Navidad 2019


Con el mes de diciembre las liturgias de algunas iglesias miran hacia los primeros capítulos de los evangelios de Mateo y de Lucas, donde se hallan los relatos relacionados con el nacimiento de Jesús (anuncio, ángeles que alaban, magos de Oriente que adoran, matanza de los inocentes, exilio a Egipto…). Las demás confesiones cristianas que no siguen un calendario litúrgico, hacen exactamente lo mismo, aunque solo sea para fundamentar sus sermones acerca de la Navidad. Esto a pesar de que la exégesis histórico-crítica hoy afirma que dichos relatos bíblicos pertenecen a los géneros legendario y mítico de la época. No obstante, en ellos subyace una historia singular acerca de Jesús que ha trascendido el tiempo, diecisiete siglos de celebración de la Navidad tiene mucho peso.

Qué duda cabe que –tal como entendemos el cristianismo desde el cristianismo– vivimos inmersos en un etnocentrismo religioso que nos ciega para no ver otra realidad que la que hemos heredado. El judeocristianismo cubre una etapa milenaria de la historia religiosa pero no es toda la historia de la religión. Antes que el ancestral relato judío viera la luz ya le precedieron otros relatos religiosos. El hinduismo, por ejemplo, hunde sus raíces más de cuatro mil años atrás. Todas las civilizaciones que conocemos crearon sus propios relatos míticos, que no eran muy diferentes entre sí. Y es que, nos guste o no, todas las religiones, incluido el cristianismo, se alimentan y se expresan por medio de los mitos, lo cual no lo demerita en nada: ¡El Misterio hay que trascenderlo a través de ellos! Pues bien, todas las religiones instituidas, incluidas las monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) arrastran claras señales de aquellos mitos sobre los cuales fundamentan su lenguaje, sus conceptos metafísicos, sus teologías y sus ritos. Los estudios antropológicos, históricos (filosofía de la religión), el estudio del cristianismo primitivo, su evolución y transformación, nos llevan a esta conclusión.

Al conformista le resulta ardua la tarea de hincar los codos e investigar las creencias en las que ha depositado su fe… ¡y su vida! Es más cómodo abrazar la fe de nuestros mayores (con los fuertes lazos emocionales que ello genera), que ponerla en cuestión. Sobre todo cuando estamos convencidos que nuestra “fe” es la única verdadera (¡Fue establecida por Dios mismo a través de su Hijo, afirmamos!).

No es de extrañar que –porque nuestra fe era la única verdadera, ¡y los relatos de la Navidad daban cuenta de ello!– nuestros ancestros (cristianos latinos de occidente) llegaran a la conclusión de que había que armar a un ejército para lanzar campañas militares, llamadas Cruzadas, para conquistar la tierra donde nació, vivió, murió y resucitó el Fundador de nuestra fe. Por no hablar de la perversa institución llamada Santa Inquisición que torturó y quemó vivas a miles de personas solo porque no creían las mismas cosas y de la misma manera. Hoy, gracias a la influencia del Humanismo, ya no quemamos a nadie, ni emprendemos Cruzadas, pero seguimos enviando misioneros con la convicción de que hay que convertir a nuestra fe a todos cuantos no son cristianos, con la sorpresa de que ahora son ellos, los no cristianos, como respuesta, los que lanzan Cruzadas contra nosotros y alimentan el fuego en el que nos queman. Pues bien, independientemente de la historicidad o no de los relatos de la Navidad (ángeles, magos, exilio…), disfrutemos de los momentos que dicha celebración nos ofrecen, para vivir en paz con nuestro prójimo, sea de la fe que sea, al menos durante unos días, sin provocaciones.

Emilio Lospitao