Dogmas: ¡No hay verdades absolutas!


JOSÉ MARÍA VIGIL, teólogo católico claretiano, al que hemos citado en editoriales anteriores, se pregunta “qué quedará de aquel debate católico-protestante” (A los 500 años… Ya no es tiempo de reformas, sino de una gran ruptura radicalRenovación nº 70), toda vez que el avance en las múltiples disciplinas científicas, que han surgido como fruto de la modernidad, ha puesto en cuestión la Filosofía, la Ciencia y, sobre todo, la Teología de aquel periodo medieval. Afirma Vigil, en el artículo citado, que “aun en el supuesto de que Lutero fuera ya uno de los espíritus que se adelantó a su tiempo y fue capaz de captar el espíritu precisamente de la modernidad, la sospecha es que el desarrollo pleno que la modernidad ha colocado las cosas en un nuevo contexto en el que todo ha cobrado otro sentido y otra significación”. Y, sigue diciendo Vigil, que “del siglo XVI a la actualidad se ha dado un cambio global tan profundo, que los problemas de entonces, a los que se quiso dar respuesta, hoy ya no existen; en el nuevo contexto religioso actual desaparecen, porque han pasado a ser ininteligibles; y muchas de las propuestas y contrapropuestas que se hicieron y contrapusieron pertenecen a un imaginario y un mundo categorial que solo pervive entre los especialistas académicos y los clérigos que han hecho de ello su modus vivendi. Los debates anteriores al actual `nuevo tiempo axial´ se han quedado fuera de contexto histórico, y con ello, privados de sentido, inútiles, ininteligibles, y en definitiva inviables.” 

Según esta apreciación del teólogo claretiano, ¿qué sentido tiene que las Iglesias de tradición protestante continúen afirmando, defendiendo y manteniendo las fronteras simbólicas y teológicas de separación con otras tradiciones religiosas (incluso con los “ateos”), mediante las conocidas “Sola”: Sola Escritura, Solo Cristo…, (Cf. J. M. Vigil, en este ejemplar p. 16) que condena explícita e implícitamente al infierno a las tres cuartas partes de las personas de este planeta?  ¿De verdad dijo Jesús de Nazaret “nadie viene al Padre sino por mí” – Jn. 14:6? ¿No será una simple formulación teológica a posteriori aquello de que “no hay nombre bajo el cielo en el que ser salvo sino en el nombre de Jesús” – Hech. 4:12? (la crítica histórico-literaria legitima estas preguntas y otras más). Han pasado ya dos mil años, ¿podemos seguir afirmando que los no cristianos –las tres cuartas partes del planeta– están condenados al infierno por el solo hecho de pertenecer a otras espiritualidades (o a ninguna)? ¿Era este el proyecto del “reinado de Dios” que predicó Jesús de Nazaret? Obviamente, el “biblicismo” es incapaz de soltar amarras del dogmatismo de unos textos escritos hace dos milenios desde una cosmovisión religiosa de la época, más cerca del mito que de la realidad. El lenguaje que usó el evangelista Luis Palau, argentino nacionalizado en los Estados Unidos, durante su visita a España con ocasión de “FestiMadrid” el pasado mes de junio, ya lo dice todo: “Quisiera que millones de españoles fueran al Cielo igual que voy a ir yo”(!) [www.actualidadevangelica.es], porque desde sus conceptos teológicos son millones los españoles cuyo destino es el fuego eterno del infierno. Este lenguaje, literal, es el que se sigue usando desde los púlpitos y en programas de televisión y radio evangélicos, el lenguaje mítico de las “tres moradas”: el Cielo, la tierra y el Hades (el Infierno). 

Está bien preservar las tradiciones  como una necesidad de convivencia y realización tanto religiosa como social siempre que dicha preservación no se convierta en una involución que impida el progreso (también teológico) que exige una sociedad viva. No olvidemos que el “reinado de Dios” que predicó Jesús de Nazaret supuso un enfrentamiento precisamente con las tradiciones no solo sociales sino, sobre todo, religiosas y teológicas de su época:  ¡Por eso le crucificaron! 

Revisar las “Sola” es un ejercicio intelectual y teológico obligado si de verdad amamos la Verdad (con mayúscula). En la medida que nos empeñemos en defender “una” tradición (por muy dilatada que sea en el tiempo), más nos alejaremos de la Verdad. No basta citar libros sagrados, la Biblia en este caso, para justificar una obcecada defensa de la “ortodoxia” en la que nacimos. Esta lucha por preservar la “verdad” de una tradición particular puede descubrirse en muchos casos como espuria y no ser otra cosa que la de mantener un estatus socio-religioso e incluso una  posición privilegiada económica. Es esperanzador que una larga lista de personas con nombres y apellidos, la mayoría teólogo/as y biblistas (¡no biblicistas!) católicos,  hayan iniciado el camino de la búsqueda intelectual y teológica por la verdad, y lo están haciendo aun al precio del estigma y la excomunión, liberándose así de los dogmas que, primero, amordazan y, luego, esclavizan. Las buenas nuevas del Nazareno resultaron siempre liberadoras.

Emilio Lospitao