Los otros


“Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.” (Lucas 9:49-50).

HEMOS OÍDO toda clase de comentarios acerca del relato que encabeza este editorial; el más común es aquel que tiene que ver con la apertura al “otro” aunque no sea de los “nuestros”. Pero la experiencia nos muestra que lo habitual es censurar y excluir a los que no son de los “nuestros”; es decir, los que no creen las mismas cosas y de la misma manera que nosotros. El esperpento que supone esta arbitrariedad queda patente en estas dos observaciones retroactivas:

1. La pluralidad del cristianismo primitivo

La comunidad cristiana de Jerusalén – donde Santiago, apegado a la ley mosaica, fue su líder indiscutible– estaba ideológicamente muy lejos de las comunidades gentiles según se desprende de Gálatas 2:11-12. Sin embargo, las comunidades judeocristianas helenistas simpatizaban con estas comunidades quizás gracias al consenso de mínimos logrado en el llamado “concilio” de Jerusalén (Hech. 15:24-31). Es sintomático el hecho de que los misioneros helenistas que llegaron a Antioquía (Hech. 11:20) no exigieran a los gentiles la circuncisión, cosa que sí hicieron los misioneros de Judea (Hech. 15:1). Por otro lado, las comunidades de Pedro, o las influenciadas por este apóstol, se encontraban en el medio, como colchón de apaciguamiento entre las rivalidades que mantenían las iglesias del entorno jerosolimitano y las iglesias del mundo gentil originadas y lideradas espiritualmente por Pablo. Estas tres sensibilidades se aprecian en las cartas de Pablo y en Hechos, incluso en estos pocos textos: Hechos 15:24-31; 21:17-25; Gálatas 2. Lo que viene a mostrar que el cristianismo primitivo fue heterogéneo. Esto lo confirman, además, los trabajos realizados por eruditos.

2. Los consensos que culminaron en el canon del Nuevo Testamento

En primer lugar, no tenemos un evangelio canónico solo, sino cuatro (además de los no canónicos). Los más parecidos son los llamados sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. Según los expertos, el evangelio de Marcos habría sido el primero. Le siguieron Mateo y Lucas, que no solo utilizaron el material de Marcos, sino que lo corrigieron. El evangelio de Juan es posterior y diferente a los sinópticos, además de ser más teológico y presentar una “cristología” más desarrollada. ¿Dicen todos los evangelios lo mismo? ¡No! A Marcos no le interesa nada la infancia de Jesús, que sí le importan a Mateo y a Lucas, pero sus relatos de la infancia son muy diferentes además de contener reminiscencias míticas (la estrella de Belén, por ej.). El autor del cuarto evangelio más que historiador es teólogo; y como al autor de Marcos, tampoco le interesa la infancia de Jesús; su interés es eminentemente teológico y trascendente: en su teología Jesús es “preexistente” –vino del cielo, adonde volvió después de resucitado (otra idea mítica). El lector poco habituado a un estudio serio del Nuevo Testamento considera que los relatos de los cuatro evangelios son concordantes y complementarios; es decir, para estos lectores no existen contradicciones entre ellos. Pero un estudio crítico de los evangelios muestra todo lo contrario.

En segundo lugar, el canon de nuestro Nuevo Testamento fue consensuado en la pluralidad. Su formación lejos de una supuesta recopilación de cartas apostólicas rubricadas y guardadas ex profeso, surge de una amalgama de literatura cristiana procedente de las cartas consideradas “apostólicas”, de la literatura pseudoepigráfica y de la patrística de finales del primer siglo y principios del segundo. Alguna de esta literatura patrística no solo se leía en las iglesias con la misma autoridad que las auténticamente apostólicas, sino que algunas de ellas estuvieron a punto de ser incluidas en el canon. Durante los primeros siglos circulaban en el orbe cristiano cuatro listas “pre-canónicas” atribuidas a: Clemente (150–215), Orígenes (185–254), Hipólito (+235) y Eusebio (+340). Los autores de estas listas incluían cartas que luego se quitaron; y excluían cartas que después se incluyeron en el canon definitivo. Es decir, la purga que culminó en el canon definitivo a finales del siglo IV, pasó por el consenso. Todavía a mediados del siglo II aquel proto-NT solo contaba con 20 libros o cartas: cuatro Evangelios, trece cartas atribuidas a Pablo, Hechos, 1ª Pedro y 1ª Juan; aunque para el año 160 o 170 el conjunto de todos los libros o cartas que forman nuestro Nuevo Testamento ya estaban agrupados (pero no canonizados).

Esto nos enseña que los fundamentalismos, los exclusivismos, y todos los -ismos juntos, no tienen sentido de ser. En una época de cambios profundos como es en la que vivimos, en todos los campos del conocimiento humano, deben seguir abiertos esos consensos. El pensamiento único es propio de los complejos, de la inseguridad, del temor a ser cuestionados (¿de la ignorancia?, ¿de los intereses?)… Ha sido la diversidad y el respeto a las diferencias lo que ha hecho que las culturas y las civilizaciones prosperaran y nos trajeran adonde hemos llegado. Escuchar a “los otros” más que hacer daño, enriquece. Es más, “los otros” suelen ser los que aportan ideas nuevas, creativas e interpelantes, que hacen agudizar la razón y formar positivamente la mente y el espíritu.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño