Creer de otra manera


El “ateísmo”, como lo entendemos hoy, es un concepto moderno. Por ello, resulta anacrónica la afirmación de que los científicos medievales, incluso de la Modernidad, eran “creyentes”. ¿Qué otra cosa podían ser, nos preguntamos? Kepler y Galileo fueron creyentes y científicos a la vez y sabemos cómo les fue precisamente por esas circunstancias. 

En nuestro contexto religioso entendemos por “creer” la afirmación de la existencia de un Dios creador, todopoderoso y demás atributos (teísmo). No “creer”, por el contrario, es negar la existencia de “ese” Dios  (ateísmo). Obviamos la actitud agnóstica o escéptica.

Ante la intriga que les produce a algunos la poca concreción que mostramos en los editoriales acerca de este asunto, casi siempre reflexiones con interrogantes, la respuesta es que se puede “creer de otra manera”. ¿Qué significa creer de otra manera? Pues abandonar la creencia en la imagen tradicional del “dios-que-está-en-los-cielos” para asumir otra diferente del Dios que no está en ningún cielo. Por supuesto este cambio en la manera de creer implica no solo abandonar definitivamente la “inerrancia” que el fundamentalismo otorga a la Biblia, sino relativizar los postulados centrales de esta, los cuales señalamos en el editorial de junio (“pecado original”, “sacrificio expiatorio”, “salvación”), los cuales tienen una significación meramente teológica, es decir, religiosa.

¿Creer? Sí, pero “de otra manera”. Creer en una Realidad que nos habita, por la cual y en la cual somos y vivimos. Este Dios, Realidad, Misterio (lo que quiera que sea) no está en ningún “cielo”, ni tenemos que buscarlo afuera: forma parte de todo lo que fue traído a la existencia, de todo cuanto tiene vida, de nosotros mismos. El “panteísmo”, el “panenteísmo”, el “pandeísmo”, y todos los ismos al respecto, son esfuerzos intelectuales, filosóficos y especulativos para reflexionar sobre esa Realidad de la que no sabemos absolutamente nada… pero intuimos. ¡Llamémosle Dios!

Resulta inconcebible un dios-que-está-en-los-cielos, todopoderoso, omnisciente, omnipresente… (teísmo) cuya ausencia racional en el día a día de la Humanidad es su mayor virtud. El dios teísta solo habla y actúa en los relatos sagrados (de las religiones monoteístas); fuera de ahí, su silencio es absoluto, y su acción o no-acción en la vida real resulta escandalosamente irracional… aunque el vulgo creyente lo reclama como un placebo necesario. El llamado “Silencio de Dios” es una frase inventada por los teólogos para entretenimiento de los teólogos mismos con el único propósito de salvar al dios teísta. Las teodiceas (un esfuerzo intelectual improductivo), además de una cura de humildad (porque en ellas reconocemos que no sabemos nada), ponen en evidencia la contingencia entre el dios teísta y la Realidad. Quizás esta contingencia explique bien dicho “Silencio de Dios”.

La Realidad, lo que quiera que sea, no tiene nada que ver con las imágenes del dios que el homo sapiens ha creado en su devenir histórico (religión). Ni tiene nada que ver con ninguna “historia de salvación” que tanto les gusta evocar a los religiosos ilustrados, salvo que esta “salvación” se refiera a la autorrealización del género humano; ni tiene nada que ver con supuestos “mesías salvadores”, salvo que estos mesías solo sean guías para dicha autorrealización. ¿Creer? Sí, pero de otra manera.

Emilio Lospitao