Sobre la LGTBIfobia


No es la primera vez, pero sí la última, que nos ocupamos de la LGTBIfobia en Renovación. Tenemos la esperanza de que algún día no muy lejano la visibilidad de las personas LGTBI+ sea tal que no necesiten ningún mecanismo social o político (leyes, campañas, manifestaciones…) para que sean ciudadanos comunes aceptados y respetados. Al menos así ha ocurrido con otros temas que comenzaron con el repudio, la censura y criminalización de parte de los oponentes, especialmente del sector religioso y grupos políticos conservadores: divorcio, eutanasia, igualdad de género, etc. 

Gracias a las ciencias bíblicas, la exégesis de los textos bíblicos con los recursos disponibles actualmente, y una hermenéutica contextualizadora, el lector avezado y estudioso sabe que los textos de la Biblia judeocristiana, que tienen algo que ver con la sexualidad, en ninguna manera se refieren a la relación homoerótica como la conocemos hoy, que tiene como marco de referencia la convivencia, la fijación emotivo-amorosa, el compromiso… exactamente igual que ocurre entre heterosexuales. Lo “normal” o “natural” en la sexualidad son términos convencionales y prejuiciosos que no siempre se ajustan a la “realidad”. Esta, la “realidad”, desde siempre, por su complejidad, ha sido y es muy distinta a lo que sugieren los convencionalismos reduccionistas. En otras palabras: la homosexualidad, tanto en hombres como en mujeres, no es una “pandemia” de los tiempos modernos, ha existido desde nuestros ancestros los primates. El hecho de que personas, supuesta y académicamente cualificadas, afirmen que la homosexualidad es una patología tiene el mismo valor que cuando esos mismos cerebros ilustrados defienden el geocentrismo del sistema solar “porque lo dice la Biblia”: o sea, ningún valor. Sobre todo porque otras celebridades académicas, con iguales credenciales, sostienen lo contrario en ambos casos. 

Les debería hacer pensar a las personas homófobas por qué es tan generalizada esta realidad en todas las civilizaciones, de cualquier época, cultura, educación, estatus social… ¡Incluso en el reino animal! La orientación sexual no se elige ni se construye; esta “construcción” puede ser forzada por un tiempo, pero al final, la realidad, cualquiera que sea, “sale”. No obedece a una pedagogía particular que la origine ni pueda, por lo tanto, evitarla. La fijación homoerótica se manifiesta desde la niñez, cuando no existe malevolencia o perversidad de ningún tipo, y no existe terapia alguna que pueda revertirla. El intento de revertirla, por muy buena que sea la intención, es un fraude. Las organizaciones (religiosas) que dedicaban tiempo y esfuerzos ya se manifestaron y pidieron perdón por el fraude que habían estado perpetrando con las consecuencias que originaron en los “pacientes” (Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Exodus_International).

El problema de la homosexualidad no son las personas homosexuales, son las personas homófobas. Esta LGTBIfobia recibe motivación moral en los discursos que se ofrecen especial, pero no únicamente, en los púlpitos religiosos. En estos discursos el vulgo homófobo encuentra los argumentos morales que necesitan para vilipendiar y agredir a la persona homosexual. La cuestión es si la LGTBIfobia tiene cura.

Emilio Lospitao

¿Restaurar la Iglesia primitiva?

¿la judeocristiana de Jerusalén o la paulina de Antioquía?


Por Emilio Lospitao

Apología sobre los cristianismos fundantes en el siglo primero.

Esta publicación, basada en una lectura no-crítica de los textos bíblicos (que es como leen la Escritura), responde al enunciado que caracteriza a las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración que dicen constituir la única Iglesia restaurada del Nuevo Testamento. 

I. LA IGLESIA QUE NACIÓ EN PENTECOSTÉS

Una cuestión de vital importancia es identificar la naturaleza de la iglesia que surgió en el día de Pentecostés tal como relata el libro de Hechos. Según el autor de este libro, el Espíritu Santo se manifestó sobre el grupo de discípulos que se hallaba reunido en el aposento alto en Jerusalén, unos 120 en total (Hechos 1:12-26). Corría el año 33 aproximadamente de la era cristiana. Este suceso fue el punto de partida para la proclamación del evangelio. Como respuesta al primer sermón predicado por el apóstol Pedro, se convirtieron “como tres mil personas”. Durante aquellos días, varios miles de personas más creyeron en la buena nueva (Hechos 4:4). Todas estas personas eran judías, unas locales y otras procedentes de la diáspora, que habían venido de peregrinación con motivo de la fiesta de Pentecostés (Hechos 2). De hecho, como veremos enseguida, durante los primeros años, todas las personas convertidas al evangelio procedían del judaísmo. 

Es decir, la iglesia “primitiva” la componían exclusivamente personas judías. Contrario a lo que nos pueda parecer, el primer sermón de Pedro no solo fue dirigido a judíos: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel…”, sino exclusivamente a los judíos: “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos…” (Hechos 2:36-39).

No sabemos qué hubiera ocurrido sin la persecución que desató el discurso de Esteban (Hechos 7). Pero sabemos que los judeocristianos que salieron de Jerusalén por causa de esta persecución “pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie sino solo a los judíos” (Hechos 11:19). No obstante, unos cristianos chipriotas y cireneos (helenistas), que iban entre ellos, “hablaron también a los griegos, y creyó gran número” (Hechos 11:20-21).

Hechos 10:1–11:18 es un relato significativo y vital para entender la naturaleza del cristianismo primitivo. De este texto se deduce que los líderes fundadores de la Iglesia no tuvieron al principio ninguna predisposición para predicar el evangelio a los gentiles. Para anunciar el evangelio a un gentil (¿el primero?), Pedro tuvo que ser previamente aleccionado tanto teológica como psicológicamente. Cuando el príncipe de los Apóstoles se halló en presencia del primer gentil a quien le iba a predicar, hizo esta confesión: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28). ¿Cuánto tiempo había pasado desde el día de Pentecostés hasta este acontecimiento? No lo sabemos exactamente, pero tuvieron que ocurrir algunas cosas antes de predicar por primera vez a un gentil.

Cuando Pedro, finalmente, aceptó visitar al centurión romano, y esta noticia llegó a Jerusalén, los líderes de esta iglesia le reprocharon que “[hubiera] entrado en casa de hombres incircuncisos, y [hubiera] comido con ellos” (Hechos 11:1-3). Sólo después de que Pedro les explicara cómo sucedieron las cosas, exclamaron: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18). Esta situación que acabamos de relatar indica al menos tres cosas: 

Primera, que ningún líder cristiano se había acercado a un gentil para predicarle el evangelio antes.

Segunda, que la causa de no acercarse se basaba en las impurezas, lo que implica que estos cristianos “primitivos” seguían guardando las reglas de dichas impurezas, y

Tercera, aunque nos parezca increíble, estos líderes creían que las promesas eran solo para los judíos. 

II. PERFIL RELIGIOSO DE LA IGLESIA DE JERUSALÉN

Visto lo de más arriba, resulta coherente el resto de información que hallamos en el libro de Hechos. 

Los “millares de judíos” que habían creído en Jerusalén “todos eran celosos por la ley” y este celo significaba “andar ordenadamente” (Hechos 21:20-24). La expresión “millares” indica que los “fieles de la circuncisión” no fueron algunos cristianos judíos excéntricos y aislados, sino la multitud de creyentes, la iglesia toda, incluidos los líderes, es decir, Jacobo y los ancianos (Hechos 21:17-20). Esto ocurría al final del tercer viaje misionero de Pablo, sobre el año 58 ó 59 d.C., unos 25 años después de Pentecostés. 

Es perfectamente normal que esto fuera así puesto que la totalidad de las personas que formaban la “iglesia primitiva” eran exclusivamente judías, y no dejaron de sentirse como tales en todos los aspectos: familiar, social y religioso. Aparte de los sacrificios cruentos del templo, que el cristianismo dejó de ofrecer, la iglesia de Jerusalén continuó guardando las costumbres que tenían que ver con la piedad religiosa, así como las fiestas judías. 

Además, era tan importante para esta “iglesia primitiva” guardar estas costumbres, que “impuso” a los gentiles guardar “ciertos” preceptos de la Ley en el “concilio” llevado a cabo en Jerusalén en el año 49 (Hechos 15:28-29). ¡Unos 20 años después de Pentecostés! 

En este contexto de cosas hemos de entender las visitas que Pedro y Juan hacían al templo (Hechos 3:1) y las costumbres judías que Pablo siguió guardando (Hechos 18:18, 21; 20:16). Pues bien, este sintético esbozo nos muestra perfectamente cuál era el perfil religioso de la “iglesia primitiva” fundada en el año 33 d.C. La pregunta pertinente es: ¿Queremos “restaurar” esta iglesia? 

III. ANTIOQUÍA DE SIRIA: PRIMERA IGLESIA GENTIL

Aun cuando el primer boom misionero fue sin duda el ocurrido en el día de Pentecostés en Jerusalén, con tres mil almas convertidas al evangelio, no obstante, la primera misión entre los gentiles (aparte del centurión romano – Hechos 10) fue llevada a cabo por discípulos “de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (Hechos 11:19-20). Estos “evangelistas” habían salido de Jerusalén huyendo de la persecución que hubo con motivo del discurso de Esteban (Hechos 8:4; 11:19). Sin duda, el hecho de ser judíos de la diáspora (helenistas), con una mentalidad más abierta, facilitó el acceso a los gentiles para hablarles del evangelio.

El resultado de hablar la palabra también a los griegos fue que: “la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hechos 11:21). Lucas resume este evento misionero diciendo: “Y una gran multitud fue agregada al Señor” (Hechos 11:24b). 

Si la iglesia de Jerusalén había sido la iglesia “madre” para los judíos, la iglesia de Antioquía se convirtió en la iglesia “madre” para los gentiles. Pero la iglesia “primitiva” propiamente dicha fue la iglesia de Jerusalén, cuna del movimiento cristiano, que, como hemos visto, siguió guardando las costumbres judías.

IV. PABLO Y LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA

La noticia del nacimiento de la iglesia entre los griegos llegó pronto a Jerusalén, cuyos líderes (los Apóstoles – Hechos 8:1) enviaron a Bernabé a Antioquía, el cual percibió la importancia de lo que estaba ocurriendo en la tercera ciudad del Imperio. Así pues, sin demora, Bernabé se dirigió a Tarso en busca de Pablo (por carretera hoy, 228 km), y vueltos ambos a Antioquía “permanecieron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” (Hechos 11:22-26). Pablo no fundó esta iglesia (tampoco Pedro), pero fue un hito fundamental para su crecimiento y su visión misionera (Hechos 13:1-3). Después de su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé “continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos” (Hechos 15:35). Después del segundo viaje misionero, el Apóstol todavía pasó en esta ciudad “algún tiempo” (Hechos 18:23). Este “algún tiempo” fue la última vez que Pablo estuvo en Antioquía, pues finalizando el tercero y último viaje misionero, y deseando ir directamente a Jerusalén para estar allí en la fiesta de Pentecostés (Hechos 20:16), se cumplieron las advertencias proféticas que durante su viaje se le fue anunciando: su apresamiento en Jerusalén (Hechos 21:4, 10-11). Desde Jerusalén (y tras dos años de cautividad en Cesarea –Hechos 23:23-35; 24:27), Pablo fue llevado a Roma para comparecer ante César, a quien el Apóstol había apelado (Hechos 25:10-12).

V. PERFIL RELIGIOSO DE LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA

La iglesia de Antioquía de Siria, primera iglesia entre los gentiles, se convirtió en el “cuartel general” de los tres viajes misioneros del apóstol Pablo (Hechos 13:1-3; 15:35-36; 18:22-23). Es decir, no fue en la iglesia de Jerusalén donde surgió la iniciativa de llevar la palabra “hasta lo último de la Tierra” (Hechos 1:8), sino en la iglesia de Antioquía. Un líder de la segunda generación en esta iglesia, y posible discípulo directo de Pablo, fue Ignacio de Antioquía (40-107 [113?] d.C.), obispo a la sazón hasta su martirio en tiempo del emperador Trajano. Se conocen 13 cartas atribuidas a él dirigidas a las iglesias, entre otras, de Roma, de Filipos, de Éfeso…; una literatura de gran valor histórico y exegético.

Tres elementos significativos sugieren que la iglesia surgida en esta ciudad (como en todas las demás en el mundo gentil) sería muy diferente a la de Jerusalén: 

•La composición multicultural de su población: griegos, romanos, sirios y judíos [la diáspora judía estaba presente en todas las ciudades importantes del Imperio. [Ver Hechos 13:14; 14:1; 17:1; 18:4; 19:8; etc.]; 

•La naturaleza socio-religiosa de los “evangelistas” que predicaron la palabra allí: judíos de Chipre y de Cirene; o sea, helenistas; y 

•Las personas que lideraron la iglesia durante el primer año: Bernabé y Pablo (Pablo y Bernabé). 

Las diferencias socio-religiosas entre los discípulos judíos y los discípulos gentiles devino en un choque religioso-cultural. Iniciado el movimiento cristiano en el mundo gentil, este recibió la visita de líderes cristianos procedente de Judea que llevaban sus costumbres judías, las cuales quisieron imponer: “si no se circuncidaban conforme al rito de Moisés, no podían ser salvos” (Hechos 15:1). Fue tal la discusión de Pablo y Bernabé con estos misioneros de Judea, que dispusieron subir a Jerusalén para tratar esta cuestión “con los Apóstoles y los ancianos” (Hechos 15:2). Este encuentro en Jerusalén, y la dura discusión que se llevó a cabo acerca de observar o no la ley, marcó un antes y un después en el cristianismo primitivo. En principio con este resultado: El cristianismo judío seguiría observando la ley, mientras que el gentil sólo observaría “algunas cosas necesarias de la ley” (Hech. 15:28-29; 21:25). Se sobreentiende que en las iglesias netamente griegas los cristianos no necesitaban observar dichas “cosas necesarias de la ley”, que tenían como fin la fraternidad entre judíos y gentiles cristianos. 

VI. “LOS DE LA CIRCUNCISIÓN” (Hechos 10:45)

Lucas escribe el libro de Hechos allá por los años 70-75 dC. Gran parte de este libro lo escribió a partir de informaciones ajenas, que fue armonizando como mejor pudo. No obstante, conocía de primera mano las secuelas de la tensión histórica entre judíos y gentiles en la Iglesia. De hecho, él pertenecía cultural e históricamente al grupo “del evangelio de la incircuncisión”. Desde esta perspectiva en el tiempo, Lucas se está refiriendo a la Iglesia primitiva judeocristiana, como “los de la circuncisión” en contraste con la Iglesia gentil, “los de la incircuncisión” (cof. Gál. 2:7-8). Un detalle muy importante a tener en cuenta: Cuando Lucas escribe Hechos, los “fieles de la circuncisión” (los judeocristianos) son bien considerados, ¡constituían la iglesia madre! Esta referencia de Lucas a “los de la circuncisión” nos obliga, no obstante, a hacer un análisis más detallado. Según a qué momento histórico pertenece el escrito bíblico, esta expresión tiene un sentido diferente. No tiene el mismo sentido en el libro de Hechos y en las primeras cartas de Pablo que en las Pastorales, por ejemplo. Así, la expresión “los de la circuncisión”, tiene al menos estas tres connotaciones:

1. “Los de la circuncisión” como grupo fundante del cristianismo

Lucas se refiere a los creyentes de Judea (la iglesia judeocristiana) como “los de la circuncisión” o “los fieles de la circuncisión” (Hechos 10:45; 11:2). En Hechos, esta denominación tiene siempre un carácter socio-religioso para distinguir los dos grandes grupos que constituía el cristianismo primitivo: el judío y el gentil. Pablo, por su parte, usa esta misma expresión en contextos y con sentidos diferentes. La usa para distinguir a los judíos de los gentiles en general (Romanos 3:30; 4:9). Con un sentido parecido, la usa para referirse a los campos de misión a los que han sido enviados él y el apóstol Pedro, con el nombre de “el evangelio de la circuncisión” y “el evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7-8). Pablo usa también esta expresión con el mismo sentido socio-religioso que Lucas, para referirse a los judeocristianos (Gálatas 2:12).

Que “los de la circuncisión” no formaban un grupo disidente del cristianismo oficial lo muestran dos hechos notables:

Los “fieles de la circuncisión” que fueron a Antioquía eran uña y carne con Santiago, una columna de la iglesia de Jerusalén, pues fueron allí a instancia de él. Además, debieron gozar de una reputación social y religiosa bastante importante dentro de la Iglesia de Jerusalén, pues estos “fieles” influenciaron a Pedro (y a los demás judíos e incluso a Bernabé) hasta el punto de que se abstuvieron de confraternizar con los gentiles, actuando hipócritamente, actitud que Pablo reprochó públicamente después (Gálatas 2:11-14).

Los discípulos judíos de Hope que acompañaron a Pedro hasta Cesarea, a casa de Cornelio, pertenecían a este grupo de “fieles de la circuncisión”. El apelativo “fieles” que usa Lucas para referirse a estos discípulos judíos significa que eran “cristianos fieles” que, no obstante, seguían observando los preceptos de la ley (Hechos 10:45).

2. “Los de la circuncisión” como cuerpo eclesial dominante del cristianismo palestinense

El hecho de que se diga que eran “millares” los judíos que habían creído, y, además, todos eran “celosos por la ley” (Hechos 21:20) quiere decir que esa era la naturaleza de la iglesia en Jerusalén. Es decir, cuando Pablo llegó a Jerusalén, al final de su tercer viaje misionero (año 58 ó 59 d.C.), el grupo de “los de la circuncisión” representaba la totalidad de la iglesia. La declaración de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén al Apóstol, “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”, indica suficientemente que la iglesia primitiva era fiel observadora de la ley de Moisés. 

3. “Los contumaces… de la circuncisión”

No obstante, pasado el tiempo (en la época de las Pastorales), la Iglesia gentil, que ya era mayoritaria, y se estaba institucionalizando en el mundo greco-romano, ya no tenía la misma consideración hacia aquellos “fieles de la circuncisión”. Ahora el epíteto se ha convertido en “[los] contumaces y engañadores… de la circuncisión” (Tito 1:10). Esta consideración tan diferente del autor de la Pastoral hacia los judeocristianos (¡la iglesia primitiva!) indica que ha pasado mucho tiempo desde los escritos de Pablo y de Lucas (evadimos aquí el tema de la autoría y la datación de las Pastorales por salirse del propósito de este trabajo). 

VII. EL CONCILIO DE JERUSALÉN, UNA MIRADA RETROSPECTIVA

Según la conclusión del “concilio” llevado a cabo en Jerusalén sobre el año 49 dC sabemos que la obligatoriedad o no de la circuncisión para los gentiles no fue el único tema que se discutió, pues en el consenso que devino de la reunión se “impuso” a los discípulos gentiles algunos preceptos de la ley (excepto la circuncisión). Un estudio más profundo nos mostraría que esta imposición tenía un fin pastoral: la fraternidad entre judíos y gentiles en las iglesias mixtas. Los preceptos impuestos a los gentiles facilitaba la fraternidad con los judeocristianos. En las iglesias netamente gentiles, como ya hemos dicho más arriba, dichos preceptos no serían necesarios. 

¿Qué implica que los apóstoles y los ancianos tuvieran que dirimir en un “concilio” si los gentiles tenían o no que observar la ley? 

En primer lugar, implica que alguno de los grupos contendientes estaba guardando la ley, y este grupo obviamente era el formado por los judeocristianos de Jerusalén (¡la “iglesia primitiva”!). El hecho de que a esos “misioneros” de Judea no se les hubiera “dado orden” en Jerusalén (Hech. 15:24) para que los gentiles guardaran la ley, no significa que la iglesia de Jerusalén no estuviera guardándola, y que estuviera presionando para que los gentiles la guardaran, ¿a qué, si no, la celebración de un “concilio” para debatir si los gentiles debían observar la ley o no? 

En segundo lugar, este “concilio” pone de relieve que, si bien los gentiles estaban exentos de observar cualquier precepto de la ley, los judíos que habían creído no pensaban igual. Fue la reflexión teológica (“mucha discusión” – 15:7) en este “concilio” lo que aportó luz para comprender que era posible el evangelio “sin” la observancia de la ley. Para ello fue necesario interpretar lo que había ocurrido en casa de Cornelio (según el relato de Lucas): “Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros…” (Hechos 15:7-12). 

En tercer lugar, este “concilio” pone en evidencia también que los gentiles de Antioquía que habían creído en el evangelio no quisieron “parecerse” a la iglesia “madre” de Jerusalén, nacida en el día de Pentecostés el año 33 d.C. ¡Qué diferencia con la obsesión de algunos líderes de las Iglesias de Cristo, que quieren a toda costa “parecerse” a la iglesia primitiva de Jerusalén!. En realidad, dicho “concilio” fue una protesta en toda regla de los cristianos gentiles porque no querían ser “como” la Iglesia “madre” originaria.

VIII. EL APOSTOLADO DE LA CIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

El término “judeocristiano” no aparece en el Nuevo Testamento; aquí se les conoce como «los de la circuncisión». El término judeocristiano es una creación de la ciencia moderna acuñado en el siglo XIX para designar a los discípulos de Jesús que, a sabiendas, habrían querido permanecer cercanos al judaísmo. Estos judeocristianos se dividen en dos grupos, según su lengua materna: el arameo-hebreo, por un lado, y el griego, por otro (Hechos 6:1), que se corresponden a los judeocristianos de Judea y a los de la diáspora respectivamente. El término judaizante, igualmente, es una referencia más marcada de aquellos discípulos judíos que, además de guardar la ley de Moisés, querían imponerla a los gentiles (“Judeocristianos, los discípulos olvidados”, Jean-Pierre Lémonon).

Todas las personas que formaban la iglesia “primitiva” eran de origen judío y siguieron guardando las “costumbres” de la ley (Hechos 15; 21: 17-25). Esto es comprensible si pensamos que las personas de Jerusalén que creyeron en Jesús no dejaron de ser judías, tanto las residentes en Palestina como las que residían en la diáspora. Tras de sí había siglos de tradiciones sociales y religiosas que marcaban un estilo de vida desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Por qué tendrían que romper, de un día para otro, con toda esa carga emocional, psicológica, familiar, social y religiosa? ¿Por qué tendrían que abandonar la señal del pacto de Dios con Abraham: la circuncisión (Génesis 17); la fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud egipcia: la pascua (Éxodo 12); y las reglas alimentarias… (Levítico 11-sigs.)? 

Guardar estas costumbres, en la nueva dispensación de la gracia, no era necesario para ser salvo, pero guardarlas era compatible con la fe que salva, al menos para los judíos que creyeron –y creen– en el evangelio. Otra cosa diferente eran los judaizantes; es decir, aquellos judeocristianos que además de guardar la ley querían imponerla a los gentiles. Pablo, con la definición de “el apostolado de la circuncisión” estaba reconociendo el estilo de vida religioso de los discípulos judíos que seguían guardando la ley (Gálatas 2:7-8). 

1. Guardar la ley: identidad de la iglesia “primitiva”

Nuestra educación religiosa (de las Iglesias de Cristo) nos impide asumir que la “iglesia primitiva” seguía apegada a la ley, incluso después del “concilio” de la concordia (Hechos 15).

Esta iglesia primitiva, apostólica, fundada en el día de Pentecostés (que seguía observando la ley), fue la iglesia a través de la cual el Espíritu Santo se hizo presente: con dones de lenguas (Hechos 2), con milagros (Hechos 3:1 sigs.; 5:12 sigs.; 9:40 sigs.), en la oración (Hechos 4:31), en la imposición de manos (Hechos 8:14-19), fortaleciendo las iglesias (Hechos 9:31)… Fue tal su condición, que enfrentó un “concilio” para discutir la necesidad o no de que los gentiles guardaran la ley. La conclusión a la que llegaron fue que los gentiles solo deberían cumplir algunos preceptos de la ley (¡para poder fraternizar con ellos!). Los líderes presentes en dicho “concilio” no fueron subalternos, sino los apóstoles y los ancianos de la iglesia de Jerusalén (Hechos 15:2). Además, para estos líderes de la iglesia primitiva, guardar la ley era “andar ordenadamente” (Hechos 21:24).

2. Pedro y Pablo: dos ámbitos misioneros 

Pablo, tras su conversión, se destacó como un líder excepcional en el campo gentil, para cuyo apostolado había sido llamado (Hechos 26:16-18). Después de una carrera misionera productiva fuera de Palestina, quiso compartir con los que eran considerados «columnas» de la iglesia de Jerusalén (Pedro, Jacobo y Juan) lo que había estado enseñando entre los gentiles. Es obvio que en este encuentro también Pedro, como líder prominente entre los otros apóstoles, compartiera qué enseñaban ellos entre los judíos. Ambos, Pedro y Pablo, eran conscientes de las diferencias de sus ministerios por causa de los campos distintos de misión; por ello, y por mutuo acuerdo, demarcaron dos ámbitos culturales de trabajo: Pedro (y los demás de la circuncisión) seguiría desarrollando su ministerio entre los judíos, y Pablo haría lo propio entre los gentiles, como había venido haciendo: “pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en [Pablo] para con los gentiles” (Gálatas 2:6-9). 

El concepto que subyace en la reflexión de Pablo en Gálatas 2:7-8 es nada más y nada menos que el telón de fondo sobre el que se desarrolla la historia del cristianismo primitivo, con una Iglesia judía que seguía guardando la ley y una Iglesia gentil exenta de guardar dicha ley (salvo algunos preceptos de la misma para la fraternidad entre gentiles y judíos). El concilio de Jerusalén pone en evidencia la existencia de estas dos iglesias sincrónicas: la judía y la gentil. Hechos 15 y 21:17-25 refleja sólo la punta del iceberg de esta realidad. En nuestros estudios bíblicos, pasamos de puntillas por este cuadro histórico que nos muestra el libro de los Hechos.

3. Exclusión progresiva de la Iglesia “primitiva”

Ya hemos dicho que en el cristianismo primitivo fue compatible la coexistencia de una iglesia judía y otra gentil (Gálatas 2:7-9). En el “concilio” de Jerusalén se selló la concordia entre ambas Iglesias (Hechos 15:1-35; 21:17-25). No obstante de que esto fue así, el tiempo fue mostrando que esa fraternidad, en cuyo consenso fue partícipe el Espíritu Santo (Hechos 15:28), se fue viciando y, finalmente, degradando hasta casi el odio en la medida que la Iglesia helenista fue adquiriendo protagonismo, reconocimiento y mayoría (¡al precio de ir perdiendo el vínculo con sus raíces naturales! – ver Romanos 11:11-24). Todo parece indicar que del rechazo a lo “judaizante” se pasó al rechazo de lo “judeocristiano” y de esto al rechazo total a todo lo que olía a “judío”. Las Pastorales ya dan muestras de esta tensión que terminó en un fiasco histórico.

En efecto, a finales de la “época apostólica” ya se perfila cierta intransigencia con «los de la circuncisión” (¡la Iglesia “primitiva”!); el autor de la Pastoral habla de ellos como los “contumaces, habladores de vanidades y engañadores” (Tito 1:10). 

Más tarde (año 110), Ignacio de Antioquía escribía a los magnesios: “Es absurdo apelar al nombre de Jesucristo y después vivir a lo judío; no es el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo el que creyó en el cristianismo, donde se han reunido cuantos creen en Dios” (“El primer siglo cristiano”, Ignacio Errandonea S.J. – Escelicer, S.L.). No es el momento ahora para discutir la declaración de este mártir de Jesucristo, pero sus palabras nos acercan al sentir que la Iglesia helenizada iba asumiendo acerca de los judeocristianos. ¡El espíritu del “concilio” de Jerusalén se estaba olvidando! Tenemos que esperar un poco más, a mediado del siglo II, para escuchar al obispo de Asia Menor, Melitón de Sardes, el pernicioso dicho que llegaría a demostrarse en la historia posterior como muy nefasto: “Oídlo todas las estirpes de los pueblos, y vedlo: Un asesinato jamás sucedido antes tuvo lugar en Jerusalén […]. Dios fue asesinado, el Rey de Israel fue eliminado mediante la diestra de Israel”.[1]

Nacía así el reproche de que los judíos son asesinos de Dios. Aquí no se apuntaba ya a convertir a los judíos, ni a los judeocristianos, sino a combatirlos (“El Cristianismo”, Hans Küng). Todos conocemos la historia del antisemitismo en Europa que llegó a su clímax con el Holocausto. Antisemitismo del cual el cristianismo de occidente no fue ajeno (Judeofobia, Gustavo D. Perednik). Según los estudiosos, no existe mucha información directa sobre la “Iglesia judeocristiana” tras la guerra del año 70; y la información que hay procede de reseñas de apologistas cristianos de los siglos II, III y IV, como Justino, Tertuliano, Ireneo, Eusebio, etc. Reseñas que pertenecen a la historia que escribió la Iglesia triunfante (Los judeocristianos: testigos olvidados, Jean-Pierre Lémonon). 

IX. EL APOSTOLADO DE LA INCIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

Si de entre los judeocristianos, los judaizantes no se hubieran empeñado en imponer la ley a los gentiles, probablemente hubiera ocurrido estas tres cosas: 

a) La iglesia judeocristiana habría tenido más posibilidades de subsistir en el tiempo y en el espacio, al menos en el entorno judío, que era su especial horizonte misionero (Gálatas 2:9);

b) El cristianismo habría sido más plural. Se habría evitado, por un lado, la persecución a los judíos, y, por otro, las guerras religiosas entre cristianos.

c) Como contrapartida, las cartas de Pablo habrían tenido otro calado, incluso la nomenclatura del Nuevo Testamento habría sido diferente. Pero esto solo es una especulación.

Según las cartas de Pablo, especialmente la dirigida a las iglesias de Galacia, los judaizantes fueron “misioneros” muy activos, no solo en el entorno judeocristiano, donde se sentirían como peces en el agua, sino también en el campo de misión gentil: aquí como intrusos (ver Gálatas 3:1 ss.; 5:1-12). Esta polémica, que a nosotros nos ha llegado de forma literaria, debió de haber sido una enconada, viva y persistente lucha apologética entre las comunidades gentiles, evangelizadas y adoctrinadas por Pablo y sus discípulos, y las comunidades judaizantes con sus maestros a la cabeza. Con el tiempo, esta encarnizada apología se fue convirtiendo en una inevitable enemistad más allá de la simple dialéctica, según vemos en la literatura patrística (Ignacio de Antioquía, Justino…).

El vocablo “incircuncisión” nos lleva mentalmente al principal artífice de la teología cristiana y autor literario de la mayor parte del Nuevo Testamento: Saulo de Tarso (Pablo). 

Desde su experiencia en el camino hacia Damasco, el Apóstol de los gentiles había adquirido la noción de que la buena nueva (el evangelio) era un don gratuito, de ámbito universal y al margen e independiente de la ley judía (Gálatas 1:11-12). Su vocación era especialmente hacia los gentiles (Hechos 26:16-18). Con mucho orgullo Pablo se autodefinía como “apóstol de los gentiles” y, por lo tanto, “honraba su ministerio” (Romanos 11:13). Y aquello que fue tan difícil de entender al principio para los judeocristianos –judaizantes o no (ver Hechos 11:1-2, 18)–, Pablo dice que era un misterio escondido que le fue revelado a él: “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:1-6). Pedro, después de su experiencia con la conversión de Cornelio (Hechos 10), llegó a la misma conclusión (Hechos 15:7-11), al menos así lo refiere el autor de Hechos.

En la epístola a los Gálatas tenemos una exhaustiva exposición teológica del evangelio (de la gracia); su objetivo: además de exponer cuál era el mensaje que Pablo predicaba entre los gentiles, ilustrar tanto a gentiles como a judaizantes, especialmente a estos, la suficiencia y la superioridad de la fe sobre las obras de la ley en orden a la salvación:

“sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado… pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:16-21).

Por ello, imponer la ley como requisito para ser salvo suponía “volver a lo que era figura y sombra de los bienes venideros” (Colosenses 2:16-17; Hebreos 10:1). Distanciarse de los judaizantes, por lo tanto, no sólo era una necesidad teológica, sino un camino sin retorno; el evangelio de la incircuncisión tenía como vocación y meta primeramente a los incircuncisos sin excluir a los circuncisos (Gálatas 5:6). 

X. DE LA GRACIA HABÉIS CAÍDO

Ahora bien, ¿cómo entendemos la polémica con los judaizantes? ¿Está Pablo condenando a “todos” los que observan la ley “cualquiera” que sea el motivo? ¿Pervertían el evangelio por el hecho de observar la ley como estilo religioso de vida? Veamos:

a) “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis” (Gálatas 5:4). 

Pablo no está diciendo que “todos” los que observaban la ley estaban “desligados de Cristo”, sino “aquellos que” buscaban justificarse por las obras de la ley (“los que por la ley os justificáis”). Esta obviedad, además de la gramatical, es evidente por estas dos razones: 

Primera: en el concilio de Jerusalén dejaron claro que, aun cuando los gentiles no necesitaban observar la ley, los judeocristianos sí la guardarían: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley […] Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto…» (Hechos 21:20, 24-25). Los judeocristianos no guardaban “esto” (la ley) para salvarse; luego ellos no estaban desligados de Cristo ni «caídos de la gracia». 

Segunda: Pablo observaba la ley de manera ordinaria (Hechos 18:18, 21; 20:16); y en casos puntuales, con un propósito (1 Corintios 9:20). Pero Pablo tampoco estaba desligado de Cristo. Se supone que tampoco estaba contradiciéndose. 

1. “Quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-10).

Este texto es la introducción mediante la cual Pablo va a exponer teológicamente su evangelio de la gracia, cuyo contexto es la labor proselitista de los judaizantes que habían llegado a las iglesias fundadas por el Apóstol (Gálatas 3:1-5). Como deducción coherente con el punto anterior, los judeocristianos no podían ser los que estaban pervirtiendo el evangelio, pues Pablo, además de observar también la ley, siempre tuvo una buena conexión con ellos (Hechos 21:21-24; Gálatas 2:7-9), sino los que iban imponiendo la ley “como requisito” para ser salvos. Es decir, practicar la circuncisión, como rito de la señal del pacto con Abraham; observar las fiestas judías que celebraban la relación de Dios con el pueblo judío; seguir las reglas alimentarias, etc., como estilo de vida religioso, no suponía competir con la gracia ni adherirse a otra alternativa diferente de ella. La observancia de la ley, en este sentido, es una expresión piadosa ancestral de los israelitas, «de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4).

XI. A MODO DE CONCLUSIÓN

Todo cuanto antecede es un breve repaso de los inicios del cristianismo primitivo relacionado con el tema que aquí discutimos, y que evocamos sintéticamente:

a) La iglesia nació en Jerusalén sobre el año 33 d.C. Esta iglesia estaba formada por personas judías en su totalidad. 

b) Esta iglesia nacida en Jerusalén continuó observando las costumbres judías inscritas en el Antiguo Testamento (la Ley).

c) La aceptación de la buena nueva por parte de los gentiles originó una tensión entre estos y los judeocristianos, los cuales, además de seguir observando las costumbres judías, algunos quisieron imponerlas a los gentiles.

d) La solución de este problema surgido se dirimió en el llamado “concilio” de Jerusalén sobre el año 49 dC. 

e) Es notoria –¡y sorprendente!– la perplejidad de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén porque los gentiles también estuvieran incluidos en la promesa de salvación.

f) Es también notorio –¡y no menos sorprendente!– que Pedro no hubiera predicado el evangelio a un gentil hasta la ocasión del centurión romano.

g) El “concilio” en Jerusalén pone en evidencia que la iglesia gentil (de Antioquía) no quiso “parecerse” a la iglesia de Jerusalén, precisamente porque no aceptaron la imposición de la ley de Moisés, salvo algunos preceptos de ella (Por cuestiones pastorales).

Si todo cuanto hemos expuesto en estas notas es correcto, ¿qué implicaciones puede tener en un análisis crítico respecto a la antítesis «Nuevo Testamento versus Viejo Testamento»? Pero sobre todo, la cuestión que justifica este análisis (para los líderes de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración), ¿Qué iglesia deseamos “restaurar”, la de Jerusalén o la de Antioquía?

Obviamente, el Nuevo Testamento habla de “una” Iglesia, que es el Cuerpo “uno” de Cristo, etc. Pero esta Iglesia de la cual escriben los hagiógrafos, especialmente el autor de las Pastorales, es una Iglesia “teologizada”, teórica, abstracta, pero diferente de las iglesias históricas, plurales y diversas, que dieron origen al cristianismo primitivo, que fue heterogéneo, y de cuya heterogeneidad da cuenta el Nuevo Testamento.♦︎

Notas:

  1. Sobre la Pascua (96), Melitón de Sardis: 

https://ccjr.us/dialogika-resources/primary-texts-from-the-history-of-the-relationship/melito-of-sardis (visto 24/04/2023 – inglés).

Ver: Revista Renovación nº 98 y “12 tópicos revisados de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración”.

Ocurrencias


OCURRENCIAS

El contenido que sigue corresponde a los “editoriales” de la revista Restauromanía 3ª Época, que allí aparece al comienzo como “ocurrencias”. Los “editoriales” como tales comenzaron en la revista Renovación.

Aquí están tal como fueron publicados.

Emilio Lospitao

Editor

Enero 2012

Empezamos un nuevo año con las mismas malas expectativas que dejamos en el anterior. La noticia con la que abren todos los telediarios es la crisis que, como una plaga, va quebrantando la salud económica de la mayoría las familias; pero no a todos los ciudadanos les salpica por igual. A los menos no les ha afectado en su nivel de vida, incluso algunos se están enriqueciendo a costa de la precariedad de muchos, que son los más. A estos últimos es a quienes les está afectando de manera implacable la crisis; mejor dicho, son estos muchos los que estamos pagando la crisis. Ésta es una crisis esencialmente económica, provocada por las entidades financieras, detrás de las cuales figuran personas físicas con nombres y apellidos. Algunos de ellos abandonan sus puestos directivos llevándose decenas de millones de euros por diferentes conceptos injustificables. La lista de estos despropósitos es muy larga, de la cual los políticos no se libran. Al otro lado, además de los que están pagando la crisis,  se encuentran los “Indignados”, de todos los países, de todas las edades, de todas las ideologías, con el único arma que tienen: ¡la palabra, el pataleo… y muchas razones para, aunque suene a utopía, cambiar este sistema, que está demostrando ser caduco, además de injusto, insolidario, incluso, a veces, obsceno! 

Esta realidad socio-política es el mercadillo donde las diferentes iglesias estamos exhibiendo nuestras ofertas religiosas. Especialmente el pietismo cree que es la hora en el «reloj de Dios» para “salvar muchas almas” (el ser humano acude a lo transcendente cuando tiene hambre), aunque para ello tenga que activar los bolsillos de los fieles (que también lo padecen). Esto está bien. El problema sería que, eufóricos por teóricos resultados, estuviéramos olvidando la otra cara de las Buenas Nuevas de Jesús: la esperanza de este mundo, porque si bien «no solo de pan vive el hombre», lo cierto es que necesita pan para vivir. Y esta es la esperanza que, en medio de esta crisis, muchos legítimamente  también anhelan. 

El 5 de mayo de 2010, un parlamentario del partido de los Verdes (Daniel Cohn-Vendit), de la UE,  –no sabemos si este sujeto creerá en el alma o no– tuvo el coraje y la honradez de denunciar la hipocresía del Parlamento europeo que, a la vez que intentaba “rescatar” a un país miembro (Grecia), estaba endeudando a dicho país vendiéndole aviones y tanques para la guerra. Lo cierto es que, lo que hizo este diputado ante el Parlamento, es lo que deberíamos estar voceando a los cuatro vientos los que sí creemos en el alma, además de proclamar el evangelio de Jesús. Y si hay que levantar una carpa junto a la de los «indignados», levantémosla. Jesús lo haría; Él sabía bastante de eso (Marcos 11:15-19) E.L.

Febrero 2012

¡Restauromanía…? nació, en noviembre de 2003, aún más humilde de lo que ahora es: consistía en un solo artículo temático de poco más de tres o cuatro  páginas. Nació gracias a las posibilidades que ofrecen la Internet y la ofimática. De iniciativa totalmente personal; el «nos» que usamos es simple cortesía. Nunca hubiéramos podido iniciar este trabajo en formato impreso. Nació contra natura en muchos sentidos: falta de tiempo (leíamos, estudiábamos y escribíamos por la noche después de 9 o 10 horas de trabajo secular); falta de experiencia (solo en ocasiones habíamos escrito para algunas Revistas: «Alternativa 2000«, «Vínculo«); falta de… bueno, y otras carencias. Pero, sobre todo, nació como consecuencia de un ansia irresistible de libertad en un entorno teológico e intelectual asfixiante, inmovilista… Al nacimiento le precedieron algunos años, bastantes, de complicado embarazo –mientras su autor desarrollaba el ministerio cristiano en la iglesia donde había nacido espiritualmente, que no procede explicar ahora –, campo de batalla, aunque dialéctica y con sordina,  entre la Razón y el Poder.  Siempre se impone el Poder. La Razón solo convence a largo plazo.

Esta publicación –sí queremos decirlo-  no nació en contra de nadie ni de nada; tuvo y tiene el exclusivo propósito de impulsar un poco de aire fresco en un Movimiento que, si algún día fue innovador, singular y transparente, hoy se ha convertido (salvo excepciones, que las hay) en una fotografía fija sin color en el tiempo, desfasado de la realidad social en la que vive, además de dirigirse hacia un suicidio teológico  e intelectual (ese tipo de suicidio que nunca acaba de consumarse). Se ha petrificado mirándose el ombligo, y gira de manera centrífuga en el etnocentrismo que ha ido forjando con los años. Es el peligro que asume toda institucionalización. Sobre todo cuando se piensa que ya se ha llegado a lo definitivo.

Algunos  líderes del Movimiento de Restauración están totalmente convencidos de que han hecho una realidad la restauración de la Iglesia del Nuevo Testamento. Piensan, como sus ancestros, que restaurar consiste en mimetizar lo que ellos creen que fue «la» Iglesia primitiva.  Nosotros, después de bastantes años de autocrítica, pensamos que eso es solo y simple «restauromanía». La reflexión con que comienza este número es un botón de muestra. E.L.

Marzo 2012

Mi experiencia religiosa empezó en la escuela, donde cada tarde, de lunes a sábado, para acabar la jornada, cantábamos el “Cara al Sol” alineados como cadetes (D. Julián, el maestro). Estoy hablando de hace muchos años, de cuando observaba el mundo con mirada de niño. Había que aprenderse el Padrenuestro, el Credo y la Salve, para hacer la Primera Comunión (Dios sabría qué era eso). Antes teníamos que confesar. Todo ensayado, como en el teatro. No recuerdo exactamente qué me preguntó el cura (Don Luis) después de la correspondiente “presentación” (quienes se confiesen saben a qué me refiero). Lo primero que me vino a la mente, ante la voz  que salía de entre la celosía del confesionario, medio oscuro, fue los terrones de azúcar que solía coger de la alacena en mi casa sin permiso de mi madre: ¡qué horror de pecado! (tampoco había mucho más que coger). El caso es que por un padrenuestro y dos avemarías, de rodillas ante la imagen de un San Antonio, podría coger algunos terrones de azúcar más (¡y los cogía!). De la Comunión solo recuerdo las galletas con chocolate que «Acción Social» (?) nos ofrecía después (a los más pobres) para celebrarlo. No volví a pisar la iglesia hasta el “Cursillo de Matrimonio” unos meses antes de casarme con la que fue la madre de mis hijos (q.e.p.d.). De la confesión, esta vez, simplemente pasé (había muchos terrones de azúcar). Fue la última vez que pisé la iglesia (por supuesto, asistía  durante los bautizos, las bodas, los entierros… ¡como Dios manda!).

No obstante, con ocho o nueve años de edad, poco después de aquella experiencia de la primera y única confesión, ya había leído gran parte del Nuevo Testamento. Cómo llegó a mis manos aquel librito con tapas color anaranjado es largo de contar. No entendía prácticamente nada de lo que leía, pero me dejaba una sensación apacible. Mi percepción infantil de aquella lectura en ninguna manera la relacioné con mi «religiosidad» vivida. Ni de aquella ni de ninguna, que no hubo, salvo que, muchos años después, durante mi estancia en el Ejército (la “mili”) vino como un torbellino a mi mente aquellas pocas imágenes dormidas en mi recuerdo sobre el Nuevo Testamento. Fue al leer el título “Los Apóstoles” de un libro en el escaparate de la librería en la estación del ferrocarril de Mérida (España); lo compré y leí con cierto interés. 

La lectura de este libro estaba llena de citas bíblicas, entre ellas las correspondientes al mismo Nuevo Testamento (Evangelios, Epístolas, etc.). Mi curiosidad ahora giraba en torno a la Biblia misma, ¿pero dónde encontrar una Biblia? La que había sobre la mesa de la sala de estar en casa de mi novia, grande, ilustrada, barroca, de lujo, ¡no se podía tocar (la Biblia)! A hurtadillas, solía abrirla al azar alguna vez sin tiempo para leer algo significativo. Mi siguiente salto biográfico me ubica en Madrid (tampoco procede explicar ahora cómo y por qué). Durante el comienzo de mi estancia en la capital de España sucedieron muchas cosas a la vez. La primera de ellas, comprarme una Biblia: ¡por fin, una Biblia propia! La segunda, la muerte de un amigo. La tercera, escuchar comentarios de la Biblia por la radio (El Heraldo de la Verdad). La cuarta, estudiar la Biblia con los Testigos de Jehová. La quinta, dejar de estudiar la Biblia con los Testigos de Jehová. La sexta, creer lo que decían los Evangelios acerca de Jesús de Nazaret, tomar conciencia del sentido de la vida, si es que tenía algún sentido. La séptima, creer profunda y sinceramente que sí tiene sentido, y entonces todo empieza a adquirir un valor diferente, y ya no puedes dejarlo. Ahora ya no con la mirada de niño, sino con la visión, la percepción y la libertad de adulto. Llegué a este punto de mi biografía desde la indiferencia religiosa más absoluta. No era la de un ateo. El ateo es un religioso vuelto del revés.

Este paso (de fe), sin otra posibilidad, se da siempre en el contexto de una comunidad que ha tenido la misma experiencia que tú. Que ha descubierto lo mismo que tú. Esta comunidad, cualquiera que sea, viene a ser el “pesebre” donde naces a una nueva vida. Una nueva concepción de la vida: eres un niño de nuevo. Pero con el pasar del tiempo también creces, te haces adulto espiritual e intelectualmente, empiezas a entender más cosas, a madurar… Pasas de alumno a maestro, de recitar teorías a formularlas. Al igual que en la infancia, que no tienes responsabilidades, porque todo te lo dan hecho, hasta que llegado a la adultez tienes que caminar solo, así ocurre en la vida espiritual (o intelectual, o científica…).Un día tienes que dejar de digerir aquello que te ofrecen y cocinar tu propio alimento, quiero decir: andar tu propio camino.  Otra cosa diferente a este progreso nos revela una patología que ciertos líderes -posiblemente inconscientes- gustan perpetuar. También en muchos casos los mismos feligreses quizás por pereza, pienso, anhelan ese estado, dicen: ¡Que piensen ellos! ¿La fe del carbonero, como se suele decir?   

Una cosa no cambia: el CAMINO (con mayúscula) donde te iniciaste (término significativo, ver Hechos 9:2; 19:9, 23; 22:4, 14, 22). En este Camino tienes que ser, sí, oveja del Rebaño, metafóricamente hablando (eres parte de una comunidad supralocal), cuyo Pastor único es Jesús el Cristo; pero nunca borrego. Lo demás…, lo demás es simple compañía mientras haces el camino; un camino en el que todos, absolutamente todos, andamos hacia el mismo destino. Unos, quizás, sin ninguna esperanza; otros, con la esperanza como horizonte, que no es poco. E.L.  

Abril 2012

Verdad y humanización

En el marco religioso (como en el político…) la verdad es un producto que se expone cual artículo comercial. No está exenta, por lo tanto, de un buen marketing ni faltan los gurús expertos en venta.  Una verdad que necesita  compradores, o mejor dicho: consumidores, porque se provee de un servicio “posventa”. 

Analizar la infinitud de verdades religiosas que existen en este vasto mercado, es un trabajo de eruditos analistas sociológicos, pero la realidad es tan evidente que hasta los profanos podemos señalarlo con el dedo. Estoy  hablando del mercado de verdades religiosas “cristianas”. Dos cosas me dejan bastante perplejo: una, el dogmatismo y la rotundidad con que afirman sus verdades estos mercaderes de verdades; y, dos, la profunda ingenuidad con que aplauden dichas verdades los “consumidores”.  A estos solo les falta que digan: ¡engáñenos, por favor, lo necesitamos! “Lo necesitamos”. Esta es, quizá, la clave del discurso: que necesitan una verdad, cualquier verdad, para hacer el camino de la vida más fácil. Y los vendedores lo saben. ¿Cómo entender, si no, la ingente de telepredicadores y radiopredicadores que tienen embelesados a miles de personas con repetitivos estereotipos teológicos sin ninguna profundidad, estribillos reiterativos hasta la saciedad con un fondo de música carente de arte musical? 

La verdad de la que habla Jesús (Juan 8:32) exige por definición un esfuerzo intelectual, racional… y esto no cae del cielo como la lluvia; esto requiere interés, esfuerzo y concentración. Justo lo que no quieren estos mercaderes de verdades. Ellos prefieren tener a gentes que no piensen, que no pregunten, que no cuestionen…  La verdad de la que habla Jesús dignifica y humaniza a la persona, precisamente porque la confronta con su realidad, le exige pensar. La libertad que viene como fruto de esa verdad que duele, que cambia la vida y capacita para autogestionarla, esa libertad humaniza, hace del hombre y de la mujer un ser humano, le redime, le hace consciente de su filiación divina.

Restauromanía  aboga por esta Verdad, que se busca como la moneda perdida y se aprecia como la perla hallada de la parábola. E.L.

Mayo 2012

Desde la fe y para la fe

Una  característica de esta revista –desde que nació como boletín– es su nota crítica hacia el Movimiento al cual su editor pertenece: las Iglesias de Cristo. Sé que corro el riesgo de que un exceso  de “crítica” pueda  cansar, o lo que es peor,  desconectar al lector. Aunque no  me gano el pan haciendo esto, me importa el resultado. Aun así, como dijo la filósofa y política alemana de origen judío Annah Arend, “no escribo para cómplices, sino para interlocutores que cuestionan las certezas heredadas”. 

El punto  de inflexión de dicha crítica es el fundamentalismo que caracteriza a dicho Movimiento. Fue el elemento que se me fue atragantando, y del que fui saliendo, en el transcurso de los años de mi militancia vocacional. Cualquier observador próximo a mí hubiera podido pronosticar que era una “resolución” anunciada. ¡Y ya creo que lo fue!  En su día, algunos quisieron remitir mi dimisión a motivos ocultos… ¡que yo sabría! Lo único que había “oculto” era lo que nadie quería ver, o no le interesaba ver. Esta “resolución” encontraba su eco en cualquier hermenéutica menos en la “literalista” (fundamentalista), de la cual cada día me sentía más lejos, y esto no se puede ocultar, como tampoco sus consecuencias.

La mayor parte de mis exposiciones en esta revista son “escritos” que dejo caer en la cabeza de quienes estén dispuestos a repensar (como hacía, según dicen, Galileo Galilei, que dejaba caer piedras de diferentes tamaños desde la torre de Pisa para mostrar que ambas tardaban el mismo tiempo en llegar al suelo y demostrar así que Aristóteles estaba equivocado). No espero tener otra suerte diferente a la de G.G.

Quiero creer que la mayoría de las personas que leen  estos “escritos” entienden  que el propósito de poner en evidencia alguna incoherencia literaria o historiográfica de algunos textos de la Biblia (“Notas para la exégesis”, “La Tierra no es plana”…) no es menoscabar la Biblia como tal, sino ridiculizar las interpretaciones literalistas de algunos líderes de las Iglesias de Cristo, mis “hermanos” en la fe. Este ejercicio no procede de una negación del mensaje de la Biblia, sino de la fe en él. Es decir, escribo desde y para la fe. Pero no la fe burda del crédulo, sino la del creyente que se ilustra. E.L. 

Junio, 2012

Exclusivismo versus Ecumenismo 

El DRAE define el sustantivo “exclusivismo” como: “Obstinada adhesión a una persona, una cosa o una idea, sin prestar atención a las demás que deben ser tenidas en cuenta”. El exclusivismo conlleva, pues, una fuerte motivación de pertenencia. El exclusivismo es también etnocéntrico.  

El término ecuménico (universal), en principio, tiene un sentido totalmente opuesto a exclusivo. El ecumenismo es cristiano, de iniciativa netamente protestante, y más que un movimiento organizado, que requiera alguna pertenencia a él, es una actitud (y talante) libre e individual para compartir un “espacio” de vivencia (y convivencia) con otro cristiano de diferente educación religiosa. El ecumenismo cristiano no tiene nada que ver con el “sincretismo” (Sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes –DRAE). En el “camino” ecuménico, válido como metáfora, nadie intenta “conciliar” nada, ni sumar ni restar de las diferentes liturgias que practica cada iglesia; fieles al mandato de Cristo, “ser uno en Él”, sí aportar a nivel de iglesia e individual la espiritualidad que nos identifica como cristianos. Nadie pierde nada de su identidad religiosa, ni nadie intenta requisar nada de ella (si no, ya no es ecumenismo). 

El tema con que comienza esta revista, desde hace tres números, se titula “La iglesia nació en la casa”. Un aspecto importante para entender el cristianismo primitivo es hacer emerger la diversidad de tradiciones que configuraba la iglesia del siglo I. La tradición más primitiva fue la judeocristiana (Hechos 21:20), que continuó observando la ley hasta que acabó en la marginalidad de la Gran Iglesia. Pues bien, al apóstol Pedro, representante de una de las tradiciones, le encontramos haciendo el camino del “ecumenismo”. Pedro estaba entre la tradición intransigente de los “de parte de Jacobo” (de los cuales el apóstol sentía temor, Gálatas 2:12), reticentes a compartir mesa con los no-circuncidados,  y la innovadora tradición de Pablo (“la salvación sin las obras de la ley”), que tantos problemas le trajo a este Apóstol. Es decir, Pedro fue capaz de compartir mesa  con los pagano-cristianos sin abandonar su propia tradición, que era judeocristiana, sobre todo a partir de la experiencia  de la que da cuenta Hechos 10:28. Pedro se convirtió así en el primer cristiano “ecuménico” de la historia de la Iglesia. Algunos líderes de las  Iglesias de Cristo deberían tomar nota de Pedro.  E.L. 

Julio 2012

La “sana doctrina”

Los de la “sana doctrina” me evocan a aquellos “de parte de Jacobo”, de los cuales el apóstol Pedro tenía “miedo” (Gálatas 2:12). El hecho de que Pedro tuviera “miedo” de ellos indica cuál era el perfil teológico de aquellos “fieles” cristianos, distinto al paulino. 

Desde que empecé a escribir en ¡Restauromanía…?, en noviembre del año 2003, he dejado claro mi reconocimiento a los “padres” del Movimiento de Restauración, como reconozco a cualquier persona que intentara  -o intente- reconducir la Iglesia a los “principios” del Nuevo Testamento  (que es muy diferente a mimetizar a alguna de las distintas tradiciones cristianas primitivas). Estos reformistas fueron numerosos, anteriores y posteriores a la Reforma del siglo XVI, incluyendo por supuesto a los que protagonizaron dicha Reforma). Los nombres por los que luego fueron conocidos estos grupos disidentes (Luteranos, Reformados, Presbiterianos, Bautistas, Metodistas…) es lo menos importante. Lo importante es el contenido, no el continente. Cierto que el número de “iglesias” (denominaciones) se multiplicaron después… ¡qué le vamos a hacer, la Iglesia de Cristo vino a ser una más, si no en la intención sí de facto!

Pues bien, un grupo minúsculo de cristianos, rayando el fanatismo, de las Iglesias de Cristo, enarbolan el concepto de la “sana doctrina” (que solo ellos saben cuál es) para excluir a los demás que no la entienden, predican y practican exactamente como ellos, según los cuales, la doctrina “sana” es aquella que se deriva de la interpretación que ellos hacen, literalmente, de los textos bíblicos. Así de sencillo. Por eso, su único método apologético es ese: recitar textos de la Biblia. 

El sujeto de la “sana doctrina”, pues, no atiende a razones, su única argumentación es recitar versículos de la Biblia, como si con ello demostrara algo. Así pues, sospecho que para ser Evangelista, Anciano…, en estas Iglesias de Cristo, no hace falta ir a ninguna Facultad de Teología, o Instituto Bíblico… basta saber leer. Una vez logrado el título de “Predicador”, el estudio, la investigación, la cultura… sobran. ¿Para qué  “quemarse las pestañas” si con recitar la Biblia es suficiente? Lo peor de esta subversión teológica es que usan la Biblia para dividir a las iglesias so pretexto de predicar la “sana doctrina” y excluir a todos cuantos no aceptan sus prédicas. Me temo que, aparte de leer textos de la Biblia, tienen una profunda ignorancia  acerca de la historia de ella. Respeto  y aplaudo a todos cuantos se preocupan en estudiar la Doctrina (con mayúscula), pero me ponen el bello de punta aquellos que creen tener el monopolio de la única “doctrina sana”. E.L. 

Agosto 2012

De profetismo y santidad

En el otoño pasado escribí un panfleto titulado “El testimonio profético”. Si tuviera que simplificar su contenido en una frase, sería más o menos así: “el testimonio profético, del cual Jesús fue su exponente máximo, y continuador del  profetismo del antiguo Israel, no está representado por ningún pietismo religioso, sino por la denuncia profética ante los desvaríos sociales, políticos y económicos de la sociedad donde vive la Iglesia”. Esta simplificación en ninguna manera subestima la espiritualidad auténtica y genuina del creyente, la cual debe estar refrendada por dicho testimonio profético. 

Cuando escribo estas líneas, que yo sepa, la única entidad religiosa cristiana que ha mostrado públicamente su preocupación por la situación política y económica de nuestro país ha sido la Iglesia Evangélica Española (IEE). En ¡Restauromanía…? nos hicimos eco de esta “denuncia profética”. Más arriba he dicho que Jesús fue continuador del profetismo del antiguo Israel, el cual no entendía otro “testimonio” de parte de Dios que la denuncia social contra las injusticias, los crímenes políticos y económicos,  que hacían estéril cualquier manifestación religiosa auténtica. Dicho de otra manera, no hay ninguna religión “verdadera” si ésta mira para otro lado ante dichos crímenes e injusticias. Y donde no hay testimonio profético tampoco hay santidad, al menos la santidad profética de la cual habla la Escritura. 

Desde un punto de vista puramente humano, Jesús fue el perfecto “antihéroe”. Excepto por su madre y un grupo pequeño de mujeres, fue abandonado por todos sus seguidores y amigos (salvo “el discípulo amado”). Después de unos tres años  recorriendo los caminos, particularmente de Galilea, acabó ejecutado como un vulgar alterador del orden público. Algo tuvo que ver el hecho de  dar la cara por los excluidos de la sociedad, los oprimidos por las clases sociales y religiosas dominantes de su país. Una actitud que incomodó a las élites, particularmente religiosas, pero no solo a éstas. Se dice de él que fue igual a nosotros en todo, pero sin pecado; luego no pecó cuando testificó contra la prepotencia clerical, ni cuando llamó zorro al “primer ministro” de la región, ni cuando expulsó con un látigo a los mercaderes del templo, ni cuando criticó el abuso de poder… 

En el escenario socio-económico en el que nos encontramos en España, me pregunto, ¿qué pensará “el mundo” de nosotros si como Iglesia nos desentendemos de él y callamos ante las injusticias? ¿Qué credibilidad nos otorgará si nuestro concepto de la justicia es un simple pietismo excluyente y todo se reduce a una vida religiosa intimista, contemplativa y proselitista de puertas hacia fuera? ¿No estaríamos subvirtiendo los conceptos bíblicos? E.L. 

Septiembre 2012

Caminamos…

El mes de septiembre, habitualmente, es un mes de renovación o, al menos, de emprender nuevas agendas. En mi experiencia ministerial, en un tiempo ya pasado, solía presentar a la iglesia un proyecto de septiembre a julio, mes éste que empieza a diseminar a las personas (en las grandes ciudades, salir de la urbe es una necesidad vital). Esto significaba que, precisamente durante la época estival, tenía que trabajar más. Es un hábito que no se pierde. 

Desde el “navegador” de Internet he puesto rumbo hacia el continente norteamericano, concretamente hacia las páginas webs de las Iglesias de Cristo y algunas Universidades Cristianas vinculadas a estas Iglesias. He dado un suspiro profundo… ¡alguna vez había pensado que estaba solo, que estaba desorientado, que me había perdido…! (escribo desde España, pero pienso con un pie puesto en la península europea y el otro en los continentes americanos). Pero no, ni una cosa ni la otra. Simplemente soy protagonista de mi época y consciente de dicho protagonismo. Lo que está ocurriendo en el entorno de las Iglesias de Cristo (del Movimiento de Restauración) es lo que tenía que ocurrir un día u otro. La cuestión es mucho más profunda de lo que los simplistas piensan, evocando supuestas “apostasías” o “herejías”… O peor aún, vincular la fidelidad al Evangelio con la fidelidad a las tradiciones del Movimiento, otorgando a éste la Verdad absoluta (¡Infantilismo teológico!). Es curioso, y significativo, que las más fieles a la tradición del Movimiento sean las iglesias del interior, las de los pueblos pequeños, mientras que las cosmopolitas están más abiertas a los cambios. Desde un punto de vista sociológico, nada novedoso. 

Cada día estoy más convencido: no es la erudición, el estudio, el análisis… lo que mueve a actuar a las masas, sino las emociones, los sentimientos… No es la Verdad lo que percibimos que es vulnerada, sino las ideas que hemos asociado con una verdad determinada, y ésta no es otra que la “verdad” de nuestros predecesores, a los cuales nos une la memoria, los recuerdos y los afectos más profundos. ¿Y cómo deshacer este nudo gordiano? ¿Qué pedagogía usar para no herir los sentimientos de nadie?… ¡Penoso camino!

Bien, la novedad de “Restauromanía”, a partir de este número, es doble. Hemos suprimido los signos que acompañaban al nombre, afirmando con ello la manía por la restauración (¿de qué iglesia?). Por otro lado, entramos en la 3ª época de la revista con algunos retoques en la maquetación. Por lo demás, seguimos entusiasmados en la labor que nos propusimos desde el principio. E.L.

Octubre 2012

Mujeres…

Aun cuando cualquier sección de la revista sería idónea para tratar temas específicamente relacionados con la mujer, hemos añadido una sección nueva que dedicaremos a resaltar noticias de la actualidad, o efemérides importantes, relacionadas con ellas. El nombre de esta sección se llama “Mujeres…”, evocando el blog del diario El País.com (http://blogs.elpais.com/mujeres/). Lo que nos interesa resaltar de la mujer es tanto la conquista de sus derechos, como la calidad de los mismos, así como la vulneración de ellos. Todo esto desde un punto de vista general, pero en particular cuando están inscritos en el binomio “mujer-religión”; o sea, cuando las normas religiosas, de cualquier fe,  las discrimina por la única razón de ser mujer.

En el mundo occidental nos llevamos las manos a la cabeza cuando escuchamos o leemos noticias de las barbaridades que se comenten contra la mujer en el mundo musulmán, o en parte de éste (la ablación, lapidación por adulterio  ─sólo a la mujer─ , obligación de vestir el burka o el velo, veto a la educación, prohibición de conducir… y un largo etcétera). Pero se trata de una simple evaluación cualitativa. En Occidente se sigue cometiendo “barbaridades” contra la mujer también: se le paga menos que al hombre por el mismo trabajo y la misma cualificación, en general es ella la que saca adelante los quehaceres engorrosos del hogar, cuida de los hijos… y otro largo etcétera. 

En el área religiosa, salvo algunas confesiones, muy poco nos diferenciamos del mundo musulmán: arrancamos de los mismos o parecidos principios teológicos (históricos), o sea, el integrismo religioso; o dicho de otra manera, “porque la Escritura (la Biblia, el Corán) lo dice”. Y si lo dice la Biblia (o el Corán) que es “escritura sagrada” dictada directamente por Dios, ¿quién está autorizado a cambiar lo que Dios ha ordenado? Es de una lógica aplastante. 

Por ello, desde la “primavera árabe”, en los países donde se está implantando algún tipo de sistema democrático, las mujeres forman el grupo que más reivindicaciones está protagonizando. Por una sencilla razón: son ellas las que han vivido bajo una tirana discriminación por ser mujer. El problema es que los hombres no están preparados para compartir la igualdad de derechos con ellas. En Occidente, algunos países aún estamos en ello. En Túnez, uno de los países islámicos más “laicos”, quieren plasmar en la Constitución que “la mujer es una complementariedad del hombre en la familia” (¿por aquello de la costilla de Adán?). La situación en Egipto, a pesar de los cambios habidos, una frase de una mujer egipcia sintetiza cual es su estatus: “cuando las cosas se ponen feas, las mujeres siguen siendo las principales víctimas”. En Afganistán, a pesar de la “liberación” por parte de la Comunidad Internacional Occidental, la mujer sigue ocultándose detrás de un burka. 

Las convulsiones  socio-políticas y religiosas, en algunos países musulmanes  del área mediterránea, nos urge a reflexionar, en lo que a la mujer se refiere en el ámbito de nuestras iglesias, si no estamos necesitados de una “primavera cristiana”. E.L.

Noviembre 2012 

Los muertos…

El día 2 de noviembre se celebra del Día de los Difuntos en todo el mundo cristiano. La costumbre de honrar a los difuntos es muy antigua; algunos autores  la remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. En el cristianismo primitivo solían escribir los nombres de los creyentes que habían muerto en un díptico, para honrarlos. Aún no había un día consensuado en el año. En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. En los días de San Isidoro (siglo VII), en España, había una celebración de esta naturaleza el sábado anterior al sexagésimo  día antes del Domingo de Pascua. El monje benedictino San Odilo (962-1048), quinto abad de Cluny, eligió el día 2 de noviembre para dicha celebración. La Diócesis de Lieja adoptó esta fecha cerca del año 1000. En Milán se adoptó en el siglo XII. Finalmente, fue aceptada esta fecha para todo el orbe católico-romano.

El significado de esta celebración es variopinto. En la liturgia católico-romana el objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el “Purgatorio” (Catecismo Católico, III, 1030-1032). Esta vieja doctrina encuentra su justificación en un texto de un libro “deuterocanónico”, apócrifo para los protestantes (2 Macabeos 12:45). En el mundo protestante honramos a los difuntos en esta misma fecha, pero rechazamos dicho objetivo de intersección, pues creemos que los “muertos en el Señor” ya están con el Señor de la Vida; no necesitan nada de los vivos, excepto el recuerdo y la honra debidas. Precisamente ese objetivo de “orar por los difuntos”, y el comercio de las bulas papales para “restar tiempo de sufrimiento en un supuesto Purgatorio”,  fue la causa principal de la división de la Iglesia con la Reforma Protestante en el siglo XVI, protagonizada por el monje agustino Martín Lutero.

La muerte de un ser querido produce el mismo dolor y el mismo sufrimiento a los creyentes y a los no creyentes, a los cristianos y a los de cualquier otra fe. Y más que por ellos – los que nos dejan– , lloramos por nosotros mismos, precisamente porque nos dejan. Lloramos nuestra soledad, nuestro desamparo, nuestro “no-verles-mas”… Ellos no se sienten solos – a pesar del “qué solos se quedan los muertos” de Bécquer – , porque ya no pueden sentir, llorar, sufrir… Pero podemos mitigar la pena de su ausencia con la esperanza del Resucitado: Jesús el Cristo. E.L.

Diciembre 2012 

Porque la Biblia lo dice

 (Juan 8:4-5).

Porque la Biblia lo dice es una frase muy estandarizada en el mundo Protestante Evangélico.  En efecto, la tendencia fundamentalista es proclamar: “lo dice la Biblia”, o “porque la Biblia lo dice”, para defender cualquier proposición. Como alternativa a esta contundencia biblicista está la del no-fundamentalista, o sea, la del “liberal”, que suele dedicar más tiempo en averiguar “por qué” dice eso la Biblia, y esto marca una importante diferencia entre esas dos formas de leer el Libro Sagrado.  En general, el primero suele otorgar un sentido literal al texto bíblico, de manera atemporal, al margen de cualquier contexto, es decir, como lo dice y porque lo dice la Biblia, sin más.  Me atrevo a decir que, más que una obediencia piadosa al “Autor” del texto, se trata de una ideología preñada de afectos y sentimientos adquiridos en el largo camino de la tradición religiosa, sea del signo que sea, mediante el adoctrinamiento. ¡Y esto ha ocasionado mucho sufrimiento y derramado mucha sangre, pero no aprendemos!  

Los interlocutores de Jesús, en el texto que encabeza esta “ocurrencia”, eran fundamentalistas. Interpelaron a Jesús, para condenar a una mujer (posiblemente “pecadora” sin duda), citando a Moisés, o sea, “porque la Biblia lo dice”. ¿Y qué decía Moisés, o sea, la Biblia? Decía que a “tales mujeres” (¡y a tales hombres!) había que lapidarlos: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20:10). 

La cuestión es que Jesús, con la maestría (y la misericordia) que le caracterizaba, eludió “cumplir la Ley”. Es decir, no compartía esa hermenéutica biblicista de “porque lo dice la Biblia”. Según la hermenéutica de Jesús (¡que se parece mucho a la de los “liberales”!), el espíritu de la Ley, o sea, de la Biblia, no puede estar “encorsetado” en la letra de un libro, aunque éste sea “el Libro” (léase “la Biblia”). Y es que el espíritu de la Verdad, con mayúscula, no cabe en ningún libro, ni en millones de libros, pero cabe en una sola palabra: AMOR (léase piedad, compasión…). Para la comunidad de Juan (el autor del cuarto Evangelio), Dios (la Ley, la Biblia…) es AMOR. Y quien no ama, no ha conocido a Dios (1 Juan 4:7-21). Aunque habrá quienes maten (hay muchas maneras de matar) creyendo que, con ello, rinden servicio a Dios, pero lo harán porque no han conocido al Padre ni al Hijo (Juan 16:1-3); sólo conocen, y mal, un libro, que ellos llaman “palabra de Dios”. E.L.