La Iglesia nació en la casa – #1


Lo que necesitamos ahora para entender a nuestro hipotético grupo de extranjeros (los escritores del Nuevo Testamento y la conducta de la gente de la que nos hablan) es disponer de algunos modelos adecuados que nos permitan entenderlos interculturalmente, que nos obliguen a mantener separados de su conducta nuestros propios significados y valores, de tal modo que los entendamos en sí mismos.

Bruce J. Malina

PRÓLOGO

Este trabajo, con el mismo título, fue publicado en la revista Restauromanía (2ª Época) en capítulos durante el año 2012. Como otros temas publicados en dicha revista, ya extinta, también éste está dirigido particularmente a los líderes de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración. Está particularmente dirigido a ellos con el objeto de compartir alternativas exegéticas, consciente de que muchos lo agradecen, aunque me consta también que a otros les molesta, y mucho. El lector ajeno a este entorno religioso debe tener en cuenta este matiz cuando lea o estudie este documento, porque sus puntos de vistas, énfasis… tienen en mente las características ideológicas y exegéticas que defienden algunos de estos líderes al encarar la eclesiología del cristianismo del primer siglo. El capítulo dedicado a la “heterogeneidad del cristianismo primitivo” está expuesto en el capítulo #7 de esta edición.

Tres aspectos principales vertebran exegéticamente este trabajo: 

  1. La naturaleza de las “iglesias domésticas”, de las cuales dan cuenta el Nuevo Testamento, y su organización, subordinada al orden social de la “casa” del primer siglo, que era de signo patriarcal, tanto en el mundo judío como en el greco-romano. Esto solo ya es motivo de reflexión de por qué la Iglesia se estructuró y organizó como lo hizo; 
  2. La involución que sufrió el cristianismo primitivo, perceptible en el NT, para cuya consideración elegimos el protagonismo de la mujer como un testigo válido de dicha involución, que se corresponde con las generaciones literarias de los escritos neotestamentarios. Aspecto importantísimo éste teniendo en cuenta que el currículo docente de la mayoría de las Iglesias de Cristo enseña que la apostasía se hizo presente poco tiempo después de la muerte del último Apóstol, lo cual implicaría que la prohibición a la mujer de “hablar” y “enseñar” en la iglesia (últimos escritos) correspondería a tal “apostasía”, pues en la época de los primeros escritos, la mujer hablaba y enseñaba en la iglesia. De hecho, la prohibición de hablar y de enseñar evidencia que antes hablaba y enseñaba; 
  3. La heterogeneidad del cristianismo primitivo, formado por diversas tradiciones o corrientes teológicas, siendo las dos más visibles para nuestro propósito las que se corresponden a grupos judíos (judeocristianos, la tradición más primitiva, en Jerusalén) y a gentiles (paganocristianos, que dio comienzo en Antioquía de Siria), aunque apuntamos otras más. 

Sabemos que estos tres aspectos chocan frontalmente con el principal leitmotiv de la actividad misionera de algunos predicadores de las Iglesias de Cristo, por el énfasis que éstos ponen en las “notas” de identidad de la “Iglesia del Nuevo Testamento”, que ellos dicen representar. El primer aspecto, porque cuestiona que la organización de la iglesia siguiera un orden divino previamente establecido, al margen del orden social y político del entorno donde ésta nació y se desarrolló. El segundo aspecto, porque el cambio de un orden progresista, donde la mujer ejercía un indiscutible liderazgo, a la prohibición expresa de este liderazgo, pone en evidencia que dicha prohibición está vinculada a la progresiva institucionalización de la Iglesia, y no a una normativa original divina que pretendiera tutelar a la mujer de por vida. El tercer aspecto, porque cuestiona la noción de que la Iglesia primitiva fue un movimiento homogéneo, único y uniforme. 

Nota: La edición para este formato fue publicándose en capítulos sucesivos en el verano de 2023

Emilio Lospitao

INTRODUCCIÓN

1. LA CASA

Las primeras comunidades cristianas, denominadas luego como “iglesias” (ekklesia), encontraron como lugar natural de reunión los hogares, las casas. Al principio, en Jerusalén, continuaron asistiendo al templo (Hechos 2:46; 3:1), pero el templo no satisfacía todas las necesidades que las características del nuevo “culto” exigían. Tampoco abandonaron inmediatamente la sinagoga, pero, por los mismos motivos, acabaron por abandonarla, o ser expulsados de ellas (Juan 16:2-4). El caso es que, por una cuestión meramente pragmática, las comunidades cristianas primitivas decidieron reunirse en las casas espaciosas de los creyentes bien situados económicamente. Fue tan perfecto el binomio del “orden social” de la casa y la necesaria “organización” que cualquier grupo de personas necesita, que la “casa” (su hábitat físico y su institución) satisfizo adecuadamente los requisitos que necesitaban, y ahí se mantuvo casi los tres primeros siglos de su historia. El orden social de la casa vino a ser el precedente ideal para su progresiva organización e institucionalización.

La expresión “con toda su casa” o “la iglesia de su casa” se repite varias veces en el libro de los Hechos y en algunas epístolas (de Pablo) para referirse a la conversión de alguna persona en particular y con él “toda su casa” (Juan 4:53; Hechos 11:14; 16:15, 31-34; 18:8; etc.). También se habla de la “casa” como lugar natural de reunión de la iglesia que surge de dichas conversiones (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15; etc.). Estos dos aspectos que acabamos de citar indica la importancia que tuvo el entorno físico e institucional del “orden social de la casa” en el desarrollo de las comunidades cristianas primitivas, como iremos viendo más adelante. 

2. EL CONCEPTO DE “CASA”

En primer lugar, el sustantivo “casa” (oikos/oikia) en el contexto social y político del Nuevo Testamento (NT), tanto en el entorno judío como en el greco-romano, es un término polisémico: se refiere tanto a la casa-inmueble como a la casa-familia. Hoy, en algunos contextos literarios, sigue usándose con este doble sentido.

En segundo lugar, el concepto de la “casa” (familia), en aquella época, no tiene nada que ver con el concepto de la “casa” en la sociedad occidental del siglo XXI. La “casa” de aquella época la formaban los hijos y las hijas de la esposa principal como los hijos y las hijas de la(s) esposa(s) secundaria(s) [concubina(s)], juntamente con los criados y criadas, esclavos y esclavas, además de otras personas dependientes del patronazgo del amo de la casa. A veces, la “casa” podría estar constituida incluso por todo un clan (Leipoldt-W.Grundmann. “El mundo del Nuevo Testamento”, pág. 189. A. Meeks, Wayne. “Los primeros cristianos urbanos”, pág. 133). 

En tercer lugar, la institución de aquella “casa” era de signo patriarcal, tanto en el mundo judío como en el greco-romano. Esto significa que el “señor” de la casa era varón, padre y amo, a quien correspondía no sólo el derecho de disponer y de dar órdenes, sino de castigar (R. de Vaux, “Instituciones del Antiguo Testamento”, págs. 49-51). Los códigos domésticos que encontramos en el NT, que se corresponden con los códigos de la época, dan cuenta de este patriarcalismo (Colosenses 3:18-4,1; Efesios 5:21-6,9 y 1 Pe 2:18-3,1).

La expresión griega “kat oikon”–en Hechos 2:46; 5:42– puede traducirse “en las casas” o “por las casas” (Aguirre, Rafael. “Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana”, pág. 87). Debido al elevado número de miembros (Hechos 2:41; 4:4) parece más apropiado entender “por las casas”. Aun cuando Lucas idealiza la convivencia de la Iglesia en Jerusalén (2:42-47; 4:32-35; 5:12-16), ese rasgo fraternal que le caracteriza solo se explica a partir de la vida de las iglesias domésticas. Según Hechos 12:12-17, uno de los muchos grupos cristianos existentes en Jerusalén fue el que se reunía en la casa de María, la madre de Juan Marcos (sin duda un grupo judeo-helenista)[1], distinto de otros grupos, en alguno de los cuales estaba Jacobo, un judeocristiano apegado a la Ley (Hechos12:17). 

Era muy común que hubiera diversas iglesias domésticas en un mismo lugar, sobre todo en las ciudades cosmopolitas. Pablo pide que “esta carta sea leída a todos los hermanos”; es decir, que se haga llegar a todas las iglesias domésticas de aquella ciudad (1 Tes.5:27). Más claro queda en el testimonio de la 3ª carta de Juan, donde una de las comunidades, la que dirigía Gayo, había recibido a los evangelistas enviados por el “presbítero” y se les exhorta a que siga haciéndolo (6-8), mientras que la otra, la que dirige un tal Diótrefes, los había rechazado (9-11).

Esta pluralidad de iglesias domésticas en una misma ciudad nos permite entender mejor el famoso conflicto de Antioquia. Pedro compartía mesa con la comunidad pagano-cristiana hasta que, por temor de los “de parte de Jacobo”, se separó de ella, lo que supone la existencia de comunidades domésticas separadas por etnias: judíos y paganos, aunque luego fuera en una reunión conjunta donde Pablo censuró a Pedro (Gálatas 2:11-14). Lo mismo ocurría en Corinto, donde, aparte de que se reunieran ocasionalmente todos en un mismo y amplio lugar (quizás público, de ahí que pudieran asistir personas no cristianas – 1 Corintios 14:23), las comunidades domésticas se vinculaban a sus fundadores o patronos, ocasionando, a veces, divisiones entre ellos (1 Corintios 1:10-16). ¡Como hoy! En la ciudad de Roma del siglo II existían muchas iglesias domésticas. Justino Mártir, que vivió en aquella época, da testimonio al Prefecto de Roma de que su casa era un lugar de reunión (de cristianos), pero que había otros lugares donde se reunían otros cristianos, aun cuando él no lo frecuentaba. 

3. PRECEDENTES DE LA CASA COMO ENTORNO CÚLTICO-RELIGIOSO

El entorno de la casa como lugar cúltico-religioso no fue una novedad de las primeras comunidades cristianas. La Iglesia encontró este precedente tanto en el mundo judío, de donde procedía, como en el mundo greco-romano. 

La sinagoga, que tuvo su origen durante la cautividad babilónica (Enciclopedia de la Biblia, Vol VI, pág. 718-721), comenzó en las casas, donde los judíos exiliados se reunían para fomentar la piedad. Con frecuencia, estas “casas-oratorios”, eran donadas por miembros que habían prosperado (Jer. 29:5), y terminaban convirtiéndose en lugares exclusivos para la reunión litúrgica (la sinagoga). Después, cuando la sinagoga adquirió carta de naturaleza como institución laica, había quienes donaban un inmueble específico para convertirlo en sinagoga, o incluso dinero para construirla (Cf. Lucas 7:4-5). 

En el entorno greco-romano, aparte de los cultos oficiales del Imperio, existía un culto que se llevaba a cabo en las casas. En los descubrimientos de Pompeya y Herculano se han encontrado cientos de pequeños templos u hornacinas en las casas que servía para los cultos familiares (“Los cultos domésticos” (https://historia.nationalgeographic.com.es/a/los-cultos-domesticos-en-la-antigua-roma_18926  – visto 9-07-2023). La casa como lugar de reunión litúrgica era bastante común y no fue una singularidad del cristianismo primitivo. 

Durante los tres primeros siglos, la casa (física) y la domus eclesiae (de “dominus”=señor), por último se cambiaría a la “basílica”, fue el lugar exclusivo de reunión de las iglesias domésticas. Igual que ocurrió con la sinagoga, hubo cristianos bien situados económicamente que donaban propiedades inmobiliarias para dedicarlas exclusivamente al culto cristiano. Así surgió la “domus ecclesiae”, una casa doméstica amplia, con patio, habitaciones para albergar a los predicadores itinerantes, o para la instrucción, incluso con una pequeña piscina que se adaptaba a las necesidades del rito bautismal(2).

 Esta “domus ecclesiae” fue el eslabón intermedio entre la “casa” y la “basílica” (inmueble de uso público de la época, laico, cuyo diseño fue luego perpetuado en la construcción de los lugares para el culto cristiano). La basílica propiamente dicha, junto con los templos paganos habilitados, serían los lugares habituales para el culto cristiano a partir del siglo IV, tras el reconocimiento del cristianismo como “religión autorizada” por el emperador Constantino. Pero sobre la domus ecclesiae y la basílica, hablaremos más al final de este trabajo.

4. LA CASA COMO PUNTO ESTRATÉGICO DE MISIÓN

Pablo solía dirigirse en primer lugar a las sinagogas para anunciar el evangelio (Hechos 13:14; 14:1; 17:1-2; etc.), pero como los resultados en las sinagogas eran escasos, el apóstol buscaba otra serie de contactos que pudieran proporcionarle un lugar adecuado como centro de su actividad y lugar de reunión de los creyentes: la casa. En cierto sentido, esta estrategia se ajustaba a la supuesta “gran comisión”, aunque el modus operandi de Pablo resultó ser muy distinto al de los misioneros palestinenses (Cf. Lucas 10:5-7 con 1 Corintios 9:14-15, 2 Tes. 3:7-10). Así, vemos a Pablo en relación con gentes de relativa buena posición, propietarios de amplias “domus”, a los que excepcionalmente incluso bautizó “con toda su casa” (1 Corintios 1:14-16)(3). De este ambiente procedían los patronos conocidos de las iglesias domésticas en el entorno gentil: Priscila y Aquila en Éfeso y en Roma (Hechos 18:26; Romanos 16:3-5), Ninfas en Laodicea (Colosenses 4:15), Filemón en Colosas (Film 2; Colosenses 4:17), Febe en Cencreas (Romanos 16:1), Estéfanas en Corinto (1 Corintios 1:16; 16:15-16)17, etc.

Normalmente, además de ofrecer sus casas como lugar de reunión, estos patronos (paterfamilias) lideraban también las “iglesias domésticas” que se encontraban en sus casas, lo cual viene confirmado por las calificaciones (sunergós= colaborador) que Pablo otorga a Filemón (Film 1), a Aquila y Priscila (Romanos 16:3) y a Estéfanas (1 Corintios 16:16). En el caso de Estéfanas este liderazgo se afirma explícitamente: “se ha dedicado al servicio de los santos” (1 Corintios 16:15). La expresión de Pablo: “desde Jerusalén hasta Ilírico he llevado el evangelio de Cristo a todas partes” (Romanos 15:19, 23) debemos de entenderla como una hipérbole, en el sentido de que formó pequeñas células de cristianos entre familias dispersas en algunas ciudades estratégicamente situadas de la cuenca nororiental del Mediterráneo, exceptuando las comarcas, es decir, las zonas rurales (A. Meeks, Wayne. “Los primeros cristianos urbano”, p.24). Este trabajo misionero en las comarcas sería llevado a cabo más bien por las comunidades urbanas ya establecidas (Cf. 1 Tes. 1:8). En cualquier caso, la casa, con sus códigos domésticos, fue el marco ideal para la posterior organización de la iglesia y el estatus de sus miembros (ver 1 Timoteo 3:5, 12).

5. EL PATERFAMILIAS

Ya hemos mencionado la frase “y su casa” (Hechos 10; 16:32-34; 18:8) o “la iglesia de su casa” (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15; etc.) asociado al cabeza de la casa, el paterfamilias. 

Era normal –aunque con excepciones, como veremos– que el cambio de fe religiosa del paterfamilias fuera seguido por todos los miembros de “su casa”, lo cual contrasta con el concepto que hoy tenemos de la conversión. Se entiende mejor esto cuando profundizamos en el estatus que tenía el paterfamilias, de signo patriarcal, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, así en la sociedad judía como en la greco-romana. Hasta cierto punto es comprensible la eficaz inercia vocacional de algunas conversiones del NT; por ejemplo, la conversión de Lidia (como matrona) y “su familia” (Hechos 16:15); la conversión del carcelero de Filipos y “todos los que estaban en su casa” (Hechos 16:32-34), la conversión de Crispo, el principal de la sinagoga, “con toda su casa” en Corinto (Hechos 18:8). En todos estos casos, además del paterfamilias, se bautizaron también los miembros de “su casa”. En el caso del centurión Cornelio (“temeroso de Dios”(4) – prosélito judío), parece que toda “su casa” fue partícipe de la misma experiencia carismática (Hechos 10:1-2, 47-48); por supuesto, según la visión teológica que subyace en el relato de Lucas, esta “experiencia” no está vinculada a la influencia del paterfamilias que, por otro lado, nunca es explícita; por eso es necesario explicarla.

Hemos dicho que “salvo excepciones” porque encontramos conversiones de “casas” donde algunos de sus miembros obviamente no fueron “convertidos” al evangelio. Un ejemplo de ello es la casa de Filemón, que lideraba la iglesia doméstica de su casa, cuyo esclavo fue convertido casualmente por Pablo durante el período de tiempo de la huida de aquel (Filemón 1-2, 10-12). La no conversión del esclavo de Filemón, aparte de que ya estuviera huido cuando su amo se convirtió al cristianismo, se comprende mejor, en cualquier caso, si tenemos en cuenta que los esclavos de Roma, y de áreas sometidas a la fuerte influencia romana, disfrutaron de mayor libertad de participar en los cultos que en el oriente griego (A. Meeks, Wayne. “Los primeros cristianos urbanos”, p. 58). Por otro lado, se hace referencia al paterfamilias (o patronos) en cuyas casas se reunían cristianos, pero ellos no lo eran, así “los de la casa de Aristóbulo” y “los de la casa de Narciso”, a los cuales (“a los de la casa”) Pablo manda saludos (Romanos 16:10-11). También “los de Cloé” (1 Corintios 1:11) o “los de la familia del César” (Filipenses 4:22). En todos estos casos, Aristóbulo, Narciso, Cloé (una matrona) y César no eran convertidos a la fe. Un texto más claro es 1Corintios 7:12-15, donde Pablo requiere de la parte cristiana que acepte al cónyuge no cristiano. Aun así, no cabe duda de la fuerte influencia que ejercía –y ha ejercido– el ejemplo y la autoridad del paterfamilias respecto a los miembros de su “casa” (mujer, hijos, esclavos, etc.) en la aceptación de la nueva fe. La promesa que Pablo y Silas le hicieron al carcelero está más en consonancia con esta influencia del paterfamilias que con alguna esperanza transcendente, como muchas veces se atribuye (Hechos 16:31-32). En cualquier caso, si bien estas “casas” (familias) se convertían en la célula originaria que formaba la iglesia doméstica, también es cierto que estas iglesias trascendía a la misma “casa” (familia), donde la “casa” (física) se convertía en la sede y el lugar habitual de reunión de la comunidad, según se desprende de algunos textos (Cf. Romanos 16:23; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15).

6. LOS “CÓDIGOS DOMÉSTICOS” 

Es esencial tener en cuenta el orden social de los códigos domésticos (5) de la época para comprender la organización y el desarrollo del cristianismo primitivo, toda vez que fue en este marco doméstico donde las iglesias se originaban y se estructuraban. La organización y el desarrollo de las comunidades cristianas primitivas, aunque innovadoras al principio, finalmente asumieron estos códigos domésticos e incluso los utilizaron para autodefinirse y legitimarse. Algunas innovaciones fueron eficazmente reprimidas desde el principio (1 Corintios 11:2-15 es un ejemplo). Pero esta institucionalización no fue automática: pasó por un proceso sociológicamente lógico, como veremos más adelante.

Pero, ¿qué son exactamente estos códigos domésticos de los que vengo hablando? Se llaman códigos domésticos a unos textos (Efesios 5:21-6:9 y Colosenses 3:18-4:1) en los que se inculcan los deberes recíprocos de los miembros de la casa y se confirman las relaciones jerárquicas tradicionales. El origen de los códigos domésticos se pierde en la noche de los tiempos, pero su ámbito es judeo-helenista. Estos códigos estaban presentes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y formaban parte de la estructura social tanto en Oriente Medio como en toda la cuenca Mediterránea (Vaux, R. “Instituciones del Antiguo Testamento”). En el siguiente capítulo abordo la naturaleza y los objetivos de estos códigos domésticos donde se sustentaba el orden social de la sociedad greco-romana y judía, y que son los mismos que encontramos en el Nuevo Testamento. 

Notas:

[1] Juan Marcos era sobrino de Bernabé (Colosenses 4:10); éste procedía de la diáspora chipriota, es decir, era judeo-helenista (Hechos 4:36). Los judeocristianos helenistas fueron quienes provocaron la primera persecución en Jerusalén, cuya mecha incendiaria fue el discurso de Esteban (Hechos 7), helenista también (Hechos 6:1-5), los cuales tuvieron que huir, pues los apóstoles, que no eran helenistas, pudieron quedarse en Jerusalén (Hechos 8:1).

[2] La “domus ecclesiae” descubierta en Dura Europos (Siria), del siglo II-III, disponía de una piscina bautismal. Sin embargo, en su homóloga (San Martino al Monte) hallada en Roma, siglo II, no se ha encontrado algo parecido a un bautisterio.

[3] De estos textos, quienes defienden la práctica del bautismo infantil, deducen que los niños estaban incluidos en la recepción del rito del bautismo, al formar parte de la “casa”.

[4] El temeroso de Dios describía en la sinagoga de la diáspora al simpatizante que adoptaba un estilo de vida judío pero no era judío; asistía a las asambleas y era benefactor (Lucas 7:4-5). La condición básica era la aceptación del monoteísmo (adorar solamente a Yahvé), de ahí su nombre “temeroso de Dios”. No se le exigía el cumplimiento de la ley, sino una pequeña lista de exigencias que tenían como fin permitir su convivencia con los judíos sin que estos se impurificaran por su contacto. Ver Hechos 15:28-29. (Rafael Aguirre. Varios autores, “Así empezó el cristianismo”, Pág. 140).

[5] La expresión “código doméstico” es una traducción del término técnico alemán “Haustafel”. Parece que fue Lutero quien primero usó esta palabra alemana con el objetivo de recopilar una serie de textos bíblicos neotestamentarios sobre los deberes de los obispos, párrocos, predicadores, autoridades, cónyuges, padres e hijos, jóvenes, etc. En la Biblia de Lutero esta palabra es el título de las secciones correspondientes de Colosenses y Efesios.

Emilio Lospitao