La larga sombra del patriarcado


EL DÍA 8 DE MARZO estuvo marcado por la celebración del Día Internacional de la Mujer. Celebración que viene repitiéndose cada año en numerosos países desde 1975 cuando fue instaurada por la ONU. Aun cuando en su origen se trataba de reivindicar la igualdad para la mujer trabajadora en el contexto de la revolución industrial, esta reivindicación actualmente contempla toda la vida de la mujer: en el trabajo, en la sociedad, en la familia, en la cultura, en el deporte… Pero este 8 de marzo pasado superó todas las expectativas (al menos en España), y se considera un nuevo hito en la historia de las reivindicaciones femeninas que marcará un antes y un después. Así esperamos que sea.

El movimiento feminista, que nace con la Ilustración, y comienza sus manifestaciones en el siglo XIX, apunta al milenario sistema patriarcal como la causa de la desigualdad de género institucionalizada por la hegemonía machista desde hace muchos siglos. Este hecho histórico constatado no se debe confundir con la acción dañina individual y recíproca entre el hombre y la mujer en casos puntuales, esto es otra historia (que el varón herido a veces no sabe distinguir). Esta sensibilidad de la mujer contra dicha hegemonía ha ido creciendo vertiginosamente durante el siglo XX y se ha empoderado en lo que va del XXI. Y esto ya no tiene marcha atrás. No debe tener marcha atrás. Por justicia, por solidaridad con la otra mitad del género humano, por empatía… ¡y por derecho!

La historia de Occidente está marcada por el judeocristianismo. Más concretamente, por el patriarcalismo judeocristiano. Este patriarcalismo es el eje sobre el que gira la historia social, familiar y religiosa que narra la Biblia (la “Palabra de Dios” para gran parte del cristianismo y el judaísmo). La discriminación institucionalizada de la mujer hunde sus raíces en el patriarcalismo de las religiones que emergieron en una nueva era axial que supuso la implantación de un dios varón y guerrero, despojando como referente a las diosas femeninas generadoras de vida (religiones naturales que representaban a la Madre Tierra). Los ancestros de la religión judía surgen en la nueva era axial del dios varón y guerrero. El texto veterotestamentario da cuenta suficiente y reiteradamente de este dios. No obstante de que Jesús de Nazaret diera un giro copernicano a este ancestral paradigma (en parte fue el motivo por el que los dirigentes políticos y religiosos le prendieron, le juzgaron y le mataron), la Iglesia que surgió de él se convirtió en una correa de transmisión de dicho patriarcalismo que ha llegado hasta nosotros. Así pues, lo que dijeron y escribieron los autores del nuevo testamento acerca del estatus de la mujer está enmarcado en aquel patriarcalismo opresor y discriminatorio hacia las féminas como se ve en textos como estos:

“vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como la ley también lo dice…” (1Cor. 14:34).

“la mujer aprenda en silencio, con toda sujección. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio…” (1 Tim. 2:11-12)

Ocurrió lo mismo con la institución de la esclavitud (la cual incluso teologizaron), y basados en este tipo de textos la hemos justificado hasta hace muy poco tiempo:

“Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios…”– (Col. 3:22).

Hoy las ciencias sociales nos muestran que el ser humano culturalmente es hijo de su tiempo; pero, a la vez, creador de civilizaciones; civilizaciones que evolucionan y progresan debido a los descubrimientos y los logros que le permite su inteligencia (a pesar de la oposición de parte de sus propios congéneres). En un grupo social –dice el sociólogo y filósofo Wilfredo Pareto (1848-1923)– siempre hay una parte que empuja hacia la innovación y el progreso y otra que se opone con todas sus fuerzas.

La hermenéutica, ciencia joven, y el sentido común, nos enseña que cualquier texto, de la naturaleza que sea, se ha de leer e interpretar en el contexto histórico y cultural donde se produjo. No hacerlo así, el texto se convierte en un pretexto (esto lo saben muy bien los/las que estudian el primer curso de cualquier ciencia bíblica o teológica) cuyo discurso tiene como fin someter y deshumanizar a las personas en aras de la sacralización de dicho texto. Caer en la cuenta de esta realidad les debería llevar a muchos líderes religiosos a emitir un sincero mea culpa y dar un giro a sus arcaicas ideas. El evangelio de Jesús de Nazaret no se puede usar para aborregar y alienar a la gente. Las buenas nuevas del Galileo deben servir para liberar, realizar y humanizar a las personas. Eso fue lo que hizo Jesús.

Sin duda alguna el movimiento feminista va por delante del pensamiento perezoso de la Religión institucionalizada, cualquiera que esta sea. Nos preguntamos si la Religión, por causa de dicha “pereza”, no acabará proscrita en el camino de la historia.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño