Ocurrencias


OCURRENCIAS

El contenido que sigue corresponde a los “editoriales” de la revista Restauromanía 3ª Época, que allí aparece al comienzo como “ocurrencias”. Los “editoriales” como tales comenzaron en la revista Renovación.

Aquí están tal como fueron publicados.

Emilio Lospitao

Editor

Enero 2012

Empezamos un nuevo año con las mismas malas expectativas que dejamos en el anterior. La noticia con la que abren todos los telediarios es la crisis que, como una plaga, va quebrantando la salud económica de la mayoría las familias; pero no a todos los ciudadanos les salpica por igual. A los menos no les ha afectado en su nivel de vida, incluso algunos se están enriqueciendo a costa de la precariedad de muchos, que son los más. A estos últimos es a quienes les está afectando de manera implacable la crisis; mejor dicho, son estos muchos los que estamos pagando la crisis. Ésta es una crisis esencialmente económica, provocada por las entidades financieras, detrás de las cuales figuran personas físicas con nombres y apellidos. Algunos de ellos abandonan sus puestos directivos llevándose decenas de millones de euros por diferentes conceptos injustificables. La lista de estos despropósitos es muy larga, de la cual los políticos no se libran. Al otro lado, además de los que están pagando la crisis,  se encuentran los “Indignados”, de todos los países, de todas las edades, de todas las ideologías, con el único arma que tienen: ¡la palabra, el pataleo… y muchas razones para, aunque suene a utopía, cambiar este sistema, que está demostrando ser caduco, además de injusto, insolidario, incluso, a veces, obsceno! 

Esta realidad socio-política es el mercadillo donde las diferentes iglesias estamos exhibiendo nuestras ofertas religiosas. Especialmente el pietismo cree que es la hora en el «reloj de Dios» para “salvar muchas almas” (el ser humano acude a lo transcendente cuando tiene hambre), aunque para ello tenga que activar los bolsillos de los fieles (que también lo padecen). Esto está bien. El problema sería que, eufóricos por teóricos resultados, estuviéramos olvidando la otra cara de las Buenas Nuevas de Jesús: la esperanza de este mundo, porque si bien «no solo de pan vive el hombre», lo cierto es que necesita pan para vivir. Y esta es la esperanza que, en medio de esta crisis, muchos legítimamente  también anhelan. 

El 5 de mayo de 2010, un parlamentario del partido de los Verdes (Daniel Cohn-Vendit), de la UE,  –no sabemos si este sujeto creerá en el alma o no– tuvo el coraje y la honradez de denunciar la hipocresía del Parlamento europeo que, a la vez que intentaba “rescatar” a un país miembro (Grecia), estaba endeudando a dicho país vendiéndole aviones y tanques para la guerra. Lo cierto es que, lo que hizo este diputado ante el Parlamento, es lo que deberíamos estar voceando a los cuatro vientos los que sí creemos en el alma, además de proclamar el evangelio de Jesús. Y si hay que levantar una carpa junto a la de los «indignados», levantémosla. Jesús lo haría; Él sabía bastante de eso (Marcos 11:15-19) E.L.

Febrero 2012

¡Restauromanía…? nació, en noviembre de 2003, aún más humilde de lo que ahora es: consistía en un solo artículo temático de poco más de tres o cuatro  páginas. Nació gracias a las posibilidades que ofrecen la Internet y la ofimática. De iniciativa totalmente personal; el «nos» que usamos es simple cortesía. Nunca hubiéramos podido iniciar este trabajo en formato impreso. Nació contra natura en muchos sentidos: falta de tiempo (leíamos, estudiábamos y escribíamos por la noche después de 9 o 10 horas de trabajo secular); falta de experiencia (solo en ocasiones habíamos escrito para algunas Revistas: «Alternativa 2000«, «Vínculo«); falta de… bueno, y otras carencias. Pero, sobre todo, nació como consecuencia de un ansia irresistible de libertad en un entorno teológico e intelectual asfixiante, inmovilista… Al nacimiento le precedieron algunos años, bastantes, de complicado embarazo –mientras su autor desarrollaba el ministerio cristiano en la iglesia donde había nacido espiritualmente, que no procede explicar ahora –, campo de batalla, aunque dialéctica y con sordina,  entre la Razón y el Poder.  Siempre se impone el Poder. La Razón solo convence a largo plazo.

Esta publicación –sí queremos decirlo-  no nació en contra de nadie ni de nada; tuvo y tiene el exclusivo propósito de impulsar un poco de aire fresco en un Movimiento que, si algún día fue innovador, singular y transparente, hoy se ha convertido (salvo excepciones, que las hay) en una fotografía fija sin color en el tiempo, desfasado de la realidad social en la que vive, además de dirigirse hacia un suicidio teológico  e intelectual (ese tipo de suicidio que nunca acaba de consumarse). Se ha petrificado mirándose el ombligo, y gira de manera centrífuga en el etnocentrismo que ha ido forjando con los años. Es el peligro que asume toda institucionalización. Sobre todo cuando se piensa que ya se ha llegado a lo definitivo.

Algunos  líderes del Movimiento de Restauración están totalmente convencidos de que han hecho una realidad la restauración de la Iglesia del Nuevo Testamento. Piensan, como sus ancestros, que restaurar consiste en mimetizar lo que ellos creen que fue «la» Iglesia primitiva.  Nosotros, después de bastantes años de autocrítica, pensamos que eso es solo y simple «restauromanía». La reflexión con que comienza este número es un botón de muestra. E.L.

Marzo 2012

Mi experiencia religiosa empezó en la escuela, donde cada tarde, de lunes a sábado, para acabar la jornada, cantábamos el “Cara al Sol” alineados como cadetes (D. Julián, el maestro). Estoy hablando de hace muchos años, de cuando observaba el mundo con mirada de niño. Había que aprenderse el Padrenuestro, el Credo y la Salve, para hacer la Primera Comunión (Dios sabría qué era eso). Antes teníamos que confesar. Todo ensayado, como en el teatro. No recuerdo exactamente qué me preguntó el cura (Don Luis) después de la correspondiente “presentación” (quienes se confiesen saben a qué me refiero). Lo primero que me vino a la mente, ante la voz  que salía de entre la celosía del confesionario, medio oscuro, fue los terrones de azúcar que solía coger de la alacena en mi casa sin permiso de mi madre: ¡qué horror de pecado! (tampoco había mucho más que coger). El caso es que por un padrenuestro y dos avemarías, de rodillas ante la imagen de un San Antonio, podría coger algunos terrones de azúcar más (¡y los cogía!). De la Comunión solo recuerdo las galletas con chocolate que «Acción Social» (?) nos ofrecía después (a los más pobres) para celebrarlo. No volví a pisar la iglesia hasta el “Cursillo de Matrimonio” unos meses antes de casarme con la que fue la madre de mis hijos (q.e.p.d.). De la confesión, esta vez, simplemente pasé (había muchos terrones de azúcar). Fue la última vez que pisé la iglesia (por supuesto, asistía  durante los bautizos, las bodas, los entierros… ¡como Dios manda!).

No obstante, con ocho o nueve años de edad, poco después de aquella experiencia de la primera y única confesión, ya había leído gran parte del Nuevo Testamento. Cómo llegó a mis manos aquel librito con tapas color anaranjado es largo de contar. No entendía prácticamente nada de lo que leía, pero me dejaba una sensación apacible. Mi percepción infantil de aquella lectura en ninguna manera la relacioné con mi «religiosidad» vivida. Ni de aquella ni de ninguna, que no hubo, salvo que, muchos años después, durante mi estancia en el Ejército (la “mili”) vino como un torbellino a mi mente aquellas pocas imágenes dormidas en mi recuerdo sobre el Nuevo Testamento. Fue al leer el título “Los Apóstoles” de un libro en el escaparate de la librería en la estación del ferrocarril de Mérida (España); lo compré y leí con cierto interés. 

La lectura de este libro estaba llena de citas bíblicas, entre ellas las correspondientes al mismo Nuevo Testamento (Evangelios, Epístolas, etc.). Mi curiosidad ahora giraba en torno a la Biblia misma, ¿pero dónde encontrar una Biblia? La que había sobre la mesa de la sala de estar en casa de mi novia, grande, ilustrada, barroca, de lujo, ¡no se podía tocar (la Biblia)! A hurtadillas, solía abrirla al azar alguna vez sin tiempo para leer algo significativo. Mi siguiente salto biográfico me ubica en Madrid (tampoco procede explicar ahora cómo y por qué). Durante el comienzo de mi estancia en la capital de España sucedieron muchas cosas a la vez. La primera de ellas, comprarme una Biblia: ¡por fin, una Biblia propia! La segunda, la muerte de un amigo. La tercera, escuchar comentarios de la Biblia por la radio (El Heraldo de la Verdad). La cuarta, estudiar la Biblia con los Testigos de Jehová. La quinta, dejar de estudiar la Biblia con los Testigos de Jehová. La sexta, creer lo que decían los Evangelios acerca de Jesús de Nazaret, tomar conciencia del sentido de la vida, si es que tenía algún sentido. La séptima, creer profunda y sinceramente que sí tiene sentido, y entonces todo empieza a adquirir un valor diferente, y ya no puedes dejarlo. Ahora ya no con la mirada de niño, sino con la visión, la percepción y la libertad de adulto. Llegué a este punto de mi biografía desde la indiferencia religiosa más absoluta. No era la de un ateo. El ateo es un religioso vuelto del revés.

Este paso (de fe), sin otra posibilidad, se da siempre en el contexto de una comunidad que ha tenido la misma experiencia que tú. Que ha descubierto lo mismo que tú. Esta comunidad, cualquiera que sea, viene a ser el “pesebre” donde naces a una nueva vida. Una nueva concepción de la vida: eres un niño de nuevo. Pero con el pasar del tiempo también creces, te haces adulto espiritual e intelectualmente, empiezas a entender más cosas, a madurar… Pasas de alumno a maestro, de recitar teorías a formularlas. Al igual que en la infancia, que no tienes responsabilidades, porque todo te lo dan hecho, hasta que llegado a la adultez tienes que caminar solo, así ocurre en la vida espiritual (o intelectual, o científica…).Un día tienes que dejar de digerir aquello que te ofrecen y cocinar tu propio alimento, quiero decir: andar tu propio camino.  Otra cosa diferente a este progreso nos revela una patología que ciertos líderes -posiblemente inconscientes- gustan perpetuar. También en muchos casos los mismos feligreses quizás por pereza, pienso, anhelan ese estado, dicen: ¡Que piensen ellos! ¿La fe del carbonero, como se suele decir?   

Una cosa no cambia: el CAMINO (con mayúscula) donde te iniciaste (término significativo, ver Hechos 9:2; 19:9, 23; 22:4, 14, 22). En este Camino tienes que ser, sí, oveja del Rebaño, metafóricamente hablando (eres parte de una comunidad supralocal), cuyo Pastor único es Jesús el Cristo; pero nunca borrego. Lo demás…, lo demás es simple compañía mientras haces el camino; un camino en el que todos, absolutamente todos, andamos hacia el mismo destino. Unos, quizás, sin ninguna esperanza; otros, con la esperanza como horizonte, que no es poco. E.L.  

Abril 2012

Verdad y humanización

En el marco religioso (como en el político…) la verdad es un producto que se expone cual artículo comercial. No está exenta, por lo tanto, de un buen marketing ni faltan los gurús expertos en venta.  Una verdad que necesita  compradores, o mejor dicho: consumidores, porque se provee de un servicio “posventa”. 

Analizar la infinitud de verdades religiosas que existen en este vasto mercado, es un trabajo de eruditos analistas sociológicos, pero la realidad es tan evidente que hasta los profanos podemos señalarlo con el dedo. Estoy  hablando del mercado de verdades religiosas “cristianas”. Dos cosas me dejan bastante perplejo: una, el dogmatismo y la rotundidad con que afirman sus verdades estos mercaderes de verdades; y, dos, la profunda ingenuidad con que aplauden dichas verdades los “consumidores”.  A estos solo les falta que digan: ¡engáñenos, por favor, lo necesitamos! “Lo necesitamos”. Esta es, quizá, la clave del discurso: que necesitan una verdad, cualquier verdad, para hacer el camino de la vida más fácil. Y los vendedores lo saben. ¿Cómo entender, si no, la ingente de telepredicadores y radiopredicadores que tienen embelesados a miles de personas con repetitivos estereotipos teológicos sin ninguna profundidad, estribillos reiterativos hasta la saciedad con un fondo de música carente de arte musical? 

La verdad de la que habla Jesús (Juan 8:32) exige por definición un esfuerzo intelectual, racional… y esto no cae del cielo como la lluvia; esto requiere interés, esfuerzo y concentración. Justo lo que no quieren estos mercaderes de verdades. Ellos prefieren tener a gentes que no piensen, que no pregunten, que no cuestionen…  La verdad de la que habla Jesús dignifica y humaniza a la persona, precisamente porque la confronta con su realidad, le exige pensar. La libertad que viene como fruto de esa verdad que duele, que cambia la vida y capacita para autogestionarla, esa libertad humaniza, hace del hombre y de la mujer un ser humano, le redime, le hace consciente de su filiación divina.

Restauromanía  aboga por esta Verdad, que se busca como la moneda perdida y se aprecia como la perla hallada de la parábola. E.L.

Mayo 2012

Desde la fe y para la fe

Una  característica de esta revista –desde que nació como boletín– es su nota crítica hacia el Movimiento al cual su editor pertenece: las Iglesias de Cristo. Sé que corro el riesgo de que un exceso  de “crítica” pueda  cansar, o lo que es peor,  desconectar al lector. Aunque no  me gano el pan haciendo esto, me importa el resultado. Aun así, como dijo la filósofa y política alemana de origen judío Annah Arend, “no escribo para cómplices, sino para interlocutores que cuestionan las certezas heredadas”. 

El punto  de inflexión de dicha crítica es el fundamentalismo que caracteriza a dicho Movimiento. Fue el elemento que se me fue atragantando, y del que fui saliendo, en el transcurso de los años de mi militancia vocacional. Cualquier observador próximo a mí hubiera podido pronosticar que era una “resolución” anunciada. ¡Y ya creo que lo fue!  En su día, algunos quisieron remitir mi dimisión a motivos ocultos… ¡que yo sabría! Lo único que había “oculto” era lo que nadie quería ver, o no le interesaba ver. Esta “resolución” encontraba su eco en cualquier hermenéutica menos en la “literalista” (fundamentalista), de la cual cada día me sentía más lejos, y esto no se puede ocultar, como tampoco sus consecuencias.

La mayor parte de mis exposiciones en esta revista son “escritos” que dejo caer en la cabeza de quienes estén dispuestos a repensar (como hacía, según dicen, Galileo Galilei, que dejaba caer piedras de diferentes tamaños desde la torre de Pisa para mostrar que ambas tardaban el mismo tiempo en llegar al suelo y demostrar así que Aristóteles estaba equivocado). No espero tener otra suerte diferente a la de G.G.

Quiero creer que la mayoría de las personas que leen  estos “escritos” entienden  que el propósito de poner en evidencia alguna incoherencia literaria o historiográfica de algunos textos de la Biblia (“Notas para la exégesis”, “La Tierra no es plana”…) no es menoscabar la Biblia como tal, sino ridiculizar las interpretaciones literalistas de algunos líderes de las Iglesias de Cristo, mis “hermanos” en la fe. Este ejercicio no procede de una negación del mensaje de la Biblia, sino de la fe en él. Es decir, escribo desde y para la fe. Pero no la fe burda del crédulo, sino la del creyente que se ilustra. E.L. 

Junio, 2012

Exclusivismo versus Ecumenismo 

El DRAE define el sustantivo “exclusivismo” como: “Obstinada adhesión a una persona, una cosa o una idea, sin prestar atención a las demás que deben ser tenidas en cuenta”. El exclusivismo conlleva, pues, una fuerte motivación de pertenencia. El exclusivismo es también etnocéntrico.  

El término ecuménico (universal), en principio, tiene un sentido totalmente opuesto a exclusivo. El ecumenismo es cristiano, de iniciativa netamente protestante, y más que un movimiento organizado, que requiera alguna pertenencia a él, es una actitud (y talante) libre e individual para compartir un “espacio” de vivencia (y convivencia) con otro cristiano de diferente educación religiosa. El ecumenismo cristiano no tiene nada que ver con el “sincretismo” (Sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes –DRAE). En el “camino” ecuménico, válido como metáfora, nadie intenta “conciliar” nada, ni sumar ni restar de las diferentes liturgias que practica cada iglesia; fieles al mandato de Cristo, “ser uno en Él”, sí aportar a nivel de iglesia e individual la espiritualidad que nos identifica como cristianos. Nadie pierde nada de su identidad religiosa, ni nadie intenta requisar nada de ella (si no, ya no es ecumenismo). 

El tema con que comienza esta revista, desde hace tres números, se titula “La iglesia nació en la casa”. Un aspecto importante para entender el cristianismo primitivo es hacer emerger la diversidad de tradiciones que configuraba la iglesia del siglo I. La tradición más primitiva fue la judeocristiana (Hechos 21:20), que continuó observando la ley hasta que acabó en la marginalidad de la Gran Iglesia. Pues bien, al apóstol Pedro, representante de una de las tradiciones, le encontramos haciendo el camino del “ecumenismo”. Pedro estaba entre la tradición intransigente de los “de parte de Jacobo” (de los cuales el apóstol sentía temor, Gálatas 2:12), reticentes a compartir mesa con los no-circuncidados,  y la innovadora tradición de Pablo (“la salvación sin las obras de la ley”), que tantos problemas le trajo a este Apóstol. Es decir, Pedro fue capaz de compartir mesa  con los pagano-cristianos sin abandonar su propia tradición, que era judeocristiana, sobre todo a partir de la experiencia  de la que da cuenta Hechos 10:28. Pedro se convirtió así en el primer cristiano “ecuménico” de la historia de la Iglesia. Algunos líderes de las  Iglesias de Cristo deberían tomar nota de Pedro.  E.L. 

Julio 2012

La “sana doctrina”

Los de la “sana doctrina” me evocan a aquellos “de parte de Jacobo”, de los cuales el apóstol Pedro tenía “miedo” (Gálatas 2:12). El hecho de que Pedro tuviera “miedo” de ellos indica cuál era el perfil teológico de aquellos “fieles” cristianos, distinto al paulino. 

Desde que empecé a escribir en ¡Restauromanía…?, en noviembre del año 2003, he dejado claro mi reconocimiento a los “padres” del Movimiento de Restauración, como reconozco a cualquier persona que intentara  -o intente- reconducir la Iglesia a los “principios” del Nuevo Testamento  (que es muy diferente a mimetizar a alguna de las distintas tradiciones cristianas primitivas). Estos reformistas fueron numerosos, anteriores y posteriores a la Reforma del siglo XVI, incluyendo por supuesto a los que protagonizaron dicha Reforma). Los nombres por los que luego fueron conocidos estos grupos disidentes (Luteranos, Reformados, Presbiterianos, Bautistas, Metodistas…) es lo menos importante. Lo importante es el contenido, no el continente. Cierto que el número de “iglesias” (denominaciones) se multiplicaron después… ¡qué le vamos a hacer, la Iglesia de Cristo vino a ser una más, si no en la intención sí de facto!

Pues bien, un grupo minúsculo de cristianos, rayando el fanatismo, de las Iglesias de Cristo, enarbolan el concepto de la “sana doctrina” (que solo ellos saben cuál es) para excluir a los demás que no la entienden, predican y practican exactamente como ellos, según los cuales, la doctrina “sana” es aquella que se deriva de la interpretación que ellos hacen, literalmente, de los textos bíblicos. Así de sencillo. Por eso, su único método apologético es ese: recitar textos de la Biblia. 

El sujeto de la “sana doctrina”, pues, no atiende a razones, su única argumentación es recitar versículos de la Biblia, como si con ello demostrara algo. Así pues, sospecho que para ser Evangelista, Anciano…, en estas Iglesias de Cristo, no hace falta ir a ninguna Facultad de Teología, o Instituto Bíblico… basta saber leer. Una vez logrado el título de “Predicador”, el estudio, la investigación, la cultura… sobran. ¿Para qué  “quemarse las pestañas” si con recitar la Biblia es suficiente? Lo peor de esta subversión teológica es que usan la Biblia para dividir a las iglesias so pretexto de predicar la “sana doctrina” y excluir a todos cuantos no aceptan sus prédicas. Me temo que, aparte de leer textos de la Biblia, tienen una profunda ignorancia  acerca de la historia de ella. Respeto  y aplaudo a todos cuantos se preocupan en estudiar la Doctrina (con mayúscula), pero me ponen el bello de punta aquellos que creen tener el monopolio de la única “doctrina sana”. E.L. 

Agosto 2012

De profetismo y santidad

En el otoño pasado escribí un panfleto titulado “El testimonio profético”. Si tuviera que simplificar su contenido en una frase, sería más o menos así: “el testimonio profético, del cual Jesús fue su exponente máximo, y continuador del  profetismo del antiguo Israel, no está representado por ningún pietismo religioso, sino por la denuncia profética ante los desvaríos sociales, políticos y económicos de la sociedad donde vive la Iglesia”. Esta simplificación en ninguna manera subestima la espiritualidad auténtica y genuina del creyente, la cual debe estar refrendada por dicho testimonio profético. 

Cuando escribo estas líneas, que yo sepa, la única entidad religiosa cristiana que ha mostrado públicamente su preocupación por la situación política y económica de nuestro país ha sido la Iglesia Evangélica Española (IEE). En ¡Restauromanía…? nos hicimos eco de esta “denuncia profética”. Más arriba he dicho que Jesús fue continuador del profetismo del antiguo Israel, el cual no entendía otro “testimonio” de parte de Dios que la denuncia social contra las injusticias, los crímenes políticos y económicos,  que hacían estéril cualquier manifestación religiosa auténtica. Dicho de otra manera, no hay ninguna religión “verdadera” si ésta mira para otro lado ante dichos crímenes e injusticias. Y donde no hay testimonio profético tampoco hay santidad, al menos la santidad profética de la cual habla la Escritura. 

Desde un punto de vista puramente humano, Jesús fue el perfecto “antihéroe”. Excepto por su madre y un grupo pequeño de mujeres, fue abandonado por todos sus seguidores y amigos (salvo “el discípulo amado”). Después de unos tres años  recorriendo los caminos, particularmente de Galilea, acabó ejecutado como un vulgar alterador del orden público. Algo tuvo que ver el hecho de  dar la cara por los excluidos de la sociedad, los oprimidos por las clases sociales y religiosas dominantes de su país. Una actitud que incomodó a las élites, particularmente religiosas, pero no solo a éstas. Se dice de él que fue igual a nosotros en todo, pero sin pecado; luego no pecó cuando testificó contra la prepotencia clerical, ni cuando llamó zorro al “primer ministro” de la región, ni cuando expulsó con un látigo a los mercaderes del templo, ni cuando criticó el abuso de poder… 

En el escenario socio-económico en el que nos encontramos en España, me pregunto, ¿qué pensará “el mundo” de nosotros si como Iglesia nos desentendemos de él y callamos ante las injusticias? ¿Qué credibilidad nos otorgará si nuestro concepto de la justicia es un simple pietismo excluyente y todo se reduce a una vida religiosa intimista, contemplativa y proselitista de puertas hacia fuera? ¿No estaríamos subvirtiendo los conceptos bíblicos? E.L. 

Septiembre 2012

Caminamos…

El mes de septiembre, habitualmente, es un mes de renovación o, al menos, de emprender nuevas agendas. En mi experiencia ministerial, en un tiempo ya pasado, solía presentar a la iglesia un proyecto de septiembre a julio, mes éste que empieza a diseminar a las personas (en las grandes ciudades, salir de la urbe es una necesidad vital). Esto significaba que, precisamente durante la época estival, tenía que trabajar más. Es un hábito que no se pierde. 

Desde el “navegador” de Internet he puesto rumbo hacia el continente norteamericano, concretamente hacia las páginas webs de las Iglesias de Cristo y algunas Universidades Cristianas vinculadas a estas Iglesias. He dado un suspiro profundo… ¡alguna vez había pensado que estaba solo, que estaba desorientado, que me había perdido…! (escribo desde España, pero pienso con un pie puesto en la península europea y el otro en los continentes americanos). Pero no, ni una cosa ni la otra. Simplemente soy protagonista de mi época y consciente de dicho protagonismo. Lo que está ocurriendo en el entorno de las Iglesias de Cristo (del Movimiento de Restauración) es lo que tenía que ocurrir un día u otro. La cuestión es mucho más profunda de lo que los simplistas piensan, evocando supuestas “apostasías” o “herejías”… O peor aún, vincular la fidelidad al Evangelio con la fidelidad a las tradiciones del Movimiento, otorgando a éste la Verdad absoluta (¡Infantilismo teológico!). Es curioso, y significativo, que las más fieles a la tradición del Movimiento sean las iglesias del interior, las de los pueblos pequeños, mientras que las cosmopolitas están más abiertas a los cambios. Desde un punto de vista sociológico, nada novedoso. 

Cada día estoy más convencido: no es la erudición, el estudio, el análisis… lo que mueve a actuar a las masas, sino las emociones, los sentimientos… No es la Verdad lo que percibimos que es vulnerada, sino las ideas que hemos asociado con una verdad determinada, y ésta no es otra que la “verdad” de nuestros predecesores, a los cuales nos une la memoria, los recuerdos y los afectos más profundos. ¿Y cómo deshacer este nudo gordiano? ¿Qué pedagogía usar para no herir los sentimientos de nadie?… ¡Penoso camino!

Bien, la novedad de “Restauromanía”, a partir de este número, es doble. Hemos suprimido los signos que acompañaban al nombre, afirmando con ello la manía por la restauración (¿de qué iglesia?). Por otro lado, entramos en la 3ª época de la revista con algunos retoques en la maquetación. Por lo demás, seguimos entusiasmados en la labor que nos propusimos desde el principio. E.L.

Octubre 2012

Mujeres…

Aun cuando cualquier sección de la revista sería idónea para tratar temas específicamente relacionados con la mujer, hemos añadido una sección nueva que dedicaremos a resaltar noticias de la actualidad, o efemérides importantes, relacionadas con ellas. El nombre de esta sección se llama “Mujeres…”, evocando el blog del diario El País.com (http://blogs.elpais.com/mujeres/). Lo que nos interesa resaltar de la mujer es tanto la conquista de sus derechos, como la calidad de los mismos, así como la vulneración de ellos. Todo esto desde un punto de vista general, pero en particular cuando están inscritos en el binomio “mujer-religión”; o sea, cuando las normas religiosas, de cualquier fe,  las discrimina por la única razón de ser mujer.

En el mundo occidental nos llevamos las manos a la cabeza cuando escuchamos o leemos noticias de las barbaridades que se comenten contra la mujer en el mundo musulmán, o en parte de éste (la ablación, lapidación por adulterio  ─sólo a la mujer─ , obligación de vestir el burka o el velo, veto a la educación, prohibición de conducir… y un largo etcétera). Pero se trata de una simple evaluación cualitativa. En Occidente se sigue cometiendo “barbaridades” contra la mujer también: se le paga menos que al hombre por el mismo trabajo y la misma cualificación, en general es ella la que saca adelante los quehaceres engorrosos del hogar, cuida de los hijos… y otro largo etcétera. 

En el área religiosa, salvo algunas confesiones, muy poco nos diferenciamos del mundo musulmán: arrancamos de los mismos o parecidos principios teológicos (históricos), o sea, el integrismo religioso; o dicho de otra manera, “porque la Escritura (la Biblia, el Corán) lo dice”. Y si lo dice la Biblia (o el Corán) que es “escritura sagrada” dictada directamente por Dios, ¿quién está autorizado a cambiar lo que Dios ha ordenado? Es de una lógica aplastante. 

Por ello, desde la “primavera árabe”, en los países donde se está implantando algún tipo de sistema democrático, las mujeres forman el grupo que más reivindicaciones está protagonizando. Por una sencilla razón: son ellas las que han vivido bajo una tirana discriminación por ser mujer. El problema es que los hombres no están preparados para compartir la igualdad de derechos con ellas. En Occidente, algunos países aún estamos en ello. En Túnez, uno de los países islámicos más “laicos”, quieren plasmar en la Constitución que “la mujer es una complementariedad del hombre en la familia” (¿por aquello de la costilla de Adán?). La situación en Egipto, a pesar de los cambios habidos, una frase de una mujer egipcia sintetiza cual es su estatus: “cuando las cosas se ponen feas, las mujeres siguen siendo las principales víctimas”. En Afganistán, a pesar de la “liberación” por parte de la Comunidad Internacional Occidental, la mujer sigue ocultándose detrás de un burka. 

Las convulsiones  socio-políticas y religiosas, en algunos países musulmanes  del área mediterránea, nos urge a reflexionar, en lo que a la mujer se refiere en el ámbito de nuestras iglesias, si no estamos necesitados de una “primavera cristiana”. E.L.

Noviembre 2012 

Los muertos…

El día 2 de noviembre se celebra del Día de los Difuntos en todo el mundo cristiano. La costumbre de honrar a los difuntos es muy antigua; algunos autores  la remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. En el cristianismo primitivo solían escribir los nombres de los creyentes que habían muerto en un díptico, para honrarlos. Aún no había un día consensuado en el año. En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. En los días de San Isidoro (siglo VII), en España, había una celebración de esta naturaleza el sábado anterior al sexagésimo  día antes del Domingo de Pascua. El monje benedictino San Odilo (962-1048), quinto abad de Cluny, eligió el día 2 de noviembre para dicha celebración. La Diócesis de Lieja adoptó esta fecha cerca del año 1000. En Milán se adoptó en el siglo XII. Finalmente, fue aceptada esta fecha para todo el orbe católico-romano.

El significado de esta celebración es variopinto. En la liturgia católico-romana el objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el “Purgatorio” (Catecismo Católico, III, 1030-1032). Esta vieja doctrina encuentra su justificación en un texto de un libro “deuterocanónico”, apócrifo para los protestantes (2 Macabeos 12:45). En el mundo protestante honramos a los difuntos en esta misma fecha, pero rechazamos dicho objetivo de intersección, pues creemos que los “muertos en el Señor” ya están con el Señor de la Vida; no necesitan nada de los vivos, excepto el recuerdo y la honra debidas. Precisamente ese objetivo de “orar por los difuntos”, y el comercio de las bulas papales para “restar tiempo de sufrimiento en un supuesto Purgatorio”,  fue la causa principal de la división de la Iglesia con la Reforma Protestante en el siglo XVI, protagonizada por el monje agustino Martín Lutero.

La muerte de un ser querido produce el mismo dolor y el mismo sufrimiento a los creyentes y a los no creyentes, a los cristianos y a los de cualquier otra fe. Y más que por ellos – los que nos dejan– , lloramos por nosotros mismos, precisamente porque nos dejan. Lloramos nuestra soledad, nuestro desamparo, nuestro “no-verles-mas”… Ellos no se sienten solos – a pesar del “qué solos se quedan los muertos” de Bécquer – , porque ya no pueden sentir, llorar, sufrir… Pero podemos mitigar la pena de su ausencia con la esperanza del Resucitado: Jesús el Cristo. E.L.

Diciembre 2012 

Porque la Biblia lo dice

 (Juan 8:4-5).

Porque la Biblia lo dice es una frase muy estandarizada en el mundo Protestante Evangélico.  En efecto, la tendencia fundamentalista es proclamar: “lo dice la Biblia”, o “porque la Biblia lo dice”, para defender cualquier proposición. Como alternativa a esta contundencia biblicista está la del no-fundamentalista, o sea, la del “liberal”, que suele dedicar más tiempo en averiguar “por qué” dice eso la Biblia, y esto marca una importante diferencia entre esas dos formas de leer el Libro Sagrado.  En general, el primero suele otorgar un sentido literal al texto bíblico, de manera atemporal, al margen de cualquier contexto, es decir, como lo dice y porque lo dice la Biblia, sin más.  Me atrevo a decir que, más que una obediencia piadosa al “Autor” del texto, se trata de una ideología preñada de afectos y sentimientos adquiridos en el largo camino de la tradición religiosa, sea del signo que sea, mediante el adoctrinamiento. ¡Y esto ha ocasionado mucho sufrimiento y derramado mucha sangre, pero no aprendemos!  

Los interlocutores de Jesús, en el texto que encabeza esta “ocurrencia”, eran fundamentalistas. Interpelaron a Jesús, para condenar a una mujer (posiblemente “pecadora” sin duda), citando a Moisés, o sea, “porque la Biblia lo dice”. ¿Y qué decía Moisés, o sea, la Biblia? Decía que a “tales mujeres” (¡y a tales hombres!) había que lapidarlos: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20:10). 

La cuestión es que Jesús, con la maestría (y la misericordia) que le caracterizaba, eludió “cumplir la Ley”. Es decir, no compartía esa hermenéutica biblicista de “porque lo dice la Biblia”. Según la hermenéutica de Jesús (¡que se parece mucho a la de los “liberales”!), el espíritu de la Ley, o sea, de la Biblia, no puede estar “encorsetado” en la letra de un libro, aunque éste sea “el Libro” (léase “la Biblia”). Y es que el espíritu de la Verdad, con mayúscula, no cabe en ningún libro, ni en millones de libros, pero cabe en una sola palabra: AMOR (léase piedad, compasión…). Para la comunidad de Juan (el autor del cuarto Evangelio), Dios (la Ley, la Biblia…) es AMOR. Y quien no ama, no ha conocido a Dios (1 Juan 4:7-21). Aunque habrá quienes maten (hay muchas maneras de matar) creyendo que, con ello, rinden servicio a Dios, pero lo harán porque no han conocido al Padre ni al Hijo (Juan 16:1-3); sólo conocen, y mal, un libro, que ellos llaman “palabra de Dios”. E.L.

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño