La inerrancia bíblica


La literatura evangélica en general está asentada sobre el concepto de la “inerrancia” bíblica. Los defensores de este concepto afirman que esta “inerrancia” es una consecuencia de la “inspiración” divina de la que fueron objeto las personas que escribieron los libros sagrados. Esta “inspiración” e “inerrancia” da como resultado la conocida “infalibilidad” de la Biblia. Es decir, que cada palabra, cada frase, cada dato histórico de la Biblia ha pasado por la mente, la voluntad y la supervisión de Dios mismo, que lo ha “inspirado”.[1] Obviamente, creer que esto es así, entra en el ámbito privado de las creencias religiosas. Incluso los argumentos con los cuales se quiere defender dicha “inerrancia”, “inspiración” e “infalibilidad” no dejan de ser eso: afirmaciones desde la fe dogmática.

Qué duda cabe que los libros que forman la Biblia tienen una gran riqueza cultural por su diversidad de géneros literarios: narrativo, legendario, épico, mítico…, y por la información antropológica que ofrecen sus relatos. Esto no elude el valor religioso que la Biblia tiene para la comunidad que la recibe como “revelación”. Sin embargo –precisamente por esta rica variedad literaria–, su lectura e interpretación requiere de una hermenéutica interdisciplinar que tenga en cuenta la cultura, las instituciones sociales, políticas y religiosas, de la época de sus autores.

Especialmente desde el siglo XVIII los eruditos “cayeron en la cuenta” de esta realidad y fueron incorporando disciplinas como la lingüística, la antropología social, etc. para realizar una exégesis más coherente con la realidad histórica de la Escritura. No obstante de esta lógica, cierto sector del cristianismo (fundamentalista) sigue empeñado en leer e interpretar los textos bíblicos de manera literal, al margen de los presupuestos más elementales de la hermenéutica. Por supuesto habrá muchos textos que habrá que leerlos e interpretarlos literalmente, pero de otros habrá que tener mucho cuidado.

Pues bien, fundamentado en esa supuesta “inerrancia”, “inspiración” e “infalibilidad” de la Biblia, hace cuatro años, en marzo de 2013, Emilio Monjo Bellido[2] firmaba un artículo en Protestante Digital con el título “Fe y cosmología” en el que afirmaba que todo lo escrito en los libros de la Biblia “además de ser palabra de salvación, es información”.[3] Información científica, se entiende. La tesis del Dr Monjo es que el Sol gira alrededor de la Tierra. En la defensa de este geocentrismo no está solo, le acompañan dos matemáticos, Juan Carlos Gorostizaga y Milenko Bernadic, autores del libro “Sin embargo no se mueve”.[4] Recientemente, otro autor, Will Graham, publicaba en el mismo medio un artículo, como corolario de lo anterior, titulado “Por qué creo en la inerrancia bíblica”.[5] Aunque este último habla de cosas distintas, existe un común denominador entre ellos: la “inerrancia” de la Biblia.

El presente “caer en la cuenta” no tiene el propósito de refutar exhaustivamente los artículos y el libro citados, pero sí exponer algunas observaciones que tienen que ver con la “inerrancia” de la exposición de Graham, y con el “geocentrismo” de Monjo y los autores de “Sin embargo no se mueve”. Dejo cinco pinceladas sobre el tema de fondo: a) La cosmología; b) El canon del Nuevo Testamento; c) La “inspiración” de la Escritura; d) La Crítica Textual; y e) El Jesús de los Evangelios y algunas imágenes de Dios “bíblicas”. Lo que puede dar de sí un artículo de esta naturaleza.

1. SOBRE LA COSMOLOGÍA

Ciertamente la cosmovisión y el lenguaje de la Biblia es geocéntrico (por eso el Dr Monjo se siente seguro citando la Biblia para afirmar que el Sol gira alrededor de la Tierra). Basta leer Josué 10:12-13 para cerciorarnos de que es así. Esta es la percepción que tenían –y tenemos– los terrícolas respecto al Sol y la Tierra. Por la mañana vemos que el sol sale por el oriente y al final de la tarde se oculta por el occidente; conclusión: el Sol gira alrededor de nuestro planeta, que, además, es sentido inmóvil (cuando vamos leyendo en el AVE tampoco percibimos que vayamos a casi 300 k/h).

La cosmovisión general de las antiguas civilizaciones consideraba que la Tierra era el centro del Universo ¡que consistía en el sistema solar! Así lo creían Platón, Aristóteles y otros. Esa era la creencia hasta el siglo XVI. Una de las disciplinas de la ciencia moderna, que nos ha aportado muchos conocimientos, es la Astronomía. Empezó con Nicolás Copérnico en el siglo XV (con la hipótesis del heliocentrismo) y continuó con Galileo Galilei un siglo después (confirmando dicha hipótesis); a estos le siguieron Johannes Kepler (con las leyes del movimiento planetario) e Isaac Newton (con la ley de la gravitación universal), que sentaron las bases para la Física, la Astrofísica y la Astronomía modernas. El sistema heliocéntrico logró por fin explicar el movimiento retrógrado que se observa en algunos planetas (Júpiter, por ejemplo) como consecuencia de que todos los planetas, incluida la Tierra, giran alrededor del Sol. Sobre la rotación de la Tierra sobre sí misma, simplemente citar a Jean Bernard León Foucault, que domostró dicho movimiento mediante el ingenioso péndulo (El Péndulo de Foucault). El consenso en la comunidad científica es absoluto respecto a los movimientos de la Tierra. Estos movimientos explican las estaciones del año y la observación de las diferentes constelaciones del cielo, por ejemplo. Este consenso científico es absoluto, salvo para algunos autores que van por libre, entre los cuales se encuentran los defensores del geocentrismo, de la Tierra plana y otras teorías parecidas.

El cálculo de las coordenadas que requieren las expediciones aeroespaciales de naves no tripuladas para el acercamiento y el estudio de los planetas del sistema solar se basan en los principios del sistema heliocéntrico, cálculos que serían muy diferentes en el caso de que la Tierra estuviera quieta en el centro del sistema solar y fueran los otros planetas –junto con el Sol– los que giraran alrededor de ella. Dudar del sistema heliocéntrico a estas alturas es el disparate más grande que se puede esperar de personas medianamente cultas. Lo cual significa que el adoctrinamiento y el fanatismo religioso no encuentra límites. Negar hoy el sistema heliocéntrico solo es posible bien por causa de una profunda ignorancia, o bien por causa del fanatismo religioso; sobre todo cuando dicha negación procede de personas intelectualmente cultas, a veces incluso muy cultas, como ocurre con los autores de “Sin embargo no se mueve”.

Un pequeño dato escolar (Fig. 1)

 

Fig. 1

Tanto si es el Sol el que gira alrededor de la Tierra como si es esta la que gira alrededor del Sol, la elíptica que tienen que recorrer mide unos 930 millones de km, por cuanto el radio medio de dicha elíptica es el mismo, 150 millones de km, la distancia que separa la Tierra del Sol (se obvia que es una elíptica teórica teniendo como focos el centro del Sol o de la Tierra respectivamente). Estos datos son aproximaciones pero válidos para el objetivo que persigue.

Según el sistema heliocéntrico, la Tierra recorre durante un año los 930 millones de km que tiene la elíptica. Esto significa que la Tierra se desplaza a 107 mil km/h para cubrir dicho espacio además de rotar sobre su propio eje, cuya rotación produce el día y la noche.

Según el sistema geocéntrico, primero, la Tierra está estática, no gira sobre su eje (según defienden los geocentristas), por ello la noche y el día resulta de la vuelta que da el Sol alrededor de la Tierra cada 24 horas. Esto significa que para cubrir la distancia de dicha elíptica (930 millones de km) el Sol debe desplazarse a una velocidad de 38.750.000 km/h. Si la velocidad de la Tierra ya nos produce vértigo, ¿qué diremos de la velocidad del Sol?

La cosmovisión de la Biblia, ciertamente, es geocéntrica, pero sus autores estaban en un profundo error. No fueron “inspirados”. Qué le vamos a hacer.

2. SOBRE LA HISTORIA DEL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

En el artículo sobre la “inerrancia” de la Biblia, Will Graham comienza con el aserto de que “Dios es veraz”. ¡Por supuesto! Es lo que se espera que sea Dios aunque la Biblia no lo dijera. Pero respecto a que la Biblia testifica sobre sí misma que es “inerrante” me parece caer en el viejo y típico sofisma de todas la religiones del Libro: “La Escritura es inspirada por Dios porque lo dice la Escritura”. El Papa es “infalible” porque lo dice el dogma de la infalibilidad del Papa, que lo promulgó un Papa. Por ello, no podía faltar en este punto citar 2Timoteo 3:16 (“toda la Escritura es inspirada por Dios…”)[6] además de cualquier declaración de algún otro escritor neotestamentario sobre la “inspiración” de la Escritura (hebrea).

Ahora bien, ¿a qué Escritura se refería el autor de 2Timoteo 3:16? Obviamente, se refería a la Escritura hebrea y desde el concepto (sagrado) que tenían de ella. El autor de 2Timoteo 3:16 no podía referirse a los escritos del Nuevo Testamento (NT) porque esta parte de la Biblia cristiana aún no estaba formada ni reconocida como tal.

A este respecto, hay que decir lo que sigue:

a) Hasta mediado del siglo II d.C. no tenemos un núcleo de lo que sería después el NT, que consistía en solo 20 libros: 4 Evangelios, 13 cartas de Pablo, Hechos, 1ª de Pedro y 1ª de Juan.

b) Entre mediados del siglo II hasta el siglo V, cuando el canon se cierra, hubo cuatro listas pre-canónicas atribuidas a Clemente de Alejandría (150-215), a Orígenes (185-254), a Hipólito de Roma (+235), y a Eusebio de Cesarea (+340).

c) Clemente omitía Santiago, 3ª de Juan y 2ª de Pedro. Orígenes reconocía la Didajé, el Pastor de Hermas y la Carta de Bernabé. Eusebio reconocía (esta era una asunción generalizada) una lista de libros “discutidos”, es decir, puestos en duda: Santiago, Judas, 2ª de Pedro, 1ª, 2ª y 3ª de Juan y Apocalipsis. Eusebio, además, reconocía que Hechos de Pablo, El Pastor de Hermas, Apocalipsis de Pedro, la Carta de Bernabé y la Didajé, eran leídas públicamente en las iglesias apostólicas.

d) La Carta de Bernabé, 1ª Carta de Clemente, el Pastor de Hermas y la Didajé estuvieron próximo a entrar en el canon definitivo –Concilio de Calcedonia, 451–. (Julio Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana, Trotta).

Debido a esta historia de la formación del canon, que se cierra en el siglo V, ¿cómo creer que el autor de 2Timoteo 3:16 estuviera pensando en los escritos del Nuevo Testamento que forma nuestra Biblia?

3. SOBRE LA HISTORIA DE LA “INSPIRACIÓN” DE LA ESCRITURA

El término “inspirado” que usan algunos autores neotestamentarios para referirse a la Escritura hebrea, independientemente de la semántica, y a la luz de la historia, se debe entender no como algo ontológico, sino sapiencial. Este término procede del mundo griego través del filósofo judío Filón y los Padres de la Iglesia (André Paul, “La inspiración y el canon de la Escritura” – CB 49. Verbo Divino). El fundamentalismo cristiano está en deuda con el filósofo judío Filón de Alejandría (25 a.C – 50 d.C.) respecto a la “inspiración” de la Biblia. En efecto, Filón declaraba que “…el profeta no publica absolutamente nada de su cosecha, sino que es intérprete de otro personaje, que le inspira todas las palabras que pronuncia, en el mismo momento en que la inspiración lo capta y él pierde la conciencia de sí mismo, ante el hecho de que su razón emigra y abandona la ciudadela de su alma, mientras que el Espíritu divino la visita y pone en ella su residencia, haciendo resonar y mover desde dentro toda la instrumentación vocal para manifestar claramente lo que predice” (Las leyes especificas, IV, 48-49, en “Inspiración y el canon de la Escritura”, Cuaderno Bíblico nº 49, p.27- André Paul, Verbo Divino). El filósofo judío incluso otorgaba el don de la “inspiración” a los traductores de la LXX del hebreo al griego.

Este concepto de la “inspiración” se mantuvo durante toda la Edad Media. Fue en el Concilio Vaticano II cuando se “cae en la cuenta” de que esa “inspiración” debe tener un sentido más generalista. Desde este Concilio las ciencias bíblicas han tenido en cuenta las disciplinas que conforman la hermenéutica, distanciándose del literalismo bíblico. No obstante, en el siglo XIX, como una reacción de defensa ante el deísmo de la Ilustración, unos fieles cristianos norteamericanos establecieron 5 Fundamentos para salvar la “infalibilidad” y la “inerrancia” de la Biblia (de ahí el término “fundamentalismo”). Un representante directo de este fundamentalismo es el grupo llamado de la Tierra Joven, que postula por una creación según el libro de Génesis, en seis días de 24 horas, hace seis mil años.(!) Salvo este sector cristiano fundamentalista, el cristianismo abierto a una hermenéutica interdisciplinar asume, por un lado, los géneros literarios de la Escritura, y, por otro, la información que ofrecen las diferentes disciplinas científicas sobre la naturaleza y el cosmos como condicionantes de la exégesis y la interpretación de los textos de la Biblia. Es decir, independientemente de lo que dice la Biblia, debe prevalecer lo que empíricamente constata la naturaleza, que hoy la ciencia puede falsar.

4. SOBRE LA CRÍTICA TEXTUAL

El canon del Nuevo Testamento que ha llegado hasta nosotros tuvo que andar un largo camino con no pocas dificultades. La primera dificultad –pero no la única– consistió en los criterios por los cuales debían de aceptar o rechazar los diversos y múltiples escritos de las listas pre-canónicas. Por este motivo durante varios siglos mantuvieron una lista de escritos en suspenso (citados más arriba). Ya hemos visto que la aceptación –o el rechazo– de algunos libros no fue unánime durante los primeros siglos del cristianismo. Algunos que fueron leídos como libros “inspirados” en las iglesias, fueron después sacados del canon definitivo. Y al contrario, otros considerados dudosos durante siglos, al final los aceptaron en el canon. Esta selección, aceptando ahora y excluyendo después, no tuvo nada que ver con ninguna “inspiración”, sino con poderes fácticos de la iglesia ya institucionalizada y, a veces, por motivos más políticos que religiosos.

Por otro lado, la expansión del cristianismo en los primeros siglos, traspasando fronteras físicas, culturales y lingüísticas, obligó a traducir los escritos cristianos del griego originario a las lenguas de los pueblos a donde la Escritura llegaba. Pero los textos originales se perdieron para siempre: ya no existen, son irrecuperables. Estas traducciones dieron origen a múltiples Versiones que necesitaban consecuentemente ser copiadas una y otra vez. Muchas de estas Versiones se perdieron o quedaron olvidadas en las bibliotecas durante siglos. Algunas de estas Versiones en forma de Códices, o porciones deterioradas, han ido saliendo a la luz gracias a la pala del arqueólogo o al ratón de biblioteca en la Edad Moderna. La cuestión es que al día de hoy contamos con más de cinco mil (5000) manuscritos entre Versiones, Códices, porciones, de todas las familias y de todas las épocas.

Los especialistas afirman que cotejando esos miles de manuscritos se hallan más de 250 mil variantes. Apenas hay dos versículos iguales. De estas variantes unas 300 son importantes, aun cuando no afecta a la doctrina cristiana (Julio Trebolle, “La Biblia judía y la Biblia cristiana”, Trotta). En cualquier caso, recomponer desde este material un Nuevo Testamento Crítico en griego exige desechar aquellos textos que tienen menos fiabilidad según la época, la familia de textos a la que pertenece, etc. O sea, estos eruditos tienen que optar por la variante que consideran más cercana al texto original (¡que no tienen!).

Recomponer un Nuevo Testamento Crítico a partir de tan ingente cantidad de manuscritos se considera uno de los logros modernos de la historia de la Escritura (por ejemplo el “Textus Receptus”)[7]. De este Nuevo Testamento Griego Crítico (o de otras recensiones de autores diferentes) se traducen las muchas y distintas Versiones de la Biblia actuales. La Crítica Textual, cuando escoge una variante determinada para incorporarla al “Nuevo Testamento Crítico”, se pregunta: ¿cuál de ellas es la más próxima a la original? ¡Porque no sabemos cuál de ellas es la más auténtica!

“Con la aplicación al estudio de la Biblia de las distintas ramas del saber se abrieron nuevas posibilidades de comprender la palabra bíblica en su sentido original. Dios, para comunicarse con los seres humanos, hace uso de la palabra y esta palabra está enraizada en la vida de los grupos humanos, pues es la palabra la que permite que los seres humanos podamos entendernos. Las ciencias humanas como la lingüística, narratología, semiótica, antropología, sociología, paleografía, arqueología, psicología, historia, literatura comparada, etc. pueden contribuir a una mejor comprensión de algunos aspectos de los textos.” (“Las ciencias bíblicas”, sociedadbiblica.org). A la luz de todo esto, ¿tenemos que concluir que también los traductores son “inerrantes”?

5. SOBRE JESÚS Y ALGUNAS IMÁGENES DE DIOS EN LA BIBLIA

Cuando leemos críticamente los relatos evangélicos nos da la impresión de que Jesús no creía en la “inerrancia” de la Escritura (al menos con el sentido moderno). De hecho, este concepto no estaba en el sentir ni en el lenguaje de la época de Jesús; es un concepto moderno acuñado especialmente por el fundamentalismo protestante.

La Biblia presenta muchas y diferentes imágenes de Dios. Solo hay que reflexionar acerca de ciertos textos, que no son pocos. Pero el Galileo se opuso a las imágenes arbitrarias de aquel dios que se sustentaban precisamente en la Escritura.

El fuego del cielo (Lucas 9:51-56)

Cuando atravesaban Samaria para dirigirse a Jerusalén, los lugareños rechazaron al grupo liderado por el Maestro. La sugerencia de los discípulos fue mandar “fuego del cielo” para castigar a los samaritanos. Era una evocación del relato de 2Reyes 1:1-15 según el cual perecieron dos unidades militares de 50 soldados cada una con sus respectivos capitanes, una tercera unidad se salvó por la clemencia que pidió el capitán. Y total, un fuego mortal para acreditar al profeta como “siervo de Dios” (!). Pues bien, Jesús rechazó la petición de los discípulos, y con ello rechazó la evocación del supuesto suceso y la imagen de aquel dios arbitrario del que se hacía eco la Escritura.

La mujer acusada de adulterio (Juan 8:1-11)

Cuando le presentaron a una mujer “sorprendida en adulterio” los piadosos escribas y fariseos inquirieron a Jesús con la “Biblia en la mano” (solo la citaron) qué pensaba hacer él, ya que la Escritura indicaba indiscutiblemente que había que lapidar a la mujer según Levítico 20:10 (también al hombre, pero a este no le retuvieron). Pero Jesús se las valió para no obedecer la Escritura. Guardó primero silencio, luego les interpeló con el sentido común, con la misericordia, con la justicia de Dios que es siempre salvífica. Después de esta interpelación, según el texto, nadie lanzó ninguna piedra contra la mujer “adúltera”. Jesús tampoco, por el contrario, la perdonó. Obviamente, Jesús debió usar una “hermenéutica” muy diferente a la de los escribas que exigían lapidar a la mujer.

Estos son solo dos botones de muestra en los que Jesús se distancia de esa imagen arbitraria y justiciera de Dios contenida en la Escritura hebrea. Ahora bien, esta imagen justiciera de Dios perduró todavía en el cristianismo primitivo, como vemos en el caso de la muerte infligida (por Dios) a Ananías y a Safira, por mentir sobre el dinero que habían sacado en la venta de una propiedad. (Hechos 5:1-11). ¿Se corresponde este juicio sumarísimo con la actitud de Jesús?

CONCLUSIÓN

Hemos expuesto cinco pinceladas breves, pero concisas, de cinco tópicos que ponen en la cuerda floja la “inerrancia” de la Biblia. Al menos como lo entiende el fundamentalismo evangélico. Pero al margen de este grupo religioso cristiano, en el cristianismo existen otros grupos con una visión distinta de la “inspiración” de la Escritura. Así pues, CONSIDERANDO:
–Que la cosmovisión de los autores de la Biblia es precientífica.
–Que el canon del NT tuvo un desarrollo gradual en el tiempo, excluyendo y/o aceptando una ingente cantidad de escritos cristianos.
–Que el concepto de la “inspiración” procede del mundo griego a través del filósofo judío Filón y los Padres de la Iglesia.
–Que no tenemos los escritos originales, sino copias de copias, y la divergencia entre ellas es tal que los traductores tienen que recurrir a la lingüística y otras ciencias para decantarse por una probable mejor traducción.
–Que la Escritura en general ofrece imágenes míticas de Dios (matar a los primogénitos de un país por culpa de su gobernante)…
¿Cómo atribuir algún tipo de “inerrancia” a la Biblia? En cualquier caso, ¿qué valor deberíamos dar a este concepto? ¿Implica dicha “inerrancia” que el relato de la muerte de los primogénitos es histórico y, por lo tanto, refleja el carácter de Dios? ¿Se corresponde esta imagen de Dios con la que predicó Jesús de Nazaret?

Desde el siglo XVI (como hito histórico de referencia) el cristianismo ha venido haciendo una catarsis teológica e intelectual debido al avance de la ciencia moderna, que es empírica, y muy especialmente por el salto del geocentrismo al heliocentrismo (a pesar de Emilio Monjo y otros). Esta catarsis se ha objetivado en la afirmación de leyes en el campo de la física, la mecánica, la biología, la genética, la geología, etc. Esta catarsis, que ha originado un cambio profundo en el concepto que teníamos del mundo y de la realidad, no ha afectado a la fe, al contrario, la ha fortalecido precisamente porque ha limpiado el trigo de la paja, o sea, ha solventado racionalmente los “errores” hermenéuticos de la Escritura: La Tierra no es el centro del universo ni el Sol gira alrededor de la Tierra, como sugiere la Biblia. Por ello, la pregunta pertinente que planteamos ¿es inerrante la Biblia?

Emilio Lospitao

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Notas:

[1]Existen varias maneras de entender la “inspiración” de la Biblia. Aquí estamos considerando la llamada “verbal” o “plenaria”.
[2] Emilio Monjo Bellido es director del Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español (CIMPE), y de la Colección Historia de la Editorial MAD. En cuanto al campo de formación y académico es Doctor en Filosofía por la Universidad de Sevilla, y autor de varias obras.

[3] http://protestantedigital.com/magacin/13369/Fe_y_cosmologia
[4] http://protestantedigital.com/sociedad/28862/El_Universo_gira_sobre_la_Tierra_cientificos_catolicos_contra_Galileo
[5] http://protestantedigital.com/magacin/41231/Por_que_creo_en_la_inerrancia_biblica
[6] Según los especialistas, el verbo “es”no existe en el griego, lo pone el traductor y puede ir también después de Dios: “toda la Escritura inspirada por Dios “es” útil para…”. Es distinto.
[7] El “Textus Receptus” (Texto recibido) en griego fue realizado por Erasmo de Rotterdam a partir de los manuscritos existentes, que eran en esa época los mayoritarios. No obstante, la crítica bíblica considera que dicho “Textus Receptus” es mejorable por el material hallado posteriormente que son más antiguos y en algunos casos más fiables. Sobre este tema, ver el artículo del Prof. Daniel B. Wallace “¿Son idénticos el texto mayoritario y el texto original?” en la revista Renovación nº 5 (2014), p. 38: http://revistarenovacion.es/Revista_Renovacion_files/5enero14_Renovacion.pdf
Como contrapunto al artículo del Prof. Wallace, consultar:
http://www.iglesiareformada.com/Acevedo_El_Textus_Receptus.pdf

Empirismo y creencias


Nos guste o no nos guste la única realidad que vivimos, sentimos y vemos es la realidad física. Esto no significa que estemos negando alguna otra realidad, que la hay, o, al menos, la intuimos. Esto ha sido así desde los tiempos del homo sapiens. Por ello, durante el tránsito de los mitos a la filosofía griega (primeros pasos de la ciencia), los filósofos se dividieron entre monistas y dualistas. Los primeros se atuvieron a la naturaleza observable y verificable (la materia); la lista de sus postulantes es larga, desde Tales de Mileto en la antigüedad hasta Karl Marx en la edad moderna. Los segundos percibieron que había algo más, transcendente, divino o casi divino; también es larga la lista, con Platón a la cabeza (con sus dos mundos) que prácticamente conforma la esencia de todas las religiones y parte de la filosofía. Este forcejeo dialéctico, si se puede llamar así, viene durando desde entonces.

La cuestión esencial es que la filosofía – tanto la monista como la dualista– dio un paso irreversible hacia adelante y nos trajo lo que hoy llamamos “ciencia moderna” o experimental. Pero hasta el siglo XVI, con el cambio de paradigma que supuso el paso del geocentrismo aristotélico/ptolemaico al heliocentrismo copernicano, y especialmente hasta el siglo XVII, la ciencia propiamente dicha tuvo que superar su noche oscura. La luz vino progresivamente descubrimiento tras descubrimiento en todos los campos del saber humano.

EMPIRISMO

Todo lo que hoy sabemos del mundo físico se lo debemos a la ciencia experimental. Es cierto que en muchos aspectos esto que sabemos es “provisional” todavía, como no podía ser de otra manera, pero lo que sabemos es “científico”, es decir, verificable. Si no fuera verificable no sería “científico”. Esta es la diferencia entre lo “físico” y lo “metafísico” (lo que está más allá de lo físico). La ciencia se encarga de enunciar lo que puede investigar desde su método epistemológico. Lo que está fuera de su epistemología pertenece a la metafísica, de lo cual se encarga bien la filosofía o la teología. Pero son campos ontológicos diferentes. Por eso la ciencia no puede afirmar ni negar nada que pertenezca al ámbito metafísico, que es el que corresponde a la fe y a la religión, es decir, a las “creencias”. Si esto no se tiene claro, toda discusión se convertirá en un diálogo de besugos. Muchas controversias, incluso entre teólogos y científicos, tienen su raíz en este galimatías.

En la raíz de este galimatías se encuentra el “concordismo” bíblico/científico. Es decir, el intento de buscar una concordancia entre lo que ha afirmado la ciencia y lo que dice la Biblia. Hay quienes fuerzan a la Biblia para hacer que diga lo que ella no pretende decir. La ciencia de verdad –cuya epistemología se ciñe a lo físico y falsable– no puede afirmar ni negar lo que de metafísico tiene la Biblia (la creación en sí mismo, su fin, la trascendencia del ser humano, la moral, el bien, el mal, etc.). Por su lado, la Biblia no puede decir –no pretende decir– el “cómo” de las cosas: cómo se originó el mundo, cómo se originó la vida, cómo ha sido el desarrollo y la evolución de la vida en su amplia manifestación en nuestro planeta, etc. La Biblia no es un libro de ciencia. No tiene ninguna información científica porque ese no era el propósito ni las posibilidades de sus autores. Sí es el cometido y el propósito de la ciencia ofrecernos esa información. Decir que la Biblia ya nos ofrece dicha información es forzarla a decir lo que no dice y descontextualizar sus enunciados. Esto lo verificamos cuando la Biblia habla directa o indirectamente en asuntos cosmológicos, que emite conceptos erróneos de la época de sus autores.

Evolucionismo vs creacionismo

Desde hace décadas existe una cruzada en los Estados Unidos de Norteamérica sobre “creacionismo versus evolucionismo”. Los extremos ideológicos se tocan. Esto ocurre con estos dos “ismos”. Por un lado está el movimiento cristiano creacionista denominado de la Tierra Joven, que cree –siguiendo literalmente el libro del Génesis– que Dios creó el mundo hace seis mil años en seis días de 24 horas, y que las especies del reino animal que hoy contemplamos son exactamente las que Dios creó al principio (a esto se le llama “fijismo”). Por el otro lado está el movimiento evolucionista materialista que, apoyándose en dicha teoría, no solo afirma que todo vino a ser por un proceso evolutivo, sino que niega que exista algún Dios. Una cruzada estéril en la que ninguno de los dos bandos caen en la cuenta de que Ciencia y Religión parten de metodologías distintas y contrapuestas de investigación. La Biblia no es un libro de ciencia (valor que le otorgan los creacionistas) y no pretende, por lo tanto, explicar el “cómo” de las cosas. La Ciencia, por su lado, no puede –ni pretende– afirmar ni negar las realidades transcendentes. No es ese su cometido ni su campo de investigación.

Pero no todos los evolucionistas son ateos como muestra el hecho de que muchos científicos son creyentes de cualquier religión; estos piensan que el concepto científico de evolución biológica no se opone a la noción cristiana de creación. Contrario al “fijismo” creacionista, Carlos A. Marmelada, Profesor de Filosofía, y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona, dice que “el concepto biológico de evolución hace referencia al dinamismo real que se da en la historia de la vida y que se expresa a través de un despliegue que se lleva a cabo en el tiempo, siendo la teoría de la evolución la explicación científica de ese hecho”[1]. Con lo que no es compatible la evolución biológica es con el biblicismo literalista de la creación hace seis mil años en seis días de 24 hora, por supuesto.

Fernando Sols, catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad Complutense, y Doctor en Física en la Universidad Autónoma de Madrid, por su parte, dice que “la evidencia científica a favor de la continuidad histórica y el parentesco genético de las diversas especies biológicas es abrumadora, comparable a la seguridad que tenemos de la validez de la teoría atómica o la esfericidad de la Tierra. Este nivel de confianza se ha alcanzado gracias a la adquisición y comprensión de una gran cantidad de información obtenida a partir del registro fósil y de los avances en genética molecular.”[2] Esto lo dice respecto a la naturaleza en su totalidad. El hombre, en principio, y biológicamente, es una parte más de dicha naturaleza. Cualquier otra cualidad, o realidad, impuesta al ser humano, no le corresponde a la ciencia afirmarlo, sino a la filosofía y, particularmente, a la teología, o sea, a la religión. Esto significa que esa otra cualidad transcendente pertenece a la “creencia”. ¿Hay motivos para creer que esa otra cualidad es real? ¡Sí!

Francis Collins, genetista estadounidense, conocido por haber dirigido el Proyecto Genoma Humano, premiado con el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en el 2001, y autor del libro “¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe” afirma la evolución teísta o creación evolutiva. La evolución, para estos científicos cristianos, no se opone a la fe ni está en contra de ella. Evolución y Fe son perfectamente compatibles. La evolución de la vida es una realidad confirmada por la ciencia. Es la Teología la que debe revisar sus “creencias” y sus propuestas.

CREENCIAS

Lo que la Biblia dice acerca de los orígenes–aunque más elaborado teológicamente por su puesto– en el fondo es lo mismo que nos venían diciendo los mitos de otras civilizaciones, y respondía a las mismas grandes cuestiones del ser humano y su historia: el origen del mundo, de la vida, del hombre y de la mujer; el porqué del sufrimiento y del mal; de la muerte; del más allá; del castigo o el premio en ese más allá; incluso de un salvador. Las diferencias que existen entre las distintas cosmogonías míticas, incluidas las que ofrece la Biblia, no anula el meollo de la cuestión. Los autores de la Biblia usan el relato mítico como medio literario para apuntar dichas realidades, pero no son descripciones etiológicas históricas de las mismas.

Desde un punto de vista ético, todas las religiones comparten los mismos tópicos y persiguen el mismo fin: el amor hacia los demás, la justicia, el bien común, etc. Por ello, por cuanto todas las religiones comparten esos mismos tópicos, no se puede decir que una en particular tenga el monopolio de la virtud. Es más, el hecho de que todas las religiones compartan esos mismos tópicos con ese mismo fin, es un indicador de que el ser humano alberga en sí mismo una cualidad universal ética, independientemente de sus creencias. A veces, paradójicamente, ocurre que pierden esa cualidad ética precisamente cuando aparece la creencia religiosa, sobre todo suele ocurrir más en las religiones monoteístas al considerar que ellas son, por separado, la única religión verdadera. La historia de las guerras religiosas así parecen confirmarlo. Lo que queremos decir es que para ser ético no es necesaria una creencia religiosa. El ser humano lo es independientemente de si cree o no cree en alguna fe en particular. El movimiento cultural llamado Humanismo, aun cuando surge en un ambiente geográfico e histórico cristiano, lo trasciende aportando a su medio social una ética no necesariamente religiosa.

Creencias e inquisición

Cuando Nicolás Copérnico (1473-1543) lanzó la idea de que no era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra, sino esta alrededor del Sol (aunque ya Aristarco de Samos en el siglo III a.C. afirmaba que el Sol era el centro del universo), y después Galileo Galilei (1564-1642) confirmó el sistema heliocéntrico, la Ciencia, la Filosofía y, sobre todo, la Teología se echaron sobre él como buitres carroñeros y no pararon hasta reducirle al silencio de la reclusión domiciliaria (salvó la vida por los pelos). Hoy los escolares de primaria cuando leen este episodio histórico se llevan las manos a la cabeza (vivimos con muchísima más información).

¿Por qué la Ciencia, la Filosofía y la Teología del siglo XVI no pudieron aceptar la revolucionaria idea de un sistema heliocéntrico? Básicamente por dos motivos:

a) La cosmología aceptada desde hacía siglos era deductiva, se basaba en la simple observación; era el Sol el que se veía mover de Este a Oeste; además contaban con el aval de la enseñanza del sabio Aristóteles, que había afirmado el sistema geocéntrico.

b) Por otro lado, la Sagrada Escritura (que se creía –y se cree– una revelación infalible) corroboraba el sistema geocéntrico. Pero tanto la Ciencia como la Filosofía y la Teología hasta el siglo XVI, se basaban en observaciones deductivas del movimiento de los cuerpos celestes en el espacio.

Hoy la ciencia moderna, que comenzó con una metodología inductiva, de la que surgió una manera distinta de estudiar el cosmos, confirma inequívocamente el heliocentrismo de nuestro sistema solar: Copérnico y Galileo tenían razón (incomprensible, ciertamente, en su época). La certeza que se tiene hoy del sistema heliocéntrico está probada (además de por la leyes de Kepler y de Newton), por la exactitud con la que envían naves no tripuladas al resto de planetas de nuestro sistema solar para interceptarlos y estudiarlos. Los especialistas en astrofísica y en astronomía saben perfectamente dónde está cada planeta en un momento dado, y saben cuándo y cómo enviar dichas naves no tripuladas para captarlos siguiendo las coordenadas según el sistema heliocéntrico. Es decir, el geocentrismo se basaba en “creencias” y deducciones. Hoy no “creemos” en el sistema heliocéntrico, lo conocemos por la información científica fiable y falsable.

En este año 2017 el mundo cristiano (evangélico-protestante) celebra el 500 aniversario de la Reforma. El monje agustino Martín Lutero, a la vez que solventaba un problema personal espiritual, “cae en la cuenta” estudiando la carta de Pablo a los Romanos que la venta de indulgencias que practicaba la Iglesia de Roma era contraria a la doctrina bíblica de la “gracia”. Como el monje no se retractaba de la denuncia que había formulado mediante las 95 tesis colgadas públicamente en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg (Alemania) contra la Iglesia de Roma, esta le excomulgó. Así surge el movimiento religioso llamado Reforma Protestante. De este movimiento, con el tiempo, saldrían cientos de denominaciones religiosas cristianas con sus peculiaridades y doctrinas diversas. Pero cuando vamos al fondo de la cuestión “caemos en la cuenta” que todo se centra en “creencias”. No existe absolutamente nada sustanciado en leyes o principios objetivos y evaluables. ¡Solo creencias! Y es que, tratándose de “transcendencias”, no cabe otra opción que las “creencias”. Alguien anotará que eran creencias “bíblicas” contra creencias “no bíblicas”; pero aunque sean “bíblicas”, no dejan de ser “creencias”. Las creencias sobre lo trascendente son subjetivas y privadas, y todas válidas en principio.

Posterior, o paralelamente al movimiento de esta Reforma, y por motivos más políticos que religiosos, se instaura un tribunal religioso llamado “Inquisición”. ¿Su cometido? Juzgar a las personas cuyas “creencias” no se correspondían con las creencias oficiales de la Iglesia de Roma. El veredicto en el peor de los casos terminaba con la pena capital en la hoguera. Este vicio de quemar a los “herejes” no fue un patrimonio de la Iglesia de Roma (aunque le ganaba por mucho), sino también lo practicó el movimiento de la Reforma (ahí tenemos como testimonio a Miguel Servet y a los cientos de anabaptistas víctimas de la intolerancia reformada). Quemar a los “herejes” era el deporte favorito de la época. Las familias al completo acudían a las plazas públicas donde se iban a quemar a los “reos”. ¿Y por qué se quemaban a estos “reos”? Simplemente por cuestiones de “creencias”. Los “herejes” no eran enemigos públicos que atentaban contra la integridad física de las personas, o de su hacienda y su patrimonio, no, simplemente no creían en las doctrinas (“creencias”) de la Iglesia oficial, ya fuera la de Roma o la de la Reforma. ¡Ejecutaban a las personas simplemente por sus “creencias”!

Hoy los “ortodoxos” ya no queman a los “herejes”. La historia es dinámica, los movimientos culturales van y vienen. Y el movimiento que desarrolló la sensibilidad suficiente para no quemar públicamente a los “herejes” fue el Humanismo que condujo al Renacimiento. El Renacimiento fue un movimiento cultural iniciado en el sur de Italia que sacó del ostracismo a los clásicos (los filósofos griegos), a los que el mundo de las “creencias” (cristianas) había sepultado durante el tiempo que duró la Edad Media, mil años. Fue el antropocentrismo (el valor del hombre) humanista lo que hizo caer en la cuenta la barbarie que suponía matar a un ser humano solo por lo que creía o no creía. Pero estos cambios no suceden de un día para otro, a veces ni siquiera de un siglo para otro. En algunos casos –o en todos– los movimientos culturales conviven hasta que el viejo pierde su vigor o desaparece para siempre (¿para siempre?).

En la historia de la filosofía algunos de estos “movimientos culturales” entraron en conflicto sentando cátedra mediante la formulación de “creencias” (escuelas filosóficas). La diferencia entre estas “creencias” filosóficas y las “creencias” religiosas es que rara vez por causa de las primeras se mató a nadie. Discutían, se contradecían, pero la confrontación quedaba en el suelo de la simple dialéctica. Es cierto que a Sócrates le condenaron a muerte por su “filosofía”. Pero en los tiempos del filósofo la religión y los mitos estaban siempre de por medio: le condenaron a muerte porque su “filosofía” estaba robando a la gente “la fe en los dioses”. Hoy ese miedo sigue vigente. Cierta apología cristiana también tiene miedo de que nuevas “filosofías ateas” roben a los cristianos la fe en Dios (de este ateísmo habrá que hablar).

El tren de la historia

El cristianismo de este siglo, si quiere aprovechar el tren que está pasando, debería “caer en la cuenta” de que todas sus premisas metafísicas se fundamentan en (y se reducen a) “creencias”. En el mejor de los casos, creencias nobles, sublimes, pero “creencias” al fin y al cabo, por otro lado revisables. Todo lo metafísico se reduce a “creencias”. Además, desde un punto de vista socio-político, debería “caer en la cuenta” de que lo que importa para el bien de la Humanidad (al margen de la legitimidad de la fe religiosa, cualquiera que esta sea) es lo ÉTICO. Lo ético encuentra su razón de ser en lo inmanente, lo que tiene que ver con la vida de las personas aquí y ahora. Sin esta ética las “creencias” no tienen credibilidad, cualquiera que sean sus propuestas o sus promesas para el “más allá”. El “porque tuve hambre, y me disteis de comer…” de Mateo 25:31-46, que es un aforismo profundamente ético, sigue vigente.

Desde el siglo XVI, en las sociedades occidentales, y al unísono del desarrollo de todas las áreas del saber humano, hemos venido haciendo una catarsis de las creencias. Ya no creemos que el Sol gire alrededor de la Tierra (algunos todavía piensan que sí porque lo dice la Biblia). Ya no creemos que las enfermedades, los rayos, los terremotos, etc. sean un castigo divino (aunque hay quienes todavía lo creen así). Ya no creemos que Dios creó el mundo hace seis mil años en seis días de 24 horas (aunque hay quienes lo defienden ateniéndose a la Biblia). La hermenéutica, gracias a la luz que ofrece la historia, la antropología social, las ciencias en general, nos permite distinguir en los libros sagrados (la Biblia) los distintos géneros literarios, el propósito pedagógico de algunos textos, el trasfondo mítico de otros, etc. Solo tenemos que abrir los ojos y “caer en la cuenta”.

Emilio Lospitao

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[1] Carlos A. Marmelada, 60 preguntas sobre ciencia y fe: Respondidas por 26 profesores de Universidad – Ed. Stella Maris.
[2] Fernando Sols, obra citada.

Reflexión en carne viva, o caer en la cuenta


En la madrugada del 25 de enero de 1989, después de tres años de padecer un cáncer, y sufrir varias crisis hospitalarias (amén de pruebas y sesiones de quimioterapia), fallecía una mujer joven en el hospital de La Princesa de Madrid. Dejaba seis hijos de entre 8 y 16 años de edad. Nadie –o como el que más– había orado nunca tan sincera y angustiosamente a Dios por aquella mujer. Aquel 25 de enero fue el comienzo de una honesta y larga reflexión acerca de ese Dios a quien había estado orando. No había en mí un ápice de resentimiento, de rencor o alguna otra clase de sentimiento negativo hacia él. Simplemente, si acaso, perplejidad. ¿Pero por qué –pensaba durante aquella larga reflexión– tenía Dios que revertir el proceso cancerígeno de las células del cuerpo precisamente de aquella mujer, cuando tantas otras mujeres, con hijos o sin ellos, necesitarían de su intervención, en peores circunstancias que las suyas quizás?

Hoy, cuando tantas tragedias vemos que ocurren en el mundo, cerca de nosotros algunas, haber cambiado la imagen de aquel Dios, y haberte reconciliado con él, es una auténtica sanación mental, intelectual y espiritual. La imagen de un dios intervencionista origina muchos e insalvables problemas e incoherencias (de los que habrá que hablar). Pero el mundo religioso no quiere pensar en dichos problemas e incoherencias, prefiere vivir en una constante, agradable y opiácea inopia. Ya sé que la imagen de un Dios intervencionista es bíblica. Es más, en la Biblia no hay lugar para otra imagen de Dios que no sea esa. Quizás la cuestión radique en una reflexión seria acerca de la naturaleza de la Biblia misma. En casos parecidos, yo mismo había pontificado que Dios tendría algún plan desconocido para nosotros e incomprensible para nuestra razón. ¿Un plan –me preguntaba durante esa larga reflexión– que comienza dejando a seis niños sin madre cuando más la necesitan?… ¡Con las secuelas que dejan…! Pensar en esa teoría hoy me parece un juego macabro por parte de Dios. No, no creo que haya ningún plan. Debe ser algo más sencillo que todo eso.

Durante el Encuentro de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración en Cangas de Onís (Asturias–España) en el año 2015, me reencontré con una hermana en la fe con la que llevábamos muchos años sin vernos. Según mi impresión ella guardaba gratos recuerdos de mi persona como predicador (Sería mi época dorada de arengas y sermones alentadores). En algún momento de nuestra conversación le dije que había dejado de ofrecer “devocionales… porque los devocionales infantilizaba a la iglesia”. Cambió su rostro. La había decepcionado. Esta afirmación la he repetido otras veces convencido de que es así. Los devocionales (solos y continuados) atontecen e infantilizan a la grey. Además, esta necesita cada semana la “dosis” de “espiritualidad” que se espera del predicador de turno. El otro extremo, “hacer pensar” todas las semanas, puede agobiar e incluso alejar del redil. ¡Menudo problema! No es que haya abandonado el “devocional” de manera absoluta, no, en alguna ocasión no habrá más remedio que echar mano de él, sobre todo en los momentos más cruciales de una persona: ¡cuando pierde a un ser querido! Hablar de la esperanza es compatible con cualquier exposición que suponga afrontar la realidad… la realidad que no queremos afrontar.

Cambiar la imagen que tenemos de Dios –precisamente porque es “bíblica”– es un paso muy difícil de dar. No se cambia del domingo al lunes siguiente. Quizás ni siquiera de un año para otro. Son muchas las conexiones neuronales y emocionales las que hay que desenredar una y otra vez… e ir conexionándolas de nuevo. ¿Pero no fue eso precisamente lo que hizo el apóstol Pedro cuando decidió entrar en la casa de un centurión romano, y comer con él? El Apóstol tuvo que romper con toda su ancestral cosmovisión teológica, que operaba como prejuicio respecto a la relación con los no-judíos. Por no hablar de la experiencia de Saulo de Tarso en el camino a Damasco: Saulo (Pablo), en un instante, pasó de ser perseguidor de una idea (la fe en Jesús) a divulgador de ella. Ambos dieron un paso contracorriente en sus vidas. Dejaron una teología profundamente arraigada e interiorizada desde su infancia, para dar un giro copernicano de 180 grados. Estos ejemplos son válidos aunque dichos relatos requieran matices exegéticos e históricos. Pues bien, una vez dado ese paso, de revisar las creencias, ya es irreversible. Nunca podré volver a esa imagen intervencionista, arbitraria, destructiva a veces, de aquel dios.

El Dios auténtico, el verdadero, lo que quiera que ello sea, debe ser otra cosa. La imagen más aproximada de ese Dios debe ser aquella que nos muestra el Jesús de los Evangelios –independientemente de la teologización de sus relatos–. Ya sé que sigue siendo solo una imagen, pero debe ser la real, la que se acerca más al Dios que crea –y sigue creando– por amor. Un Dios que “sigue creando” por amor, está siempre procurando lo bueno y el bien para todas sus criaturas, sin acepción de personas, vivan donde vivan y sea cual sea su credo (los credos son solo creencias parciales del todo). Por lo tanto, este Dios no manda ninguna clase de mal contra nadie ni contra nada, ni siquiera lo permite (que sería igual de cómplice), sino que lo sufre con nosotros. Orar a este Dios, pues, no puede ser hacerle “caer en la cuenta” de que le necesitamos, de que debe intervenir por lo que le pedimos (por supuesto tenemos el derecho y la necesidad de hacerlo, y lo hacemos –ahí están los Salmos); orar a Dios debe ser tomar conciencia de que él ya está haciendo lo que es bueno en pro de su creación, entre la que nos encontramos nosotros y él mismo. Pero el Mal existe, es una realidad. Dios –como alguien ha definido– es el anti-Mal, pero la realidad de cada día nos muestra que no es su vocación intervenir puntualmente, si lo hiciera sería un Dios arbitrario que hace acepción de personas (un dios tapagujeros).

El Dios de Jesús es aquel que ensalza a quienes “dan de comer al hambriento y visten al desnudo” (Mateo 25:31-46) porque él mismo no puede hacerlo. Obviamente, esta es una imagen de Dios distinta de la tradicional, de la que oímos cada domingo en los sermones, pero es la imagen que se corresponde con la realidad que percibimos en el día a día. Solo hay que abrir los ojos y “caer en la cuenta”.

Aquella mujer que exhaló su último aliento en el Hospital de la Princesa de Madrid el 25 de enero de 1989, solo fue una de las decenas, cientos, miles de mujeres jóvenes que apagaron la llama de su vida en aquel mismo día en el mundo por las mismas causas. Dios lo sabía, pero no hizo nada para evitarlo en ninguno de los casos. No hizo nada porque esa no es su misión. Sí es nuestra misión “caer en la cuenta” de esa realidad.

Emilio Lospitao

Biblia y revelación


El teólogo católico Andrés Torres Queiruga dice que “la revelación es real no porque Dios tenga que `entrar en el mundo´, irrumpiendo en sus mecanismos, físicos o psicológicos, para hacer sentir una voz milagrosa; es real porque él está ya siempre `hablando´ en el gesto activo e infinitamente expresivo de su presencia creadora y salvadora. El hecho mismo de la creación es ya su revelación fundamental; y la creación misma, en su modo de ser, en sus dinamismos y en sus metas y aspiraciones, va desvelando en el tiempo y en la historia tanto el proyecto de Dios sobre ella como lo que en cada momento está tratando de realizar. En definitiva, la revelación consiste en `caer en la cuenta´ del Dios que como origen fundante y amor comunicativo está `ya dentro´, habitando la creación y manifestándose en ella. Lo hace ver sobre todo en el ser humano, tratando de que descubramos su presencia, rompiendo nuestra ceguera y venciendo nuestras resistencias” (Repensar la resurrección, Trotta 2003).

Este “caer en la cuenta” de que Dios ya estaba desde siempre “revelándose” a través de su creación, especialmente en el ser humano, es el mismo “caer en la cuenta» de que los libros sagrados (la Biblia para los cristianos) son trazos borrosos que los hombres han esbozado de la revelación percibida. De ahí las imágenes desfiguradas de Dios en dicha “revelación” (libros sagrados).

Jesús de Nazaret, con su actitud, su ejemplo y sus enseñanzas, es un referente nítido –la “piedra rosetta”– que nos permite “caer en la cuenta” no solo de lo que es esencial y fundamental, sino, sobre todo, del carácter inequívoco del Dios siempre “revelándose”. La interpretación literalista de los textos religiosos, creando y dando forma a las “ortodoxias”, no es un patrimonio del fundamentalismo contemporáneo, sino una corriente de pensamiento que se retrotrae a los orígenes de la cultura escrita. Lo escrito adquiere en el tiempo una autoridad inquebrantable, porque es el eje de la tradición que, a falta de originalidad, se convierte en verdad absoluta. En los Evangelios vemos a Jesús luchando contra esta forma de pensamiento fijada en la tradición –¡incluso en la escrita, la Escritura!– que había desvirtuado el carácter de Dios. De ahí que Jesús estuviera empeñado en que las gentes “cayeran en la cuenta” de que la imagen que tenían de Dios era errónea a pesar de que, a veces, provenía de la evocación de unos textos sagrados. Y este empeño fue una constante durante su ministerio. Unas veces mediante la enseñanza directa, “fue dicho…, pero yo os digo” (Mateo 5); otras reprendiendo a los discípulos cuando estos evocaron el “fuego del cielo” como había hecho el profeta Elías (2Reyes 1:1-15), en su caso para destruir a los samaritanos; y otras, guardando silencio primero e interpelando después a sus interlocutores para no ejecutar un mandato “divino” según lo escrito en la Ley de Moisés (Lev. 20:10). En el primer caso, Jesús idealiza el espíritu de la letra; en el segundo, zanja el tema con un “no sabéis de qué espíritu sois” (Lc. 9:54-55); en el tercero, con un “ni yo te condeno” (Juan 8:11). En todos los casos Jesús se distancia de la imagen de Dios que evocaban los textos sagrados veterotestamentarios. Para los interpretes literalistas y las mentes legalistas, de cualquier época o lugar, la actitud de Jesús de Nazaret es difícil de entender y duro de aceptar, porque les rompe los esquemas aprendidos, pero, sobre todo, porque cuestiona la seguridad que ofrece un “así dice la Biblia”.

El Jesús de los Evangelios –a pesar de la teologización de los relatos– es un referente nítido para “caer en la cuenta” de cuál es el verdadero carácter de Dios. Pero, no obstante de ser Jesús de Nazaret nuestro referente, “no hemos de olvidar que, como hombre histórico, estaba sujeto a las limitaciones humanas y temporales” (Claude Geffré). Geffré, teólogo dominicano-francés, dice que hay que distinguir “entre la revelación como acontecimiento y la revelación como mensaje. Como acontecimiento sucedido en Jesús es insuperable, irrebasable; como mensaje transmitido a través de Jesús y sus seguidores es limitada y no puede pretender agotar la plenitud de verdad que está en Dios. Dicho de otro modo: la verdad de Dios se nos comunica, incluso en Jesús, de forma limitada, finita, dado el vehículo humano”[1]. Como dice Goyret, “La Biblia es un canal humano que puede (y no siempre logra) comunicar un mensaje divino. Para el que está dispuesto a recibir ese mensaje, y se pone los “lentes” de la compasión y de la solidaridad (es decir, lee desde y con el amor de Jesucristo), el mensaje divino está ahí, a través de la palabra bíblica y, muchas veces, a pesar de la Biblia misma”. (Leonardo Goyret – en Facebook).

Caer en la cuenta, por su propia naturaleza cognitiva y psicológica, es una experiencia vital, un mirar lo mismo con otros ojos, una perspectiva nueva e inusitada hasta ese momento, es un descubrimiento… Un caso paradójico de esta realidad la encontramos en el relato de la conversión del centurión Cornelio (Hechos 10). Lo paradójico no radica en la conversión en sí del romano, sino en la “conversión” (“caer en la cuenta”) del apóstol Pedro y de los líderes de la iglesia en Jerusalén. Hasta aquella dramática experiencia de Pedro en Hope, al apóstol no le había pasado por la cabeza acercarse a una persona gentil para anunciarle el evangelio [“Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios [en esta experiencia] que a ningún hombre llame común o inmundo” – v. 28]. Esta misma paradoja se da de rebote en los líderes cristianos radicados en Jerusalén que, cuando llegan a conocer la experiencia de Pedro, exclaman: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18). Omitimos otras implicaciones muy serias de este relato de Hechos 10, que comentaremos en otra ocasión.

En todos los casos que venimos citando (los discípulos de Jesús, los fariseos o los escribas, los líderes cristianos de Jerusalén, el mismo Pedro…) incide un múltiple común denominador: la cosmovisión teológica desde la que pensaban, el concepto que tenían de la Escritura y la imagen que albergaban de Dios. Jesús se opuso a este denominador común que se hacía visible en la praxis cotidiana de las gentes. Se propuso que cambiaran de mentalidad, de visión de la realidad… El relato de Hechos 10 es un subproducto de la reflexión teológica que la comunidad fue desarrollando. Así que, “caer en la cuenta”, implica una reflexión profunda, un hacer diferente, una actitud distinta, ya sea por activa o por pasiva, ya sea moral, material, intelectual o filosófica.

O sea, una cosa es la Biblia (conjunto de libros religiosos), y otra distinta es la revelación hallada en ella. Esta distinción viene de “caer en la cuenta”.

Emilio Lospitao

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[1] Citado por José María Mardones en “Matar a nuestros dioses”.