¿De qué hablamos cuando hablamos de nuevo paradigma?


El teólogo y escritor católico Hans Küng denomina “paradigmas” a las distintas etapas históricas del cristianismo, desde la etapa protocristiana-apocalíptica (muerte de Jesús y edad apostólica), paradigma P I; hasta el Concilio Vaticano II, P VI; pasando por la Patrística (P II), la Escolástica (P III), la Reforma (P IV), la Ilustración (P V). (Hans Küng, Cristianismo. Trotta. V Edición. 2007).

José María Vigil, teólogo católico también, prefiere hablar de un periodo más amplio al que llama “era axial” correspondiente a un paradigma precientífico y premoderno. En este sentido, Vigil, como otros autores[1], más que de “reforma” (cualquier clase de reforma) prefiere hablar de “ruptura”, porque aquel viejo paradigma ya es insostenible a la luz de los conocimientos de la Modernidad, la cual dio paso a un paradigma nuevo en el pensamiento humano. Vigil define este nuevo paradigma “como una nueva forma global de articular y combinar los elementos de la fe, desde unas bases nuevas, desde unos supuestos globales diferentes” (Teología del pluralismo religioso). En un amplio artículo, Vigil señala este nuevo paradigma haciendo caer en la cuenta al lector de que los errores que teníamos del mundo redundaban (redundan) en los errores sobre Dios mismo.[2] Lo cual implica revisar no solo el lenguaje con el que expresamos la fe, sino los conceptos mismos que la configuran. En esta revisión están insertos conceptos vitales de la fe como el significado de la “resurrección corporal e histórica” de Jesús; del Dios que exige un “sacrificio redentor” (el de su Hijo) por causa de la “caída en el pecado” de Adán y Eva en el Paraíso; del cielo como “lugar” físico donde van las almas de los difuntos; del concepto del “alma” misma como entidad separada del cuerpo, y un largo etcétera.

Es un nuevo paradigma que afecta directamente a los bastiones teológicos “Sola Escritura” y “Solo Cristo” del protestantismo; bastiones que tuvieron indiscutiblemente un papel apologético válidos en la época en que se esgrimieron contra la desnortada hegemonía de la Iglesia católica. Sin embargo, durante el Concilio Vaticano II se expusieron críticamente las consecuencias de la afirmación centenaria de “fuera de la Iglesia católica no hay salvación”, que dejaba fuera no solo a los “herejes protestantes”, sino a millones de personas que vivían otras fes diferentes, como los musulmanes, hindúes, budistas, animistas, etc., que, se afirmaba, estaban condenados eternamente. Este concepto teológico excluyente continúa presente en la enseñanza y la predicación de la mayoría de las denominaciones cristianas, que les sirve de leitmotiv para las misiones (y hacer el ridículo en las vías públicas).

Este revisionismo que están realizando algunos teólogos, especialmente católicos y anglicanos (nota 1), está en la línea del teólogo ya citado, Vigil, quien desglosa de forma maestra en su libro Teología del pluralismo religioso. Se puede descargar de internet una presentación y el índice del libro.[3]

El alma mater de esta revista, desde los inicios de su predecesora, Restauromanía, ha sido –y es– la hermenéutica, la ciencia de la interpretación de los textos literarios, en particular de los textos bíblicos. Un tema que ha desarrollado espléndidamente Jorge Alberto Montejo, colaborador asiduo de esta revista[4]. Hemos dedicado muchas horas, mucho espacio en el papel, a esta apología. Posiblemente la hermenéutica sea el elemento que articula el viejo paradigma precientífico con el nuevo paradigma que abre la Modernidad, que tantas disputas filosóficas, científicas y teológicas ha suscitado en los siglos pasados y continúa suscitando en el presente.

Muy pocos teólogos se han atrevido a hablar tan claro respecto a la asincronía entre estos dos paradigmas como lo han hecho el obispo americano John Shelby Spong y el teólogo español (naturalizado nicaragüense) José María Vigil, anglicano el primero y católico el segundo. En España este tema lo ha tocado el teólogo Máximo García Ruíz en su libro “Redescubrir la Palabra” (CLIE, 2016). Uso el término “atrevido” porque es el verbo exacto para describirlos. En sus trabajos y reflexiones, los dos primeros autores citados, llegan a la misma conclusión: el cristianismo actual no merece ninguna “reforma”, sino una “ruptura” total. Por una razón muy sencilla –para ellos–: el paradigma en el que se desarrollaron las formulaciones religiosas y teológicas –cualquiera formulación religiosa o teológica– no tiene nada que ver con el paradigma de la Modernidad. Cuando hablamos de Modernidad nos referimos a dicho nuevo paradigma cultural, filosófico y científico que ha modelado la cosmovisión del mundo y de la vida actual sin prisa pero sin pausa. El lenguaje y los conceptos teológicos de las religiones, también del cristianismo, están asentados sobre aquel viejo y precientífico paradigma. Por ello, otros teólogos, en la misma línea de los ci- tados anteriormente, piensan que “Otro cristianismo es posible” (Roger Lenaers) y que hay “Otra manera de creer” (Andrés Torres Queiruga).

En el centro de esta discusión se halla la Biblia como libro(s) revelado(s) para los cristianos. Y es el centro de la discusión por el concepto de “inerrancia” que cierto sector del cristianismo atribuye a la Escritura. Este concepto lo defiende un reducido grupo de personas pero con una gran influencia sobre el vulgo que les sigue de manera acrítica. De manera que el meollo de la cuestión es el concepto que este sector religioso tiene de la Biblia (¡que no es diferente del concepto que defienden los integristas musulmanes sobre el Corán!). Le cuesta entender a este sector cristiano que está anclado en el viejo paradigma, obsoleto, cuyos conceptos ya no caben en el nuevo.

¿Qué tiene el viejo paradigma por lo que deba ser superado?

Ya lo hemos repetido hasta la saciedad: ¿Cómo aceptar como histórico un relato en el que Dios mata a todos los primogénitos de un país por culpa del soberano que lo gobierna? (Éxodo 12). ¿O que ordene aniquilar a mujeres, ancianos y niños para dar su territorio y su hacienda a un “pueblo elegido”? (Josué 6-12). Los relatos de esta naturaleza son muchísimos en la Biblia. Solo es posible leerlos e interpretarlos desde el estilo legendario y mítico al que pertenecen. Aun así, la falsa imagen que ofrecen de Dios no es asimilable.

Hoy no es admisible creer que los males de la naturaleza (terremotos, tsunamis, sequía, inundaciones…) sean castigos divinos ni siquiera que ocurran con el permiso de Dios con algún plan ignoto. No son admisibles esas imágenes falsas de Dios en que aparece como un juez sádico, vengativo y ansioso de sacrificios cruentos. No es admisible que él mismo, o a través de un “ángel” (enviado), se dedique a aniquilar a sus propias criaturas de manera arbitraria, simplemente como una muestra de su poder. Esta imagen de Dios es inaceptable, pero es la imagen que la Biblia ofrece de él. Es cierto que la misma Escritura también ofrece otra imagen más benigna y piadosa, pero esta no anula la otra, y Dios solo puede ser uno y único. Por eso vemos a Jesús en los Evangelios distanciándose sistemáticamente de esos relatos donde aparece un Dios caprichoso, arbitrario y vengativo (fuego del cielo para destruir, lapidación de una mujer acusada de adulterio, etc.). Esto significa que la Escritura es esencialmente un producto literario humano que nos habla de la experiencia y la cosmovisión que sus autores tenían de Dios, del mundo y de la vida.

Hoy, a dos mil años de distancia en el tiempo de los relatos evangélicos, escritos en y desde aquel viejo y precientífico paradigma, podemos recuperar muy poco de ellos. Quizás los referentes al Jesús galileo. Pero de este Jesús a la institución eclesiástica que le reformuló mediante los dogmas hay mucho que decir. Por eso tanto Spong como Vigil dicen que solo nos queda la “ruptura” con el viejo para- digma. Para entender mejor esto cito a José María Castillo, teólogo jesuita, respecto al tan reivindicado sacerdocio de la mujer. Castillo ve absurdo reivindicar el sacerdocio femenino porque eso significa perpetuar una institución que nunca existió en el cristianismo primitivo. El “sacerdocio” como casta es una invención posterior. Lo que hay que hacer –dice el teólogo católico– es renunciar a dicho sacerdocio y recuperar de nuevo el “ministerio” (servicio) de las primeras comunidades cristianas, donde la mujer “ministraba” en igualdad con el hombre… ¡hasta la involución de las Pastorales, a finales del siglo I! Así lo muestra Rafael Aguirre en su obra “Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana”.

Emilio Lospitao

[1] Por ejemplo: Andrés Torres Queiruga: Repensar el mal; Repensar la resurrección; Repensar la cristología; Fin del cristianismo premoderno; Otra manera de creer. John Shelby Spong: 12 Tesis: http://johnshelbyspong.es. Rogers Lenaers, Otro cristianismo es posible. John Arthur Thomas Robinson, Sincero para con Dios.
[2] http://www.servicioskoinonia.org/relat/440.htm
[3] http://tiempoaxial.org/textos/TA5Presentacion.htm