Feminismo y tutela patriarcal


EL PASADO 8 DE MARZO, un año más, estuvo marcado por la celebración del Día Internacional de la Mujer. Celebración que viene repitiéndose cada año en numerosos países desde 1975 cuando fue instaurada por la ONU. Aun cuando en su origen se trataba de reivindicar la igualdad para la mujer trabajadora en el contexto de la revolución industrial, actualmente esta reivindicación contempla toda la vida de la mujer: en el trabajo, en la sociedad, en la familia, en la cultura, en el deporte… Esta convocatoria reivindicativa superó en número a la del año pasado en España, que lidera las reivindicaciones femeninas últimamente. Este año, además, se sumaron Portugal y Grecia. Como era de esperar (en España), los partidos políticos de derecha, PP y Cs, prefirieron desmarcarse de la gran y trasversal mayoría reivindicativa para no sentirse absorbidos por las izquierdas afines al movimiento feminista. Vox, el partido surgido de las filas más reaccionarias del PP, se puso en las antípodas por su radical mensaje patriarcal.

El movimiento feminista nació con la Ilustración e inició sus manifestaciones en el siglo XIX. Señalaba directamente al milenario sistema patriarcal como la causa de la institucionalizada desigualdad de género por la hegemonía machista desde hacía muchos siglos. Esta constatada hegemonía machista no debe confundirse con la acción dañina individual y recíproca entre el hombre y la mujer en casos puntuales, esto es otra historia (que el varón herido a veces no sabe distinguir). Esta sensibilidad de la mujer contra dicha hegemonía ha ido creciendo vertiginosamente durante el siglo XX y se ha empoderado en lo que va del XXI. Y esto ya no tiene marcha atrás. No debe tener marcha atrás: por solidaridad con la otra mitad del género humano, por empatía… ¡y por justicia!

La historia del mundo occidental está marcada por el patriarcado judeocristiano, que es el eje sobre el que gira la historia social, familiar y religiosa del relato bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La discriminación institucionalizada de la mujer hunde sus raíces en el patriarcalismo de las religiones que emergieron en una nueva era axial que supuso la implantación de un dios varón y guerrero, despojando como referente a las diosas femeninas generadoras de vida (religiones naturales que representaban a la Madre Tierra). Los ancestros de la religión judía surgieron en aquella nueva era axial del dios varón y guerrero. El texto veterotestamentario da cuenta suficiente y reiterada de ese dios. No obstante de que Jesús de Nazaret diera un giro copernicano a aquel ancestral paradigma (en parte fue el motivo por el que los dirigentes políticos y religiosos le prendieron, le juzgaron y le mataron), la Iglesia que surgió de él se convirtió en una correa de transmisión de dicho patriarcado que ha llegado hasta nosotros. Así pues, lo que dijeron y escribieron los autores del Nuevo Testamento acerca del estatus de la mujer está enmarcado en aquel paradigma patriarcal:
“vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como la ley también lo dice…” (1Cor. 14:34).“la mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio…” (1 Tim. 2:11-12).

La hermenéutica, ciencia joven –¡pero sobre todo el sentido común!–, nos enseña que cualquier texto, de la naturaleza que sea, se ha de leer e interpretar en el contexto histórico y cultural donde se produjo. No hacerlo así, el texto se convierte en un pretexto (esto lo saben muy bien quienes estudian el primer curso de cualquier ciencia bíblica o teológica) cuyo discurso tiene como fin justificar la deshumanización de las personas (en este caso las féminas) en aras de la sacralización de dicho texto. Caer en la cuenta de esta realidad les debería llevar a muchos líderes religiosos a emitir un sincero mea culpa y dar un giro a sus arcaicas ideas.

El machismo se impuso hegemónicamente durante milenios tutelando a la mujer de por vida (supremacía de género); el feminismo, por el contrario, supone la lucha reivindicativa de la mujer por la igualdad de género: no ser discriminada por el simple hecho de ser mujer, como ha venido ocurriendo en todos los aspectos de la vida: el hogar, el trabajo, la cultura, el deporte… ¡y la iglesia! La reivindicación feminista se basa en la igualdad de género. Una reivindicación lógica, justa…¡y cristiana! Jesús de Nazaret, con su talante hacia la mujer, ya reivindicó esa igualdad. Fueron los autores de las Pastorales quienes sucumbieron a los códigos domésticos de la época para introducirse en el mundo greco-romano, como cabía de esperar.

Emilio Lospitao