La Iglesia nació en la casa – #3


LA IGLESIA DESDE JESÚS

“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”  (Gálatas 3:28).

1. PRIMER ESTATUS DE LA IGLESIA

Desde nuestras categorías, dos mil años después, nos resulta muy difícil de entender que el movimiento originario de Jesús no hubiera tenido en cuenta las enseñanzas y, sobre todo, la actitud del Maestro. El precedente que dejó Jesús debió de haber ejercido una influencia poderosa en las comunidades de la primera generación, sobre todo en lo referente al estatus social y religioso de las personas y, especialmente, al estatus de la mujer. Cuando consideramos el empaque moral que percibimos en el Jesús de los Evangelios y la actitud de la Iglesia institucionalizada de principios del siglo II, nos parecen dos mundos distintos. El primero, donde Jesús es el referente exclusivo, parece un pretexto para el segundo: la Iglesia. No estamos negando que la Iglesia se fundara en Jesús, sino que la institución que la Iglesia llegó a ser después adquiere un perfil dudoso si lo comparamos con el ministerio, las enseñanzas y, sobre todo, con la actitud ejemplarizante de Jesús. O sea, es muy dudoso que Jesús mismo fundara alguna Iglesia, independientemente de que haya algún texto que así lo afirme… ¡el papel es tan candoroso que permite que se escriba sobre él lo que el “escribidor” desee escribir!

Pues bien, uno de los contrastes más visibles entre la actitud del Jesús de los Evangelios y la actitud, sobre todo posterior, del movimiento cristiano, tiene que ver con el estatus de la mujer en la comunidad cristiana, especialmente en la Comunidad institucionalizada de principios del siglo II. El caso de las mujeres de la comunidad en Corinto (1Corintios 11:2-15) que ya he citado y que volveré a citar, es un ejemplo de la involución proteccionista más temprana del NT; pero, sobre todo, vemos este contraste agigantado en la involución lenta, pero sin pausa, respecto al liderazgo de la mujer en la Iglesia subsiguiente. Basta comparar 1Corintios 11:4-5; Romanos 16:1-6, sig., Filipenses 4:2 con 1Timoteo 2:11-12, por ejemplo. Por eso he elegido la visibilidad de la mujer como un testigo válido de la evolución progresista y posterior involución en el cristianismo primitivo. La miopía para no ver esta evolución-involución que estoy citando radica en buena parte en la ideología fundamentalista de leer las Escrituras de manera atemporal, sin ubicar los textos en sus tiempos cronológicos y, sobre todo, al margen de su contexto cultural, como si las buenas nuevas del “Reino (reinado) de Dios” no tuvieran una dimensión antropológica, social,  política y temporal.

Independientemente de cómo fueron evolucionando los diversos grupos de cristianos, según los entornos geográficos y culturales, las referencias primigenias que tenemos de Jesús son aquellas que encontramos en los Evangelios. Es aquí, en los Evangelios, donde descubrimos la actitud y las enseñanzas de Jesús, y que he apuntado en el capítulo anterior. El hecho de que los autores de los Evangelios mantuvieran en sus relatos el estatus que Jesús reconoció a la mujer, es significativo desde el punto de vista de la autenticidad de estas obras literarias en su dimensión social; sobre todo porque estas obras fueron escritas cuando se estaba dilucidando el papel de la mujer en la Iglesia: aceptar los códigos domésticos o rechazarlos (segundos escritos), lo cual originó mucha tensión interna. En cierta medida, la circulación de los Evangelios (años 70 en adelante) vino a ser un “corrector” sin éxito de la involución que ya estaba en curso. Compárese el papel de la mujer en el entorno de Jesús, y en los primeros escritos, con la prohibición de que la mujer hable o enseñe en la Iglesia en 1Timoteo 2:11-12. 

Pablo escribió en la primera generación de cristianos: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Es cierto que esta declaración tiene como contexto inmediato la salvación (=sin acepción de personas); pero detrás de este anuncio, ideológica y conceptualmente, hay una importante expectativa social y religiosa, porque la salvación de la que habla Jesús (el Reino de Dios) se plasma en la realidad de la vida, de esta vida… ¡cambiándola! Pablo escribe esta carta a las iglesias de Galacia por el año 49-50. Es significativo que, más adelante, cuando hay ocasión de repetir estas fórmulas, se omita la última: “no hay varón ni mujer” (1Corintios 2:13; Colosenses 3:11). La ausencia de la última fórmula en 1Corintios es comprensible a la luz de la actitud que tomaron algunas mujeres cristianas, que prescindieron del velo, originando un grave problema institucional (1Corintios 11:2-15). La ausencia en Colosenses 3:11 podría tener las mismas razones o que su autor no sea Pablo, como algunos estudiosos sugieren. Es decir, esa omisión no es por casualidad, tiene un propósito deliberado el cual se explica por el contexto socio-religioso por el que está pasando la Iglesia: involución. Pero la primera vez que Pablo escribe estas fórmulas, en Gálatas 3:28, está en consonancia sociológica e ideológica con el precedente de Jesús, quien no hizo distinción entre el varón y la mujer.

2. LA VISIBILIDAD DE LA MUJER EN LA IGLESIA (primeros escritos)

El hecho más sobresaliente, testificado en el NT, es la presencia de mujeres líderes en las iglesias domésticas, a pesar del fuerte peso que suponían los códigos domésticos (solo los prejuicios androcéntricos impiden ver esta realidad en los textos bíblicos). En las iglesias paulinas de la primera generación, la mujer podía vivir emancipada (1Corintios 7:11, 15, 34), optar por el celibato, que le daba cierta autonomía (1Corintios 7:7, 32-35, 40), incluso una relativa reciprocidad en el marco del matrimonio (1Corintios 7:2-5, 10-13), pero, sobre todo, podía desarrollar el liderazgo en la iglesia (1Corintios 11:4-5; Romanos 16:1-6, sig., Filipenses 4:2). En la primera generación la mujer es visible: se le identifica por su nombre de pila(12) y por el ministerio que desarrolla en la iglesia. Cosa que no ocurre en los últimos escritos, de la tercera generación. Los títulos que Pablo otorga a las mujeres (ministra, benefactora, apóstol, colaboradora…) representa una palabra visible de autentificación y acreditación de ellas, que con sus obras se han ganado el derecho a ser consideradas socialmente dentro del grupo. Pero, además, siendo utilizados por el Apóstol, sancionan y legitiman la autoridad y el liderazgo femenino. Por otro lado, “el hecho de que estos títulos se hagan notorios mediante las cartas, que llegarían a distintos confines, es un signo de que su prestigio es muy grande, ya que el honor crece en la medida en que más gente lo reconoce” (Rafael Aguirre. Varios autores, “Así empezó el cristianismo”, págs. 511-531). 

La declaración de Pablo: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:27-28) es además una magnifica expresión del entusiasmo del rito de iniciación que pronosticaba un nuevo orden social. De hecho, en el seno de las comunidades cristianas se rompían las diferencias que separaban a las personas(13), y se vivía una singular igualdad y fraternidad, sobre todo porque una característica de aquella sociedad era distinguir y valorar a las personas de forma heterogénea: el esclavo, el libre, el ciudadano, el artesano, la mujer… Pero el nuevo enfoque cristiano de la vida chocaba frontalmente con los valores dominantes de la época. Por otro lado, esta expresión entusiasta del Apóstol se enfrentaba al tópico retórico griego atribuido a Platón: “Porque he nacido ser humano y no bestia, hombre y no mujer, griego y no bárbaro”(14).

3. NOMBRES DE MUJERES PARA LA HISTORIA DE LA IGLESIA

El movimiento cristiano primitivo pasó de una indudable evolución liberadora (modelo de Jesús) a una involución paternalista (aceptación de los códigos domésticos). En los primeros escritos encontramos a una mujer visible, referida por su nombre de pila y por su ministerio de liderazgo en la iglesia (Romanos 16:1, 3, 6-7, 12, 15; Filipenses 4:2; etc.); datos que luego, en los siguientes escritos, prácticamente desaparece: la mujer vuelve a la invisibilidad, y cuando se la cita de manera impersonal es para inculcarle los deberes de los códigos domésticos y, sorprendentemente, se le prohíbe incluso hablar y enseñar en la iglesia (1Timoteo 2:11-12), lo cual implica que hasta ese momento hablaba y enseñaba. Esta visibilidad-invisibilidad de la mujer en el cristianismo primitivo viene a ser un testigo paradigmático para percibir la evolución-involución presente en los escritos del NT. Este protagonismo de la mujer en la Iglesia de la primera generación debió de originar no pocos problemas, según se desprende de los escritos de la segunda y, sobre todo, en los escritos de la tercera generación y subsiguientes (¡se suele prohibir aquello que se ha venido realizando!). Ahora bien, esta “involución” progresiva del ministerio de la mujer en la Iglesia de la segunda y tercera generación fue, no obstante, necesaria para la subsistencia del movimiento cristiano. De hecho, su adaptación a las instituciones que vertebraban aquella sociedad le permitió llegar hasta donde llegó: convertirse en la Gran Iglesia. ¡Pero lo que no pudieron hacer las siguientes generaciones fue borrar del todo los nombres de las mujeres que desarrollaron un fuerte protagonismo en la primera generación!

El libro de los Hechos nos informa de la conversión de muchas mujeres, de buena posición social, que acogían iglesias domésticas (Hechos 17:4,12). Por Pablo sabemos de Ninfas, que era líder de una iglesia en “su casa” (Colosenses 4:15). Ya hemos visto a Priscila y Aquila que lideraban una iglesia doméstica, primero en Éfeso (1Corintios 16:19) y luego en Roma (Romanos 16:3-5). Evodia y Síntique debieron ser mujeres muy importantes, porque el Apóstol les pide que se reconcilien ya que su testimonio debía ser de mucha influencia en la iglesia de Filipos (Filipenses 4:2-3). En el saludo final de Romanos aparecen varias mujeres (María, Trifena, Trifosa y Perside) de las cuales se dice que “han trabajado mucho en el Señor” (Romanos 16:6-12). Una mujer llamada Junia, con su marido Andrónico, es llamada apóstol (Romanos 16:7)(15) En fin, en el movimiento misionero primitivo encontramos muchas mujeres y muy activas. A veces, aparecen colaborando en pie de igualdad con Pablo, como misioneras itinerantes, enseñando, ministrando como diáconos, como protectoras o como dirigentes. 

“Mis colaboradores en Cristo Jesús”

EL término “colaborador” –Kopiao (trabajar, fatigarse)– que Pablo usa es el mismo que designa el trabajo apostólico de los que tienen autoridad en la iglesia (1 Corintios 16:16; 1 Tes. 5:12) o su propio trabajo apostólico (1 Corintios 15:10; Gálatas 4:11; Filipenses 2:16; Colosenses 1:29); asimismo para referirse a Priscila y Aquila (Romanos 16:3), a Timoteo (1ª Tes.3:2), a Marcos, a Aristarco, a Demas y a Lucas (Filemón 24). Y en estos casos los colaboradores eran personas que hacían el mismo trabajo que Pablo: predicar y enseñar. Aparte de Priscila y Aquila, Pablo envía saludos a mujeres que estaban entregadas al servicio del evangelio. Algunas de estas mujeres habían sido “colaboradoras” de Pablo, y otras “trabajan en el Señor” (Romanos 16:3-4, 6, 12). 

“Trabajan en el Señor”

La frase “trabajar en el Señor” puede ser muy amplia en su significado, pero conocer cómo y cuándo utiliza Pablo esta expresión puede ayudarnos. 

Por ejemplo, Pablo utiliza la palabra “trabajar” (kopiao, ergazomai) 27 veces en diferentes formas verbales en sus cartas; de ellas, catorce están referidas al trabajo misionero (Romanos 16:6, 12; 1 Corintios 15:10; 16:10, 16; 2 Corintios 10:15; 11:23, 27; Gálatas 4:11; Filipenses 2:16; Colosenses 1:29; 1 Tes. 5:12; 1 Timoteo 4:10; 5:17). De estas catorce veces que Pablo la utiliza referidas al trabajo misionero, seis veces se refiere al trabajo específico que llevaban a cabo Timoteo (1 Corintios 16:10, 16), los que presidían en la iglesia de Tesalónica (1 Tes. 5:12), los Ancianos en la iglesia de Éfeso (1 Timoteo 5:17) y tres mujeres: María (Romanos 16:6), Trifena y Trifosa (Romanos 16:12). Cuando Pablo dice que estas mujeres “trabajaban en el Señor” es porque llevaban a cabo un trabajo similar al de Timoteo y al que los demás varones desarrollaban. En esta primera generación del cristianismo la mujer era visible, se le identifica por su nombre de pila y por su ministerio cristiano de liderazgo en la iglesia. 

Notas:

[12] Algo insólito, pues normalmente a la mujer se la refiere con el nombre del varón al que pertenece, bien al padre, al marido o, incluso, al hijo; salvo cuando se trata de una mujer excepcionalmente emancipada como era el caso de María Magdalena. P. ej. “entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mateo 27:56).

[13] Las reuniones abiertas que supone 1Corintios 11:5; 14:26-40, implican una amplia participación donde la mujer era equiparada al varón. Si luego se le prohíbe hablar y enseñar (1Timoteo 2:11-12), ello confirma la involución de la que venimos hablando. 

[14] Los rabinos judíos se apropiaron de este tópico y decían: “Bendito seas (Oh, Dios) porque no me hiciste gentil; bendito seas (Idem) porque no me hiciste mujer; bendito seas (Idem) porque no me hiciste esclavo”. (Rafael Aguirre, “Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana”, p. 222).

[15] Por prejuicios androcéntricos se consideró intolerable, durante mucho tiempo, que se llamase “apóstol” a una mujer, y los comentaristas con frecuencia convirtieron a Junia en varón, lo que no es sostenible hoy. Pablo saluda a otras dos parejas (Filólogo y Julia, Nereo y su hermana) que probablemente eran misioneros, o sea, “apóstoles” (Romanos 16:15).

Emilio Lospitao

Autor: E.Lospitao

Hobby, la pintura