De inmovilismos e infidelidades


Dice el proverbio que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Viene a significar que el ser humano no siempre sabe discernir conforme a la razón y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante. Los libros de historia nos confirman este proverbio.

La historia del cristianismo está plagada de efemérides recordatorias de que los tropiezos anteriores no sirvieron para evitar los errores posteriores. Ahí tenemos una y otra vez los enfrentamientos fratricidas por cuestión de interpretaciones enfrentadas de este o de aquel texto bíblico. Hubo una época –la de la Inquisición– en que se veía con mucha normalidad que los disidentes fueran juzgados y condenados a la hoguera por el simple hecho de pensar de forma diferente a la oficial. Después, cuando el humanismo cristiano fue calando en la sociedad, las disidencias se reducían a meras ideas contrapuestas: lo que para unos era un simple “inmovilismo”, para otros era solo una “infidelidad” a la tradición. Y todo quedaba ahí.

En el momento histórico en el que vivimos, el protagonista que confronta este “inmovilismo” o “infidelidad” es la visibilidad del colectivo LGTB. No porque la homosexualidad o la transexualidad en sí mismas sea una novedad, son realidades antropológicas tan antiguas como el ser humano. Otra cosa es cómo las diferentes culturas han visto, aceptado o rechazado dichas realidades según el tiempo y el lugar. Quien no lee, ni estudia la historia de los pueblos en las diferentes épocas y lugares, desde su etnocentrismo cree que la visibilidad de este colectivo supondrá la destrucción de la cultura judeocristiana. Incluso que –como “ideología”– esta visibilidad tiene un plan perverso. Así se expresaba el obispo de Córdoba (España), Demetrio Fernández, durante la XII celebración de la Fiesta de la Sagrada Familia, el 26 de diciembre de 2010. Afirmaba Fernández que el cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, del Vaticano, le había comentado “que la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual» (ELPAÍS-Sevilla-03/01/2011). Según este pronóstico ya debe de estar por el 25% logrado. Este tipo de declaraciones muestra que el fanatismo religioso no tiene límites.

Por supuesto no vamos a traer aquí las citas bíblicas ni las interpretaciones que ocupan el centro de las discusiones sobre la homosexualidad o la transexualidad. Una discusión por cierto infructuosa. Tan infructuosa como la discusión sobre el sistema geocéntrico de nuestro sistema solar, o la creación del mundo hace seis mil años en seis días de 24 horas que algunos todavía defienden citando la Biblia. El literalismo tiene estas cosas. Lo que queremos decir es que citar la Biblia de manera descontextualizada, desde nuestras categorías, para condenar una realidad tan compleja, no carece de cierta miopía. Una realidad que el erudito sabe que trasciende el género, la religión, la cultura, el estrato social, la economía, la educación…; y que no se improvisa, ni se hereda, ni se contagia, ni se elige… Es así porque sí, porque la naturaleza es muy tozuda.

Al margen de discusiones antropológicas (etiología de la homosexualidad) y teológicas (interpretación de textos bíblicos), de lo que se trata es de afrontar este nuevo paradigma –dicha visibilidad que viene para quedarse– con una mirada humanista cristiana, respetando la orientación sexual, o la identidad de género de las personas, sin incitar a la exclusión y al odio. Ningún modelo nuevo de familia es un peligro para el modelo tradicional cristiano. Los diferentes modelos de familia que encontramos en la misma Biblia y en otras sociedades no judeocristianas fueron constructores de culturas y de civilizaciones sin suponer un peligro para la Humanidad. ¡El hecho induvitable es que seguimos aquí!

Por ello, no se trata de “inmovilismos” o de “infidelidades” respecto a alguna verdad absoluta, sino de sentido común y raciocinio. La cuestión es si no estaremos repitiendo, con nuestra intolerancia, una historia que pasadas unas décadas miraremos hacia atrás con vergüenza.

Emilio Lospitao