Después de la covid-19, ¿una ocasión para repensar teológicamente?


Uno de los términos que nos gustó en la lectura del teólogo y profesor católico Andrés Torres Queiruga fue “repensar” (vocablo usado para una serie de libros). Aunque no usen este término, la idea está presente en otros autores de su misma línea de pensamiento (“Otro cristianismo es posible”, de Roger Lenaers, por ejemplo). Los teólogos de la Teología tradicional –¡y no hablemos del fundamentalismo!–, agarrados al salvavidas de la seguridad, prefieren mirar para otro lado, porque soltar dicho salvavidas produce miedo, mucho miedo (¿A qué puerto teológico arribaríamos si dejamos la milenaria teología de la culpa/sacrificio, perdón/expiación… y la cristología “desde arriba”?, se preguntan). Tres artículos en esta edición nos invitan a reflexionar sobre este “repensar”.

El obispo y poeta español Pedro Casaldáliga, vinculado a la Teología de la Liberación durante la mayor parte de su vida, radicado en Brasil, considera que este inevitable “repensar” radica en dos interrogantes: ¿Qué Dios? y ¿Qué religión? (p.7). “El problema –dice Casaldáliga– está en saber de qué Dios hablamos. Saber también, evidentemente, qué entendemos por religión y cómo pensamos que debería ser una religión verdaderamente liberada y liberadora”.

En otro orden de cosas, pero en la misma línea teológica, el sacerdote jesuita Roger Lenaers (Bélgica) propone un camino que nos reconduzca desde la “heteronomía” a la “autonomía”. Dice Lenaers que “la autonomía, lejos de conducir a la muerte de Dios, lleva irrecusablemente a la muerte de aquel insuficiente Dios-en-el-cielo, pues era esta una representación humana del Dios que se revela en Jesús. Esa representación, a menudo demasiado humana, en todo caso se vuelve inútil para la modernidad”. (p.59).

Y es que los representantes (y defensores de la teología tradicional) olvidan, o minimizan, el hecho incontrovertible de que dicha teología se fundamenta en su mayor parte en mitos mediante los cuales los autores bíblicos construyen sus relatos. Los mitos en sí mismos no son malos, ni suponen un medio simbólico arcaico, al contrario, los necesitamos. Pero tenemos que delimitarlos en el quehacer estrictamente teológico. Si no, dependiendo del momento histórico, pierden su eficacia y comprensión.

La escritora Eliana Valzura (lic. en Letras y máster en Teología) nos da una pista de cómo debemos leer los textos sagrados, cualquier texto sagrado: partiendo de la simbología, pues esta es la que nos permite apreciar la riqueza que tienen dichos textos y las lecciones que nos ofrecen cualquiera que sea la época del lector inteligente. Valzura, en “La utopía del paraíso” (p. 57), dice que “por debajo de la textura de tan bello mito existe el dolor de un pueblo que está sufriendo perseguido y atormentado: la sombra de la esclavitud —y de su vulnerabilidad frente al opresor— puede pensarse como el revés de la trama de la composición de esta narrativa paradisíaca. Es que cada vez que el pueblo judío sufre, reflota la utopía”.

Dudamos mucho que exista la inquietud de “repensar” nada. Se está muy a gusto en las seguridades milenarias (los mitos pueden apuntalar todo). La pandemia verá su fin (no hay mal que cien años dure, dice el refrán), y todo –y todos– volverá a la “normalidad”; excepto para los inquietos que seguirán “repensando” todo lo repensable. ¿Qué diría el Galileo, si levantara la cabeza, de la bola de nieve que los siglos han hecho de su nombre? ♦︎

Emilio Lospitao