Evolucionar o perecer


La historia humana es la sucesión de pasos que el hombre (y la mujer) ha ido dando en cada momento de su existencia hacia su devenir en todas las esferas de la vida. Cada gesto, cada innovación, en cualquier área de la vida, sea intelectual o material, fue una acción creativa de superación y realización. Así, pasó de la etapa de recolector/cazador a la de agricultor/ganadero, de la sociedad tribal a la del Estado, de los mitos a la ciencia a través de la filosofía… Como herederos y actores activos de dicho proceso milenario y evolutivo, seguimos construyendo el mundo que dentro de cien, quinientos, o mil años, se estudiará en los libros de historia. Estamos hablando no solo en términos políticos y sociales, sino también filosóficos, espirituales y religiosos, sobre todo de estos últimos.

Formamos parte de un Universo en evolución continua (cada instante es distinto – Heráclito). Las galaxias ya no ocupan el mismo lugar que ocupaban hace millones de años. Tampoco nuestro sistema solar está en el mismo sitio de hace unos miles de años en la Vía Láctea. La evolución en nuestro planeta ha dejado atrás formas primigenias para dar paso a otras más sofisticadas, de las cuales procedemos los homo sapiens. La inteligencia humana dio a luz diversas civilizaciones y culturas que fueron el germen donde se desarrolló el conocimiento para descubrir las leyes que rigen el Universo. De ello surgieron diversas disciplinas desconocidas anteriormente que nos han permitido avanzar en conocimientos extraordinarios en todas las áreas del saber humano: la medicina, la genética, la astronomía, la robótica, y un largo etcétera imposible de enumerar aquí… ¡Y lo que está por venir! Este indiscutible progreso (en sentido de cambio) ha incidido especial y puntualmente en la teología, la religión, es decir, en las creencias.

Al hombre y a la mujer ilustrados del siglo XXI ya no se les puede convencer con los mismos relatos legendarios y míticos de hace tan solo 500 años, cuando todavía se creía que la Tierra era el centro del Universo y que el Sol giraba al rededor de ella. No se les podrá insistir, como si fueran párvulos, con un lo dice la Biblia, porque el valor sacralizado de la Escritura, de cualquier religión, habrá encontrado su horma mediante la investigación y la crítica literaria, que la pondrá –la ha puesto ya– en el lugar que debe estar: sujeta a la hermenéutica que la contextualice.

Es cierto que la religión (todas las religiones) todavía ejerce un poder inusitado gracias a que la generalidad de las personas subsisten en un infantilismo afectivo, filosófico y teológico, y por ello necesitan confiar en una fuerza ultramundana para afrentar las vicisitudes intramundanas del día a día, aunque dicha “fuerza” divina solo sea una realidad en la mente del creyente, pero ausente en la realidad cotidiana (silencio de Dios). Este es el quid de que las religiones perduren y se puede afirmar que perdurarán. El cristianismo, por supuesto, no es ajeno a este fenómeno, pero tendrá que reinventarse para mantener la suficiente capacidad de sugestión y seguir siendo útil a su entorno al menos como lo ha sido en épocas pasadas. De su urgente revisión dependerá que el cristianismo no se relegue a una simple asignatura que estudiar de la historia pasada, o, lo que sería peor, una secta religiosa a evitar.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño