sintética de Jon Sobrino: Vivir simplemente, para que otros puedan, simplemente, vivir. 

La sociología de la religión 

Otra contribución en el proceso de construcción de mi identidad creyente proviene de la sociología, a la que me aproximé en los primeros años del siglo XXI. 

Durkheim[10] con su estudio sobre la estructura de las formas religiosas, que escribió en 1912, pone palabra y sentido a una intuición que me inquietaba desde tiempo atrás. Más que la existencia de un Padre común, que provocaba la fraternidad general, yo entendía que lo constatable era la igualdad radical entre los seres humanos, traducida en fraternidad, o sororidad, universal y desde ella podríamos acceder a un Padre común. 

Para Durkheim, las formas de expresión religiosa son construcciones sociales que, al recibir la adhesión de un grupo, estructuran la vida del mismo. Lo sagrado es una manifestación social que se crea por el poder consensuado que le confiere un grupo humano. Tiene la capacidad de crear vínculo y al crearlo, el grupo se empodera a través de él. Encaja aquí mi perspectiva de la religión: si nos concebimos como hermanos, nos podemos dotar de una estructura que refuerce la cualidad fraterna y esa estructura, que nos liga unos a otros, es lo que denominamos religión. El conjunto de normas, preceptos y narraciones que ligan a los fieles que las practican. 

Mircea Eliade[11], antropólogo e historiador, volcado toda su vida en el estudio comparativo de las religiones, acuña el término de hierofanía, para designar las manifestaciones de lo sagrado bien en forma de objetos, de rituales, espacios, narraciones o mitos. Y afirma la importancia de esas mediaciones para que un grupo encuentre la expresión de lo sagrado, que se materializa en estructuras religiosas concretas, en religiones. José María Mardones[12], el filósofo de la religión, también estudió el papel del símbolo en el dominio de lo religioso, subrayando la importancia que le debemos rendir a la hora de analizar los fenómenos religiosos y los vínculos que provocan. 

Estos autores me han ayudado a repensar el significado de rituales de la religión católica que, desde mi juventud, con una mentalidad excesivamente racional, me resultaban de difícil comprensión, achacándoles rasgos de supersticiones retardatarias. En novenas, procesiones, romerías, encuentro ahora las mediaciones necesarias para recrear el vínculo de lo social. Lo social-sagrado. Si bien esas mediaciones están sometidas al signo de los tiempos y por tanto se manifiestan cambiantes. Los peligros que acechaban a la vida humana desde la enfermedad hasta los desastres naturales y que no encontraban explicación satisfactoria, se conjuraban apelando a Dios con los rituales apropiados. En nuestro mundo occidental hay un declive de esos rituales ancestrales por la secularización, deudora de los profundos cambios en los estilos de vida, fundamentalmente el paso de sociedades mayoritariamente rurales y campesinas a otras urbanas, desgajadas de la tierra y sus tareas. 

La eficacia de los símbolos reside en la significación que podemos otorgarles a los mismos. Una sociedad del conocimiento, como la nuestra, con la preeminencia de los avances tecnológicos y la confianza depositada en la ciencia como verdad inmutable, ya nos indica que no van a ser válidos los que fueron eficaces tiempo atrás, no tan lejano. Se recrea ahora lo social-sagrado con otros vínculos que también esconden la dimensión simbólica: manifestaciones, performances, organizaciones no gubernamentales de solidaridad internacional, medioambientales, pacifistas, antirracistas, que congregan en torno suyo a grupos humanos orientados hacia el mundo soñado, bajo el rumbo que marca la Estrella Polar. Estas expresiones se desarrollan en una sociedad laica, secularizada, en la que resulta difícil detectar la dimensión trascendente que vivo como una carencia que tengo que solucionar de otro modo. 

Tampoco quiero caer en la ingenuidad de colocar todas las mediaciones creadoras de vínculos sociales bajo la égida de la misma estrella. Muchas se guían por constelaciones ajenas al cuidado de la vida y sin comprender ni aceptar el alcance y magnitud que tiene la igualdad de todos los seres humanos, todos sin excepción. El mal sigue presente en nuestro mundo, confrontado con la bondad. Lo que sucede, con la inspiración que da la vida y obra de Jesús, es la afirmación esperanzada de que la última palabra reside en la bondad y en el poder del amor. 

La nueva teología 

Me sitúo ahora en la última etapa, la actual, dentro del proceso de construcción de mi identidad cristiana. En el itinerario he ido dejando muchos sistemas de referencia, que han ido evolucionando pivotando sobre la opción de buscar con libertad mi base creyente. 

Al principio tenía una concepción tradicional de Dios como ser supremo que habita en el cielo y es todo-poderoso. Da paso al Dios que el Nuevo Testamento nos presenta como Padre amoroso y que la teología feminista amplía a la categoría de Madre; un Dios creador de todo lo que existe, atento a la vida de todas sus criaturas, omnipotente y misericordioso. A él he dirigido mis plegarias, mis temores y mis súplicas de ayuda. Esperaba sus cuidados y su intervención milagrosa. Pero ni tan siquiera la teología feminista puede resolver mis extrañezas. Referirme a Dios como madre vuelve a utilizar el enfoque antropomórfico y me resisto a concebir a Dios dentro de nuestras categorías, que entiendo devalúan a un Dios que manipulamos para encajarlo dentro de nuestros esquemas y necesidades. Cualquier intento de definirlo se agota en sí mismo careciendo de sentido. 

Focalizar en Jesús ofrece una aproximación creyente menos problemática. No hay dudas para expresar quién ha sido Jesús y en qué consiste seguir su proyecto: Paso haciendo el bien, programa vital para la construcción del Reino. 

Sin embargo, ese Jesús no precisa de la filiación divina para convertirlo en mi referencia. La atracción y carisma de Jesús reside en la relación excepcional que mantenía con el Dios de Israel, que le hacía brotar la expresión más tierna, Padre, para dirigirse a él. El Espíritu, que le animaba y guiaba, configuraba una vida derramada en favor de los últimos con la esperanza de transformar este mundo en el Reino de Dios, presidido por la justicia, la igualdad y la paz. Y era tal la fuerza y coherencia que emanaba de sus convicciones, que le llevó a la condena a muerte, consecuente con una vida que se enfrentaba al poder de su tiempo, en cualquiera de sus variantes: política, económica o religiosa. Y paradójicamente, esa muerte tuvo el extraño poder de concitar una esperanza contra toda evidencia, que lanzó, primero a sus seguidores, luego a multitudes, a proclamar que el Reino de Dios era posible, que la muerte no ponía punto final a esa vida, ni a ninguna otra. Que nada se pierde, aunque resulte casi imposible percibirlo en tantas y tantas ocasiones en que la muerte, la destrucción y el dolor se ceban sobre los inocentes y los vulnerables. El Espíritu de lo divino, implorado por Jesús, anima y sostiene a quien le sigue. 

A pesar de depositar en Jesús gran parte de mi identidad creyente, gravitaba una duda profunda sobre cómo referir mi pertenencia a la Iglesia. Por el camino he ido abandonando dogmas y rituales, he ido desechando concepciones de un Dios construidas a nuestra imagen y conveniencia, me he sentido muy lejana de una institución eclesial apegada a los poderes de este mundo por encima del seguimiento evangélico. La libertad que he elegido para mi identidad cristiana me ha provocado tensiones y dilemas en torno a la pregunta de si realmente podía confesarme y reconocerme como miembro de esa Iglesia. Me sentía a la intemperie y con el temor de que el pábilo vacilante de mi fe llegará a apagarse. La depuración podía ser tan radical, que la estrella polar se hubiera extinguido. 

Mi esperanza, mis convicciones profundas buscaban asideros para asumir la soledad de esta etapa del camino. Y esos amarres llegan gracias a obras de diversas procedencias. E. Martínez Lozano[13] ensaya otro lenguaje sobre Dios con la apoyatura de las filosofías orientales, que me resultan algo lejanas. 

Con mayor sintonía voy conociendo a Roger Lenaers[14] y John S. Spong [15] encuadrados en los llamados nuevos paradigmas, que confluyen en desmontar el teísmo que aboga por un Dios sobrenatural listo para socorrernos desde el “cielo”. 

Con palabras de Spong, Dios es la realidad que subyace a todo lo que existe, un Dios que es vida y al que adoramos cuando vivimos plenamente, un Dios que es amor y lo adoramos amando generosamente. De manera que en el acto de vivir y de amar es donde conseguimos ir más allá de nuestros límites para adentrarnos en la trascendencia, la alteridad y la eternidad. Y puedo preguntarme al amparo de Lenaers: ¿qué queda del cristianismo en esta fe moderna? Queda lo esencial, el misterio amoroso que la espiritualidad unificadora renueva y alimenta. 

El Espíritu, que todo lo inunda y todo lo sostiene, cobra peso por sí mismo y se enmarca en una dimensión de misterio. El misterio de la divinidad, que es algo inasequible, por su propia definición. Y tengo que aceptar el no poder ir más allá. Sólo encontraré respuestas parciales en lo que sucede a mi alrededor. En la hondura de lo real. 

Retomo aquí la inquietud por la trascendencia que vivo en ocasiones como un problema. Siento en esta etapa la dificultad para encontrar mediaciones simbólicas que doten de significación al misterio de la divinidad más allá de lo racional. Tener una formulación teórica, más o menos balbuceante, no anula la necesidad de cultivar lo imaginario y simbólico, que apelan al mundo de las emociones y de lo sensible. La riqueza de este registro es imprescindible para escuchar el soplo del Espíritu. Sin ellas la fe queda tan a la intemperie que se puede desvanecer. 

¿Dónde encontrar el Espíritu que se mimetiza con la vida?, ¿qué dominios de lo sensible se activan para detectar su presencia? La percepción del Espíritu emerge en la bondad humana, en la emoción suscitada por la belleza, en la contemplación reverente de la Naturaleza, en el efecto sanador del cuidado y la ternura, en el agradecimiento cotidiano por la pujanza de la vida, en el poder de la reconciliación mutua deshaciendo rencores, en la búsqueda de una verdad que no se imponga por la fuerza sino por su capacidad de generar justicia e igualdad, en el impulso a levantarse cuantas veces se tropiece en la búsqueda de la Estrella Polar, de modo que no nos dejemos invadir por el cansancio o el desánimo, en el valor insustituible de lo colectivo y comunitario, en el compromiso de crear fraternidad y sororidad en la realidad que nos circunda. 

Renuevo pues la confianza en el Espíritu de lo divino, misterio que anida en cada ser humano y que nos impulsa a encontrar la fuente de la felicidad en lo relacional, en la alteridad, en la aproximación humilde a la Naturaleza. En palabras de Jose Arregi[16] una espiritualidad que se encuentra en la dimensión profunda de la realidad, a la que nos acercamos con una mirada de admiración, gratitud y respeto. Con el propósito de aprender a percibir el “Aliento vital que anima cuanto es”. 

Al igual que la utopía, o el viaje a Ítaca, la búsqueda de la Estrella Polar no marca un punto de llegada sino un rumbo o una trayectoria. En ella, con libertad, quiero situarme con el anhelo de no desistir del viaje. La invitación a la esperanza es un proyecto de vida. 

Notas

1. Los ministerios responsables en la comunidad cristiana, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1982. 

2. Símbolos de la libertad. Teología de los sacramentos, Sígueme, Sala- manca 1981.

3. H. ZAHRNT, A vueltas con Dios, Hechos y Dichos, Zaragoza, 1972 A. FIERRO, La fe y el hombre de hoy, Cristiandad, Madrid, 1970
El evangelio beligerante, Verbo divino, Estella, 1974
J. ROBINSON, Sincero para con Dios, Libros del Nopal, editorial 

Ariel, Barcelona 1967
D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión, Libros del Nopal, editorial Ariel, Barcelona, 1974
P. TILLICH, El coraje de existir, Verbo divino , Estella, 1968
— Se conmueven los confines de la tierra, Libros del Nopal, editorial Ariel, Barcelona, 1968
H. COX, La ciudad secular, Península, Barcelona, 1968
J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 1971 

4. G. GUTIÉRREZ, Teología de la Liberación, Sígueme, Salamanca, 1974 J.L. SEGUNDO, La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret, Sal Terrae, Santander, 1990
J. SOBRINO, Liberación con espíritu, Sal Terrae, Santander, 1985
La fe en Jesucristo, Ensayo desde las víctimas, Trotta, Madrid, 1999 G. GIRARDI, Cristianismo y liberación del hombre, Sígueme, Salamanca, 1973
L. BOFF, El rostro materno de Dios, Ediciones Paulinas, Madrid, 1979 — Iglesia, Carisma y Poder, Sal Terrae, Salamanca, 1982
— Teología desde el lugar del pobre, Sal Terrae, Santander, 1986
I. ELLACURIA y J. SOBRINO (comps.) Mysterium Liberationis, Trotta, Madrid, 1990
J. MATEOS, Cristianos en fiesta, Cristiandad, Madrid, 1975
— El Evangelio de Marcos, Ediciones el Almendro, Córdoba, 1993 C. BRAVO, Jesús, hombre en conflicto, Sal Terrae, Santander, 1986 

5. I. GEVARA, Intuiciones ecofeministas, Trotta, Madrid, 2000
M.P. AQUINO, Aportes para una teología desde la mujer, Ediciones Paulinas, Madrid, 1988
M.P. AQUINO y E. TÁMEZ, Teología feminista latinoamericana, Ediciones Abya Yala, Quito, 1998 

6. Desde 1998 sin sacerdote en la comunidad, pero tras un año completo de discernimiento la decisión fue legitimar a la comunidad para mantener esa celebración eucarística centrada en la lectura reflexiva de textos evangélicos o inspiradores, y en compartir pan y vino como expresión de dos símbolos elementales que nos igualan y nos comprometen en avanzar en común en la construcción del Reino de Dios, o del Mundo Soñado. Una organización en pequeños grupos hace que rotatoriamente se preparen y presidan las celebraciones semanales. 

7. K. ARMSTRONG, Campos de Sangre, Anagrama, 2015, Madrid, me parece una autora muy recomendable para seguir la evolución histórica de las grandes tradiciones religiosas. Y en una perspectiva más ficcional, E. CARRÈRE, El Reino, Anagrama, 2015, sobre los orígenes del catolicismo. Anterior a ellos la obra pionera en el diálogo interreligioso de Hans Kung, El cristianismo y las grandes religiones, Libros Europa, Madrid, 1987. 

8. Es curioso atribuir los niveles socioeconómicos a virtudes propias, achacando a los demás defectos y carencias que justifican la desigualdad. Esta conducta estereotipada la hemos vivido y sufrido en la Unión Europea en la crisis de 2008 y en la pandemia de la Covid-19. Ciertos países del Norte europeo achacaban a la vagancia y molicie los problemas que padecíamos en el Sur, España entre ellos, no nos merecíamos la ayuda mancomunada. Y ¡cómo duele escuchar esos argumentos, cuando tú eres el “vago” e “inútil”! 

9. J.M. ESQUIROL, La penúltima bondad, Acantilado, Barcelona, 2018 

10. E. DURKHEIM, Las formas elementales de la vida religiosa, Akal, Madrid, 1992 

11. M. ELIADE, Lo sagrado y lo profano, Paidós, Barcelona, 1998 

12. J.M. MARDONES, La vida del símbolo, Sal Terrae, Cantabria, 2003 

13. E. MARTINEZ LOZANO, Qué Dios y qué salvación, Desclée de Brouwer, Madrid, 2009 

14. R. LENAERS, Otro cristianismo es posible, Abya Yala, Quito, 2011 — Aunque no haya un Dios ahí arriba, Abya Yala, Quito, 2014 

15. J. S. SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, Abya Yala, Quito, 2011 

16. J. ARREGI, Invitación a la esperanza, Herder Editorial, Madrid, 2015 

Credenciales:

DESPUÉS DE LAS RELIGIONES – Una nueva época para la espiritualidad humana

Claudia Fanti 

Rogers Lenaers 

Concha Martínez 

John Shelly Spong 

María Lopez Vigil

José María Vigil

Coordinadores: 

Santiago Villamayor 

José María Vigil

Para esta edición:

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