Los «evangelistas» de Metrovalencia


EL PASADO 4 DE AGOSTO fueron detenidas en Valencia (España) nueve personas de nacionalidad alemana de entre 19 y 42 años de edad, de religión cristiana evangélica, por alterar el orden público en la linea 3 de Metrovalencia. Según los testigos (y vídeos que lo confirman), estos evangelistas alemanes, con megáfono en mano, gritaban dentro del convoy frases como: “sois todos pecadores y vais a morir”; “este tren está lleno de alcohol, droga y pecado”; “arderéis todos en el infierno”, según informaba el lunes siguiente Europa Press.

Esta clase de predicación ya la oímos en las plazas y en los parques de cualquier ciudad de España por parte de grupos evangélicos fundamentalistas, pero en estos espacios abiertos causa menos estupor y temor que en un tren cerrado y masificado. El pánico que causó este tipo de mensaje en el Metro de Valencia fue enorme por la evocación a los mensajes yijadistas de los cuales tenemos experiencia desgraciadamente en España.

¿Por qué se sienten motivados estos “evangelistas” a proclamar este tipo de mensaje?

Creemos que por alguna de estas tres causas, o todas ellas juntas:

Por la interpretación de unos textos bíblicos carente de la mínima hermenéutica que los contextualice. Son textos de carácter apocalíptico pertenecientes a una época y un contexto concreto de la historia de la religión de Oriente Medio (incluida la cristiana). Este era el estilo de Juan el Bautista según los relatos evangélicos (“¡Oh generación de víboras!… el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” – Luc. 3). Sin embargo, Jesús de Nazaret dirigió su ministerio con un mensaje más escatológico que apocalíptico: el reinado de Dios, que era liberador, comprometido y, sobre todo, ético. Se nota que estos “evangelistas” alemanes del Metro de Valencia leen mucho la Biblia, o ciertas partes de ella, pero muy pocos libros acerca de la Biblia.

Por seguir una teología desactualizada. El nuevo paradigma teológico al que están entregados de lleno una nueva hornada de teólogos (tanto católicos como protestantes), especialmente a partir de la nueva cosmovisión del mundo, gracias a la ciencia en general, las ciencias sociales, las ciencias bíblicas, el estudio de las religiones…, ha puesto en entredicho la tradicional teología de la culpa y el sacrificio expiatorio, que dio forma a la vida religiosa, la liturgia y la fe de los cristianos (especialmente en el medioevo) y que sigue presente en los sectores más integristas del cristianismo. Una teología enraizada en el mito del Edén (culpa/sacrificio) divulgada por el Apóstol de los gentiles (Saulo de Tarso) pero ausente en la vida y la enseñanza de Jesús de Nazaret que, con un “vete y no peques más”, finiquitó el sistema sacrificial del templo judío y el clero que lo representaba. El rabino Saulo interpretó el sacrificio de la cruz (muerte de Jesús) a la luz de aquella teología de la culpa y el sacrificio (José Comblin).

Porque no es la fidelidad a una teología en particular, de las muchas que hay, de cualquier época, ni es por amor a “los perdidos” lo que les mueve a esta clase de personas a desarrollar actitudes como la del Metro de Valencia, sino el fanatismo (que siempre desnaturaliza cualquiera teoría teológica) y el beneplácito que supone para sus egos ante la comunidad, fanatizada también, que los aplaude y reverencia.

El exclusivismo que ha enseñado el cristianismo durante siglos (“fuera de la Iglesia no hay salvación”), a todas luces hoy no tiene sentido. Hubo que esperar al Concilio Vaticano II para que la Iglesia Católica se diera cuenta de ello y abriera las puertas de esa “salvación” (que se creía un patrimonio exclusivo) a los Protestantes y a los creyentes de otras religiones. Es decir, con el Concilio Vaticano II comenzó la era de la Interreligiosidad. No se trata ya, por tanto, de imponer la conversión de los creyentes de otras fes (o no creyentes) al credo de nuestra Iglesia, sino de dialogar con ellos y conocer sus creencias y sus puntos de vista hacia tal “salvación”. O sea, los textos exclusivistas del Nuevo Testamento necesitan una profunda revisión teológica.

En definitiva: cualquier cosa menos meterse en un tren y gritar que todos están destinados al infierno salvo que se conviertan a las particulares creencias evangélicas.

Emilio Lospitao