El cielo de la Biblia


En este “Caer en la cuenta…” queremos llamar la atención sobre el “cielo” de la Biblia. En el vocabulario religioso son típicas las expresiones “en el cielo”, “ir al cielo”, “está en el cielo”, “subió al cielo”, etc. Ciertamente es un lenguaje que también usaron los escritores de la Biblia, solo que ellos lo usaron desde una cosmovisión muy diferente a la nuestra. La cosmología y la cosmogonia de los hagiógrafos se correspondían a las de su época, las que compartían todos, así que todos se entendían bien. El cristianismo no se ha reconciliado con la ciencia moderna en el vocabulario ni ha dado un paso hacia adelante en la teología. Seguimos usando los conceptos y los términos precientíficos y míticos de la antigüedad.

En este breve artículo queremos hacer “caer en la cuenta” de cuáles son las raíces del vocabulario teológico y religioso que usamos en los sermones, en las oraciones y la conversación piadosa. Nuestro propósito es puramente hermenéutico, es decir, no pretendemos desacreditar la Biblia como tal. Sus relatos tienen un contexto y este contexto debe servir para una lectura adecuada sin subvertir el propósito último, que es religioso y teológico.

Por ejemplo, y para empezar, cualquiera que tenga una formación cultural elemental puede percibir en la lectura de la Biblia que su cosmología es geocéntrica (el Sol gira alrededor de la Tierra), y que su cosmogonía se corresponde con el mítico huevo cósmico con tres plantas: Arriba, el cielo; en el medio, la tierra (plana); y abajo, el inframundo, el Seol o el Hades bíblico (Fig.1). Y si, además, ha leído algo sobre mitología observará que el “cielo”, “la tierra” y el “inframundo” son los lugares naturales de los dioses, los héroes y los titanes. Pues bien, cuando leemos la Biblia no es difícil caer en la cuenta de que su cosmogonía evoca estos lugares míticos. Esto es así porque los autores de la Biblia compartían la misma cosmovisión el mundo simbólico de las demás civilizaciones (que no habían tenido ninguna “revelación” divina).

1. La cosmología bíblica

Los escritores de la Biblia concebían que la Tierra era el centro del mundo, que para ellos era nuestro sistema solar (un universo compuesto por millones de galaxias es una idea reciente), y que los cuerpos celestes, incluido el Sol, giraban alrededor de ella. Lo concebían así por la sencilla razón de que así lo percibían, y es así como lo percibimos nosotros también. La expresión “sale el sol” procede de esa “percepción”: nos parece que el sol “sale” por el oriente y se “oculta” por el occidente (a esto se denomina “geocentrismo”). De ahí las poéticas declaraciones del salmista: “Y éste [el Sol], como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos” (Sal 19:6). La alocución del Predicador es del mismo tono: “Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta” (Eclesiastés 1:5). En un lenguaje legendario, el autor del libro de Josué narra un apoteósico acontecimiento que se llevó a cabo durante una encarnizada batalla; dice así: “Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas: Sol, detente en Gabaón;
y tú, luna, en el valle de Ajalón. Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos”. (Josué 10:12-13). Y más contundente es la narrativa del libro de Isaías: “He aquí yo haré volver la sombra por los grados que ha descendido con el sol, en el reloj de Acaz, diez grados atrás. Y volvió el sol diez grados atrás, por los cuales había ya descendido”.(Is 38:7-8).

Hasta el siglo XVI así era cómo entendíamos que funcionaba nuestro sistema solar. Por ello pareció inaudita la afirmación copernicana de un sistema heliocéntrico, o sea, que no era el Sol el que se movía, sino la Tierra… ¡aunque no se perciba! Cualquier texto bíblico en el que se quiera ver anticipadamente una idea moderna del cosmos es una extrapolación anacrónica.

¡El lenguaje de la Biblia es geocéntrico, pero nuestro sistema solar es heliocéntrico! ¡Qué le vamos a hacer!

2. La cosmogonía bíblica

En los mitos cosmogónicos existe un común denominador conceptual: conciben y representan el universo en forma de un huevo cósmico con tres plantas (Fig. 1): Arriba, el cielo; en el medio, la tierra (plana); y abajo, el inframundo, el Seol y Hades bíblico.
Los escritores sagrados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento –igual que sus coetáneos– concebían el mundo con estas tres moradas:

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Fig. 1

a) El Cielo, la morada celestial

Uno de los muchos textos míticos paradigmáticos del Antiguo Testamento se encuentra en los capítulos 1 y 2 del libro de Job. Esta “morada celestial”, tanto en los mitos como en el imaginario bíblico, es un lugar físico. Al Acusador (el Satán), que aún no ha adquirido ese atributo maléfico de textos posteriores (Luigi Schiavo, La invención del Diablo, cuando el otro es problema) se le permite que “descienda” a la Tierra para poner a prueba a Job. El relato de Job está escenificado desde la cosmovisión del huevo cósmico, donde el Cielo está en la parte superior.

En el imaginario de la Biblia el cielo cuenta con su lenguaje simbólico propio: “arriba”, “subir”… El autor del libro de Job pone en labios del protagonista (las cursivas nuestras): “Sea aquel día sombrío, y no cuide de él Dios desde arriba, ni claridad sobre él resplandezca… ¿No está Dios en la altura de los cielos?… Porque ¿qué galardón me daría de arriba Dios, y qué heredad el Omnipotente desde las alturas?” (Job 3:4; 22:12; 31:2). El autor del libro de Eclesiastés exclama: “¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra? (Eclesiastés 3:21).

Los autores del Nuevo Testamento siguen esta misma cosmovisión. Eufemísticamente se refiere al cielo con la siguiente expresión acerca de la glorificación de Jesús después de resucitado: “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51). Y el mismo autor dice: “Aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo” (Lucas 24:51). El apóstol Pablo, desde esta cosmogonía mítica, jerarquiza diferentes estratos celestiales al hablar de su experiencia extática: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años… fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Cor. 12:2). En la cosmogonía asirio-babilónica contaban siete cielos.

Esta idea mítica de un cielo “donde está Dios” está presente no solo en el lenguaje simbólico, sino en relatos legendarios y épicos de la Biblia. Dos ejemplos con este trasfondo mítico son el arrebatamiento del profeta Elías “a los cielos” en un carro con caballos de fuego (2Reyes 2:9-11) y Enoc, que fue llevado al cielo sin experimentar la muerte (Génesis 5:24; Hebreos 11:5). “En la historia secular, Alejandro Magno, como se lo puede ver en el muro exterior de San Marcos en Venecia, es llevado a los cielos por hipogrifos alados; Rómulo, el legendario fundador de Roma, fue llevado al cielo durante una tormenta, según la antigua mitología romana. Hoy día, la idea de que estas mitologías correspondan aunque sea un poco a la realidad, se ha disuelto con ellas.” (Roger Lenaers, 2008).

b) El Hades, el lugar los muertos

Al igual que de la morada celestial, “donde está Dios”, la Biblia habla de otro lugar misterioso, el Inframundo, el lugar de los muertos, conforme a la cosmogonía mítica de las tres moradas, que se corresponde con el Hades griego o el Seol hebreo bíblicos. Inframundo es un término general que se emplea para describir a los distintos reinos de la mitología griega, que se creía que estaba situado debajo de la tierra y era la morada de los muertos. La descripción más antigua del inframundo se encuentra en la Iliada y la Odisea de Homero (VIII a.C.). Pero el inframundo (Hades/Seol), como concepto, siempre se ubica en el subsuelo, opuesto a lo de arriba, que es la morada de Dios.

Las referencias a este inframundo son numerosas en la Biblia, siempre en el lenguaje simbólico, que es la manera como se refieren a él. Debemos tener en cuenta que lo “trascendente” (el Cielo, el Hades o Seol, el Infierno…) se refieren siempre desde el lenguaje mítico o simbólico, contrario a lo tangible del hábitat terrestre, para el que se suele usar el lenguaje histórico (épico o legendario). El autor del libro de Job se refiere al inframundo con estas imágenes: “Como la nube se desvanece y se va, así el que desciende al Seol no subirá… es más alta que los cielos, ¿qué harás? Es más profunda que el Seol, ¿cómo la conocerás?” (Job 7:9; 11:8). Igualmente hace el salmista: “Como a rebaños que son conducidos al Seol, la muerte los pastoreará… “Porque tu misericordia es grande para conmigo, y has librado mi alma de las profundidades del Seol” (Salmos 49:14; 86:13).

c) La Tierra plana

Además, la cosmovisión de los autores de la Biblia se corresponde con la de una Tierra plana. No solo porque esa era la cosmovisión de sus coetáneos, que es de pura lógica, sino porque así se desprende de sus relatos.

Si bien desde el siglo V a.C. algunos filósofos griegos (Hesiodo, Zenón, Aristóteles…) anunciaban la posibilidad de que la Tierra fuera esférica, no obstante, la idea que predominaba entre el vulgo era la de una Tierra plana. De hecho, la esfericidad de la Tierra fue tomando carta de naturaleza muy lentamente. Entre el clero cristiano de los primeros siglos la aceptación de una Tierra esférica no era generalizada. Cosmas Indicopleustes, marino griego que se hizo monje nestoriano, escribió un libro sobre el año 550 llamado “Topografía cristiana”[1]. En él afirma que la Tierra es plana, y desacredita la teoría de la Tierra esférica por ser “una enseñanza pagana” (griega). La cuestión es que la idea de la esfericidad de la Tierra seguía siendo una abominación para muchos cristianos de los primeros siglos, y aunque algunos la admitían, no obstante, no se atrevían a aceptar la posibilidad de que hubiera habitantes en el otro extremo de la esfera terrestre, los antípodas (¿cómo iban a vivir con la cabeza para abajo?). Pero, simultáneamente, autores de la talla de Basilio el Grande (330-379), San Ambrosio (340-397) o San Agustín de Hipona (354-430) aceptaban la esfericidad terráquea.

Cosmovisión bíblica de la Tierra plana

En general, los escritores de la Biblia “tenían una idea funcional de la tierra: se la imaginaban como un gran disco plano, cuya redondez limitaba en el horizonte”[2]. Es decir, la cosmovisión de los israelitas era la misma que la de sus coetáneos. Se acomodaron a la creencia general conforme a las apariencias externas.

Algunos textos que avalan la Tierra plana

Él está sentado sobre el círculo de la tierra…” (Isaías 40:22 – VRV60).

Otras versiones: “Dios habita en el orbe de la tierra… despliega el cielo como un toldo” (BTI). “Él está sentado sobre el círculo de la tierra… El tiende los cielos como un toldo” (Nácar-Colunga). “El que se sienta sobre el círculo de la tierra… el que extendió como toldo el cielo y lo desplegó” (Biblia del Peregrino).

En primer lugar, estas Versiones no hablan de “esfera”, sino de “círculo” u “orbe terrestre”. Círculo quizás exprese mejor la cosmovisión de la época. El círculo es la percepción que se tiene del entorno terrestre observado desde un lugar alto, como puede ser la cima de un monte. El horizonte que un observador divisa desde la cima de una montaña es equidistante del lugar de observación, y se percibe como un círculo plano, aunque ondulado por las colinas y las montañas más bajas que la del punto donde se encuentra el observador. Este es el imaginario cosmológico del profeta.

Al que extendió la tierra sobre las aguas” (Salmos 136:6). “Pusiste la Tierra sobre sus bases para que ya nunca se mueva de su lugar” (Sal 104, 5). “…Dios la afirmó para que no se mueva jamás” (Sal 93:1).

El salmista, por su lado, habla del reposo de la tierra sobre las aguas y de su inmovilidad. “Dios la afirmó –la hizo estática– y no se moverá jamás”. En el último texto está implícito además el sistema geocéntrico: una tierra inmóvil sobre la que gira el Sol.

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Fig. 2

Crecía el árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra” (Daniel 4:11). “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo” (Mateo 4:8).

Tanto en el relato del sueño que interpreta Daniel, como en el relato de Mateo (tentación de Jesús), se fundamentan sobre el concepto de una Tierra plana (Fig. 2): en ambos textos está presente el factor “altura”. Es precisamente la altura que tiene el árbol lo que permite que sea “visto” desde “todos” los confines de la tierra, y es la altura del monte lo que permite mostrarle a Jesús “todos” los reinos del mundo.

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Fig. 3

En una Tierra esférica (Fig. 3), por muy alto que sea un monte nunca podríamos ver lo que hay en los antípodas (el otro lado del globo terráqueo), ni podríamos ser visto por los observadores que viven en el otro hemisferio terrestre.

¿No deberíamos caer en la cuenta de que la Biblia en general no pretende hablarnos de “realidades científicas celestiales”, sino de verdades religiosas y teológicas?

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño