Destituidos de la gloria de Dios


En los 80, la familia al completo, partimos hacia la capital levantina con la intención de fundar una comunidad de cristianos “según el nuevo testamento”. Siete años después regresamos a nuestra iglesia madre, en Madrid, dejando en Alicante una congregación de unas veintitantas personas adultas, la mitad de ellas bautizadas en el mar Mediterráneo. El resorte que nos movió a tal empeño, al mejor estilo misionero, era un texto bíblico axiomático de la teología cristiana: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3,23); o sea, había que salvarlos. Los expertos dicen que la carta de Pablo dirigida a las comunidades de Roma es la más teológica de las que escribió el apóstol de los gentiles. Esta teología paulina ha sido durante siglos la columna vertebral del cristianismo, y se basa en el mito de la caída de Adán y Eva, y en el envío del Hijo de Dios a la tierra para morir en la cruz y redimir a la Humanidad de sus pecados. Este fue el esquema teológico que motivó a Pablo a evangelizar la región de Siria y parte de la Europa oriental. Llegó hasta la capital del imperio romano (algunos creen que incluso llegó a España). Y este esquema teológico no solo ha sido durante dos mil años el corazón de la misionología cristiana, sino el fundamento de todas las cristologías, las teologías sistemáticas, dogmáticas, etc., que se han enseñado –y se enseñan– en los seminarios y centros de formación teológica. No podemos condensar en tres líneas el alcance y las consecuencias que tuvo este proyecto teológico enraizado en la persona de Jesús de Nazaret durante estos dos mil años, pero sí podemos sintetizar en dos frases lo que se deduce de dicho proyecto: que la Humanidad se reparte entre los redimidos porque aceptaron la buena nueva (la muerte de Jesús por nuestros pecados) y los no redimidos porque rechazaron dicha oferta. ¡Esta deducción ha sido –y es– la motivación de toda obra misionera! Si echamos mano de la sociología, la historia y la calculadora podemos evaluar los millones de personas que nacieron, vivieron y murieron sin haber sido redimidas según este esquema teológico. ¡Quien regenta el Hades debe estar frotándose las manos! Por cierto, las demás religiones del Libro, Judaísmo e Islam, no instituyeron agencias misioneras, fueron más respetuosas con las creencias diferentes a las suyas. 

De tal deducción vinieron las doctrinas del Infierno, donde pasarían toda la eternidad los no redimidos; la del Limbo, para los infantes que morían sin ser purificados por el bautismo; la del Purgatorio, temporal, para los redimidos pero no suficientemente purificados; y los Sacramentos, como vías para la piedad y la santificación. Pero todo esto hoy está cuestionado: el Limbo es historia para los libros; el Purgatorio ni se nombra, así se va olvidando; el Infierno hay quien lo niega explícitamente y hay quien lo defiende por coherencia. Y lo más crucial: ¿Por qué y para qué murió el judío Jesús en la cruz? ¿Vino Jesús al mundo para dar su vida como propiciación por los pecados de la Humanidad, o esto solo fue la visión que tuvo Pablo de la vida y la muerte de Jesús? ¿Concibió Jesús de Nazaret a Dios, su Abbá, como un Dios sediento de sangre, su propia sangre, o le vio como el Dios que hace salir el sol tanto para buenos como para malos, y cuya bondad divina enseñó a través de parábolas y el testimonio de su propia vida? ¿Tiene algo que ver la persona de Jesús de Nazaret con la Iglesia que vino después, y con las teologías, las cristologías, los dogmas que le siguieron?

Los promotores de la Teología del Pluralismo Religioso (TPR) –que solemos publicar en Renovación–, han caído en la cuenta de que las certezas, de no haberlas no las hay ni siquiera en el axioma teológico tradicional cristiano, que asume una revelación especial de Dios a los hombres a través de su Unigénito Hijo, por quien instituyó la única Iglesia, y que en su fundamento doctrinario subyace todo lo expuesto más arriba. La TPR propugna una manera diferente (novedosa) de leer e interpretar los textos fundantes de todas las religiones del Libro, incluidos los textos cristianos, sin imponerse por encima de las demás religiones, sino entendiendo que todas ellas tienen una percepción del Misterio objetivada en sus propios y relativos axiomas y que han servido de acicate para la esperanza y la piedad de sus fieles durante milenios, como han servido para lo mismo los axiomas cristianos. Obviamente, lo que propugna la TPR está más allá de la propuesta teológica paulina, y esa es la cuestión.

Considerando que estamos tratando temas teológicos (teología, discurso humano sobre Dios), teóricos y especulativos, podemos añadir que no estamos destituidos de ninguna gracia divina, como especuló Pablo de Tarso; más bien, como especulación también, somos parte constitutiva de esa gracia sin exclusión cuyo exponente máximo fue la vida, las enseñanzas y la muerte testimonial de Jesús de Nazaret. El, Jesús, y su “reinado de Dios” como estilo utópico de vida, debe ser nuestro ejemplo a seguir. Todo lo demás es religión.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño