Biblia y revelación


El teólogo católico Andrés Torres Queiruga dice que “la revelación es real no porque Dios tenga que `entrar en el mundo´, irrumpiendo en sus mecanismos, físicos o psicológicos, para hacer sentir una voz milagrosa; es real porque él está ya siempre `hablando´ en el gesto activo e infinitamente expresivo de su presencia creadora y salvadora. El hecho mismo de la creación es ya su revelación fundamental; y la creación misma, en su modo de ser, en sus dinamismos y en sus metas y aspiraciones, va desvelando en el tiempo y en la historia tanto el proyecto de Dios sobre ella como lo que en cada momento está tratando de realizar. En definitiva, la revelación consiste en `caer en la cuenta´ del Dios que como origen fundante y amor comunicativo está `ya dentro´, habitando la creación y manifestándose en ella. Lo hace ver sobre todo en el ser humano, tratando de que descubramos su presencia, rompiendo nuestra ceguera y venciendo nuestras resistencias” (Repensar la resurrección, Trotta 2003).

Este “caer en la cuenta” de que Dios ya estaba desde siempre “revelándose” a través de su creación, especialmente en el ser humano, es el mismo “caer en la cuenta» de que los libros sagrados (la Biblia para los cristianos) son trazos borrosos que los hombres han esbozado de la revelación percibida. De ahí las imágenes desfiguradas de Dios en dicha “revelación” (libros sagrados).

Jesús de Nazaret, con su actitud, su ejemplo y sus enseñanzas, es un referente nítido –la “piedra rosetta”– que nos permite “caer en la cuenta” no solo de lo que es esencial y fundamental, sino, sobre todo, del carácter inequívoco del Dios siempre “revelándose”. La interpretación literalista de los textos religiosos, creando y dando forma a las “ortodoxias”, no es un patrimonio del fundamentalismo contemporáneo, sino una corriente de pensamiento que se retrotrae a los orígenes de la cultura escrita. Lo escrito adquiere en el tiempo una autoridad inquebrantable, porque es el eje de la tradición que, a falta de originalidad, se convierte en verdad absoluta. En los Evangelios vemos a Jesús luchando contra esta forma de pensamiento fijada en la tradición –¡incluso en la escrita, la Escritura!– que había desvirtuado el carácter de Dios. De ahí que Jesús estuviera empeñado en que las gentes “cayeran en la cuenta” de que la imagen que tenían de Dios era errónea a pesar de que, a veces, provenía de la evocación de unos textos sagrados. Y este empeño fue una constante durante su ministerio. Unas veces mediante la enseñanza directa, “fue dicho…, pero yo os digo” (Mateo 5); otras reprendiendo a los discípulos cuando estos evocaron el “fuego del cielo” como había hecho el profeta Elías (2Reyes 1:1-15), en su caso para destruir a los samaritanos; y otras, guardando silencio primero e interpelando después a sus interlocutores para no ejecutar un mandato “divino” según lo escrito en la Ley de Moisés (Lev. 20:10). En el primer caso, Jesús idealiza el espíritu de la letra; en el segundo, zanja el tema con un “no sabéis de qué espíritu sois” (Lc. 9:54-55); en el tercero, con un “ni yo te condeno” (Juan 8:11). En todos los casos Jesús se distancia de la imagen de Dios que evocaban los textos sagrados veterotestamentarios. Para los interpretes literalistas y las mentes legalistas, de cualquier época o lugar, la actitud de Jesús de Nazaret es difícil de entender y duro de aceptar, porque les rompe los esquemas aprendidos, pero, sobre todo, porque cuestiona la seguridad que ofrece un “así dice la Biblia”.

El Jesús de los Evangelios –a pesar de la teologización de los relatos– es un referente nítido para “caer en la cuenta” de cuál es el verdadero carácter de Dios. Pero, no obstante de ser Jesús de Nazaret nuestro referente, “no hemos de olvidar que, como hombre histórico, estaba sujeto a las limitaciones humanas y temporales” (Claude Geffré). Geffré, teólogo dominicano-francés, dice que hay que distinguir “entre la revelación como acontecimiento y la revelación como mensaje. Como acontecimiento sucedido en Jesús es insuperable, irrebasable; como mensaje transmitido a través de Jesús y sus seguidores es limitada y no puede pretender agotar la plenitud de verdad que está en Dios. Dicho de otro modo: la verdad de Dios se nos comunica, incluso en Jesús, de forma limitada, finita, dado el vehículo humano”[1]. Como dice Goyret, “La Biblia es un canal humano que puede (y no siempre logra) comunicar un mensaje divino. Para el que está dispuesto a recibir ese mensaje, y se pone los “lentes” de la compasión y de la solidaridad (es decir, lee desde y con el amor de Jesucristo), el mensaje divino está ahí, a través de la palabra bíblica y, muchas veces, a pesar de la Biblia misma”. (Leonardo Goyret – en Facebook).

Caer en la cuenta, por su propia naturaleza cognitiva y psicológica, es una experiencia vital, un mirar lo mismo con otros ojos, una perspectiva nueva e inusitada hasta ese momento, es un descubrimiento… Un caso paradójico de esta realidad la encontramos en el relato de la conversión del centurión Cornelio (Hechos 10). Lo paradójico no radica en la conversión en sí del romano, sino en la “conversión” (“caer en la cuenta”) del apóstol Pedro y de los líderes de la iglesia en Jerusalén. Hasta aquella dramática experiencia de Pedro en Hope, al apóstol no le había pasado por la cabeza acercarse a una persona gentil para anunciarle el evangelio [“Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios [en esta experiencia] que a ningún hombre llame común o inmundo” – v. 28]. Esta misma paradoja se da de rebote en los líderes cristianos radicados en Jerusalén que, cuando llegan a conocer la experiencia de Pedro, exclaman: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18). Omitimos otras implicaciones muy serias de este relato de Hechos 10, que comentaremos en otra ocasión.

En todos los casos que venimos citando (los discípulos de Jesús, los fariseos o los escribas, los líderes cristianos de Jerusalén, el mismo Pedro…) incide un múltiple común denominador: la cosmovisión teológica desde la que pensaban, el concepto que tenían de la Escritura y la imagen que albergaban de Dios. Jesús se opuso a este denominador común que se hacía visible en la praxis cotidiana de las gentes. Se propuso que cambiaran de mentalidad, de visión de la realidad… El relato de Hechos 10 es un subproducto de la reflexión teológica que la comunidad fue desarrollando. Así que, “caer en la cuenta”, implica una reflexión profunda, un hacer diferente, una actitud distinta, ya sea por activa o por pasiva, ya sea moral, material, intelectual o filosófica.

O sea, una cosa es la Biblia (conjunto de libros religiosos), y otra distinta es la revelación hallada en ella. Esta distinción viene de “caer en la cuenta”.

Emilio Lospitao

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[1] Citado por José María Mardones en “Matar a nuestros dioses”.

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño