El gozo que nace en la compasión


Ocurrió en la Semana Santa andaluza, en la procesión de Viernes Santo, al paso de Jesús atado a la columna, lacerado y sangrante. En la misma Sevilla en la que el Gran Inquisidor reprochó a Jesucristo les propusiera una libertad con sufrimiento cuando él les estaba asegurando un bienestar sin libertad. “Un mundo feliz”, vamos. 

Fue allí, pues, donde, un emocionado asistente a la procesión se puso a cantar una saeta al Cristo de los Dolores cuando la imagen estaba a su alcance.  El “paso” o imagen, a hombros de sufridos costaleros, se detuvo, y el “cantaor” se extasió cantando y llorando. En esa misma elegía iban su sufrimiento y el de Jesús y poco a poco esa condolencia se fue extendiendo por toda la muchedumbre en profundo silencio. Unos se compungían interiormente a lágrima muerta, mientras otros sollozaban a lágrima viva, sintiendo todos ese momento tan privilegiado como un sacramento de todos los sufrimientos del mundo que allí adquirían su sentido y consolación. Y cuando ya el “paso” reemprendió la marcha y las emociones se fueron amainando, un periodista preguntó al hombre que cómo se encontraba y él contestó “Qué bien de mal lo estoy pasando”.  Es decir se sentía contento en el seno de esa profunda dolencia.

El buen cristiano se había liberado de sus culpas y penas y acompañaba en el dolor a esa persona que sufrió por toda la humanidad y a quien le debía agradecimiento y fidelidad. Más cuando Jesucristo era para él el mismo Dios, lo más sagrado y absoluto de su vida, el que acabaría con todo el mal, la muerte, sus egoísmos y limitaciones.

Más allá de la anécdota, en el fondo de esa experiencia late una actitud muy positiva ante algo que es incomprensible e irresoluble, el mal y el sufrimiento: la posibilidad de que el significado de lo que padecemos reduzca el mismo padecimiento. Porque no es tanto el dolor lo más insoportable cuanto su falta de sentido, es decir la desesperanza.

La ineludible presencia del mal

El problema del mal es irresoluble y el sufrimiento inevitable, del mismo modo que no hay figura sin fondo ni fondo sin figura y porque la limitación es el precio de la identidad. El mal nunca deja de ser una merma, un quejido y una queja, un puñetazo en el estómago, una pregunta reiterativa y molesta. Porque hiere y porque pone en cuestión el sentido de la libertad. A veces se desearía renunciar a ella a cambio de la pervivencia del bien. 

El mal no es solo una carencia de bien, golpea como dotado de consistencia propia. Y resulta paradójico, si lo suprimimos queda la nada en el ámbito físico y el autómata en el ámbito moral. Es pues el mayor tropiezo de la vida, orientada de por sí a la felicidad. Y todavía es mayor no comprender por qué se da y por qué lo hace con tanta discriminación. Y especialmente hiriente cuando no damos motivos para ello sino todo lo contrario y la desgracia recae sobre los más inocentes o bondadosos. Entonces estalla el escándalo, sobre todo en el creyente.

La única manera de integrar el mal es darle sentido y aminorarlo con la práctica del bien. Ahogando el sufrimiento en el mar de la compasión. Algo que se logra a veces ahondando en esa laguna interior de buen sentir que unos llaman Dios y otros, creatividad de la conciencia, cualidad humana profunda, fondo del ser, encuentro o fusión en el todo. Otras veces, según se dice, dejando pasar el tiempo que lo cura todo, pero porque el tiempo está cargado de vida creadora. Nuestro “cantaor” soporta el dolor en virtud de un máximo valor y mejor vida que le llega después o incluso en el mismo momento. Tal ocurre también con los dolores de parto y los procesos creativos. 

Sufrimiento con sentido y consentido 

«En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón» (Antonio Machado).

El dolor es por tanto un aviso de que algo va mal, nos indica qué órgano o estructura está dañado. Si eliminamos el dolor eliminamos el ser, tiene razón Machado. Quizás entonces, si tiene sentido, podemos consentirlo. Hasta hace un tiempo el sentido y la aceptación eran de tipo sobrenatural, la identificación con el Cristo Redentor. Pero hoy el paradigma de la Salvación por el sufrimiento y muerte de un Dios ha entrado en crisis sustituido por una nueva concepción de la realidad y de la verdad.

Ayer sacrificio y resurrección

Todavía quedan en nuestra cultura bastantes reminiscencias de aquella mentalidad en la que estar junto a Dios aunque fuera sufriendo era el mayor regalo y felicidad que se le podía dar al humano. El martirio, la vida consagrada y abnegada o la donación cívica extrema eran el camino más idóneo para esa fusión celestial y la mejor garantía de un final beatífico, la Resurrección o la utopía social. En esa perspectiva el sufrimiento estaba suficientemente justificado y asimilado; ya antes de que sobreviniera uno ya lo había buscado. Morir o sufrir por Dios – véase la película “Camino” – era la mayor oblación y agradecimiento.

En esa mentalidad el escándalo de un Dios omnipotente e infinitamente bueno se justificaba por su condición de Misterio es decir, adora, confía y no preguntes. Pero era un pseudo escándalo religioso pues si bien obliga a optar por la bondad que no es absoluta o por el poder que no quiere, en el fondo se sabe que Dios querrá y pondrá un final feliz, que para eso es Dios. Es una contradicción resuelta a priori en la infinita bondad de Dios, en la recta escritura con renglones torcidas. El Ente Supremo se convierte en el pleno y definitivo sentido para todo mal, sufrimiento y fracaso de la libertad. 

Hoy complejidad y Creatividad. 

¿Podemos renunciar al Dios creador -el Dios todopoderoso, omnipotente y omnisciente que nos enfrenta al problema del mal- y en su lugar encontrar reverencia a una creatividad incesante en el desarrollo de la naturaleza? Creo que sí. (Stuart Kauffman, “Suficiente Dios”).

Hoy nuestro modelo de fe está cambiando radicalmente, tanto es así que en muchos contextos estamos en un momento posreligional y posteista lo que quiere decir que abandonamos la creencia en un Ente Supremo, creador del bien y carente de un mal que queda endosado a la libertad humana, la que Él mismo creó. Pero la bondad y la maldad van siempre juntas y son un resultado del proceso de constituirse la realidad y del madurar de la libertad. 

La ciencia actual parece inclinarse por otro modelo de creación que no necesita de un agente externo o Dios todopoderoso.  La moderna biología y la teoría de sistemas nos ayudan a entender lo que somos y cómo surgimos de especies anteriores. Los conceptos de autopoiesis (autoproducción) de Maturana y Varela y sobre todo la investigación de Stuart Kauffman nos sitúan en una biosfera autocreativa. Los seres emergen unos de otros según la mutación azarosa de los genes y la adaptación al medio ambiente. Pero Kauffman introduce un tercer elemento, la autocatálisis (enriquecimiento y aceleración de las relaciones en un sistema). 

Los elementos de un sistema biológico, moléculas, genes, células, se interrelacionan con tal intensidad y frecuencia que rompen el equilibrio anterior y suscitan un nueva organización, enteramente distinta. Producen nuevas formas. No somos, pues, solo fruto del azar, de la necesidad y de la selección natural sino también de la complejidad y la autoorganización interna.  Estamos cerca de una cierta intencionalidad evolutiva lo que corrige tanto la creación de la nada y el literalismo bíblico, como la exclusividad del azar y la necesidad o el reduccionismo científico. 

También la nueva concepción de la verdad y de la creencia cambia nuestra percepción del mal. El mal y la muerte no son una condena por un pecado como a veces se atribuye a la Biblia. Los relatos religiosos pueden seguir siendo consoladores pero bajo una lectura inteligente, desde dentro del simbolismo de la narración y de sus razones cordiales. Pues si no, la lectura literal los asemeja a las fake-news o bulos, y a la posverdad. 

Pero aun con estas explicaciones, el mal sigue junto a nosotros y su realidad contradice con golpes bajos esta visión tan optimista. Entonces nos preguntamos cómo podemos cantar la creatividad de la realidad si en muchos casos es una creatividad negativa, si las mutaciones y adaptaciones no siempre son favorables y sus desarrollos muchas veces nocivos. Y la respuesta nos llega de la misma limitación de la razón. Cuando la razón hace agua el corazón rompe aguas y la niña se llama esperanza.  

Y estas son algunas vetas de esperanza. El impulso natural de la vida que nos lleva a expandirnos, surgido en la oscuridad de la energía cósmica y que nos lleva hasta la maravilla de la consciencia y el amor. El bienestar, la salud y el gozo de vivir que ya mucha gente disfruta, aun con escasos recursos y conscientes de su provisionalidad. Es algo que abre la posibilidad de que todo el mundo pueda también alcanzarla. Los descubrimientos científicos, el enorme esfuerzo por la justicia, por la democracia, la igualdad de género, etc. Hay allí amor. Hay amor y no más bien nada u odio, y la esperanza lo sabe.

3. Que todos los dolores sean de parto

El bien y el mal van siempre juntos, la alegría con la tristeza y el placer con el dolor, porque la realidad es muerte y vida, evolución creadora. Y en esa única realidad, que la tomas o la dejas, las formas de vida se mejoran en virtud de su creatividad incesante.  La cultura humana progresa en dignidad y bondad a pesar de los múltiples retrocesos como son las catástrofes y las malas voluntades. Pero para comprender esto necesitamos una mirada larga, de siglos. La propia de la lentitud creadora, setenta veces siete días. 

Hoy estamos en mejores condiciones para reducir el sufrimiento. Para evitar las zonas catastróficas, atenuar las alteraciones climáticas, corregir el sistema económico que produce migraciones, hambrunas y guerras; educar en la ciencia, la poética, el arte y la cordialidad, sin que nos de vergüenza; buscar la cohesión social y el bienestar profundo, subordinar la robótica, favorecer el consenso crítico universal, etc. También poner en juego la “cualidad humana profunda”, la conciencia de totalidad y hermandad, resolver los conflictos con la paz, recuperar el amor tras los desamores. Son buenas prácticas para aminorar el mal, son cuidados paliativos…de la vida. 

Ahondar en la bondad “subyacente” expresada en las tradiciones religiosas, encontrar la consolación en la filosofía o la serenidad con la meditación, entrar en la intersubjetividad doliente, en un igualitario sentimiento de creatividad y recreación, de crearse y recrearse. Y por encima de todo acercarse al que sufre y juntos intentar una nueva vida que, compartida, será más una canción que un lloro, un gozo en la compasión, un “qué bien de mal” vamos a mejorar el mundo.

Santiago Villamayor, Febrero, 2023 

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Autor: E.Lospitao

Hobby, la pintura