La paradoja de los parientes de Dios


El fundamento milenario de la fe cristiana se sustenta principalmente en los Credos, que tuvieron como objetivo homogeneizar el cristianismo que se universalizaba por el Imperio romano. El emperador Constantino a sazón de este empoderamiento del cristianismo no podía permitirse una religión dividida, que el vulgo estaba aceptando. Así que convocó el primer Concilio de Nicea (325 d.C.) para que de él saliera un credo cristológico unificador. Y lo logró. Dejó atrás tres siglos de heterogeneidad cristológica consolidando la deificación del Predicador galileo.

El sacerdote y biblista norteamericano John P. Meier (Nueva York 1942-2022) dedica 16 páginas en el primero de cinco tomos de su serie “Un judío marginal” para demostrar que los hermanos de Jesús citados en los Evangelios eran hermanos carnales de Jesús por parte de madre; es decir, estos hermanos (Santiago, José, Judas y Simón) y algunas hermanas cuyos nombres se silencian, eran fruto de la relación de María con José su esposo (Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. p. 302-318 – EVD 1998.). Así lo entiende también el mundo protestante.

Meier también deduce que el comienzo del ministerio de Jesús debió de haber sido abrupto e incomprendido por parte de su familia carnal. El evangelista Marcos dice en relación con lo que Jesús estaba protagonizando que “cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí” (Marcos 3:21). En ese contexto, continúa diciendo este evangelista que [vinieron] después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera, y te buscan”. Incluso al final de su ministerio, todavía se observa una actitud crítica por parte de los hermanos según el cuarto evangelio: “Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos; y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él” (S. Juan 7:2-5).

No obstante, en algún momento, tanto María como el resto de sus hijos, creyeron que Jesús era el Ungido (griego=Cristo, hebreo=Mesías) y Profeta de Dios que habría de venir según estaba anunciado: “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable” (Hechos 3:22). Durante el primer sermón en Pentecostés, Pedro afirmó: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Los hermanos de Jesús no sólo creyeron la fe de sus discípulos, sino que uno de ellos, Santiago, vino a ser el líder de la comunidad de Jerusalén. Tanto el apóstol Pablo como Josefo, escritor judío, le llaman “el hermano del Señor” el primero y “el hermano de Jesús” el segundo. La posterior deificación del judío Jesús debemos entenderla en el contexto del mundo greco-romano, donde la divinidad de los emperadores se asumía con cierta normalidad y los taumaturgos pululaban haciendo milagros. El Jesús que había sido ungido con el Espíritu Santo, y que anduvo haciendo bienes y sanando, porque Dios estaba con él (Hechos 10:38), a finales del primer siglo es identificado ya con Dios mismo por el autor del cuarto evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1 – RVR 1960). El Verbo era Jesús de Nazaret.

La paradoja es esta: ¿Cómo hubiera sonado en labios del monoteísta Santiago, líder de la comunidad de Jerusalén, confesando que Jesús “era su hermano y Dios”. O dicho de otra manera (a posteriori): que el Dios Hijo, segunda Persona de la Trinidad, había dejado aquí una larga familia, entre hermanos, tíos, primos y parientes. Y que estos, obviamente, andarían afirmando que tenían un hermano, un sobrino, un pariente que era Dios. Pero esta paradoja nunca ocurrió, porque la deificación de Jesús fue un proceso de la ingeniería teológica posterior.

Emilio Lospitao