¿Redimir a Dios?


Ya lo sabemos, aunque el título esté en forma interrogativa, para algunos puede ser provocativo, incluso ofensivo. Lo teológicamente correcto hubiera sido decir, afirmativamente: “redimidos por Dios”. Sin embargo, la justificación del enunciado que recoge el título se ampara en la imagen que podamos tener de Dios. Incluso de la imagen que pudieron tener los mismos autores de la Biblia según su cosmovisión. El texto de Éxodo 20:4 es paradigmático: “No te harás escultura alguna o imagen de nada de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra” (BTI). Este texto, además de la prohibición en sí de fabricar imágenes de cualquier tipo y de cualquier representación, tal como lo entendió el pueblo israelita, está exponiendo la cosmovisión del autor, de su concepto del mundo y de la realidad, que era precientífico y mítico; es decir, no se refiere solo a la prohibición de hacerse imágenes de lo existente, sino que indica los lugares donde existen: arriba, abajo y debajo, según la cosmovisión mítica del mundo con tres plantas.

El lenguaje expresa la cosmovisión que tenemos del mundo y de la realidad. Esto ocurre en todas las culturas, en todas las lenguas, en todas las civilizaciones, en todos los tiempos…¡también el lenguaje del autor sagrado! La cosmovisión del autor de Éxodo corresponde al mundo de tres plantas (moradas): El cielo, “arriba”, donde habita Dios; la tierra, el hábitat de todo el biosistema; y las “aguas debajo de la tierra” (el inframundo – el Hades bíblico). Es decir, es una cosmovisión precientífica, mítica, del mundo. Esto no significa que no exista un Dios, sino que ese Dios que pensamos “en el cielo” es solo una figura de nuestro imaginario religioso. Es una figura mítica. Este Dios mítico “todopoderoso” es el que se permite matar a todos los primogénitos de un país simplemente porque el soberano que los gobierna es déspota y soberbio (Éxodo 12), y no le tiembla su mano divina cuando tiene que mandar la muerte violenta de niños, mujeres y ancianos para ofrecer su botín (casa, patrimonio y hacienda) a su “pueblo elegido” (Josué 6-12), por ejemplo.

Pero, a estas alturas del conocimiento que tenemos del mundo y de la realidad, ¿no deberíamos “redimir” a este Dios, que es solo una imagen mítica? ¿No lo hizo ya Jesús de Nazaret cuando rehusó mandar fuego del cielo, como había hecho Elías según dice la Escritura (2Re. 1; Lucas 9:54-55)? ¿No lo “redimió” cuando contó la parábola del hijo pródigo, en claro contraste con el mandamiento “divino” de lapidar públicamente al hijo rebelde y contumaz (Deut. 21:18-21; Luc. 15:11-32)? ¿Y no lo despojó cuando interpeló seriamente a los que reclamaban –basándose en una orden también “divina”– la lapidación de una mujer acusada de adulterio (Lev. 20:10; Juan 8:1-11)?

Si el Galileo “redimió” a Dios de aquellas imágenes falsas, nosotros deberíamos seguir sus pasos.

Es necesario “redimir” a Dios de esas falsas imágenes para así sanar mental, intelectual, teológica y espiritualmente a los/las creyentes de nuestras iglesias. Pero sobre todo, debemos “redimirlo” para que el mundo pueda creer en el auténtico, el Dios que mostró Jesús de Nazaret.

Emilio Lospitao