Repensar la Biblia


Jean Meyer, historiador mexicano de origen francés, publicaba con fecha del 9 de junio de 2019 un artículo en la sección de Opinión del periódico El Universal de México titulado ¿Iglesias sin cristianos? En él aborda la triste realidad del deterioro del cristianismo, especialmente en Europa. Pasa revista comenzando por la Iglesia católica, sigue por las Iglesias protestantes de algunos países en particular para dejar una breve nota del aumento, sorprendente, del protestantismo evangélico latinoamericano en especial. La visión de Meyer es pesimista (o realista) lo que exige por parte de los líderes de dichas Iglesias una reflexión y autocrítica seria y en profundidad. Esta autocrítica ya la están haciendo desde hace décadas teólogos y biblistas (¡que no “biblicistas”, esto es otra cosa!) precisamente en Latinoamérica (un autor de referencia: José María Vigil, del cual estamos publicando interesantes artículos en Renovación). 

Caso aparte del fundamentalismo cristiano (este va a su aire, aunque “el rey vaya desnudo”), podemos aventurarnos a afirmar que la abstracción que el ser humano se ha hecho de Dios, desde los albores de su consciencia (homo sapiens), y desde cualquier cosmovisión religiosa, lo más probable es que no tenga nada que ver con esa  Realidad a la que llamamos Dios, del cual no sabemos nada excepto que lo intuimos ante el misterio que entraña el Universo que contemplamos. Un Dios reflexionado a partir de una abstracción mental, intelectual y, luego, teológica. ¿Y la “revelación” del Antiguo y del Nuevo Testamento? Lo más probable –dicho sintéticamente– es que solo sean relatos construidos a posteriori con un sentido más teológico (¡profundamente teológico!) que histórico y desde la cosmovisión de una época precientífica. 

Veamos, por ejemplo:

¿Cómo entender que el Dios creador de la Vida y de la Naturaleza destruya su propia obra, como supone el relato del “Diluvio” (Génesis 6-9)? Aunque se entienda como un simple relato mítico –¡que lo es!–, detrás de dicho relato está el Dios que los cristianos confesamos como el Dios de la misericordia. En este caso concreto, el Dios del Diluvio no se distingue absolutamente nada de los dioses destructivos de las mitologías. La historia bíblica misma muestra que el Mal continuó presente en el mundo después de tal genocidio. ¿Qué clase de dios era que no previó el resultado? ¿No resultó vana la supuesta catástrofe que originó la destrucción de todo ser vivo (excepto los rescatados en el arca)? ¿Qué justificación podemos inferir a este juicio divino? ¿Que Dios es soberano? ¿Y ya está?

¿Cómo entender que el Autor de la Vida ordene el aniquilamiento de “todo lo que tiene vida” (es decir, mujeres, niños, ancianos y animales), para que su “pueblo” obtenga la “tierra prometida” (Josué 6-11)? Justificar este genocidio diciendo que sus habitantes “eran politeístas”, que ofrecían “sacrificios humanos” a sus dioses, y que había que evitar el contagio moral de dichas prácticas, es un burdo reduccionismo que no tiene en cuenta que el pueblo de Israel imitó esa costumbre cananea hasta las deportaciones siria y babilonia; y fue la causa, según el salmista, de su cautiverio como castigo (Salmos 106:36-41). Es decir, aquellos genocidios, no lograron su objetivo moral. 

¿Cómo entender que Dios aniquilase la vida de todos los primogénitos de un país, tanto de humanos como de animales, por culpa del soberano que los gobernaba (Éxodo 11)? ¿Qué clase de dios es ese que quita la vida al primer nacido de tantos hogares, causando tan profundo sufrimiento en las familias, especialmente a las jóvenes y no jóvenes madres? ¿Qué culpa tenían esos “primogénitos”, algunos de ellos recién nacidos? ¿Qué quiso enseñar el autor de esta historia de las Diez plagas, historia llena de contradicciones e incoherencias? ¿Debemos hoy leer e interpretar esta narrativa como un hecho histórico, aun cuando forme parte de los relatos fundantes del pueblo judío? 

Podríamos seguir citando una larga lista de acontecimientos bíblicos, supuestamente históricos, que expresan el perfil de un Dios dispuesto a mostrar su poder por medio de acciones arbitrarias y destructivas, pero estos tres son suficientes.

La mentalidad occidental ilustrada se ha dado cuenta de esta “asincronía” entre cristianismo y modernidad y ha optado por la modernidad. De ahí la vaciedad de los templos y el poco caso que prestan “los de afuera”  a los discursos  “evangelísticos”. Como decía el filósofo de la religión, José María Mardones (Matar a nuestros dioses– PPC), es necesario hacerse “ateo” de ciertas imágenes de Dios. ¿Será este el “ateísmo” que tenemos delante y no lo sabemos interpretar?

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño