Pensamiento único


Pluralidad, democracia y pensamiento libre, son términos conceptualmente correlativos en cualquier sociedad moderna. Sin democracia no es posible la pluralidad y la libertad de pensamiento. Sin pluralidad y libertad de pensamiento la democracia solo es un espejismo. El pensamiento único se configura a partir de la ausencia de estos conceptos (y derechos) y da como resultado el totalitarismo, sea del signo que sea. El exclusivismo que conlleva este pensamiento único ha causado –y causa– guerras, sufrimiento y derramamiento de sangre, casi siempre de inocentes. En el mundo religioso, esto último es lo que predomina; es lo que ha predominado siempre, desde los albores del homo sapiens, o sea, desde las primeras manifestaciones religiosas institucionalizadas. Este exclusivismo en versión religiosa tiene una única causa: la idea asumida de que Dios literalmente “nos ha hablado”, bien de forma directa o a través de sus intermediarios (profetas), o mediante ancestrales textos sagrados (la Biblia en el entorno judeocristiano, el Corán en el islámico). Al tratarse estos textos de la última y más alta autoridad ontológica, no valen las opiniones o los pensamientos libres “humanos” por muy autorizados y razonables que estos sean. En última instancia basta apelar al texto sagrado (la Biblia o el Corán), que se supone es la Palabra de Dios dada a los hombres, para zanjar cualquier cuestión. No son pocos los que así razonan que, además, en el peor de los casos, dirigen la vida espiritual de pequeñas o grandes comunidades. Mea culpa, digo.

Visto así (que tenemos de viva voz mediante el texto sagrado la explícita revelación de la voluntad de Dios), el biblicismo es teóricamente coherente con sus principios de “hablar donde la Biblia habla” (eslogan del Movimiento de Restauración) o de la “Sola Escritura” (una de las Sola de la tradición reformada). Eslóganes que han servido de base para concienzudas y progresivas teologías y cristologías al albor de dichos textos.

No obstante, desde hace un par de siglos, o algo más, algunos eruditos críticos ya se apercibieron de que algo fallaba en ese “algoritmo” teológico: que, primero, Dios haya “dicho” algo; y, segundo, que ese “algo” esté explícita y unívocamente recogido en dichos textos (¿inerrancia bíblica?). Teniendo en cuenta las diversas teologías, a veces contradictorias, presentes en los mismos textos bíblicos, el colmo alcanza su zenit cuando de dichos textos se deducen teorías teológicas y dogmáticas con una clara imposición hacia la comunidad cualquiera que sea el ámbito de esta, no escatimando si hace falta la violencia (ahí está la historia con sus inquisiciones, católicas y protestantes). Aquella disparidad en origen (los textos sagrados) solo la perciben, claro está, los críticos. Los otros lo ven todo armonioso y complementario. En cualquier caso, el integrismo religioso se aferra a dichos textos como última y única autoridad: “porque lo dice la Biblia”.

Las guerras de religión parece que ya pasaron a los libros de historia (o eso esperamos). El problema hoy es que el germen fratricida del exclusivismo teológico ha mutado al entorno político. El fundamentalismo religioso, cual parásito, se ha mimetizado en la política y en algunos políticos, los cuales, sin pudor alguno, no solo apelan a Dios para justificar sus políticas, a veces muy perversas, ajenas al espíritu del Jesús de los Evangelios, sino que afirman que Dios los está usando para implantar Su divina voluntad (!).

No es de extrañar que, ante tanta confusión político-teológica, muchos creyentes vivan su cristianismo en los márgenes de la institución eclesiástica a la que pertenecen (sobre todo si esta está contaminada por dicho fundamentalismo político—teológico), como una manera de reivindicar el reinado de Dios que predicó el Jesús de los Evangelios, que nada tenía que ver con ritos y liturgias. Estos creyentes “no alineados” no han renegado de la fe que un día depositaron en Jesús de Nazaret, ni han dejado de creer en el Dios Creador (lo que quiera que esto sea), ni son cristianos tibios, es que el ambiente espiritualista y religioso del fundamentalismo acrítico de muchas iglesias se hace tan irrespirable que no tienen otra alternativa que vivir su fe en una actitud de defensa para evitar el “alineamiento” al que le empuja la institución religiosa.

Y es que la religión que sana (salva de la autodestrucción) es compatible con la pluralidad y el pensamiento libre, porque nadie tiene el patrimonio de la Verdad absoluta. Pero parece que esto solo lo han llegado a entender unos pocos.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño