El voto «evangélico»


Después de más de medio siglo de guerrillas, secuestros, asesinatos y extorsión, las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) acaban de firmar un acuerdo de paz con el gobierno colombiano, que ha llevado cuatro años de diálogo. Dicho acuerdo de paz se rubricó en La Habana (Cuba) el 26 de agosto del año en curso. Este acuerdo de paz habría de ser refrendado después mediante un plebiscito nacional. El plebiscito se efectuó el día 2 del pasado octubre con una escasa mayoría por el “no”. El análisis que algunos medios han dado a conocer reseña que dicho “no” ha sido gracias a los votos de los “evangélicos” colombianos. Hasta aquí la noticia.

¿Por qué estos “evangélicos” colombianos han optado por el “no”? ¿Fueron pocos los años de sufrimientos originados por las guerrillas, los asesinatos, los secuestros de las FARC? ¿Será peor la situación en Colombia con la integración de los miembros de las FARC en la sociedad y en la vida política? ¿Hubieran preferido estos “evangélicos” colombianos una derrota sin par, con la correspondiente doblegación y humillación de los guerrilleros de las FARC? ¿Y sería esto lo que inspira el mensaje conciliador del evangelio de Jesús de Nazaret? ¿Quizás estos “evangélicos” colombianos desean que estas personas se integren en la sociedad como ciudadanos de segunda clase, señalados de por vida por su pasado, objeto de vejación institucionalizada? ¿Por qué votaron “no” al proceso de paz un gran número de colombianos “evangélicos”?

Por supuesto, no todos los “evangélicos” colombianos votaron por el “no”. Hubo quienes votaron por el “sí” –quizás vieron las cosas de una manera muy distinta–, porque la información que tenían era también diferente.

En cualquier plebiscito, sea de la naturaleza que sea, la información de que disponen los votantes es crucial. Y la información nos llega por los medios a los que estamos más vinculados, sea prensa, radio o televisión… ¡y a través de los púlpitos de las iglesias!

El campo “evangélico” latinoamericano (como el campo “evangélico” español), en general, es hijo del movimiento misionero estadounidense. Y el sello que lo distingue de los demás movimientos religiosos (reformados o derivados de estos) es el “fundamentalismo” originado en los EE.UU en el siglo XIX. El fundamentalismo de la Biblia “inerrante”, el mismo que afirma que Dios hizo el mundo en seis días de 24 horas hace seis mil años, y que el Sol gira alrededor de la Tierra (todavía hay quienes defienden el geocentrismo, porque lo afirma la Biblia). A partir de este biblicismo cualquier adoctrinamiento es posible.

Los “evangélicos” colombianos, como los de cualquier país democrático, tienen todo el derecho de votar por la proposición que crean más oportuna para su país. Faltaría más. Pero en este caso concreto, o en otros parecidos, en cualquier otro lugar, lo terrible es que la voluntad de unos cuantos, por la influencia que ejercen sobre las multitudes sometidas emocionalmente a unas creencias religiosas, se impongan mediante el concurso de un plebiscito.

La democracia –ya se ha dicho hasta la saciedad– es el régimen político menos malo. Pero tal como se ejerce en algunos países (incluida España), es un simple mito. La democracia exige para ejercerla la formación cultural, intelectual, filosófica y, sobre todo, política de los ciudadanos. Pero desde la mayoría de los púlpitos en las iglesias se tiende a todo lo contrario: al aborregamiento; o sea, a la manipulación. Parece ser que hay demasiados fieles que se sienten muy a gusto en seguir las directrices de sus líderes antes que pensar por sí mismos.

Emilio Lospitao