Sobre la «revelación»


Yo, que en otra época me he referido a Dios con la familiaridad y confianza del tendero de la esquina, atribuyéndome un conocimiento de Él para negar o afirmar cuál era su deseo y voluntad, hoy me hace daño a los oídos cuando oigo (o leo) a alguien decir precisamente eso: Dios detesta, Dios quiere… ¡Qué inmodestia, pretender saber nada menos lo que Dios –a quien no hemos visto ni oído– detesta o quiere! Por simple lógica podemos aventurarnos a afirmar que Dios quiere el bien para todo lo creado. Punto. ¡Si no, de qué clase de Dios estaríamos hablando? 

Lo que llamamos “revelación escrita” exige unos principios epistemológicos elementales que dudamos que los reúna. Veamos…

Si nos atenemos al concepto mismo de “comunicación” (que implica dicha “revelación”), esta exige un emisor, un receptor, un código y un objeto que comunicar. Damos por sabido quiénes son el emisor y el receptor; la duda radica en el “qué” y el “cómo”, es decir, el mensaje y el código (el lenguaje). Sin estos principios no hay posibilidad de comunicación y, por lo tanto, de “revelación”. Es verdad que el hecho comunicativo abarca no solo el convencionalismo de las palabras (significado,  símbolo…), sino su fondo existencial y psicológico tanto del emisor como del receptor, sea o no verbal dicha comunicación/revelación.  

En cualquier caso, si Dios se ha “revelado” y esta “revelación” depende de la subjetividad del “receptor”, por un lado, y de las dificultades que presenta la evolución de las lenguas vivas, por otro, resulta que dicha “revelación” es accesible solo para expertos cualificados. Añadamos a esta dificultad: a) el hecho de que la Biblia judeocristiana abarca unos mil doscientos años (?) entre los primeros y los últimos escritos; b) la amplia diversidad de autores; c) las motivaciones que les llevaron a escribir los metarrelatos (sobre este punto, el libro de Richard Elliot Friedman, Quién escribió la Biblia, es de sumo interés); d) el problema que presenta la historia de los textos bíblicos (Crítica textual, literaria…); e) las dificultades propias que toda traducción lleva consigo, etc. 

Una dificultad más: se consideran “revelaciones” los textos sagrados de las religiones no-monoteístas. El problema es que comparando estas “revelaciones” descubrimos un perfecto galimatías imposible de armonizar. 

No tenemos espacio para considerar la persona histórica de Jesús (como exégeta y revelador indiscutible del Dios teísta), porque del Jesús histórico, el que conocieron sus vecinos en la aldea de la Nazaret del siglo I, sabemos poquísimo, por no decir nada. Todo lo que sabemos de Jesús es a través de los Evangelios canónicos, pero toda persona medianamente ilustrada sabe que el Jesús de los Evangelios más que una persona es un personaje reconstruido (no inventado) por el acervo religioso de los primeros seguidores (sobre todo de la teología posterior), cuyo recuerdo y legado de Jesús fue heterogéneo desde los orígenes. O sea, hablar de “revelación” de manera inequívoca nos parece mucho hablar. 

El estudio a fondo de las disciplinas implícitas en los enunciados de más arriba, les ha llevado a muchos estudiosos a considerar que lo que llamamos “revelación de Dios” no es más que un producto enteramente humano, interesante, digno de estudio, sí, pero humano. 

La mejor intuición de la Realidad (llamémosle Dios) nos vendrá siempre del estudio y la contemplación de la Naturaleza, ¡que no es poco!Por ello, la eco-teología posiblemente sea el futuro de la espiritualidad sin religión.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño