Redescubrir el sentido del texto bíblico


El pasado mes de octubre sacaba a la luz la editorial CLIE el libro de Máximo García Ruíz, “REDESCUBRIR LA PALABRA”. Del amplio elenco de autores que compone el catálogo bibliográfico de CLIE, desde hace muchos años, posiblemente sea Máximo el primero que se haya atrevido, más que a cuestionar, a reflexionar acerca de la lectura (e interpretación) de la Biblia. La propuesta del autor de “REDESCUBRIR LA PALABRA”es un imperativo urgente para quienes pretenden ser maestros de la Biblia, o comunicadores del púlpito.

A tenor de este libro –de obligatoria lectura– escribo el presente editorial con reflexiones acerca de las imágenes de Dios que la Biblia ofrece, y que forman parte de la última entrega de “La Biblia entre líneas”, trabajo dedicado a la hermenéutica bíblica:

¿Cómo entender que el Dios “creador” de la vida y de la naturaleza destruya su propia obra, como supone el relato mítico del “Diluvio” (Génesis 6-9)? Aunque se entienda como un simple relato mítico –todo parece indicar que lo es–, detrás de dicho relato está el Dios que los cristianos confesamos como el Dios uno y único. El Dios del Diluvio bíblico no se distingue absolutamente de los dioses destructivos de las mitologías. La historia muestra –¡incluso la historia bíblica!– que el mal continuó presente en el mundo después del Diluvio. ¿Qué clase de dios era que no previó el resultado? ¿No resultó vana la catástrofe que supuso un indecible sufrimiento y muerte de seres inocentes como fueron los niños y los animales, por ejemplo? ¿Qué justificación podemos inferir a este juicio divino? ¿Que Dios es soberano? ¿Y ya está?

¿Cómo entender que Dios se sienta comprometido con la maldición en su nombre de un profeta que se siente moralmente herido por la burla que unos niños hacen de su calvicie, y aparezcan, como consecuencia de dicha maldición, dos osos del monte y maten a 42 de tales niños (2 Reyes 2:23-24)? En el relato es evidente la correlación entre la maldición “en el nombre de Jehová” y la aparición de los dos osos con el resultado de la muerte de los 42 muchachos.

¿Cómo entender que Dios respalde el reto de “descender fuego del cielo” que el profeta profiere como muestra de su identidad, que supuso la muerte instantánea de un pelotón de 50 soldados con su capitán, que simplemente iba a buscar al profeta por orden del rey? ¿Y cómo entender que esa acción se repitiera con un segundo pelotón de otros 50 soldados con su capitán? ¡Y aún estaba dispuesto a repetir la misma acción letal con un tercer pelotón! La súplica del capitán del tercer pelotón ablandó la ira divina, y eso les salvó (2 Reyes 1:1-15).

¿Cómo entender que el Autor de la Vida ordene el aniquilamiento de “todo lo que tiene vida” (es decir, mujeres, niños y ancianos), para que su “pueblo” obtenga la “tierra prometida” (Josué 6-11)? Justificar este genocidio diciendo que sus habitantes “eran politeístas”, que ofrecían “sacrificios humanos” a sus dioses, y que había que evitar cualquier contagio, es un burdo reduccionismo que no tiene en cuenta que el pueblo de Israel copió y siguió esas prácticas hasta las deportaciones siria y babilonia; y fue la causa, según el salmista, de su cautiverio como castigo (Salmos 106:36-39). Es decir, aquellos genocidios, no sirvieron para nada.

¿Cómo entender que Dios aniquile la vida de todos los primogénitos de un país, tanto de humanos como de animales, por culpa del soberano que los gobierna (Éxodo 11)? ¿Qué clase de dios es ese que quita la vida al primer nacido de tantos hogares, causando un profundo sufrimiento entre las jóvenes y no jóvenes madres? ¿Qué culpa tenían esos inocentes niños, o sus madres, incluso los animales? ¿Qué quiso enseñar el autor de esta historia de las Diez plagas, historia llena de contradicciones e incoherencias? ¿Debemos hoy leer e interpretar este relato como un hecho histórico?

Estas y otras reflexiones del mismo estilo no reflejan ninguna clase de escepticismo en la Biblia como tal, sino en la interpretación que se hace de ella, especialmente en el literalismo simplista. ¡Hay que “redescubrir” el sentido del texto bíblico!

¡FELIZ AÑO NUEVO!

Emilio Lospitao

…y al polvo volverás


La reciente prohibición del Vaticano de conservar en casa las cenizas del difunto incinerado, o ser esparcidas en la tierra o en el agua, ha originado comentarios de todos los gustos y desde todos los medios. El documento vaticano (Ad resurgendum cum Christo), “acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación”, está recogido en ocho puntos relacionados con la resurrección de Cristo y la tradición cristiana respecto a la muerte y el enterramiento de los fieles difuntos. En síntesis, el documento especifica cuándo debe usarse la incine-ración: a) «Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación»; b) «Cuando no sea contraria a la voluntad expresa del fiel difunto»; c) «Que no haya sido elegida (la cremación) por razones contrarias a la doctrina cristiana»; d) Con el fin de que se mantenga la oración por el difunto y no se lo olvide en la comunidad, «las cenizas del difunto deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente».

Este documento, firmado por el papa Francisco el 15 de agosto pasado, sale al paso –en las vísperas de la fiesta de Todos los Santos– a las recientes novedades en el tratamiento de las cenizas provenientes de las cremaciones de los difuntos, por ejemplo, convertirlas en joyas, usarlas como nutriente de maceta para plantar un árbol, o en otros tipos de conductas esotéricas.

Todas las culturas tienen alguna manera de tratar los restos de sus muertos. Y, cualquiera que sea esa manera, va acompañada por el respeto y la dignidad que el difunto merece según su cosmovisión; por ello, unas culturas dejan los cadáveres de sus difuntos a la intemperie a merced de las aves carroñeras sin que eso signifique para dichas culturas un sacrilegio; otras los momifican, otras los incineran, y otras los dejan simplemente que la corriente del río se los lleven. La tradición cristiana, en general, usó la sepultura en la tierra o en nichos como la manera que mejor expresaba la esperanza de la resurrección.

La Iglesia Católica Romana (ICR), aun cuando últimamente no condena la cremación de los difuntos, no obstante, recomienda la sepultura de estos. Enterrar el cadáver del fiel difunto, además de ofrecer un lugar para la oración y la meditación piadosa, y siguiendo la tradición, considera que es una forma de mantener la esperanza de la resurrección. Insiste, por otro lado, en la “separación” del alma –en el instante de la muerte– del cuerpo del difunto, y la unión de ambos (cuerpo y alma) en la resurrección venidera. Y en este punto es donde han salido los comentarios de conocidos teólogos católicos actuales haciendo una crítica del dualismo platónico que durante siglos ha sido el eje de la teología cristiana en general y particularmente de la ICR. Es decir, mientras tengamos asegurados un cielo en las alturas y un alma inmortal que trasciende el cuerpo físico, tendremos aseguradas también las oraciones por los difuntos, las misas por su eterno descanso y un clero que lo administra.

¡FELIZ NAVIDAD!

Emilio Lospitao