¿Fundamentalista yo?


Hace ya bastantes años, mientras impartía un estudio bíblico en la iglesia donde era docente, y formulaba preguntas al auditorio acerca del ministerio de la mujer en la iglesia, un notorio dirigente de la institución irrumpió para afirmar que él “era fundamentalista”. En el momento de la irrupción, muy pocas de las personas presentes entendieron bien qué significaba aquella afirmación (¡ni yo!). Una cosa quedó muy clara: al cuestionar el veto que esta iglesia imponía –e impone– a la mujer al ministerio pastoral, estaba cruzando una línea roja. Fue el principio del final de mi “fundamentalismo”. Sí, sin saberlo, yo también fui un fundamentalista. 

Pues bien, hoy nadie quiere ser tildado de fundamentalista; al contrario, presumen de ser “progresistas ilustrados”. Algunos piensan que salir de las trincheras del literalismo de la Biblia ya han abandonado el fundamentalismo. Claro, cuando de “fundamentalismo” se trata quizás debamos añadir que existen muchos estratos, y esto supone un serio problema para entenderse. No obstante, hacemos un esfuerzo a modo de test escolar mediante las siguientes interrogantes:

Creer en el “pecado original” de Adán y Eva en el jardín del Edén, ¿es fundamentalismo?

Creer que dicho “pecado original” fue la causa de la perdición trascendente y eterna del género humano, ¿es fundamentalismo?

Creer que Dios se “encarnó” en la persona de Jesús de Nazaret para ser sacrificado como  “expiación” por aquel “pecado original” (del cual el género humano, se dice, es subsidiario), ¿es fundamentalismo? 

Creer en la “salvación” que se deriva (y se predica) de las tres cuestiones anteriores, ¿es fundamentalismo?

En esas cuatro interrogantes se enraíza el núcleo de la teología cristiana (occidental). Las cristologías, las teologías sistemáticas y dogmáticas, además de cientos de libros de teología tradicional, tienen como centro neurálgico los tópicos de dichas preguntas.

Obviamente, la fundamentación teológica de dichos tópicos está arraigada en las Escrituras cristianas; es decir, es “bíblica”. Esto no lo ponemos en duda, pero es el valor que otorguemos a dichas Escrituras la cuestión principal. Mientras que el fundamentalismo ha hecho de ellas el escritorio donde Dios puso sus codos para escribirlas (a través de los hagiógrafos), el progresismo teológico liberal y revisionista considera que las Escrituras (la cristiana y todas las demás) son un producto esencialmente humano, originado en la sensibilidad, inspiración y especulación de sus autores, desde un lenguaje sapiencial y religioso; de ahí la diversidad, los galimatías, las contradicciones y, sobre todo, las imágenes arbitrarias de Dios que se encuentran en ellas. En el caso de las Escrituras judeocristianas, obviamente, están escritas sobre un escenario geográfico y humano históricos, pero mítico y legendario a la vez.

Así pues, ser o no ser fundamentalista no radica en la literalidad total o parcial con que leamos e interpretemos ciertos textos de la Biblia, sino del concepto que tengamos de la Biblia misma en su totalidad. Lo primero nos clasifica en fundamentalistas de primera, de segunda o de tercera. Lo segundo nos define cualitativamente si somos o no fundamentalistas. El meollo de la cuestión es si aceptamos o no los mitos fundacionales (el “pecado original”, el “sacrificio expiatorio”, la “salvación”…) como ejes teológicos de la fe cristiana. Esto y no otra cosa nos convierte o no en fundamentalistas.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño