Los signos del reino


Por “reino” nos referimos al “reinado de Dios” (buenas nuevas) que Jesús anduvo predicando por las zonas rurales de Galilea, de cuya naturaleza da testimonio una de las fuentes más antiguas que usa el autor de Hechos: “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).

Por “signo” nos referimos a cualquier señal que ponga en evidencia la naturaleza de dicho “reinado de Dios”, no importa la procedencia geográfica o cultural, la religión, el sexo, la edad, la creencia o no creencia, del sujeto que manifiesta dicho “signo”. El Dios creador, cualquier cosa que sea su naturaleza o esencia, es consustancial a todo ser vivo, y racionalmente al ser humano: “pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas… Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:25-28). Estos signos del reino se hacen presentes en los gestos de empatía, de solidaridad, de respeto, de justicia… hacia el prójimo por parte del budista, del hindú, del musulmán, del animista, del escéptico, del ateo, del agnóstico e igualmente del cristiano. No hay ninguna diferencia. Lo que lo diferencia es la etiqueta que le colgamos.

En la literatura “evangélica” es común leer panegíricos etnocentristas que dejan la impresión al lector de que solo los cristianos representamos dichos “signos”, excluyendo a todos los demás, sobre todo a los ateos, a los agnósticos y a los escépticos, precisamente porque no confiesan la “fe cristiana”.

A este respecto bueno es citar el libro bíblico de Jonás. El libro de Jonás es ante todo una parábola ampliada con recursos literarios épicos y míticos (el gran pez), con una moraleja que recogen los últimos versículos.

El contexto ideológico de este libro se ubica precisamente en el etnocentrismo del pueblo israelita, que tan bien dibuja el evangelista Marcos en el relato de la mujer sirofenicia (Marcos 7:24-30). El autor del libro de Jonás debió haberse granjeado mucha enemistad cuando lo dio a conocer. Toda una provocación al estilo del mensaje de Jesús en la sinagoga de Nazaret: “muchas viudas había en Israel en los días de Elías… pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón…” (Marcos 4:24-30).

El lector judío contemporáneo del libro de Jonás se indignaría porque en la historia de este libro se representa a un Dios preocupado por los “perros” gentiles de Nínive. La moraleja del libro profético es significativa (para entonces y para ahora): “¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (Jonás 4:11).

La historia del libro termina bien, “comiendo perdices”, como en los cuentos. Los ninivitas mostraron esos “signos del reino” que Dios espera de todo ser humano. El texto dice que el rey ordenó a todos los súbditos de su reino que “clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo.” (Jonás 3).

En efecto, se convirtieron de “su mal camino, de la rapiña que había en sus manos”, y Dios se arrepintió del mal que tenía previsto hacer con ellos. Porque los signos del reino comienzan por ahí, haciendo obras dignas de arrepentimiento.

En esta misma línea de pensamiento, el evangelista Mateo pone en boca de Jesús estas palabras: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (Mateo 25:31-46).

¡Los “signos del reino”!

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño