Reflexión en carne viva, o caer en la cuenta


En la madrugada del 25 de enero de 1989, después de tres años de padecer un cáncer, y sufrir varias crisis hospitalarias (amén de pruebas y sesiones de quimioterapia), fallecía una mujer joven en el hospital de La Princesa de Madrid. Dejaba seis hijos de entre 8 y 16 años de edad. Nadie –o como el que más– había orado nunca tan sincera y angustiosamente a Dios por aquella mujer. Aquel 25 de enero fue el comienzo de una honesta y larga reflexión acerca de ese Dios a quien había estado orando. No había en mí un ápice de resentimiento, de rencor o alguna otra clase de sentimiento negativo hacia él. Simplemente, si acaso, perplejidad. ¿Pero por qué –pensaba durante aquella larga reflexión– tenía Dios que revertir el proceso cancerígeno de las células del cuerpo precisamente de aquella mujer, cuando tantas otras mujeres, con hijos o sin ellos, necesitarían de su intervención, en peores circunstancias que las suyas quizás?

Hoy, cuando tantas tragedias vemos que ocurren en el mundo, cerca de nosotros algunas, haber cambiado la imagen de aquel Dios, y haberte reconciliado con él, es una auténtica sanación mental, intelectual y espiritual. La imagen de un dios intervencionista origina muchos e insalvables problemas e incoherencias (de los que habrá que hablar). Pero el mundo religioso no quiere pensar en dichos problemas e incoherencias, prefiere vivir en una constante, agradable y opiácea inopia. Ya sé que la imagen de un Dios intervencionista es bíblica. Es más, en la Biblia no hay lugar para otra imagen de Dios que no sea esa. Quizás la cuestión radique en una reflexión seria acerca de la naturaleza de la Biblia misma. En casos parecidos, yo mismo había pontificado que Dios tendría algún plan desconocido para nosotros e incomprensible para nuestra razón. ¿Un plan –me preguntaba durante esa larga reflexión– que comienza dejando a seis niños sin madre cuando más la necesitan?… ¡Con las secuelas que dejan…! Pensar en esa teoría hoy me parece un juego macabro por parte de Dios. No, no creo que haya ningún plan. Debe ser algo más sencillo que todo eso.

Durante el Encuentro de las Iglesias de Cristo del Movimiento de Restauración en Cangas de Onís (Asturias–España) en el año 2015, me reencontré con una hermana en la fe con la que llevábamos muchos años sin vernos. Según mi impresión ella guardaba gratos recuerdos de mi persona como predicador (Sería mi época dorada de arengas y sermones alentadores). En algún momento de nuestra conversación le dije que había dejado de ofrecer “devocionales… porque los devocionales infantilizaba a la iglesia”. Cambió su rostro. La había decepcionado. Esta afirmación la he repetido otras veces convencido de que es así. Los devocionales (solos y continuados) atontecen e infantilizan a la grey. Además, esta necesita cada semana la “dosis” de “espiritualidad” que se espera del predicador de turno. El otro extremo, “hacer pensar” todas las semanas, puede agobiar e incluso alejar del redil. ¡Menudo problema! No es que haya abandonado el “devocional” de manera absoluta, no, en alguna ocasión no habrá más remedio que echar mano de él, sobre todo en los momentos más cruciales de una persona: ¡cuando pierde a un ser querido! Hablar de la esperanza es compatible con cualquier exposición que suponga afrontar la realidad… la realidad que no queremos afrontar.

Cambiar la imagen que tenemos de Dios –precisamente porque es “bíblica”– es un paso muy difícil de dar. No se cambia del domingo al lunes siguiente. Quizás ni siquiera de un año para otro. Son muchas las conexiones neuronales y emocionales las que hay que desenredar una y otra vez… e ir conexionándolas de nuevo. ¿Pero no fue eso precisamente lo que hizo el apóstol Pedro cuando decidió entrar en la casa de un centurión romano, y comer con él? El Apóstol tuvo que romper con toda su ancestral cosmovisión teológica, que operaba como prejuicio respecto a la relación con los no-judíos. Por no hablar de la experiencia de Saulo de Tarso en el camino a Damasco: Saulo (Pablo), en un instante, pasó de ser perseguidor de una idea (la fe en Jesús) a divulgador de ella. Ambos dieron un paso contracorriente en sus vidas. Dejaron una teología profundamente arraigada e interiorizada desde su infancia, para dar un giro copernicano de 180 grados. Estos ejemplos son válidos aunque dichos relatos requieran matices exegéticos e históricos. Pues bien, una vez dado ese paso, de revisar las creencias, ya es irreversible. Nunca podré volver a esa imagen intervencionista, arbitraria, destructiva a veces, de aquel dios.

El Dios auténtico, el verdadero, lo que quiera que ello sea, debe ser otra cosa. La imagen más aproximada de ese Dios debe ser aquella que nos muestra el Jesús de los Evangelios –independientemente de la teologización de sus relatos–. Ya sé que sigue siendo solo una imagen, pero debe ser la real, la que se acerca más al Dios que crea –y sigue creando– por amor. Un Dios que “sigue creando” por amor, está siempre procurando lo bueno y el bien para todas sus criaturas, sin acepción de personas, vivan donde vivan y sea cual sea su credo (los credos son solo creencias parciales del todo). Por lo tanto, este Dios no manda ninguna clase de mal contra nadie ni contra nada, ni siquiera lo permite (que sería igual de cómplice), sino que lo sufre con nosotros. Orar a este Dios, pues, no puede ser hacerle “caer en la cuenta” de que le necesitamos, de que debe intervenir por lo que le pedimos (por supuesto tenemos el derecho y la necesidad de hacerlo, y lo hacemos –ahí están los Salmos); orar a Dios debe ser tomar conciencia de que él ya está haciendo lo que es bueno en pro de su creación, entre la que nos encontramos nosotros y él mismo. Pero el Mal existe, es una realidad. Dios –como alguien ha definido– es el anti-Mal, pero la realidad de cada día nos muestra que no es su vocación intervenir puntualmente, si lo hiciera sería un Dios arbitrario que hace acepción de personas (un dios tapagujeros).

El Dios de Jesús es aquel que ensalza a quienes “dan de comer al hambriento y visten al desnudo” (Mateo 25:31-46) porque él mismo no puede hacerlo. Obviamente, esta es una imagen de Dios distinta de la tradicional, de la que oímos cada domingo en los sermones, pero es la imagen que se corresponde con la realidad que percibimos en el día a día. Solo hay que abrir los ojos y “caer en la cuenta”.

Aquella mujer que exhaló su último aliento en el Hospital de la Princesa de Madrid el 25 de enero de 1989, solo fue una de las decenas, cientos, miles de mujeres jóvenes que apagaron la llama de su vida en aquel mismo día en el mundo por las mismas causas. Dios lo sabía, pero no hizo nada para evitarlo en ninguno de los casos. No hizo nada porque esa no es su misión. Sí es nuestra misión “caer en la cuenta” de esa realidad.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño